Читать книгу La patria en sombras - Elizabeth Subercaseaux - Страница 10

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1980

Pasaron siete años antes de que el poder militar se vistiera de aires legalistas. Siete años en los cuales no se movió una hoja sin que el general lo supiera.

En 1980 se aprobó la nueva Constitución y ya era un hecho que la Junta gobernaría por un tiempo indefinido. Tal vez para siempre, pensaba el general satisfecho con los logros y los plazos. Hasta sus detractores hablaban con palabras elogiosas del “milagro chileno”. Las chiquillas pobres pueden comprar enaguas de nylon, decía el ministro de Economía; hay una tele en cada casa, hasta en las poblaciones; las poblaciones están siendo erradicadas. “Y en 1984 cada chileno va a tener casa y no un Rolls-Royce pero una citroneta”, prometía el general.

El general estaba en la cumbre del poder y se le veía contento, animado, chistoso. Se cultivaba una imagen de huaso ladino, cazurro, buen padre de familia, esposo ejemplar y religioso; comulgaba todos los domingos.

Su vestuario también había cambiado. Le gustaba lucir bien. La señora elegía las telas y su sastre le confeccionaba los trajes a la perfección. Tenía hora de prueba los martes. Le gustaban azules, de hombros anchos y la chaqueta recta, y los llevaba con camisas claras y corbatas de seda. La perla en la corbata acentuaba la elegancia; el anillo de rubí, la prosapia.

Había que borrar de la memoria esa foto en traje de campaña y lentes ahumados que dio la vuelta al mundo en 1973. Eso fue ese día, ahora era el presidente de la República.

—Pero que no vayan a equivocarse conmigo —le decía a su mujer—, los que quieren acortar los plazos y volver a la manoseada democracia van a tener que esperarse sentados. Ahora tenemos una nueva Constitución y se hará lo estipulado, no lo que quieren los señores marxistas.

La patria en sombras

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