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Capítulo III

Infierno helado

Sentía que el avión tocaba el piso y apenas podía lograr ver cómo me trasladaban en una camilla cerrada de cristal que se evaporaba rápidamente con el frío. Estaba rodeada de hombres de traje negro mirando al frente, pero allí no se encontraba aquella mujer con voz tan peculiar que pensaba reconocer.

Finalmente, pude despertar y abrir bien los ojos para observar qué me esperaría en aquel lugar que solía “soñar” desolado. Estaba recostada en una cama, pero no podía moverme, apenas abrí los ojos.

Estaba atrapada dentro de unos arcos gruesos metalizados sobre mi cuerpo que lograban brillar con mucha facilidad. Volteé mi cabeza muy suavemente para observar qué o quién me rodeaba, había una mujer vestida de blanco, como si fuese una enfermera sentada cómodamente en una silla a un lado de la puerta de salida a aquel corredor que recuerdo haber visto y ella me miró fijamente a los ojos.

—Veo que has despertado. ¿Cómo te sientes?

—¿Quién es usted? ¿Qué hago yo aquí? –le dije muy alerta.

—Quédate tranquila, no te haré ningún daño. Estás aquí por tu propio bien, ¿sabes?

—Si no me van a hacer daño. ¿Por qué estoy atada como una rata de laboratorio?

—Porque necesitamos hacerte unos últimos exámenes para que estés lista.

—¿Lista? ¿Lista, para qué? No me conoce, se equivocaron de persona, déjeme ir. ¡Auxilio! ¡Ayúdenme, por favor!

—Lista para el nuevo milenio que nos espera, una nueva generación, un nuevo mundo.

—¡Usted está demente y todos los que se encuentran aquí dentro y pertenecen a este complot! ¡Por favor suéltenme, ayúdenme!

Mi corazón se paralizó al ver entrar rápidamente por la puerta de la habitación a hombres queriendo ser doctores con guardapolvos blancos radiantes, como si estuviesen pintados.

—¿Por qué no me avisaron que despertó?

—Recién ha despertado, doctor, ya lo iba a mandar a llamar.

—Prepárela para la sala, por favor.

Yo me encontraba inmóvil, luchando para librarme de aquellos arcos que aplastaban mi libertad. La enfermera sacó de su bolsillo una jeringa con aquel líquido verde y se acercó a mí.

—Por favor, yo no he hecho nada, déjeme ir.

—Es todo por tu propio bien, ya lo verás.

Nuevamente sentí correr por mi sangre aquel líquido espeso, y una vez más lograron que me quede sin ninguna visión de nada de lo que sucedía.

Desperté, pero en una habitación distinta a las otras, era como una especie de laboratorio. Yo me encontraba en una camilla, como era de esperarse. Estaba conectada a varias máquinas, aunque reconocí solo una, que era el medidor de la temperatura corporal.

Al escuchar pasos, fingí estar inconsciente…

—Cuando despierte, hay que colocarle otra dosis, para que se duerma completamente y empezar con el proceso.

—Estoy de acuerdo.

—¿Cuándo crees que podrá despertar?

—No es sencillo, todavía no hicimos todos los exámenes correspondientes para conocer bien su cuerpo y cómo responde o responderá en otro caso, ante todo yo diría que debemos esperar.

Sentía cómo uno de aquellos hombres se acercaba a mí y tocaba suavemente los teclados de su computadora que casi ni se oía al hacerlo.

—Los niveles de toda la sangre están perfectos, no se alteró ninguna área de su cuerpo ante los pocos exámenes hechos. Así que no veo por qué prolongar los otros. ¿No es cierto?

—Tenemos que esperar la última palabra, no nos apresuremos aún.

—La jefa no lo dudará ni un segundo.

—Para ella es diferente este caso, y lo sabes.

—Está bien. Esperaremos su palabra final y le entregaré el informe.

Esas fueron sus últimas palabras, escuché aquellas pisadas alejándose cada vez más del lugar donde me encontraba. En ese momento me apareció una incógnita que realmente era la más grande de todas… “para ella es diferente este caso”. ¿Por qué vendría yo a ser diferente? ¿Acaso hay más personas en este sitio de mi edad sufriendo lo que yo estoy sufriendo?

Estas preguntas rondaban cada vez más por mi cabeza, pensando: “¿Ella?”. Entonces el jefe de todo esto es una mujer.

Entraron nuevamente al sitio donde me encontraba, pero no les temí. En realidad quería saber por qué estaba yo allí.

—¿Por qué estoy yo aquí? –Nadie me respondía, en realidad me ignoraban, y claramente ni me miraban a los ojos–. Yo sé que no les importo, pero tengo derechos. No soy un hámster, soy un ser humano.

—Por eso mismo estás aquí, todo va a salir más que bien, Sarah.

—Déjenme ir, ¿qué quieren de mí?

—Salvarte.

—¿Qué quiere decir?

En ese momento me sujetaron fuertemente la cabeza, me la pusieron a un lado y me inyectaron la última vacuna de la que hablaban cuando fingía.

—Ya los encontrarán, van a ver, ¡desgraciados!

Esas fueron mis últimas palabras al verlos a los ojos, pero esta vacuna fue diferente, verdaderamente sentía que jamás iba a despertar…

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