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1ª Corintios 13

1. ARQUITECTURA DEL AMOR. “Procurad, pues, los dones mejores” (12,31a); “desead” (imperativo) los dones “superiores”. ¿Por qué llama el apóstol Pablo a buscar los dones más excelentes, cuando antes ha enseñado que los dones son repartidos por el Espíritu “como él quiere” (12,1)? La exhortación aparece en el contexto de la enseñanza sobre el lugar del don de lenguas respecto de los demás dones, que traen edificación a toda la iglesia. En ese punto, Pablo se sube a una plataforma mucho más alta para analizar con mejor perspectiva el debate sobre dones, ministerios, actividades, relaciones fraternales, sentido y vida de la iglesia: “¿Buscáis lo mejor? Está bien, pero yo os mostraré lo mejor de lo mejor”, “un camino aún más excelente” (12,31b). Soren Kierkegaard escribió unas páginas magníficas sobre este capítulo que nos servirán de referencia en nuestra reflexión.

En términos espirituales sólo el amor edifica, sólo el amor es el fundamento de todo: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1ªCor.8,1). Kierkegaard utiliza la etimología danesa para realzar el rico significado que puede alcanzar la palabra “edificar”. En efecto, “At opbygge” significa literalmente “construir hacia arriba”, más precisamente “levantar algo en altura desde los fundamentos”. Este construir “desde los fundamentos” exige “cavar y ahondar” (Lc.6,48) y, en tal sentido, a modo de fundamento, sólo el amor edifica o, dicho de otra manera, si algo edifica, ahí está presente el amor. De hecho, hablamos de un “espectáculo edificante” para referirnos a cualquier gesto o acción donde la presencia del amor es evidente. Tiene sentido tal afirmación puesto que sólo el amor permanece, “nunca deja de ser” (1ªCor.13,8). Esta arquitectura del amor puede resumirse de este modo: “¿Qué es el fundamento y los cimientos de la vida del espíritu, qué es lo que ha de soportar el edificio? Es cabalmente el amor; el amor es el progenitor de todo y, entendido en el sentido espiritual, el amor es el fundamento más profundo de la vida del espíritu.”[1]

2. … Y NO TENGO AMOR, NADA SOY (v.1-3). Pablo exhorta a vivir en el amor divino porque es la forma de vida más excelente. Ese amor se derrama en el cristiano por el Espíritu Santo (Rom.5,5) y está llamado a convertirse en el motor de su vida (2ªCor.5,14-15). Aún los dones espirituales deben ser ejercidos en el contexto de ese amor. ¿Qué amor es ese? El apóstol explica primero qué no es (v.1-3): no tiene que ver con acciones caritativas visibles, por más espectaculares que resulten, a menos que sean impulsadas por verdadera “caritas”. A continuación, señala algunas de sus manifestaciones visibles (v.4-7).

3. EL AMOR NO BUSCA LO SUYO (v.5). El amor agape es en esencia entrega, negación de uno mismo, incondicional abnegación que, además, para que lo sea plenamente, debe pasar desapercibida de modo que el otro nunca se sienta en deuda por el amor/favor recibido. Una vida tal, en criterios humanos que todo lo miden en cálculo de provecho egoísta, sólo puede calificarse como pérdida. Por el contrario, la perspectiva cristiana de esta elección de vida es bien distinta: “¿Entonces la vida del amoroso se ha desperdiciado, ha vivido completamente en vano, puesto que no queda nada, absolutamente nada que dé testimonio de su actuación y empeño? Respuesta: ¿Acaso desperdicia su vida uno que no busca lo suyo? No, en verdad esa no se ha desperdiciado, cosa que sabe el amoroso en gozo bienaventurado consigo mismo y con Dios. En cierto sentido, su vida se ha derrochado completamente en la existencia, en la existencia del otro; sin querer desperdiciar tiempo ni fuerzas en destacarse a sí mismo, en ser algo para sí mismo, sino que en la abnegación ha estado dispuesto a hundirse, es decir, se ha convertido enteramente en mera actividad en manos de Dios.”[2] El camino de este amoroso podría parecer de absoluta pérdida de sí en la niebla de todos los olvidos. Pero no, alguien piensa en él: Dios, que es amor, lo hace; Dios se ocupa de aquel que por amor se olvida de sí mismo, se despreocupa de sí mismo.

4. EL AMOR TODO LO CREE (v.7). Frente a la práctica extendida de la desconfianza (disfrazada de prudencia) como criterio de relación, el amor en cambio lo cree todo. No es por ingenuidad o ignorancia puesto que el amor sabe tanto como pueda saber la desconfianza, pero conscientemente elije confiar, decide creer, creerlo amorosamente todo. El acento no reside en la credulidad sino en que es el amor el que lo cree todo.

El amor sabe, como sabe la desconfianza, que engaño y verdad están igualmente extendidos pero elije creerlo amorosamente todo. Esta amorosa credulidad podrá parecer un camino arriesgado, una exhibición imprudente de vulnerabilidad pero, más bien al contrario, así como la incrédula desconfianza envilece, el amor purifica. Aún más, paradójicamente, este amor crédulo jamás resulta engañado. Así como un niño se engaña a sí mismo creyendo engañar a sus padres, superiores en sabiduría y experiencia, así el amor nunca puede ser burlado mientras se mantenga fiel a sí mismo. Cuando entendemos que nada es superior al amor auténtico, que amar es el bien supremo, que la mayor bienaventuranza es amar aún sin ser correspondido, ningún engañador puede dañar al amor. Humanamente hablando todo esto es absurdo. Sólo en Dios se hace comprensible: “el amoroso respira en Dios, saca de Dios el alimento para su amor y se fortalece con Dios.”[3]

5. EL AMOR TODO LO ESPERA (v.7). Existe una visión amarga de la existencia humana: “No hay hombre que no sea un malcosido saco de porquería”[4]. Pero la perspectiva que ofrece el Evangelio de Jesús del ser humano es bien distinta, compasiva, porque nace del amor y, por tanto, nunca desesperada respecto de nadie. Esa es la actitud conmovedora del padre del hijo pródigo (Lc.15,11ss). Es, en consecuencia, la actitud más propia de los discípulos de Jesús para con sus semejantes, en permanente apertura amorosa, siempre a la espera del bien de parte del otro, porque siempre “se teme lo mejor” del otro. Tal esperanza nunca se avergüenza porque, en última instancia, no depende del cumplimiento de sus expectativas sino que se afirma en su carácter esencial amoroso.

6. EL AMOR NUNCA DEJA DE SER / JAMÁS SE EXTINGUE (NVI) (v.8,13). “No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.” (Ecl.1,11). Sin embargo, hay algo que permanece para siempre (v.13), que nunca deja de ser (v.8): el amor. Con esta declaración el apóstol resume el párrafo anterior (v.4-7) e introduce el que sigue. Los dones espirituales pasarán, incluso la fe y la esperanza pasarán, porque en la presencia de Dios ya no tendrán sentido. En cambio, el amor –y así todo lo que nace del amor- permanece: sólo el amor permanece en esta vida, sólo el amor permanecerá en la eternidad (“cuando venga lo perfecto” v.10).

Del amor y sus rostros

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