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AREQUIPA Roger Acosta Escobar

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Estudió animación en Anivisa, en Lima. Trabajó en la empresa de animación Procesca Films. Reside en Arequipa, donde se ha dedicado al diseño, la publicidad y la realización audiovisual. Ha dirigido los largometrajes Mónica, más allá de la muerte (2006), Torero (2008) y El cura sin cabeza (2014). Organizó el Primer Encuentro de Cine Andino, Arequipa 2008, y el Segundo Encuentro de Cine Andino, Arequipa 2013, a los que concurrieron cineastas de diferentes regiones del país. La entrevista fue realizada el 6 de agosto del 2013, en Arequipa.

¿Cuándo y dónde naciste, y a qué se dedican tus padres?

Nací en Juliaca, Puno, en 1963. Mi padre era de San Martín y mi madre de Quillabamba, Cusco. Mi padre era policía; como los andan cambiando para todos lados, supongo que en algún momento llegó por las tierras de mi madre, se conocieron y, bueno, formaron una familia. Yo soy el último de diez hermanos.

¿Qué estudios hiciste?

Estudié en el colegio franciscano San Román hasta tercero de secundaria, y luego en el colegio Las Mercedes de Juliaca. Desde muy chico ya dibujaba y mis mejores notas eran en Educación Artística. Un año casi perdí el colegio porque iba matiné, vermouth y noche a ver películas. Veía películas mexicanas, hindúes, de todo género. Me gustaba la fantasía que generaba el cine y su capacidad de conmover al espectador. Una vez entré a la cabina de proyección, y para un trabajo manual en el colegio me construí mi propio proyector casero con una caja de leche Gloria y un foco al que le quité el contenido y le puse agua para hacer un lente. En esa época vendían unos dulces de melcocha que traían unos pequeños fotogramas. Yo los acomodaba en una cartulina y esa era la imagen que proyectaba.

Cuando salí del colegio fui a Lima a estudiar en un taller de animación llamado Anivisa, dirigido por Pedro Vivas, quien había estudiado en Venezuela. El curso duraba un año y mi padre, que vivía en Lima, me lo costeó. Era animación cuadro por cuadro, o sea, dibujo por dibujo, pero tenían toda una técnica, unas mesas especiales, con un vidrio y una luz debajo, con soportes para poner la cámara de 16 mm o 35 mm, unos papeles de sulfito, láminas de acetato, unas manivelas que te permitían mover centímetro por centímetro los dibujos. De allí pasé a Procesca, una empresa que hacía animación para publicidad. Trabajábamos para productoras grandes que, a su vez, trabajaban con agencias de publicidad. También hacíamos stop motion con cartulinas, plastilina, palitos, cualquier cosa. Hicimos como seis o siete cortometrajes, que se acogieron a la Ley 19327.

¿Recibían una cierta formación más general sobre cine?

Solo lo básico del lenguaje cinematográfico, el manejo del encuadre. Cuando haces dibujos animados, el encuadre es lo primero que te enseñan; los planos son muy importantes porque determinan el lenguaje. El resto era la técnica de animación. Cuando me retiré de allí regresé a Juliaca y comencé a realizar un primer cortometraje independiente, con el apoyo de algunas instituciones y amigos; lo rodamos en 16 mm. El título era Taxicholo y su tema eran los triciclos que por entonces recién comenzaban a aparecer. No eran motorizados, sino a pedal, ni siquiera tenían asientos, la gente y los bultos iban juntos en la parrilla. En el Perú eran una novedad; todavía hay algunos así en Juliaca, pero casi todos ya son mototaxis.

¿Qué año fue eso?

En 1991 o 1992. Pero no llegamos a revelar el material. Luego derogaron la ley y el corto no se terminó nunca. Yo formé una empresa de publicidad, pero en Juliaca todavía no había mercado para eso, así que me vine a Arequipa y aquí empecé a dar servicios publicitarios, hacer impresiones, diseños, avisos, que es lo que sigo haciendo hasta ahora. De vez en cuando hice algunos talleres de dibujos animados, lenguaje cinematográfico, pero muy esporádicos. Quería hacer animación pero solo es muy difícil, así que me pasé al trabajo con actores. Desde que estaba en Anivisa quería contar mis propias historias, había escrito un proyecto sobre unos muchachos que van al Cusco y se pierden en unas catacumbas, una aventura fantástica. Pero en ese tiempo era muy caro hacerlo en 35 mm.

¿Ese fue el proyecto que trataste de hacer antes de Mónica?

No. Tenía otro proyecto, que era una película de época, pero resultaba muy cara por los trajes, muchos actores, locaciones… Era una historia muy bonita, pero muy compleja. Así que me dije: “Lo que tengo que hacer es una película que me permita juntar dinero para luego meterme en un proyecto más grande”. Y entre las cosas que había recopilado o leía estaba Mónica, una leyenda de la que yo había oído hablar desde los diez años, que podía concitar el interés del público, sobre todo de Arequipa. Lo que recopilé era una historia de amor, sobre un muchacho que sale con una chica, la deja en su casa y cuando va a buscarla al día siguiente resulta que estaba muerta y solo encuentra la casaca que él le había prestado colgada en su nicho. Lo que le añadí, para darle un desenlace, fue que para encontrarse con ella en “el más allá” el chico se suicida.

¿Hiciste un guion completo con todas las escenas y diálogos?

Sí. Ya para el proyecto de época había estado investigando por internet cómo hacerlo.

¿Y cómo hiciste para conseguir el equipo de producción, los actores, el financiamiento?

Poco a poco. Lo importante es tener la intención de hacerlo. Muchas personas tienen las ganas, las cualidades, incluso bonitas historias, pero les falta el impulso, la fuerza. La gente al principio lo veía como cosa imposible. Hacer un largometraje en Arequipa, sin recursos, les parecía una locura, y verdaderamente es una locura. Una de las primeras cosas que conseguimos fue la cámara. Sin conocerlo fuimos a hablar con el director de la InfoUnsa, en la Universidad San Agustín, y nos la prestaron por un mes. Luego conseguimos auspicios por mil soles más o menos. Por allí alguien nos prestó un trípode. Luego apareció Juan Ojeda, que nos prestó las luces. Juan también se ofreció a editarla. Y así.

¿Quién manejó la cámara?

Yo. No tenía el conocimiento técnico del manejo, pero no me fue difícil. Lo importante era tener claros los planos, los encuadres, y yo sabía lo que quería. Había visto seis o siete veces la película en mi cabeza. Además, hice un desglose del guion y tenía un guion técnico.

¿Y el sonido?

El papá de Juan Ojeda tenía un boom.

¿Y la música? Hay un leitmotiv que acompaña las apariciones de Mónica.

Ese es un arreglo de una canción del grupo t.A.T.u. que se llama 30 minutos. José Linares Bezold lo hizo, e hizo seis o siete melodías más que utilizo en Mónica. Yo escribí la letra del yaraví del final, y tenía una idea de la melodía; con eso le pedí al grupo Alma América que lo hiciera.

¿Y la dirección artística? La elección de los escenarios es bien importante porque creas una Arequipa casi de ensueño.

Yo la hice.

¿Pensaste en vender la ciudad al público?

El cine debe basarse en el tema, pero con la puesta en escena le das a la película un valor agregado que es la atmósfera. En Mónica esa atmósfera puede contribuir al turismo. Por mi trabajo publicitario he realizado guías turísticas de Puno y Arequipa. También hice un libro sobre comida regional de Arequipa, Puno, Cusco, Moquegua y Tacna. Es decir que mi dedicación a la publicidad me permitió plantear la película como un producto que vendo a los posibles clientes que son el público. Yo creo que se puede hacer una película que sea a la vez comercial y artística.

¿Cómo elegiste a los protagonistas?

Primero hice un casting al que se presentaron seiscientas personas. Entre ellas escogí algunos personajes secundarios. Un amigo me presentó a Jován Pastor, que había actuado en cortos y en la telenovela Canela, que se hizo aquí en Arequipa. Me pareció adecuado. A Rosalía, la actriz que interpreta a Mónica, la encontré en una elección de reinas de carnavales. Yo quería una chica etérea, estilizada, nada voluptuosa. Cuando la vi la estaban entrevistando y ella decía que estudiaba teatro en Argentina. “Ella es”, dije. Después le hablé y aceptó venir para hacer una prueba al día siguiente. Creo que hacía bonita pareja con Jován.

Ellos tenían experiencia actoral, pero tú no tenías experiencia en la dirección de actores, ¿cómo los dirigiste?

Les decía de dónde a dónde tenían que moverse, qué cara poner, cuándo reír, llorar, saltar.

Los trataste como muñecos de dibujo animado.

Exactamente.

¿Cuánto duró el rodaje?

Un año. Cuando nos quitaron la cámara de la universidad fuimos a TV Perú y hablé con el gerente, Enrique Mendoza del Solar, un señor que se identificó con mi deseo de hacer un largometraje. Tenía sus cámaras antiguas en exhibición. Me escuchó, llamó a su asistente y le dijo: “Dale una cámara”. Listo. Con esa cámara seguimos hasta el final. En las últimas escenas estábamos únicamente el actor, la actriz y yo. Todos los demás habían tirado la toalla. Yo les pagaba su taxi para que se vayan a su casa y luego me iba en micro con el trípode, la cámara, mis tachos de luces. Un chiste.

¿Tienes un cálculo aproximado del costo total de la producción?

Unos cuarenta mil, cincuenta mil soles, más o menos; valorizando todo, mi trabajo y el de los demás.

¿Tu familia no se opuso a que emplees tanto tiempo y dinero en un proyecto que no sabías si te iba a rendir?

Supongo que sí porque me botaron de la casa, literalmente. Terminé viviendo en un hotel, durmiendo en un colchón en el piso.

Fue una experiencia extrema.

Pero valió la pena porque cambió mi vida, cambió mi percepción de las cosas. Ahora creo que con esfuerzo puedes lograr lo que quieras.

¿Cómo fue la edición?

La hizo Juan Ojeda. Él tenía todo lo filmado en su computadora. Cuando hice las últimas tomas, le dije para comenzar a editar y él aceptó, pero luego se desapareció como seis días. Ya faltaba poco para el estreno. Todo estaba listo. Las entradas, el Teatro Municipal, la campaña publicitaria, Layconsa me regaló mil afiches… y faltando dos días, Juan aparece y me dice: “Aquí está tu película”. “Pero ¿cómo? No hemos corregido, no hemos ajustado, no hemos sonorizado…”. “Ya está todo terminado”, dijo. “Ningún archivo de tu película está ya en mi computadora”. No me quedó otra cosa que agarrar mi película e irme.

¿Cómo fue el estreno?

Habíamos hecho publicidad en algunos canales y visitado los demás. Se logró una buena campaña. Todos querían entrevistarnos porque era una novedad la primera película arequipeña. Conseguí el Teatro Municipal por quince días. Llegó el día del estreno y recién me di cuenta de que no había écran. El proyeccionista se ofreció a hacerlo, pero falló y a las cinco de la tarde –el estreno era a las 6 p. m.– estaba yo allí, armando el écran, sujetando la tela con alfileres y amarrando el marco de madera con pita. La sala se llenó, platea y mezzanine.

¿Cuánto costó la entrada?

Ese día doce soles. Luego cinco soles. Esos quince días en el Municipal calculo que asistieron doce mil personas porque las funciones eran todos los días de la semana, matiné, vermouth y noche. Las dos primeras, llenos totales. Después me pasé al cine Arequipa, donde la película permaneció ocho meses, de jueves a domingo, dos funciones diarias. En total, en Arequipa, estimo que se vendieron cien mil entradas. Luego me fui a Juliaca, Cusco, Puno. En todos lados tenía éxito. En Juliaca, por ejemplo, estuve cuatro fines de semana de jueves a domingo, en el auditorio municipal, bastante lleno. En Puno competí con la fiesta de la Candelaria, pero igual el cine se llenó, también durante cuatro semanas. Hasta que al año del estreno salió la copia pirata y mató el negocio.

¿Cuántos espectadores calculas en total?

Considero que fueron más de doscientos mil. Eso me permitió comprar equipos. Viajé al festival de Puerto Mont, en Chile. Y financié el siguiente proyecto, que fue Torero.

Hablemos de Torero.

Luego de Mónica, me puse a pensar en qué otra película podría hacer que también fuese comercial. Y las fiestas populares me parecieron un buen tema. Hice una historia sencilla, con algo de drama, pero sin truculencias. Y me equivoqué porque Torero no funcionó. Hice el guion, fui al pueblo de Viraco, pedí apoyo a la Municipalidad, hice casting, la gente del pueblo nos ayudó mucho, nos hospedaron en sus casas. Alquilé una cámara de Lima, mejor que la de Mónica. Gasté una buena parte de lo que había ganado con Mónica. Vendí dos carros que me había comprado con la ganancia de Mónica. Me equivoqué en el título. Torero suena a documental. El rodaje fue de quince días allá en Viraco, más cinco días de croma acá en Arequipa. Aprovechamos la fiesta porque viene mucha gente. Lo que demoró fue la edición, que la hizo un amigo que es gerente de producción de un canal; la hizo en sus horas libres, pero no tenía muchas horas libres.

¿Cuánto tiempo se exhibió en Arequipa?

Cuatro meses, pero sin mucha asistencia. Y luego fui a Puno, a Juliaca, a Juli…

¿No la piratearon?

No. La cuidé mejor, y tampoco les interesó a los piratas.

¿Tienes un cálculo de la cantidad de espectadores?

Unos treinta mil o treinta y cinco mil.

¿Te has presentado a los concursos del Ministerio de Cultura?

Sí. El 2011 con Ave María y el 2012 con Juanita.

¿Qué opinas de los concursos?

No lo digo por mi caso, pero creo que en Lima hay un prejuicio, se piensa que una película regional tiene que tener un tema regional.

¿Crees que se debería mejorar el sistema de los concursos?

Creo que está bien que existan los concursos exclusivos para las regiones. Pienso que debería haber más fondos para la producción. Un porcentaje de las entradas de los cines debe ir a un fondo. Después de todo, las grandes empresas cinematográficas tienen su ingreso gracias al aporte del público peruano, ¿no? Por lo tanto, el cine peruano debe beneficiarse de ese aporte. Por otro lado, si el Estado peruano está invirtiendo para que se haga una película, debe también preocuparse de que se den las condiciones para que la película se exhiba, ya sea con una cuota de pantalla o con alguna otra forma de garantizar la exhibición del cine peruano.

¿Y qué te parece la idea de que los cineastas regionales se organicen para distribuir sus películas en todo el país?

Creo que sí es posible. Cada cineasta explotaría su película en su región, que es donde mejor le va a ir, y luego se la pasaría a los demás para que cada uno la exhiba en su región.

¿Y qué piensas de la posibilidad de conseguir apoyo económico de los gobiernos regionales y las municipalidades?

Yo lo solicité para Torero y para mi nuevo proyecto, El cura sin cabeza, pero no me dieron nada. Para el Segundo Encuentro de Cine Andino1 sí me han apoyado. Pero para las películas no, pese a que hablé con el presidente regional, con los asesores regionales, con todos. Los recursos existen, pero hay problemas legales o administrativos que dificultan su utilización. Habría que revisar la ley.

¿Crees que el Ministerio de Cultura debe organizar talleres para capacitar a los cineastas regionales?

Sí. A mí me gustaría capacitarme en elaboración de guion, lenguaje cinematográfico y dirección de actores.

¿Qué películas peruanas te parecen importantes?

Alias la gringa, Gregorio, Maruja en el infierno. Las primeras de Lombardi y de Chicho Durant. Como película comercial, Pantaleón y las visitadoras me gustó. Lima 13, de Fabrizio Aguilar, me pareció genial. Días de Santiago, Las malas intenciones, Octubre

¿Y del cine regional?

Me gusta el cine de Flaviano Quispe, la primera de Dorian Fernández (Chullachaqui), me gusta el cine agresivo de Lucho Berrocal, El misterio del Kharisiri por la limpieza de sus tomas, y El sendero del chulo, de Óscar Catacora, un chico con un gran futuro como cineasta.

¿Y del cine arequipeño?

Me encantó Metanoia, de Cecilia Cerdeña, una propuesta subjetiva, personal, artística. Miguel Barreda tiene escuela, pero todavía no ha tenido éxito con Y si te vi no me acuerdo ni con Ana de los Ángeles; bueno, esta era de encargo, supongo que eso lo limitó. A Eitianen, de Juan Ojeda, creo que le faltó un guion mejor estructurado. De los cortometrajes de los cineastas del ARFA, el mejor me pareció Muñequita linda, de Rafael Meléndez, que ahora está haciendo documentales.

(Edición: Jaime Luna Victoria)

Las miradas múltiples

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