Читать книгу La patria en sombras - Elizabeth Subercaseaux - Страница 7
ОглавлениеQuerida Vali:
Carta de Javier
Valle del Elqui, 20 de octubre de 2005
Ese día volví a la ventana del segundo piso a la hora acordada. Estuve una hora parado, ahí, mirando hacia la esquina. Cuando no apareciste pensé que habías tenido algún problema con el papeleo para salir del país o que acercarse a la embajada se había puesto peligroso.
Me entré pensando que volvería al día siguiente a la misma hora, y eso fue lo que hice, pero tú no apareciste. Entonces llamé a tu mamá. Tu mamá estaba empezando a preocuparse. Había intentado localizarte el día anterior y no te encontró en ninguna parte. El teléfono de la casa no contestaba y supo que no estabas en casa porque estuvo llamándote hasta muy entrado el toque de queda. Al día siguiente fue a la casa de la tía Aurelia y a la de Poblete, por si ellos supieran algo, pero no habían oído nada de ti y no sabían dónde estabas. La tía Aurelia le dijo que tal vez habías pasado a la clandestinidad y le prometió que ella se encargaría de averiguarlo; tenía cómo hacerlo. Esas averiguaciones tampoco dieron resultado. Tu papá llegó a Santiago para ayudar a buscarte. Interpusieron un recurso de amparo. Era poco lo que yo podía hacer desde la embajada, pero tus padres me llamaban todas las noches para contarme cómo iban las diligencias. En ese momento no encontramos a nadie que te hubiera visto en alguna calle, a nadie que hubiera visto a la policía llevarte y el recurso de amparo no sirvió de nada. Todas las solicitudes de amparo, nos dijeron, eran centralizadas a través del Ministerio del Interior, y este último nos informó que no estabas retenida en ninguna cárcel. Te habías hecho humo, Vali.
En eso llegó mi hora de salir al exilio y unos días más tarde aterrizaba en Estocolmo donde me quedaría cuatro años, que fueron los peores de mi vida.
Vali, la nuestra es una historia de incesante búsqueda, de noticias escalofriantes que iban llegando al extranjero. En medio de la blancura helada de la ciudad sueca, donde rápidamente me matricularon en un curso de sueco para que pudiera trabajar, iba enterándome de lo que acontecía en Chile. Que había centros secretos de detención. Que allí torturaban a la gente. Que los sacaban a un patio para falsos fusilamientos. Que a veces los fusilaban de verdad. Que se había creado una central de inteligencia, la Dina, y que operaba en varios cuarteles. Uno se llamaba Villa Grimaldi. Yo empecé a apanicarme. ¡Cómo! ¡Cómo desaparece una persona sin dejar ni un solo rastro, sin que nadie la haya visto, sin que nadie pueda responder por su paradero! No fuera a ser que te hubieran llevado a uno de esos lugares.
Unos meses después, hacia el verano sueco de 1977, Andrés Aylwin pudo hablar con una mujer que había estado en Villa Grimaldi y te había visto en una celda a la cual la metieron a ella también. Le dijo que estabas acurrucada en un rincón y Andrés supo que eras tú, porque esa testigo describió la esclava de plata en tu tobillo derecho y la blusa de mezclilla celeste que llevabas el último día que te vi desde la ventana de la embajada. Andrés le preguntó por las fechas y coincidían con esa misma semana.
Los cuatro años en Suecia no fueron otra cosa que cartas, contactos, gestiones para ubicarte, para saber dónde te retenían y, hacia 1980, cuando pude regresar a Chile, comenzó un peregrinaje por el horror. A esas alturas mucha gente había logrado sobrevivir a las cárceles secretas. Médicos especialistas en secuelas que dejaban las torturas instalaron clínicas clandestinas para atender a las víctimas. Amparada por la Vicaría de la Solidaridad, se creó la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Empecé a informarme de lo que hacían, de lo que podían haberte hecho a ti y llegó un momento en que sin tener certeza de nada, porque no había rastros de tu cuerpo, supe en mi corazón que estabas muerta, Vali. Que solo tus huesos quedaban para contar nuestra historia, y yo tenía que encontrarlos.
En octubre de 1988 la oposición ganó un plebiscito que marcaría el fin de la dictadura militar y un año y medio después asumió el primer presidente de la Concertación de Partidos por la Democracia. Patricio Aylwin. Entonces emprendimos la búsqueda de la verdad. Don Patricio —así le decía todo el mundo— creó una comisión a través de la cual pudimos verle el rostro a la malignidad, a la infinita crueldad de los militares y enterarnos de la forma como trataron a los presos políticos, cómo los torturaban, los habían tirado al mar amarrados con alambres o sujetos a rieles de tren, a otros los habían dinamitado o enterrado en fosas con cal. ¿Y cuántos eran? Supimos de más de tres mil. ¿Y dónde estaban? No han querido decirlo hasta el día de hoy.
Hace dos años se me acercó una escritora que andaba investigando todo el periodo para una novela, desde el golpe hasta ahora mismo. Buscaba testimonios. Yo me avine a ayudarla en lo que podía, que era mi propia historia, tu historia de desaparecida, mi búsqueda de tus huesos y la travesía heroica del juez Guzmán, quien recorrió el país de norte a sur preguntando, excavando, abriendo tumbas y armando los esqueletos de los muertos con los huesos que encontraba. El juez que después de casi treinta años encontró tus restos.
Han pasado tantas cosas. Tú no reconocerías el Chile de hoy, Vali. Vamos en el tercer gobierno democrático después de la dictadura y hasta ahora han sido gobiernos estables y, desde algún punto de vista, exitosos. Donde han fallado, particularmente los dos últimos, ha sido en la justicia. Con el paso de los años, los anhelos creados en torno a que se hiciera justicia se van esfumando. Con la excepción del juez Guzmán y un par de jueces más, todo el Poder Judicial ha defendido a Pinochet; la Concertación ha defendido a Pinochet e incluso amigos nuestros, que estuvieron exiliados, que han visto morir a sus compañeros en manos de la Dina, han defendido a Pinochet. Y a partir de ahí ha comenzado a campear una fuerte corrupción. Cosas que nunca antes vimos en Chile ahora son el pan de cada día. Militares robando, empresarios coludidos para subir los precios, curas católicos abusando de niños, empresas explotando el sur de Chile que han convertido en un cementerio de pinos. Este ya no es el país del cual desapareciste, Vali. Ya no está la dictadura, pero la sombra que nos ha dejado es tan negra y fría como la dictadura misma.
Hace unas semanas la escritora me envió su novela publicada. La leímos en voz alta con Irene y hemos decidido enterrarla a tus pies.
El mar fue tu primera tumba y tuvo la generosidad de devolver tus restos. Te hemos traído a un valle tranquilo donde no se escucha más que el viento y el canto de los chercanes, tórtolas y cernícalos. Pusimos una lápida de piedra con tu nombre, Valeria. Irene ha plantado rosas rojas y amarillas a la sombra del peumo que está creciendo en tu sepulcro.
Ahora tengo dónde venir a verte y, ya que sé dónde está tu cuerpo, puedo vivir en paz, pero nunca me olvidaré de ti, Vali. Nunca.
Javier