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El porqué de la historia
ОглавлениеSupe la historia de Mario Sepúlveda mucho antes de conocerlo a él en persona. Me enteré de los detalles de su vida cuando grabé la historia afuera de la mina San José. Durante las semanas que estuve en el campamento Esperanza, pasé largas horas hablando con su familia, especialmente con Scarlette Sepúlveda, la hija mayor de Mario. En nuestras conversaciones me contaba a menudo anécdotas de su padre, un hombre poco convencional, pero al mismo tiempo religioso, comprometido y luchador incansable por los derechos de los trabajadores. En medio de esas historias de vida había algo diferente, intrigante y complicado en las imágenes que me presentaban de esta persona. Un mundo confuso, magnético y a veces irracional aparecía como parte integral de la existencia de Mario Sepúlveda.
Sus hijos y su esposa a menudo me hablaban del increíble sentido de humor que tenía Mario, que conseguía hacerlos reír en los momentos más difíciles y convertirse siempre en el payaso de todas las fiestas, pero también podía ser un hombre serio, un líder generoso y fuerte, capaz de mover montañas y lograr lo que se proponía “aunque tuviera a medio mundo luchando en su contra”. Me contaron también de la vida difícil y dolorosa que había tenido Mario, prácticamente huérfano, que se crio en la más terrible de las pobrezas en el sur de Chile. Y durante estas largas conversaciones, entre lágrimas de dolor y desesperación —por la inseguridad de las operaciones de rescate que se llevaban a cabo en la mina San José—, esta familia aseguraba, con increíble confianza, que Mario Sepúlveda saldría de la mina vivo. No tenían dudas de que este hombre, más grande y fuerte que un coloso humano (interiormente), lograría salvarse y salvar a su grupo en el rescate más conmovedor de principios del siglo XXI. Y así fue. La confianza que tenía esta familia en las habilidades y el poder invencible de Mario, junto con su inquebrantable fe en una fuerza divina, fueron claves para que sobrevivieran los treinta y tres mineros atrapados, después del derrumbe del 5 de agosto de 2010.
Antes de que salieran de la mina los treinta y tres mineros, me parecía conocer a Mario Sepúlveda sin haberlo visto nunca, ni haber hablado con él en ninguna ocasión. Por lo que había escuchado, me sabía su vida de memoria. La conocía porque me la habían contado desde varios puntos de vista: su mujer, sus hijos, algunos miembros de la familia y varios amigos. Lo conocía también como personaje de las historias de otros. Historias en que, irónicamente, a menudo, Mario era el protagonista y no un personaje secundario.
Sin embargo, las sorpresas de quién era verdaderamente Mario, de cómo fue y es su vida ahora, vinieron después. Llegaron cuando lo conocí en persona y tuve la oportunidad de pasar horas hablando con él. El Mario con el que compartí, de muchas maneras, no era el mismo hombre que yo había creado en mi mente con los testimonios de los otros. Después de enfrentar esas múltiples versiones de la misma persona, empecé a hacerme preguntas y a hacerle preguntas a él mismo. En nuestras largas conversaciones traté de entender cuál era la diferencia entre estas narrativas. No fue fácil encontrar los hilos que unían la historia para hilar la tela de su vida completa, separando el antes y el después del accidente en la mina. Mario, a menudo, me cambiaba las historias, aumentando o disminuyendo el impacto de las experiencias, de acuerdo con su estado de ánimo. Y esos cambios repentinos me llevaban siempre a la misma pregunta: ¿quién fue y quién es, ahora, este campesino-minero convertido en héroe, en ídolo, para muchos? No he encontrado una respuesta clara y específica a esta pregunta. He encontrado varias, y todas ellas aparecen en las páginas de este libro.
Mario, personaje inmortalizado en el cine por Antonio Banderas, minero que se salvó milagrosamente de un accidente único en la trayectoria de la minería en Chile, tiene más que una historia. Es un hombre que antes era invisible y ahora muchas veces se siente mesiánico, líder, y otras tantas… loco. Pero entre estas definiciones hay un amplio espacio desconocido que es bueno conocer. Un niño abandonado por la familia y la sociedad. Un vagabundo que durmió y comió con los perros las sobras de un patrón miserable e inhumano. Un campesino del sur de Chile, que hace el servicio militar voluntario en los tiempos de la dictadura como única alternativa a una vida mejor. Un huaso que nunca quiso alejarse de la tierra donde nació, pero a quien la pobreza obligó a abrirse camino lejos. Un minero por accidente, que se enamoró del espacio profundo y silencioso del fondo de la tierra. Un minero que descubrió la belleza inconfundible del interior de las minas, cuando lo abrazaron con la fascinante iluminación de sus paredes cubiertas de brillos secretos. Esos espacios profundos que se convirtieron en refugio de sus alucinaciones y que un día, sin misericordia, lo traicionaron y lo encerraron prisionero de un devastador derrumbe, que le cambió la existencia para el resto de sus días.
Mario era un campesino invisible, como tantos otros. Un minero que no tuvo vida importante para nadie, incluso para su propio padre, hasta que esa misma vida lo acercó a la muerte. Y cuando se salvó, recién empezó a existir para Chile y el resto del mundo. Escaparse de la muerte lo hizo visible, le dio la existencia de personaje que nunca tuvo antes. Y desde ese momento en que sobrevivió la tragedia minera, ha empezado la lucha más grande de su vida, para continuar sobreviviendo.
Recuerdo que, la noche del rescate, Scarlette me expresó que su padre era muy diferente al hombre que salía de la cápsula. “Algo extraño le está pasando a mi papá”, me dijo después de verlo salir alterado de la cápsula. Esa noche Mario fue trasladado al hospital con su familia y permaneció internado después de que el resto de los mineros volvieron a sus casas. Fue el único que estuvo bajo intenso cuidado médico luego del rescate. Cuando le dieron de alta en el hospital se fue, con su familia, a un lugar alejado de la prensa y de todo el mundo que quería entrevistarlo para conocerlo más.
En un abrir y cerrar de ojos, Mario pasó desde el completo anonimato, de ser un don nadie, otro de los muchos invisibles, a llegar a ser alguien, a tener una inmensa popularidad y convertirse en la cara y la voz de la historia de los treinta y tres. Chile lo convirtió, de la noche a la mañana, en el Súper Mario.
Durante el desarrollo de este enorme fenómeno del accidente minero más grande de los últimos tiempos en Chile y el posterior exitoso rescate del siglo, sobresalió siempre un personaje central. Un hombre que algunos tildaron de “mediático” y otros admiraron por su bondad, tanto como por su magnética personalidad. La gente lo paraba en la calle para abrazarlo y sacarse fotos con él. En el extranjero hablaban de Mario y lo invitaban a contar su historia en casi todos los continentes. Muchas veces, él era la historia de los treinta y tres. Pero, paralelo al aparente triunfo mediático, al supuesto éxito económico, la súbita fama y los idealizados viajes por el mundo, Mario seguía en una batalla que ya no le daba más treguas.
Cuando la familia me visitó por primera vez, dos meses después de salir de la mina, Mario no podía mantenerse por más de unos minutos en ningún espacio de la casa. No podía sentarse y tampoco podía estar de pie por mucho tiempo. Solamente caminaba o comía para poder calmarse. Y cuando recordaba el accidente, lloraba sin poder controlarse. Mario estaba enfermo. Algo le había pasado en la mina, y la urgencia de un diagnóstico era imprescindible.
En los meses posteriores al accidente, el momento de la fama no le permitió preocuparse de su salud. Mario siguió sin parar, semana a semana, viajando, tomado remedios que lo alteraban más y sintiéndose tan atrapado como cuando estaba enterrado en la mina. Y a veces peor. Pero ahora no estaba escondido y alejado del mundo, sino que se encontraba en el gigantesco y crítico escenario del público demandante. En pocos meses se había convertido en un protagonista incansable. El mundo le pedía energía y él le respondía dando su euforia, que lo mantenía en una constante levitación.
En el gran teatro público, Mario era un personaje carente de guion establecido, capaz de decir lo que se le viniera a la cabeza sin pedir disculpas. “Las cosas como son”, decía a menudo en las entrevistas. Los garabatos a flor de piel y un gran entusiasmo por las controversias lo hicieron visitar casi todos los programas populares, en la mayoría de los medios de comunicación nacionales y algunos extranjeros. Pasaron los meses y Mario, sin poder detener su euforia, viajó enfermo por Chile y el mundo.
En medio del caos y la enfermedad de Mario, Katty, su esposa, descubrió que estaba embarazada. Mario sintió que la vida le traía un nuevo milagro, después del rescate, y la suerte golpeaba a su puerta para traerle otra sorpresa y ayudarlo a mejorarse y seguir sobreviviendo. Ese milagro también le cambió la vida, pero de una forma muy diferente al desastre minero.
La vida de Mario es, por accidente, literalmente, una vida pública ahora. Pasó del anonimato a convertirse en el Súper Mario de la noche a la mañana. Pero en la realidad es un hombre que, junto a su familia, persigue la existencia, la sobrevivencia, escapándose de los vaticinios constantes de la muerte. Todos ellos son un ejemplo de seres humanos que siguen dándole gracias a la vida, aunque esta les ha quitado tanto.