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El parto

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Dícese del proceso por el cual nacieron mi hija y mi hijo y a través del cual renací yo. Me parí como madre, como pude. Por momentos sentí que estaba dando un examen, escuchaba una voz interna que me decía: “A ver como pare, alumna Elbaum…, no vaya a parir mal, mire que si no se saca doce no se la vamos a perdonar…”. Por momentos sentí que, entre los controles constantes y abrumadores del embarazo y mi yo interior lleno de dudas, exigencias y mensajes subliminales hechos de mandatos sociales, estaba dando una prueba en la que todos esperaban ciertos resultados.

Existe una idea colectiva que circula bastante en la sociedad, en el mundo de las ideas y en el mundo de las no-ideas, que es que cada mujer puede elegir el parto que “quiere”. Como si mágicamente pudiéramos decidir cuándo parimos, cómo y sentenciar el futuro nuestro y el de nuestros hijos. Y la verdad es que esto es erróneo conceptualmente ya que, si bien algunas privilegiadas podemos elegir en las condiciones que queremos parir, todas queremos hacerlo de modo humanizado, algunas quieren partos en sus casas, otras en hospitales, otras hacer trabajo de parto en su casa y luego ir al hospital, etc., pero no podemos elegir cómo nuestro hijo saldrá de nuestro cuerpo, ni cuándo. Esto sucede de una manera que supera nuestra volición.

No podemos elegir el parto, nos toca lo que nos toca. Lo otro importante por destacar es que no hay parir bien o parir mal. No se dejen engañar. Todos los partos a través de los cuales se logra sacar al bebé para afuera del útero, logrando que tanto la mamá como el bebé gocen de buena salud, son buenos partos. No le crean a nadie que a través del poder de la atracción pueden atraer el parto que deseen con su mente. No pasa así. No se dejen humillar por haber parido por cesárea o por haber parido de una manera que no es la que “deberían” haber parido.

En el parto no hay “debes” en el parto está la brutal realidad en la que se deben asegurar tanto la salud del bebé como la de la mamá y por ello, a pesar de que queramos controlar, el control lo tendrán el destino (¿o Dios?), el bebé y el médico/partera tratante. Nuestros bebés deciden por sí mismos cómo quieren salir y cuándo quieren hacerlo: esas son las primeras decisiones que toman en sus vidas, de ahí en adelante empieza la aventura.

Lo impresionante es que existen mandatos sociales hasta sobre cómo debemos parir. ¿Se dan cuenta? La sociedad quiere dictarnos eso también. Algunas parirán como la normas sociales de su clase demanden y otras no. Las que no, les dará tristeza no haber podido parir de acuerdo a los estándares. Aquí de las primeras “tristezas” que tenemos como madres primerizas: si aprobamos o no la prueba del parto.

Cuando estaba embarazada iba a una clase de pilates/parto que predicaba ayudarnos a empoderarnos para parir. La clase estaba buena, hacíamos pilates, hablábamos con otras mujeres embarazadas, pero se difundía un mensaje dañino que era que todas las mujeres tenían que parir naturalmente, porque somos “hembras” y las hembras saben parir naturalmente. He aquí el famoso mandato. Pare natural o no “aprobaras”. No solo naturalmente, sino sin analgesia, porque era necesario sentir el dolor para haber parido realmente, para vivir el momento único. Sin parto natural y sin dolor era casi como si no hubieras parido.

Resulta que esto no solo es mentira, sino que es además un mensaje peligroso. Gracias al avance de la ciencia y la medicina logramos disminuir la mortalidad infantil y maternal casi a cero. En el año 2019 en el Pereira Rossell en el Uruguay, hubo cero mortalidad maternal. Cero. Esto es impresionante. Para ello, obviamente, en los casos en que los partos naturales no son posibles (por miles de razones) hay que realizar procedimientos médicos que permitan asegurar que el bienestar, tanto de la mamá como del bebé, esté asegurado. Si bien hay mamás que eligen parir por cesárea, y esto también deberíamos respetarlo, la mayoría de las cesáreas se realizan como procedimientos para asegurar que no le pase nada malo ni al bebé, ni a la mamá.

En la cesárea te cortan al medio. Y en cuanto se te pasa la anestesia hay una expectativa de que inmediatamente te pares y cuides de tu bebé. Esto no es de débil, de no haber “sabido” parir, esto es fortaleza pura. Haber parido por cesárea es parir. No caigamos en la trampa. Haber parido por cesárea no quiere decir que no estés en contacto con tu “niña” interior, ni que haya nada malo contigo, ni por dentro ni por fuera. La cesárea duele. Durante y después, por meses y meses. Ahí tenés el dolor que tanto predicaban que teníamos que sentir para empoderarnos.

Es cierto que debemos empoderarnos y que no debemos dejar que nos infantilicen ni los médicos, ni las sociedades médicas, ni las enfermeras, ni las profesoras de pilates, ni nadie. El parto es un momento de vulnerabilidad absoluta: la desnudez, el descontrol, el dolor, la incertidumbre y, sobre todo, el miedo a que todo salga mal, que nos nubla y nos provoca gran confusión. Pero por eso aclaro aquí que parir es parir, como sea, como puedas, con las intervenciones necesarias para que todo salga bien. Y no sientas culpa por eso. Si podemos derribar este primer mandato, ya estamos un paso adelante.

El despertar de la maternidad

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