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Capítulo II

El reencuentro

Pasaron días y días, y aquel chico seguía mirándome fijamente. Me observaba siempre de lejos, pero con una mirada cálida y algo abrupta. Como si quisiera lograr algo mirando. Como protegiéndome de algo o alguien, como si me conociera de algún lugar, como si en realidad me conociera de toda la vida. Me intimidaba. Esa noche empecé a dibujar como solía hacerlo cuando era pequeña. Solían agradarme las sorpresas que salían de mi mente. En ello después de encontrarme dibujando más de una hora, estaba descubriendo que no eran sorpresas, sino recuerdos sobre un paisaje umbrío y algo desolado. ¿Y si lo que dibujaba en realidad no eran sorpresas?

Fui hasta la alcoba de mi madre y comencé a buscar la llave del ático donde tenía todos mis recuerdos de niña. Apenas la encontré sin dudarlo subí a verificar mi hipótesis. Me paré frente a la caja de mis dibujos sentándome en cuclillas y comencé a verlo. Algunos eran sobre animales, sobre mi familia y había en el fondo una cajita roja con llave que logré abrir con uno de mis clips al no encontrar la llave. Había dibujos extraños. Unas personas totalmente negras sin rostros contándome cuentos en la cama o llevándome al parque, pasaba los dibujos con cautela hasta que escuché la voz de mi madre.

—¡Sarah, ven a cenar!

—¡Un segundo, ya bajo!

Me preguntaba a mí misma qué demonios era esto. Guardé las fotos y la caja. Apenas me dirigí a la puerta, escuché un sonido de un auto frente a mi casa, me asomé a la ventana y vi que era una patrulla que se paró frente a mi casa. Tocaron la puerta y mis padres fueron a atenderla, mientras yo bajaba las escaleras para poder ver qué sucedía en la entrada y quién tocaba a estas horas. Me pareció extraño. Al abrir la puerta con algo de cuidado vi la figura de dos oficiales reflejada en el espejo del frente.

—Oficiales, ¿qué desean?

Vi que en el momento de haber terminado esa oración los oficiales miraron fijamente a mis padres y les dispararon. Corrí rápidamente al cuarto, pero ya era tarde, ya había alguien esperándome detrás de la puerta. Un hombre que no tenía piedad de mí y del que jamás pude lograr ver su rostro. Comencé a gritar: “¡Ayúdenme!”, lloraba como si no hubiese mañana, aquel hombre sacó de su bolsillo una jeringa con un líquido verdoso.

“Por favor, señor. ¡No! No lo haga, se lo ruego”.

Pero sin piedad, me inyectó aquel líquido en el cuello que logró herirme y desmayarme sin tope alguno.

En aquel sueño podía sentirme recostada. Lograba escuchar un ruido similar al de un avión despegando y voces de a ratos hablando entre ellos, pero solo pude reconocer una voz femenina. No sé quién era, no sé si acaso solamente pensé escucharla, no sé si me conocía o yo a ella, pero lo único que sabía en ese momento era que alguna vez había oído hablarme a aquella voz, o yo le había hablado a ella.

Luego de escuchar aquella voz femenina, quise abrir los ojos para ver quién se escondía detrás de esa borrosa imagen que no podía lograr ver, pero al querer abrir los ojos, sentí un pinchazo fuerte en mi vena del brazo derecho y en ese momento mis ojos se cerraron bruscamente sin poder abrirse, mis oídos sentían un zumbido fuerte y ya no podía lograr tener pensamientos sobre lo que me sucedía en aquel momento tan frustrante de no poder estar consciente frente a los hombres que me querían hacer daño.

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