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1. La enfermedad llega por sorpresa

—Espérame cuando despierte—. Dijo ella antes de entrar a sala de cirugía.

Habló un poco, sonrió y entró en un largo sueño.

Al abrir los ojos un señor de barba blanca la estaba mirando de lejos sin decir palabra y sin acercarse. Con miedo de moverse, movía los ojos buscando compañía, se sentía tranquila, pero ansiosa por ver a alguien...

Intacta, como si nada hubiera sucedido, pasa esas primeras horas, rodeada de sus dos amores, ese amor incomparable, irremplazable y poderoso. Su madre. Y ese amor de ilusión, su novio.

Su madre, el amor absoluto y el que lo aguanta todo. Su novio, el amor, a quien le pidió que la esperara al despertar, el posible gran amor con el que se espera escuchar: En la salud y en la enfermedad... estas dos palabras son como una sentencia y a su vez la mejor prueba de amor, y si la enfermedad ocurre antes de casarse, es un regalo de la vida y una oportunidad de saber si se está preparado para afrontar todas las circunstancias que se viven como pareja.

Esta historia es el escenario para considerar la complejidad de las circunstancias que se viven alrededor de la enfermedad como paciente y como pareja, en este primer capítulo, porque cada una de las relaciones puede verse afectada, veremos una a una, conforme va desarrollándose la historia, porque cada persona vive su papel de manera diferente.

Este es el contexto, no para contar una historia de amor, porque ésta puede ser una historia como cualquier otra. Es el escenario para pensar como pueden cambiar las relaciones, o no, en la enfermedad. Aprender de los errores o los aciertos.

Cuantas veces una persona ha tenido que pasar por una prueba más fuerte para darse cuenta que el camino que iba a tomar no era el indicado, cuantas veces la terquedad los manda al abismo solo por seguir la corriente, por no evaluar daños, o por no pasar por el dolor de comenzar de nuevo, porque a eso es a lo que más se le teme, a empezar de nuevo, ya sea renunciar a un trabajo que no llena, la ruptura de una relación que se enfría, o cualquier otra circunstancia que se desee cambiar, ése temor de perder y tratar de mantener “el peor es nada”, no da paso a la libertad para decir adiós en el momento que es necesario.

Contar la historia de esta relación, no es tan importante, como lo aprendido por ella, Gabriela. Lo aprendido fue, que la enfermedad se puede vivir sola, acompañada por una pareja, por familiares y amigos. La importancia radica en la manera como lo vive cada uno, la persona que está enferma y las personas que la acompañan alrededor, pues cada uno tiene una visión diferente de acuerdo a las circunstancias.

No hay manera de determinar cuál es la posición emocional correcta para actuar estando enfermo, siendo el esposo o la esposa, la madre o el padre, el hijo o el familiar del paciente. Simplemente, se actúa, como eres, con lo que tienes, con los sentimientos que vives en ese momento.

1.1 El diagnóstico

Dicen que las cosas pasan cuando tiene que pasar.

Cuando es necesario que la persona lo viva y por alguna razón aprenda de esas situaciones. No aprende solo quien enferma, si no todos a su alrededor, unos aprenden mal, otros bien, pero al fin de cuentas, pasados los meses y en ocasiones los años, la sabiduría llega.

Durante muchos años su migraña fue tratada paliativamente, nunca investigada, medicamentos cada vez más fuertes pero iban dando resultados. Somnolencia constante contra la que luchaba con trabajo, café, un poco de yoga y algo de relajación, dolores de espalda inexplicables a los que le atribuía estrés ocasionado por el trabajo; pero en su trabajo era muy feliz así que el concepto del estrés no le convencía, pero hacía caso al responsable de moda.

Otro médico, otro medicamento, otro diagnóstico de estrés, llega el carnaval y ella con migraña y con diagnóstico de estrés decide bailar en una comparsa de unas 15 cuadras, con la algarabía, la alegría y un poco de licor, el dolor desapareció, claro. ¿Qué mejor comprobante que el diagnóstico era estrés, cuando un momento de relajación y alegría desaparece el dolor?

El diagnóstico era estrés, confirmado gracias al carnaval, pero vuelven los dolores, la somnolencia y los demás síntomas, cada vez más fuertes. Acostumbrada a ellos, sigue su vida.

Empezó a prender su alarma un síntoma demasiado extraño, para ir al baño, tenía que agarrarse la cabeza con las dos manos y sentarse, porque si no lo hacía, el dolor era insoportable como si le aplastaran la cabeza, así que decidió ver un especialista que le indicó una tomografía y varios estudios más.

El día que se hace la tomografía, la enfermera se la entrega y le dice —Dios te ama mucho—, no puedo imaginar su cara, pero ya con esa respuesta, para que esperar el resultado, algo estaba mal. Al ver los exámenes observa una bola en la mitad de la cabeza, que sin ser médico, supo que “meni” (así lo bautizó) no debería estar ahí.

Gabriela, mental como de costumbre, o no se sabe si por el efecto de las emociones que provocaba “meni”, el tumor, lo tomó bien, racional, sin llorar, y dijo, —ok ahora que, no voy a llorar sin saber posibilidades—. Ahora entendía cada uno de sus síntomas.

Leonardo, quizás quería ser su protector, pero no sabía serlo, no sabía expresarlo, el temor que no quiere salir, solo crea una especie de coraza impenetrable, en ese momento entra el juego de la comunicación, la buena o la mala, la comunicación interna, lo que se piensa que quiere el otro, lo que se calla y lo que mal se comunica, se dicen frases a la ligera, incompletas o llevadas por el miedo.

Hay numerosas formas de comunicar mal, empieza como una bola de nieve, con pensamientos propios, con pensamientos creados sobre lo que la otra persona ni ha pensado, a esto se le suma lo que se quiere escuchar y no dice la otra persona, y tampoco se pide. Así se forma un coctel explosivo de palabras que en ocasiones ni llegan a existir, pero se asumen dichas.

Si la comunicación quedara en ese estado, algo se podría rescatar, pero hay que sumarle los sentimientos que empiezan a aparecer con las suposiciones y este coctel creado por sí mismos y por el otro, pero que no ha sido compartido.

¿Qué queda? Malas expresiones, brazos cruzados, distancia, falta de abrazos, palabras duras, silencios cada vez más largos y discusiones.

Gabriela, acostumbrada a la soledad, en el fondo quería ser abrazada pero no sabía pedir abrazos, ni palabras de apoyo, creyéndose sola, solo pensaba que necesitaba actuar, así que decide ser racional. Dos formas de ser, dos maneras de ver realidades y una sola situación, la distancia.

Cada persona tiene una percepción diferente de los problemas y si a eso se le suma la falta de comunicación en una pareja o cualquier relación, genera pensamientos erróneos en cada una.

Si cada cual piensa —yo espero que me entiendas, pienso que no hay necesidad de decírtelo—, empiezan las brechas en la comunicación, y si esto ocurre en el diario vivir, sin acontecimientos importantes, sumémosle una situación como una enfermedad. Cada cual pensando por el otro, y suponiendo y hablando desde su realidad.

La persona que está enferma tiene una manera diferente de vivir y ver su proceso, unos se fortalecen, otros se deprimen entregándose a la enfermedad y otros luchan por su sanación. En cierta medida algunos pueden cambiar su forma de ser habitual y volverse un tanto diferentes.

Algunos enfermos son consentidos, mimosos, necesitan compañía y mucho cariño. Les es difícil entender a la pareja, si no puede estar a su lado todo el tiempo. Otros lo ven como una situación a superar, un paso más, aprovechan el momento para vivir al máximo y se fortalecen, no se quejan y desean que a su alrededor hagan su vida normal, que sigan a delante y no les tengan pesar.

Si bien el enfermo es el directamente afectado, los acompañantes (por llamarle de alguna manera, a toda persona cercana que vive la situación como compañía, a veces, como enfermero), viven también la situación de manera diferente y con otro punto de vista, pero simultáneamente enfermo y acompañante. Protagonista y coprotagonista.

Hablando de los coprotagonistas, su forma de actuar depende de su relación con la persona, su forma de ser y la forma de ver su vida, así que no se puede juzgar como buena o mala su actuación en este escenario. La mayoría espera que el coprotagonista, esté presente todo el tiempo. Aunque hay muchas formas de estarlo, depende de lo que significa “estar presente” para cada uno.

1.2 Relación entre parejas y enfermedad

¿Cómo puede afectar la relación esta situación entre parejas? Llámese novios o esposos. Hombres y mujeres, lo viven diferente. Algunas mujeres se entregan a la enfermedad y recuperación de la otra persona, y se olvidan de sí mismas. Aunque suene un poco fuerte, estos procesos de enfermedad tienen un final; la recuperación del enfermo o algunos pierden la batalla de la vida. La o las personas que estuvieron al lado deben continuar cuando alguno de estos dos casos se dé.

Si bien, dar amor y estar presente en todo el proceso es muy importante, no puede olvidar su propia vida, su alimentación, sus emociones, que, aunque son momentos duros y tristes, hay quienes se entregan al proceso y se enferman. O siendo aún más crudos, hay casos de recuperación y despedida, quedando quien lo dio todo, sin propósito y sin compañía.

Por el contrario, hay situaciones que la pareja no puede o no sabe cómo manejar el dolor, le da temor y por orgullo pueden callar, no comunican sus temores, dando una imagen errónea de desprendimiento o frialdad. Pueden parecer distantes e indiferentes, por supuesto afectando con esta actitud al enfermo, dependiendo de cómo éste vea el panorama.

La falta de comunicación de sus miedos, de sus sentimientos de rabia o frustración, lleva a que actúen de una manera que puede ser malentendida o no, por la otra persona; fortaleciendo o dañando relaciones. Los egos aunque no se crea, pueden aparecer y crear conflictos más grandes por no ceder uno u otro.

La actitud ideal no es solo cuidar de la persona, sino comunicarse, decir y escuchar los temores mutuos, sus deseos y necesidades físicas, emocionales, espirituales, y cómo hacerle frente a esa nueva situación para salir fortalecidos juntos e individualmente.

Trabajar en el cómo puede ser ese proyecto de vida juntos de ahí en adelante o si es momento de decir adiós, por una difícil recuperación y cerrar ciclos; aquellas situaciones y hasta deseos pendientes que se quieran compartir, prepararse juntos para el adiós no es pesimista, es una manera de vivir con intensidad los últimos momentos que se pueden compartir. Otros prefieren distanciarse y esperar.

Cabe agregar que una tercera posición, un poco menos frecuente y muy criticada, es la impotencia de no saber manejar la situación, aunque poco común, una persona puede “tirar la toalla” por no sentirse cómoda con las circunstancias y dar paso al costado y esperar de lejos el desenlace.

La visión de los dos puede cambiar porque las cosas no son como son, sino como las queremos ver. Se puede trabajar en el proceso para hacerlo lo más constructivo posible y emocionalmente saludable.

Las acciones dependen de las conversaciones internas, las que se tienen consigo mismo y con las personas alrededor, por tal motivo es importante escuchar y hablar sobre lo que se quiere, en una situación dolorosa afloran más sentimientos incluso los escondidos, superar la situación depende de qué tanto se conoce cada persona a sí misma y comprende al otro, para caminar unidos, o separarse en el proceso.

Una buena comunicación, se logra con una auto evaluación interna, una conversación positiva, con equilibrio emocional, para aprender a expresar los pensamientos sin suponer. Se necesita aprender a pedir una sencilla caricia, un abrazo o una palabra, sentirse unido al otro, compenetrados en el temor y a su vez en el amor, y así comunicarse sanamente para que, a pesar de las circunstancias la relación prevalezca.

Espérame cuando despierte

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