Читать книгу El bien en cuestión - Elena Mancinelli - Страница 6
Prólogo
ОглавлениеUna voz se hace escuchar en estas páginas. Y no se dirige sólo a nosotros, sus lectores. Desde el seminario que Lacan da en París, viaja hasta la Grecia clásica y, una vez allí, con risueña insolencia interpela a Platón y Aristóteles para hacerles notar que definir al hombre como animal racional no yerra la esencia de lo definido menos que decir de éste que es un bípedo implume. Los cuerpos hablantes no sólo gozan de mil y una formas que nada tienen de racionales ni caracterizan a los animales: están habitados por ese inextinguible deseo de gozar que constituye la base y el motor de la cultura. Esta voz se dirige al maestro y al discípulo, y les recuerda que tales son los seres acerca de los cuales ambos filosofan y, disfrazada de hetaira, les enrostra el modo en que uno y el otro, con sus respectivas filosofías, cierran los ojos ante la falta y, por eso mismo, ante el carácter deseante de los seres humanos. ¿Podría acaso desconocerlo una ética?
Para demostrar que no, la voz echa mano de dos eximios dramaturgos de esa época dorada y de dos de los personajes con que ellos pintaron la tensión trágica entre el buen orden de la polis y el deseo inclaudicable que lo excede: la Antígona de Sófocles y el Sócrates de Platón. Es que el discurso lacaniano gira en torno a las malaventuras del deseo y a las triquiñuelas del goce, y de ese modo brinda herramientas útiles para explorar el irreductible hiato entre el buen orden universal y la dignidad singular.
El resultado de esa exploración constituye el núcleo de este libro, que, además de mostrarnos que Sócrates, en calidad de héroe trágico, resulta ser el reflejo invertido de la igualmente heroica Antígona, deja al desnudo el movimiento gracias al cual Platón sustrae su propio cuerpo en República para remplazarlo por el doble de riesgo que allí se juega el pellejo, y retrata el gesto inaugural hecho por Aristóteles para construir su ética, a saber, valerse de la razón como instrumento para silenciar aquellos modos de gozar que escapan al dominio del amo —un amo cuyo goce queda así velado.
Dejar al descubierto ese movimiento y ese gesto nos permite entender qué truco de prestidigitador debió de haber sido consumado para lograr sustituir tanto los goces corporales como los deseos independientes de la necesidad por la salud del organismo como fuentes de toda metáfora antropomórfica de la homeostasis política. Las formas que entonces puede adquirir el irreductible residuo de semejante sustitución van desde las andanzas de los Hermocópidas hasta la guerra misma contemporánea de la noche en que esas fechorías tuvieron lugar.
Si la función del padre puede definirse como el modo tradicional de crear un orden allí donde la naturaleza no legisla, un corolario no menor de esta exploración consiste en el cuestionamiento de la inveterada idea de que la declinación del nombre del padre es un mero avatar histórico resultante de la acción conjugada del capitalismo y la ciencia, y en hacer de esa misma declinación una suerte de mito fundante para el pensamiento político occidental. El psicoanálisis no podrá sino beneficiarse de las implicancias de este corolario.
Una investigación tan generosa como la presente, en la cual muchas notas a pie de página tienen sustancia suficiente para devenir embriones de nuevos estudios (trátese de los tipos de moral, o de la inclinación universitaria en Platón, o del lugar del bien entre la naturaleza y lo no escrito, o de la tensión entre dignidad y goce en la ética aristotélica, por dar sólo un par de ejemplos), no podría ser compendiada. Por lo demás, tampoco lo necesita ni lo merece. ¿Qué mejor que hacer silencio, entonces, y escuchar la voz de la autora?
Gerardo Arenas