Читать книгу Conectados - Emma León - Страница 7
ОглавлениеCapítulo I
El engaño
Pocos lo recuerdan o pocas personas quieren arriesgarse a recordar aquel 8 de septiembre. Recuerdo haber estado allí durante unos minutos antes que ellos llegaran. Un accidente en las calles de Washington, una explosión masiva que por poco acaba con una ciudad entera, sin prejuicios y con solo una ideología, jamás mirar aquella luz de explosión y correr lo más que puedas. Eso fue lo que hicimos varias personas que sentimos aquella explosión no tan lejos de nuestro alrededor.
Me encontraba con mi padre en el centro de la ciudad, contándonos anécdotas del pasado y riéndonos de ello. Disfrutaba cada momento con él. Lo que más me gustaba era ir a una tienda cerca de la calle 19th ST NW y tomar café, siempre que llegábamos a doblar la esquina se encontraba ese olor inmenso que inundaba toda una manzana a canela con café tostado.
Al momento de doblar por la esquina nos dimos cuenta de que nos encontrábamos cerca de una librería.
—¡Mira, está el último libro de la saga Connecticut!
—Sarah, ¿estás segura de que le quieres regalar ese? La última vez que leyó uno de esos tu madre no durmió en toda la noche.
Riéndome me dirigí hacia él:
—Vamos, ¿qué tan malo puede ser? Además, le encanta el suspenso.
Luego de comprarle el libro, salimos dirigiéndonos a nuestra casa, pero vimos una manada de aves alejándose y después una luz brillante que llegó a encandilar toda la ciudad, una luz que llegaba a quemar los ojos si la mirabas y en un parpadeo tembló la tierra de una explosión desatando pánico en la multitud.
Corrí. Sí, corrí como si el mismísimo infierno estuviese persiguiéndome, como si viniese una estampida esperándome a la vuelta de alguna esquina hasta que ya sentía que estaba a salvo, pero al correr jamás miré atrás, mi padre no se encontraba a mi lado, había solo personas desconocidas llorando y rogando por encontrar a salvo a sus seres queridos. Me encontraba frente a una tienda con un vidriado especial y veía a una persona a pocos metros de mí que me observaba. Ella quería acercarse, pero yo no quería. No quería que aquella persona vestida con un piloto negro, alta y con zapatos deportivos se me acercara. Yo solo rogaba porque todo aquello fuera una simple pesadilla y que me despertara de una vez.
Entonces corrí a una tienda cercana donde no había ningún incidente, aparentaba como si nada hubiese pasado. Asustada, sin ningún refugio para que me protegiera, una señora se me acercó.
—Niña, ¿te encuentras bien? ¿Te has hecho algún daño?
—Perdóneme, señora, pero mis padres no me dejan hablar con extraños.
—Yo no veo a tus padres aquí y no soy una extraña, Sarah.
—¿Cómo sabe usted mi nombre? Jamás se lo he dicho.
—Pero conozco a tus padres y a ti, pero no me recuerdas porque eras tan solo un bebé. ¿Quieres un vaso de agua? Te ves pálida, mi niña.
—Sí, gracias.
Acepté tomarlo, pero aún estaba confundida… ¿Todo pasaba muy rápido o era mi imaginación nada más? Tal vez la desconfianza no ayudaba en estos casos, pero aún no encontraba una salida a un laberinto sin fin como ese día.
Al tomar aquel vaso de agua empecé a sentir que mis brazos me pesaban, que mi cuerpo no era mi cuerpo. Sentía que cargaba con un cuerpo de otra persona en mi espalda. Quería correr, pero mis piernas no respondían, mis ojos se cerraban poco a poco, y mi aliento se detenía como un suspiro en el aire, que se iba alejando de a poco, sin decir a dónde iba, con quién me encontraría, qué pasaría conmigo, y quién era aquella señora de aspecto pálido familiar que me sostuvo al caer.
Desperté en una habitación vidriada y desde donde podía ver a niños en camillas blancas como de hospital. Estaban conectados a máquinas que medían su temperatura corporal, unas máquinas que jamás pensé que existieran. Entonces miré a mi alrededor y vi que no me encontraba sola en aquella habitación de la luz blanca, mucha gente me rodeaba. Unas personas con mascarillas blancas bordeadas con un borde negro y un vidrio transparente a la altura de sus ojos. Como si tuviese un virus o como si estuvieran disecando a una pobre rana de la cual se aprovechaban porque era pequeña y no tenía fuerzas para luchar.
En ese momento me pusieron una mascarilla transparente y me dormí en un sueño profundo, un sueño en el que podía sentir que movía mi cuerpo, pero sentía dolor, un ardor que jamás podré explicar. Un sentimiento horrible que tuve dentro de mí. En aquel sueño despertaba dentro de un lugar completamente negro y con agua con plantas flotando a mi alrededor. Me encontraba con un camisón algo celeste de hospital, sin zapatos ni pantuflas y totalmente mojada. Podía escuchar voces diciéndome:
—Sarah, ¡corre!, ¡corre, por favor, no mires atrás!
Pero esa voz retumbaba una y otra vez en mi cabeza. Sin ver a mi alrededor me dejé caer como una niña a la que habían abandonado alguna vez. Temblaba, hacía frío y lograba erizarme la piel. Pero en ese cuarto vi luces que se acercaban a mí y otra vez las voces alejándose de mí y fue en ese momento en que decidí pararme y comenzar a correr. Corría lo más que podía hasta que en un momento iba a caer a un abismo lleno de niebla. Tomé una piedra del piso que se encontraba al costado de mis pies, pero sentía un ardor subiendo desde mi columna hasta la nuca y luego hasta la cabeza. Logré tirar aquella piedra luego de que cerré los ojos, me mareé y logré caer junto con ella en aquel agujero negro sin vida.
Luego de horas desperté, pero no me encontraba en ninguna camilla forrada de un blanco marfil ni en un agujero sin rumbo a nada, sino en mi habitación y en mi cómoda cama descansando como en cualquier día normal. Entonces pensé que solo fue una pesadilla al vivir tal accidente. Me levanté apresuradamente a buscar a mis padres, a contarles lo que me sucedió y allí estaban en la cocina tomando una taza de café negro sobre el mantel rosa viejo.
—Mamá, papá, ¿dónde estaban?
—Estábamos aquí, hija. –Mi madre y mi padre lloraban y sonreían al mismo tiempo que hablaban–. Pensábamos que jamás te volveríamos a ver, cariño.
—¿Por qué dicen eso?
Al decir esto, observé que mi madre estaba leyendo Connecticut y lo miré a mi padre paralizada. Como si el viento me hubiese llevado las palabras y quedé ahogada sin habla.
—Luego del accidente en Washington, no te encontrábamos. Por suerte el guardabosques te encontró un mes después en el bosque a kilómetros de aquí, pero ya no importa. Importa que estés a salvo ahora con nosotros y vamos a encontrar a aquella persona que te llevó allí. Acaso, Sarah, ¿tú lo recuerdas?
—No, no… Creo que aún estoy algo confundida –dije estas palabras con un aspecto de temor y curiosidad al respecto.
—Los médicos del hospital te revisaron apenas te encontraron y no hay indicios de nada. Pero los policías se encargarán de todo.
Al oír lo del bosque, una extraña sensación me recorrió todo el cuerpo, una sensación que no podría explicar, como un nudo en el estómago de que me faltaba algo, como si algo o alguien hubiesen arrebatado algo de mí. Comencé a pensar: ¿por qué me encontraría en un bosque, si no recuerdo ningún bosque?
Pasaron días y la cabeza me daba vueltas, pensaba qué hacía yo allí, qué pasó realmente ese día, por qué me llevaron a mí y no a mis padres. Pero no podía seguir pensando en aquel suceso, tenía que olvidarlo o simplemente no tenía la certeza de querer recordarlo.
Después de cenar, me dirigí a mi cuarto. Pero no podía dormir. Esa extraña sensación me seguía recorriendo todo el cuerpo.
Tomé un vaso de agua algo agitada y perturbada. Por último tomé la decisión de recostarme y cerrar los ojos.
Al día siguiente regresé a mi escuela, una escuela normal, de la cual lo único que disfrutaba era estar con mis amigos, aunque no sabía si era bueno regresar… Parada frente allí me ocurrió la misma sensación de agobio o tal vez confusión. Era como la típica sensación de que algo no encajaba en todo esto, como si fuera un simple juego.
—Ey, Sarah, ¿cómo estás?
—Bien…
—Bueno, la próxima vez que te vayas de vacaciones avisa, así hacemos una fiesta previa.
—¿Vacaciones? ¿Acaso a nadie le han contado la verdad?
En ese momento, entramos al aula y, como era de suponerse, todos mis compañeros me alababan por haber regresado, hasta la profesora sonreía al verme nuevamente. Me resultaba algo muy incómodo.
Luego de la clase, decidimos con las chicas ir a almorzar al comedor. Al sentarnos tuve una sensación rara, que no pude evitar demostrar en mi rostro.
—Oye, Sarah. ¿Estás bien?
—No me siento muy bien, perdónenme, creo que iré a refrescarme y vuelvo.
—¿Quieres que te acompañemos?
—No, no se preocupen, aparte no creo perderme en la escuela. ¿Ustedes qué opinan?
—Ja, ja, ja, está bien. Cualquier problema que tengas llámanos al celular.
Me levanté sigilosamente y me dirigí al corredor a paso ligero.
Me encontraba en el baño lejos de todos. Intentando pensar qué me sucedía. Me encerré en el último baño, al cual no llegaba la luz de la pequeña ventana que alumbraba el pasillo. Intentaba respirar profundo y presionando mis uñas sobre mi piel abrazándome sentada en el piso como un niño de 8 años. La cabeza me empezó dar vueltas…
—Estoy bien, solo es la calefacción, me desacostumbré –me hablaba a mí misma, pero no sabía si realmente quería convencerme de algo o realmente pensarlo antes de suponer cosas. Decidí regresar donde estaban mis amigas y dejarme de locas tonterías.
Antes de girar la perilla del comedor, cerré fuertemente los ojos y respiré profundo. Pero al cerrarlos sentí que alguien me observaba en el fondo del pasillo. Rápidamente me di vuelta y no vi a nadie. Desconcertada giré la perilla y entré.
—¿Estás mejor?
—Sí. Sí, no se preocupen, solo fue la calefacción, me desacostumbré.
Luego de almorzar, sonó la campana y tuvimos que regresar a clases, en realidad, a entrenar. El básquet, mi deporte favorito. Me hacía salir más allá de cualquier pensamiento paranoico. Pero nuevamente la sensación horrible apareció dentro de mí y en mi pálido rostro reflejado hacia los demás al ver a un chico parado en la otra esquina mirándome fijamente.
—¿Lo conocen?
—No, es nuevo. Se llama John creo. ¿Por qué lo preguntas?
—No, por nada. Curiosidad –le respondí sonriendo a una compañera.
En ese entonces descubrí qué era, qué era lo que sentía, lo que no quería sentir, por qué tenía miedo a sentirlo, por qué quería mi ser que ese sentimiento se vaya para que no logre realmente descifrar qué era en realidad. La vigilancia de alguien desconocido.