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Capítulo 4 El predicador joven y apuesto

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¿Te gustaría saber cómo Elena Harmon, mi abuela, conoció a Jaime White, su esposo? Esta es la historia.

Un día, William Jordan y su hermana invitaron a Elena a hacer un viaje a Orrington, un pueblo situado a 240 kilómetros al noreste.

–Vamos a devolver un caballo y un trineo que nos prestó un joven pastor adventista, llamado Jaime White. Está teniendo problemas con algunos fanáticos. Si vienes con nosotros, podrías ayudarlo a resolverlos.

Muy pronto, los tres estaban deslizándose sobre la nieve al ritmo de los cascabeles y el compás de los cascos de los caballos. Después de un trayecto que debió de haber requerido casi dos días, llegaron a destino al final de la tarde. Cansada del largo viaje, Elena prestó poca atención al joven pastor que le presentaron esa noche.

A la mañana siguiente, después de orar juntos, los tres decidieron acompañar a Jaime White, el joven pastor, a visitar a una familia que vivía cerca del pueblo. Jaime los llevaría con el caballo y el trineo que le habían devuelto.

Cuando llegaron al lugar, vieron varios trineos en el patio y preguntaron:

–¿Están teniendo una reunión hoy?

–No –les dijeron–. Estas personas vinieron por varios recados. Parece que llegaron casi al mismo tiempo.

Elena recordó la promesa de que un ángel iría con ella. ¿El ángel habría reunido a estas personas para que pudieran oír el mensaje de Dios?

Invitaron a todos a la sala de estar, y pidieron a Elena que les hablara de sus visiones. Ella se puso en pie y comenzó a hablar, pero fue interrumpida por un fuerte grito de “¡Gloria, aleluya!” Algunos comenzaron a aplaudir, saltar y gritar. Elena dejó de contarles su historia y les habló con seriedad:

–¿Esa es la forma de actuar como cristianos? Yo no leo en la Biblia que Cristo y sus discípulos alguna vez se hayan comportado de una forma tan indecorosa. ¿No es él nuestro ejemplo?

Jaime White abrió entonces su Biblia y les leyó que Dios es un Dios de orden, no de confusión; que el Espíritu Santo habla al corazón mediante un “silbido apacible y delicado”. Dijo:

–Satanás está llevándolos a actuar de este modo, para que sus vecinos odien el nombre de adventistas y nunca más quieran oírlos hablar sobre la venida de Jesús.

Después de un rato el ruido se fue apagando, y Elena continuó relatando su historia.

Al salir de esta casa el grupo salió a visitar a otras familias, y durante las siguientes semanas celebraron reuniones en varios pueblos cercanos. A veces, se encontraban con gente que tenía ideas extrañas. Un hombre predicaba que Jesús había vuelto a la Tierra, que había resucitado muertos y los había llevado al cielo.

–¿Sabe que cuando Jesús venga en poder y gloria se oirá la trompeta de Dios alrededor de todo el mundo, los santos que duermen serán resucitados para vida, y los que estén vivos serán transformados y “arrebatados [...] con ellos [...] para recibir al Señor en el aire”? ¿Ya ha sucedido esto? Ciertamente, usted todavía no ha visto a Cristo venir con poder y gloria.

Algunos creían que era su deber hacer largas peregrinaciones a pie para obtener la salvación. Otros ayunaban, rehusando cualquier alimento durante días, e insistían en que sus amigos hicieran lo mismo. Algunos aceptaban todas las ideas que entraban en su mente como si fueran del Señor. Ni bien captaban la noción de que debían hacer determinada cosa se apresuraban para hacerla, sin detenerse a preguntarse si estaban complaciendo a Jesús y obedeciendo las instrucciones que les había dado en la Biblia.

Una reunión había comenzado en una casa, cuando Jaime White llegó junto con Elena y sus amigos. Alguien desde adentro los vio venir, y cerró la puerta con llave. “En el nombre del Señor” Elena abrió la puerta con llave y entraron. ¡Con qué cuadro extraño se encontraron! Una mujer estaba acostada en el suelo, llorando lastimeramente y advirtiendo a los demás que no escucharan a Elena Harmon. Elena se arrodilló a su lado, y “en el nombre de Jesús” reprendió al espíritu demoníaco que la poseía. La mujer se levantó y se sentó en silencio con los demás. No volvió a molestar mientras Elena hablaba al grupo acerca de Jesús, que hace que sus seguidores sean buenos, puros y sensatos.

Día tras día, el grupo iba de casa en casa dando los mensajes de Dios y reprendiendo a los fanáticos. En muchos lugares, se encontraban con creyentes turbados por estos religiosos ruidosos. Algunos se quedaron con la impresión, por sus gritos, de que los adventistas eran alborotadores. Algunos de sus vecinos hasta se habían quejado de ellos con la policía.

En la entrada de un pueblo había centinelas apostados, para hacer volver a cualquier predicador que llegase para celebrar reuniones. Pero el trineo que llevaba a los mensajeros del cielo entró tranquilamente entre el control. Elena nuevamente recordó la promesa de que un ángel iría con ella, y agradeció a Dios porque el ángel cerrara los ojos de esos centinelas.

Las últimas reuniones que tuvieron fueron felices. Los alborotadores se habían apaciguado, y los mansos seguidores de Jesús agradecieron a Elena Harmon y a los Jordan por haber venido desde tan lejos para ayudarlos, a ellos y a su joven pastor, a poner en orden sus reuniones.

En la última reunión en Orrington, se le informó a Elena, en una corta visión, que su obra allí había terminado y que debía regresar a Portland inmediatamente.; de lo contrario, estaría en peligro. Dos espías fueron vistos asomándose a las ventanas; pero como las ventanas eran altas y los adoradores estaban arrodillados en oración, los hombres se fueron e informaron que no había nadie en la casa.

Temprano a la mañana siguiente, Jaime White, Elena y los Jordan subieron a un bote de remos con un amigo de Jaime, y navegaron río abajo hasta Belfast. Allí, Elena y los Jordan abordaron un vapor que los llevaría de regreso, mientras Jaime y su amigo regresaron remando a Orrington. Allí se enteraron de que unos agentes habían ido a la casa donde vivía el predicador y que lo estaban buscando. Jaime y su amigo fueron arrestados, azotados y arrojados a la cárcel. Pero fueron liberados cuando los agentes se enteraron de que de ningún modo ellos eran responsables por los disturbios de los cuales se quejaba la gente.

Jaime no podía evitar sentirse preocupado por Elena. ¡Era tan joven y tan frágil, y estaba rodeada de tantos peligros! ¡Cuánto necesitaba que alguien fuera con ella y la protegiera! Pero, es poco probable que se le haya ocurrido pensar en que alguna vez él sería ese legítimo protector, porque él escribió que ninguno de los dos pensó en casarse en ese momento.

Sin embargo, no parece extraño que más adelante él le haya pedido que sea la compañera de su vida. Él estaría contento de compartir sus pruebas y peligros. Él sentía que se necesitaban el uno al otro; que podían lograr más para el Señor juntos que separados.

–Y además, Elena, yo... te amo. Estuve orando al respecto.

Elena respetaba y admiraba a este joven apuesto, que además era un cristiano ferviente. Pero, antes de darle su consentimiento para casarse ella quería estar segura de que era la voluntad de Dios. Le respondió:

–Jaime, yo también voy a orar para que el Señor nos haga saber cuál es su voluntad.

Y para su alegría, sentía cada vez más que Dios quería que trabajaran juntos. La respuesta no vino mediante una visión. El Espíritu Santo le habló apaciblemente a su corazón, así como habla a todos los hijos de Dios que oran sinceramente pidiendo orientación para escoger al compañero de la vida.

Recién cuando Jaime y Elena estuvieron seguros de que esa era la voluntad de Dios, se casaron.

Entre los registros de la familia White hay un documento pequeño, pero precioso: el certificado de matrimonio de Jaime y Elena White. Nunca se halló ninguna mención a invitaciones impresas, regalos, damas de honor o ramilletes; ni siquiera de un vaporoso vestido blanco de novia ni de una luna de miel. Evidentemente, Jaime y Elena eran demasiado pobres. Además, les esperaba un trabajo importante. Cada momento posible y cada centavo disponible debía destinarse a trabajar para anunciar las buenas nuevas del regreso de Jesús.

Jaime estaba feliz, porque verdaderamente amaba a Elena; y Elena estaba feliz, porque amaba a Jaime. Y ambos amaban a Dios.

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