Читать книгу Proyecto Manhattan - Elisa Díaz Castelo - Страница 11

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(Un segundo hombre, idéntico a ROBERT, sale del flanco izquierdo al escenario y, en la misma actitud de concentrada urgencia, lo recorre mirando al piso. Sale un tercer, un cuarto, un quinto Robert, hasta que son tantos que no queda espacio vacío. Se mueven rápido, de forma azarosa, logran, aunque parezca imposible, no tocarse. Nunca se miran.)

Pero era casi idéntica a las otras:

fumaba cigarrillos a espaldas de su padre,

coleccionaba pequeñas cicatrices

y se pintaba las uñas de los pies

con el nombre de su muerte bajo el brazo.

Procuraba en el sexo jamás cerrar los ojos.

Desnudos sobre las sábanas, devueltas las voces

a sus cuerpos, hablábamos sobre la violencia ínfima

de la fisión atómica. Comíamos una manzana,

que yo dividía en dos con mis pulgares.

Todo radica, explicaba,

en golpear con fuerza suficiente la materia,

la estructura esdrújula del átomo.

En la alquimia, a fin de cuentas, más vale

fuerza que maña.

La llamaba de cariño mi radical libre. Ella

citaba a Kropotkin de memoria, en su boca

germinaba la raíz griega del anarquismo.

Más de una vez, en un arranque,

estuvimos a punto de casarnos.

Nos previno Marx y también Engels,

nuestros santos patrones. Ahora lo agradezco.

Estaba loca. En resumen, era como las otras,

pero tenía los ojos amarillos.

El precipicio sin fondo de la rutina

se abrió entre nosotros. Me buscó tanto

que su cuerpo perdió filo. En su boca

mi nombre se apagó como una vela sin aire.

No sé si me arrepiento. Es verdad, a veces

recuerdo los botones de perla de una blusa que usaba,

sus tobillos. En realidad, es igual a las otras.

La diferencia radica en que se mató una tarde

y dejó para siempre de buscarme. No hay forma

de constatar a ciencia cierta el sitio

exacto de ese lunar, la longitud

del húmero, el tono de su voz.

Ya no me queda ni un átomo

de su materia. Y yo que nunca aprendí

a pedir las cosas de buen modo.

Proyecto Manhattan

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