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CAPÍTULO 1

WHISKY, BOHEMIA Y TRABAJO

Rodolfo Walsh se sentó frente a la máquina y comenzó a tipear, urgente pero sin desesperarse. Quería contar, describir:

LA HABANA, 22 de octubre de 1959 (PL).- En el fastuoso hotel Habana Hilton los delegados norteamericanos que asisten a la con­vención de Agentes de Turismo se asomaron a las ventanas, en la tarde de ayer, para presenciar un curioso espectáculo: del aire caían nubes de papelitos blancos. Por la calle los transeúntes se detenían a recogerlos. Eran unas hojas blancas, mimeografiadas…, el bombardero B-25 de fabricación norteamericana, de cuyo vientre caía la lluvia de pape­les, sobrevolaba la ciudad sin ser molestado. En las esquinas los tran­seúntes lo señalaban con el dedo. Eran las seis de la tarde… Entonces comenzaron las explosiones y las ráfagas de ametralladora. El B-25 rastrillaba a baja altura las calles más concurridas de La Habana Vieja. Los inocuos papelitos se habían convertido en balas de calibre 35 y en granadas de fragmentación… Cuando terminó la operación había dos muertos (uno de ellos terriblemente destrozado), cincuenta heridos graves y un número indefinido de lesionados.

Este texto -mucho más largo- penetraría en las teletipos de do­cenas de medios de prensa de todo el mundo. Llevaba el logotipo de “Prensa Latina”, flamante agencia de noticias de la Cuba de los barbudos. Algunos lo usaron en sus respectivas ediciones. Otros, es probable que la mayoría, lo tiraron a la basura.

Walsh había conocido el desconcierto -y hasta el terror- que provocan los disparos cuando surcan el aire cercano y pueden pe­netrar la propia carne. Cuando corría por el amplio salón de la terminal de micros de la ciudad de La Plata la reciente noche del 9 de junio del 56, sintió ese desconcierto1. Su tranquila noche de ajedrez culminaba de forma inesperada.

La diferencia era que ahora la metralla caía sobre miles de per­sonas indefensas. Era el primer ataque a La Habana y el tercero en el mes sobre suelo cubano. Un cuarto ataque ocurriría sólo dos días después, cuando el plomo aéreo calaría un tren en la provincia de Las Villas. Y un quinto ataque a las cuarenta y ocho horas, so­bre el ingenio azucarero Niágara, en la provincia de Pinar del Río.

A Walsh le hubiera gustado empuñar una ametralladora anti­aérea en vez de una máquina de escribir. Pero hasta ese momento era sólo un escritor de cuentos y de artículos. Apenas había re­construido y parido una historia más larga, como la contada en Operación Masacre. Apenas se había sumergido hasta el cuello en la investigación sobre el asesinato del doctor Satanowsky ocurri­do el 13 de junio del 58, a lo largo de más de treinta artículos que publicó la revista Mayoría hasta enero del 59. Apenas eso. Walsh no era un combatiente, como lo sería años después. No tenía aún docenas o cientos de amigos y compañeros muertos o secuestrados a los que vengar, como le ocurriría para el fin de sus propios días.

Además, Walsh tenía sólo 87 días en la Isla. Apenas empeza­ba a aprender qué estaba pasando en este paisito que sorprendía al mundo, incluso a los hombres más expertos en política inter­nacional. Incluso a aquellos que para sus análisis, tenían a su dis­posición todo el dinero que quisieran, todos los espías que se les antojaran y hasta la tecnología de punta más sofisticada para ver y oír allí en donde no llegan los oídos y los ojos de un hombre de carne y hueso.

Su papel se resumía a accionar sobre el teclado.

Sobre el teclado debía defender a la revolución cubana y estaba dispuesto a ello. ¿Que conocía de esta revolución? En realidad, casi nada. Ni dentro de las tropas revolucionarias había unidad teórica profunda. La había en lo central: contra la dictadura de Fulgencio Batista, y contra los yanquis hasta cierto punto. Walsh no conocía mucho más de lo que conocía todo el mundo. Y no tenía el espí­ritu revolucionario de los combatientes cubanos. No era cubano. No era marxista. Tenía una formación política de raíz conserva­dora y una actitud antiimperialista un tanto cándida. No cuestio­naba, por lo menos a fondo, al capitalismo.

En la cabeza de Walsh, Cuba provocó una revolución. Una re­volución que lo arrasó.

El desarrollo de la guerra revolucionaria de los barbudos cuba­nos, que culminaría formalmente el 1º de enero del 59 con la en­trada de tropas guerrilleras en La Habana y con la toma del poder político en esa capital nacional, era, de a ratos, tema de debate en el café La Paz, en Buenos Aires, allá por 1957 y 1958. La debatían algunos círculos de pequeñoburgueses a la salida del cine Lorraine o del Arte, o luego de las jornadas de trabajo que en algunos ca­sos, por sus características, se extendían hasta las mediasnoches. También era tema en los cafés apéndices de las facultades. Y en alguna reunión de insinuados en las artes de la literatura, de la poesía, del cine, de la actuación y hasta del humor, pizza por me­dio o no, casi siempre rodeada de vino tinto o de whisky.

Claro que ese debate en los cafés porteños sobre la guerra revo­lucionaria centroamericana no tenía como parámetro a la obra de Karl von Clausewitz, clásica, y menos aún, a la de Mao Tse-tung, flamante. Prevalecía el asombro y el costado aventurero, llamati­vo. En algunos tenían cierto peso los potenciales rasgos antinor­teamericanos. No mucho más.

En diciembre de 1957 salió el libro Operación Masacre. Walsh estaba contento con su trabajo2. Seguramente aún no tenía dimen­sión de lo que estaba logrando aunque él mismo dejaría claro más adelante cómo estaba impactando en sí mismo: “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perpleji­dades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”3.

Sin duda que para husmear cómo andaba la venta de su libro, una noche de ese verano, tarde, Walsh fue a ver al librero de la del­gada Librería Platero que tenía su negocio en la calle Talcahuano entre Lavalle y Corrientes. Aún existe.

Esa noche, apenas unos minutos antes, una señora muy arre­glada, vendedora de antigüedades, salía del Teatro Colón tras sa­borear el Don Juan de Mozart, cruzó la plaza Lavalle y entró a esa librería a revolver libros y a saludar a su amigo Vicente López Perea, uno de los dueños. Cuando Walsh entró, se encontró al li­brero charlando con una mujer. Los presentó.

-Poupée Blanchard…

-Rodolfo Walsh, mucho gusto.

Walsh no sabía que estaba viendo por primera vez la cara de su segunda esposa y que a través de ella conocería a la tercera. Demasiado para una sola presentación. Walsh era imaginativo pero no tanto.

Poupée Blanchard:…apareció Rodolfo, sí. Charlamos…-entrecierra los ojos para reconstruir los hechos que viven en la penumbra de su memoria-. Vicente cerró y nos fuimos a mi casa a tomar algo y luego jugamos a una especie de mímica que im­provisamos en ese momento. Era un juego que estaba de moda en Estados Unidos, “si fueras…, tal cosa”; por ejemplo, una planta. Entonces tenías que hacer la mímica para que descubran qué eras.

Había otra persona esa noche, otro hombre, no me acuerdo quién. Esa reunión fue un éxito, una cosa infantil. ¡Nos divertimos!

Estela Poupée Blanchard, verdadera promotora y protagonista de encuentros sociales, noctámbulos, instituyó que reuniones de este tipo se hicieran todos los viernes e invitó a numerosos ami­gos. Ya tenía la fértil “escuela” de su amiga querida Pirí Lugones. Reuniones abiertas a que cualquiera trajera al amigo que quisiera aunque de hecho se sabía que había cierta exigencia intelectual. Poupée vivía con su mamá en un departamento arriba de su ne­gocio, en la calle Montevideo casi Charcas. La puerta de acce­so era la de Montevideo 1009. El departamento en donde vivían era algo así como un segundo piso, luego de un entrepiso impor­tante, e incluía el área que aparece sobre la puerta número 1005. Dos únicos ventanales dan a la calle.

¿Presentación y flechazo?

Poupée Blanchard: Allí comenzó la relación con Rodolfo pero no crea que fue así, un levante apresurado, no, no, la verdad es que era bastante tranquilo. Estábamos en plena campaña de Frondizi. Comenzamos a noviar, sí, pero varios meses después…

No pueden haber sido demasiados meses porque el 58 tuvo nada más que doce y porque la campaña política de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) que impulsaba a Arturo Frondizi a la presidencia no fue eterna, por más laxa que haya quedado en la memoria de la Blanchard. Las elecciones fueron el 23 de fe­brero y Frondizi asume la presidencia el 1º de mayo de ese año.

De estos hechos “no apresurados”, Poupée apresura y arriesga una primera característica de Walsh y proyecta una segunda. La pri­mera, que Rodolfo resultaba ser un tipo muy divertido. La otra característica es mucho más delicada e intenta explicarla.

Poupée Blanchard: Rodolfo tenía una actitud para la orfandad. Era un huérfano integral. Su mamá no le daba bolilla. Su mamá amaba a su otro hijo, marino -se ríe y reconoce que tal vez se ex­ceda en su interpretación psicoanalítica-. De este hermano sacó un amor, pero un amor violento por las fuerzas armadas. ¡¡Él que­ría ser igual que el hermanito!! Porque él quiso ser marino pero lo bocharon en dibujo, según me contó. A falta de marino, le que­dó hacer una forma de vida militar cuando comenzó en Cuba lo de los bombardeos de Estados Unidos. ¡Bah! Estados Unidos ofi­cialmente no. ¡Pero venían de allí!

Poupée Blanchard es del 20 y si bien por nacimiento es por­teñísima, su figura y su estilo destiñen y suman además algo de aristocrático, algo de avenida Quintana. Sirve un té de piropeado aroma mientras docenas de objetos de color, llamativos y diverti­dos, espían la charla desde los cuatro costados de su pequeño de­partamento céntrico. Poupée es menuda y elegante, con una alegría envidiable y una capacidad fantástica para disfrutar cada detalle del té porque la taza tiene su historia y porque hasta los bizcochi­tos que acompañan merecen un comentario. También sabe dis­frutar de la charla:

¿Cuál fue esa forma de vida militar por la que optó Walsh?

Poupée Blanchard: Ante esos bombardeos, Fidel, que tenía aquella cosa grandilocuente y griega, llamó a la defensa de la Patria. Los civiles se podían poner el uniforme. Por supuesto Rodolfo se lo compró el primer día. Y segundo, hacer condicio­nes de tiro, cosa que Rodolfo hacía puntualmente, además, ¡con una puntería! Rodolfo tenía un dominio de sus actos, con inteli­gencia, todo era cuestión de concentración y podía meter la bala justo, por concentración. Tenía una disciplina, cosa que él le debe a otro de sus enconos, que son los irlandeses, en donde se educó. Unos curas repelentes, católicos e irlandeses. Demasiado. Tipo Savonarola. Él salió así.

De esta proyección fugaz hacia Cuba volvemos rápidamen­te a las reuniones novísimas, de estos intelectuales o proyecto de tales, que rompían con los formalismos de época, en los altos de Montevideo 1009. Queremos saber qué recuerdan los amigos del Walsh post-Operación Masacre y pre-Cuba.

Timossi: El departamento de Poupée era un lugar habitual de reunión -me cuenta el argentino Jorge Timossi, focalizando en la polvareda de recuerdos, a cuarenta y pico de años de esas re­uniones y a nueve mil kilómetros de distancia-; nos juntábamos a pasar el rato, a divertirnos. La pasábamos muy pero muy bien.

Timossi es hoy en La Habana un intelectual destacado, aun­que cuentan los cubanos que es un tipo de perfil bajo y es frecuen­te su silencio en las reuniones grandes. Sin embargo, tiene una historia prestigiosa, tachonada de coberturas periodísticas nota­bles: corresponsal en Argelia entre el 68 y el 70. Desde ahí, cu­bre la toma del poder por Kadafi, en Libia. Suma su presencia en los hechos que llevan al general Yaffar al-Numeiry al poder en Sudán en 1969. Es corresponsal en Chile hasta un día después del golpe a Salvador Allende en el 73. Muchos viajes con Fidel. Coberturas en la India. Seis meses en Sri Lanka porque venía la cumbre de los “No Alineados”. Hong Kong. Japón. Cobertura de los seis primeros meses tras el triunfo sandinista en Nicaragua en donde estrechó más de una vez la mano del comandante Ortega. Corresponsal en París…

Timossi: ¡Pero ojo! Una cosa es visitar París y otra trabajar allí. Y como yo me aburría mucho en París -ironiza-, descubrí a Khomeini; empiezo a conocer iraníes y chiítas y todo ese fenó­meno. Cuando Khomeini se toma un avión para derrocar al Cha Reza Pahlevi, yo me tomo un avión detrás. Estuve cuatro o cin­co veces en Irán. Estuve con Carlos María Gutiérrez en la toma de los rehenes norteamericanos. Entramos, nos entrevistamos con los tipos y todo eso. Y en el 84 -respira-, el ministro de cultura ya me pide para trabajar con él en el Ministerio y me hace crear esta agencia literaria: venta de derechos de autor para promover a nuestros autores.

Me contó además, ya en su casa, un domingo por la mañana y rones mediante, que cubrió oficialmente la reciente visita de Juan Pablo II a Cuba, pero se olvida de lo más importante en todo su pedigrée: inspiró a Quino para su personaje “Felipe”, el inocen­tón amigo de Mafalda.

¿Cuál era tu relación con Walsh?

Timossi: A Walsh le debo haberme conectado con este mundo del periodismo. Yo era amigo de él desde la época en la que nos reuníamos en lo de Poupée, en Buenos Aires -rememora en su des­pacho habanero, sencillo, lleno de papeles y sobre todo de libros. Se despatarra en su silla a lo argentino, piernas abiertas y cruza­das, el trasero al borde del asiento, los hombros al ras del respal­do y la espalda encorvada. Por este rato abandona el “óie chico” y recupera el “vos” y el “che”, aunque se le infiltra por momentos al­gún “contigo” o algún “dime”­-. A mí me ingresó al mundo inte­lectual Paco Urondo, y al periodístico, Rodolfo. Así conocí y traté al propio Paco, a David Viñas, a Zulema Katz que era la esposa en ese momento del director de teatro y televisión David Stivel, a Carlos del Peral, a Juan Fresán, a Poupée Blanchard, a Rodolfo Walsh, a Susana Lugones…

¿Te referís a Pirí?

Timossi: Sí, Pirí Lugones. Como ves, allí ya hay tres o cua­tro muertos; y también estaba Quino. Jugábamos a Los cadáveres Exquisitos; era un juego inventado por el surrealismo francés: uno decía una frase, que se anotaba; otro decía otra, y otro, otra, que no necesariamente tenían que ser concatenadas y que de pronto producían o un poema o un chiste fenomenal.

¿Cómo recuerda usted, Poupée, eso de “Los cadáveres…”?

Poupée Blanchard:“Los cadáveres exquisitos”. ¿Timossi se lo contó?, de él sí me acuerdo mucho porque además vivía cerca de casa. Venía al negocio a cada rato. Pirí tuvo un corto romance con él. Pirí una vez le festejó un cumpleaños con una cena japonesa sentados en el piso, y entonces, como quiso poner las velas, que no tienen que ver con la tradición japonesa pero sí con las nuestras, y no encontraba dónde poner esas velas -porque no había torta-, que serían veintidós o veintitrés, las ató a todas juntas, las encen­dió y con la mano se las acercó para que las soplara. Eso era tan típico de Pirí. Tan graciosa mujer.

Ese juego era surrealista. Se dividía la concurrencia en dos. De un lado de una hoja se ponía la primera parte de una presunta fra­se y los otros escribían la otra parte. Cuánto más retorcida mejor.

Y después quedaría cualquier cosa…

Poupée Blanchard: ¡Noooooooooo! ¡Salían de las cosas más interesantes!

En ese grupo también había un estudiante de medicina, de tra­yectoria más oscura, por lo menos en comparación con la fama que tomaron Urondo, Quino o Walsh. Y aunque si bien es cierto que no compartió la fama, Carlos Barés sí compartió las noches de los viernes, las charlas, la amistad con Walsh y durante algún período, muchas noches y días continuados con Pirí Lugones.

¿Usted también concurría a las reuniones en lo de Poupée?

Barés: Sí, claro. Las reuniones eran los viernes e iban Miguel Brascó, García Lupo, un abogado socialista al que la mujer lo lla­maba Corchito -no recuerda el nombre o prefiere olvidarlo-, Pirí Lugones, Lili Mazzaferro venía a veces, Juan Fresán, Timossi, Carlos Peralta que lo acusaba a Lupo de haber pertenecido a la Alianza…-es decir, de haber sido fascista o poco menos. En ese tono era la burla.

¿En ese momento lo conoce a Walsh?

Barés: Yo lo conozco a él en el 58, vía Poupée, y no pasa mu­cho hasta que se va a Cuba… Yo andaba con una amiga de Poupée, Pirí Lugones.

¿Qué aristas en común tenía usted con Walsh?

Barés: Nuestro tema era la literatura, pero como él era un tipo muy curioso, trataba que le contara cosas de las materias que yo iba rindiendo. Se preocupaba, era muy curioso. Una curiosidad genuina. Lo científico le llamaba la atención. Cuando él vuelve de Cuba nos vemos menos regularmente. Pero siempre había al­gún café… Apenas me recibí comencé mi especialización en psi­quiatría y eso le interesaba. Le interesaban algunas personas y siempre me preguntaba sobre las características psíquicas de una persona así o asao. Era un gran intuitivo. Él trabajaba muy bien a sus personajes y deducía cómo podían ser en otros aspectos. Él quería redondear y entender bien a ese personaje.

¿Se hablaba de política en las reuniones?

Barés: La política aparecía, sí, estábamos entusiasmados con Frondizi4…

¿Pero había militancias políticas?

Barés: ¿Militancias? No recuerdo, no. Creo que nadie.

Sabemos del viejo trabajo del Partido Comunista entre los intelec­tuales y del entusiasmo del PC con Frondizi…

Barés:…todos conocíamos gente del PC pero no venían a esas reuniones… Gelman. Juan Gelman era el militante -subraya el militante-, pero nunca vino o tal vez alguna vez suelta, pero no; a veces venía una chica, Electra Peluffo, que era hija del psiquiatra Peluffo, funcionario del PC, pero esa chica venía a veces…-dilu­ye la posibilidad de algún trabajo orgánico.

Simpatías, sí con lo de Cuba. Todos simpatizábamos. Antes del triunfo sabíamos lo de Sierra Maestra y cuando Rodolfo de­cide ir, pero…

Es probable que suene raro al lector actual esta mención de que jóvenes cultos, críticos, de izquierda y simpatizantes con la revo­lución cubana, estuvieran entusiasmados al mismo tiempo con Arturo Frondizi. Le sonará raro también, saber que el semanario que por entonces era el órgano oficial del Partido Comunista de nuestro país, La Hora, haya titulado en su edición posterior a co­nocerse el resultado de esas elecciones: “El pueblo entró a la casa de Gobierno”. Suena raro porque Frondizi demostró desde la pre­sidencia y en cientos de declaraciones posteriores, hasta su falleci­miento, que era un hombre sencillamente de derecha. ¿Entonces? Alguien podrá investigarlo en profundidad y extensión y contarlo, nosotros no podemos salir tanto de foco. Sólo decimos que en la segunda mitad de la década del ‘30 Frondizi apoyó públicamen­te a los republicanos durante la Guerra Civil Española; que fue secretario de la Liga por los Derechos del Hombre y que gestio­nó por la libertad del dirigente guerrillero y comunista brasileño Luis Carlos Prestes5.

Lili Mazzaferro no anda bien de salud pero ese pesar no le impide siempre estar muy elegante. Tiene en su andar un aire aristocrático como Poupée, aunque putée en cada oración, tam­bién como Poupée. Hay, evidentemente, cierta matriz común con la Blanchard aunque haya abismos en las simpatías políticas. La Mazzaferro, cara afilada, voz ronca, cabellos cortos, se siente más cómoda en el campo que en la ciudad. Siente placer por estar con sus plantas y siempre que puede, aún hoy, se va de su casa capi­talina en Colegiales. La política no le interesaba y menos la mi­litancia, hasta que asesinaron a su hijo veinteañero en 1971. No mucho tiempo después de ese día se hizo militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y luego montonera.

Ella recuerda las caras divertidas en aquellas reuniones del 58, tan informales y tan impredecibles y ratifica su desinterés por la política en aquellos días aunque sólo admite una excepción: “era tan fuerte lo que uno sentía por otras cosas, por Cuba por ejemplo”.

¿Lo de los cubanos en la sierra lo conocían y lo admiraban desde antes del triunfo de la revolución?

Mazzaferro: Sí, porque acá teníamos a un poeta, Córdova Iturburu, que estaba metido así…-traza una línea horizontal en su frente y se refiere al conocimiento del desarrollo de aquella gue­rra revolucionaria-, y las chicas de él iban a reuniones en lo de Pirí Lugones. Porque Pirí cuando se casa, va a vivir al Palacio 6de los Patos-Ugarteche 3050, barrio de Palermo en la Capital Federal- ¡y ahí hace unas fiestasss!

¡¡Pirí era una católica de mierda!! -lo enfatiza para duplicar la importancia del giro-. Cuando yo me separo, le pido a Pirí que me salga de testigo, y se negó -por sus prejuicios religiosos-. ¿Sabe quiénes fueron mis testigos de separación? Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson.

Susana “Pirí” Lugones nació el 30 de abril de 1925 y se casó el 5 de junio de 1948 con Carlos Peralta, quien firmaba sus textos como Carlos del Peral. Tuvieron tres hijos: Susana, a la que lla­maban Tabita, en 1949; Alejandro en 1950 y Carlos, al que lla­maban Carel, en 1952. Esta seguidilla de hijos fue una respuesta “a lo Pirí” a la recomendación médica de no tener hijos porque corría peligro su vida y la de las criaturas. Se separó de Peralta en 1958 aunque su relación de amigos, al parecer, siempre per­maneció intacta. Haciendo un arco increíble con su vida, pasó de ser una hija de la aristocracia antiperonista a ser guerrillera pero­nista. No fue la única, claro. Ese “arco” incluyó un detalle gene­racional horriblemente único: inició su vida siendo la hija de un torturador histórico, Leopoldo Lugones (h) y la terminó tortura­da y asesinada en cautiverio por la dictadura del general Videla7.

Estaba contando algo de los Córdova Iturburu…

Mazzaferro: …le decía que a lo de Pirí iban las hijas de Córdova Iturburu. Ellas eran muy amigas del Che -en realidad eran primas y habían tenido un trato estrecho en la provincia de Córdoba cuando eran muchachitos-. Y en las reuniones en lo de Pirí ellas empiezan a contar -lo del Che en Cuba antes del triun­fo de la revolución- y uno empezó a interesarse.

Iban además a las reuniones en el Palacio de los Patos, los her­manos Sanz, las hijas de Nalé Roxlo, amigos de Carlos y Pirí cuando eran jóvenes. Cuando Pirí se muda, las reuniones siguen pero cambian algunos de los personajes. Las reuniones en lo de Pirí comenzaron por el 48 y siguen en sus otros domicilios. Las de Poupée comienzan ya con Rodolfo.

Una de las hijas del poeta y periodista Cayetano Córdova Iturburu -nacido en 1902 y afiliado al Partido Comunista Argentino por lo menos hasta fines de la década del 40-, llamada Carmen, fue novia del Che Guevara cuando éste vivía en la pro­vincia de Córdoba. Aunque también hubo encuentros de ellos en Buenos Aires8. El poeta y periodista Córdova Iturburu estaba ca­sado con la hermana mayor de la madre del Che.

Un dato más: los poetas Conrado Nalé Roxlo y Cayetano Córdova Iturburu eran amigos desde la década del ‘20. Incluso fueron compañeros de trabajo en más de un proyecto y vecinos en el barrio cercano al Parque Rivadavia.

¿Usted iba seguido al Palacio de los Patos?

Mazzaferro: Sí, muchas veces. Se entraba y se cruzaba todo ese patio, se iba hasta el fondo y luego a mano izquierda; primero o segundo piso -el edificio está intacto-. Cuando Rodolfo y Poupée se fueron a Cuba se rompió un poco esa magia de las reuniones, aunque siguen en lo de Pirí y no sólo eso… (abre el espectro hacia sus días y sus relaciones, como si hubiera sido su “edad de oro”). En esa época yo iba todas las noches a las diez al Jockey Club, nos encontrábamos Vocos Lescano, sonetista cordobés; Girri, el poe­ta, y yo; tal vez caía algún otro9. Estábamos metidos con lo de la cultura nacional. David Viñas iba mucho a lo de Pirí; “siempre te­nés cara de orto”, le decía yo. El que era la antítesis era su herma­no Ismael, era un encanto.

¿Viñas era siempre de carácter difícil?

Mazzaferro: Síííííííí, todos decíamos eso…-se ríe pero deja traslucir que algo de cierto hay en lo que dice-. Yo cada vez que pienso que tarde por medio me iba a charlar con Macedonio Fernández y que una o dos veces por semana nos reuníamos en lo de Bioy, con Silvina, con Borges…, nos reíamos. Borges me acompañaba desde Ecuador y Santa Fe caminando hasta mi casa.

Se me hace difícil entender que esta mujer que está delante mío, en cama porque no se siente bien, es la misma que acompañaba Borges con su cortesía inglesa y que también es la que frecuenta­ba casas pobres de Florencio Varela y la que marchaba luego en las columnas montoneras intimidando incluso a Perón. De esta nebulosa me saca Timossi.

Usted Timossi, ¿recuerda que se hablara de política en las reunio­nes de los viernes?

Timossi: No, de política no se hablaba. Esas reuniones fueron durante el 57 y el 58. Hasta que alguna vez apareció el tema de Cuba. Ni sabíamos muy bien en dónde estaba ese país, y los bar­budos de la sierra y Fidel.

¿Recuerda quién trajo el tema de Cuba?

Timossi: Era Rodolfo el que traía ese tema. Y me acuerdo que me iba de campamento10 con mi amigo Juan Fresán, queríamos recorrer América Latina. Gasté mi último sueldo como técnico químico; me compro un cuchillo, botas, sombrero de lluvia, mo­chila, tomamos un tren de segunda hasta Salta y atravesamos la frontera con Bolivia y ahí, por supuesto, se nos acabó el dinero, pero igual anduvimos mucho por las minas de Oruro… Pero an­tes de salir, Rodolfo me dice: “Mirá, te doy esta dirección en Río de Janeiro; lo que escribas, mandalo a esta dirección”.

¿Y le hiciste caso?

Timossi: Una de las primeras cosas que yo escribí fue un lar­go artículo que se llamó “Todavía existe la mita en Bolivia”, y le adjunté una primera foto que saqué en mi vida y salió una foto sensacional de unos mineros bajando en un winch…-Timossi no puede sujetar el relato y se le desboca hacia su experiencia perso­nal-. Yo estuve con los mineros noventa metros bajo tierra. Salían de ahí como fantasmas, con pelotas verdes de humedad por todo el cuerpo. Claro, tenían que pasar una semana abajo para que sus familias, arriba, que vivían en la roca, como en cuevas, pudieran comer -Timossi frena, respira y retoma-. Ese artículo salió aquí, en el periódico Revolución, en julio del 59. Yo lo tengo todavía.

¿Se te dificultó trabajar de periodista sin serlo, en ese viaje?

Timossi: …-duda en contar, pero cuenta-. Es que Rodolfo nos había falsificado unas credenciales como si fuéramos periodistas del diario La Nación -y se le retuercen las tripas de risa.

Timossi y Fresán estaban ya frente al lago Titicaca y pensaban cruzar a Perú, pero en la cabeza del ya ex técnico-químico apa­reció un dilema.

Timossi: ¿Qué hago yo? ¿Quiero seguir así y ser un aventu­rero? ¿O yo tengo que ir a esta oficina en Río de Janeiro? ¡Tengo que ir a esta oficina! -y se siente tan joven otra vez-. Entonces esa locura me lleva al consulado brasileño en La Paz y le digo al cón­sul que yo quería ser poeta, escribir y que si él me podía ayudar. “Bueno” -me dijo- “yo te pago un viaje en tren en segunda clase des­de Santa Cruz de la Sierra hasta San Pablo”. ¿Tú sabes cómo se lla­maba ese tipo? Thiago de Mello, el gran poeta brasileño, somos como hermanos cuando nos encontramos.

Amadeu Thiago de Mello tenía 33 años apenas cuando le hizo este favor a Timossi. Publicaban su poesía desde casi una dé­cada atrás y ya parecía un veterano. Fue tres veces jurado del Premio Casa de las Américas. Es reconocido como “el escritor del Amazonas” en donde nació, el lugar más verde del planeta.

¿Cómo fue ese viaje?

Timossi: Thiago me consigue un avión de la Fuerza Aérea Boliviana, por supuesto gratis, que me llevaba hasta Santa Cruz. Santa Cruz no era antes lo que es ahora, un emporio del narco­tráfico. Era como la colonia con calles de barro, bueyes llevando el agua, jesuitas con fusiles al hombro, y el tren aquél, señor, es el tren más sensacional que yo he tomado en mi vida. Ese tren sa­lía de Santa Cruz de la Sierra y llegaba hasta el Río Grande, en donde matarían a Tania después. No había puente. Tenías que desembarcar del tren y subir a unas carretas tiradas por bueyes, con las maletas, con todo y llegabas hasta la orilla del río. Ahí había unos tipos bra-si-le-ño-bo-li-via-nos, casi desnudos, tiran­do de unas chalupas, hasta el otro lado en donde esperaba otro tren. Bien. Una vez que te montabas en el otro tren, atravesabas el Matto Grosso. ¡¡El tren paraba en la selva!! Venían los indios en pelotas a venderte pescado, fruta. O bien se subían en la loco­motora hasta otro punto de la selva. Y después de cuatro días de viaje terminabas en San Pablo. ¡¡Pero ojo!! Ese tren era de con­trabandistas, era un garito total, hombres y mujeres. Las mujeres con la pistola en la cintura. Se jugaba a los dados, de todo. Era un garito los cuatro días. Bueno, en San Pablo me ayudó otro poe­ta, Murilo Méndez, estuve dos o tres días en su casa. Un lujo. Y finalmente llegué a Río. Toco timbre, en ese momento había un uruguayo, Germán Kohn; y había un portugués, jefe de esa ofici­na de Prensa Latina de cuyo nombre no quiero ni acordarme, por­que el hombre era un fascista total. Me presenté y Kohn me dijo “¡Ya! ¡A trabajar aquí!” Y me quedé trabajando, no haciendo despa­chos sino en los servicios especiales, artículos especiales. Dependía directamente del área que Rodolfo manejaba desde La Habana.

¿Época…?

Timossi: Fines del 59 o principios del 60. Por eso digo que Walsh cambió mi vida: determinó mi vida con aquel comentario.

¿Y hay que agradecérselo o reprochárselo?

Timossi: Se lo debo agradecer infinitamente, infinitamente… Yo siempre he sido muy querido acá -en Cuba-, no sé por qué. En la primera época los cubanos me decían: “¡pero tú no pareces argen­tino!” Y ése era el mayor elogio. Tuve mucha suerte. Quizá guiado por tener imágenes como la de Rodolfo, como la de Paco, como la de Pirí Lugones. ¡Pirí, que me enseñó a escribir!

¿Sí?

Timossi: El primer artículo que escribí en mi vida, fue para una revista que dirigía Pirí. Era sobre un circo. Yo era tan malo, que fui al circo como diez veces, me parecía que siempre me fal­taba algo. Y entre tantas veces que fui me hice amigo del doma­dor de elefantes. Tenía cuatro, entre ellos una hembra. Un día voy y veo un animal menos y le digo al domador, en broma “¡Se te murió la elefanta!” Sí, me dijo. Lo único que se me ocurrió decir­le fue “¿y dónde has enterrado la mole esa?” “¡No!, me dijo, cuando se muere un elefante no se entierra, se vende a una fábrica de jabón”. Y de ahí salió el título del artículo: “Una elefanta se convierte en una pompa de jabón”.

Hablando de Pirí, ¿ Era una mujer divertida?

Timossi: Pirí…-se admira, respira hondo- era divertida y áci­da. Se iba a los extremos.

¿Por qué Rodolfo puede haberse enamorado de Pirí?

Timossi: Rodolfo debe haberse enamorado de la inteligencia de Pirí. La inteligencia. Pirí era de una lucidez; sumamente lúci­da, sumamente lúcida. Con unas salidas, con unas improntas…

¿Y por qué ácida?

Timossi: Y ácida porque de repente te podía decir “¡por qué usás esa camisa que es de maricón!” Decía eso y enseguida estaba en otra cosa. Te dejaba ahí.

La palabra de Timossi tiene una importancia especial por ha­ber sido “esposo” de la Lugones. Por la misma causa tienen va­lor destacado los comentarios extraprofesionales de Carlos Barés.

Usted, Barés, que fue su pareja ¿Cómo era Pirí?

Barés: Pirí era muy inteligente, muy bien informada, con un carácter difícil. Muy agradable pero podía ser muy agresi­va. Inteligente y astuta. Podía dejar a cualquiera en ridículo. A ella le gustaba ser el centro de atracción. Muchas de las cosas que hacía no tenía más finalidad que llamar la atención. Si uno la conocía poco, podía resultar desagradable. Ella era hijastra…, su madre, que era Aguirre, se separa de Lugones y se casa con Marcos Victoria, un psiquiatra muy conocido en la época, el que creó la facultad de psicología. Si quería ser desagradable, lo logra­ba. Al mismo tiempo podía ser muy afectuosa.

Con ella estuve dos o tres años; era joven…-su relación de con­vivencia en pareja con Pirí Lugones coincide con la estadía de Walsh en Cuba-. Era una mujer muy atractiva, una belleza muy especial, muy seductora.

¿Qué habrá predominado en la elección que hizo Walsh?

Barés: En Rodolfo todo esto debe haber pesado -Barés, psi­quiatra, porteño, comienza a acentuar lo que ahora agregará-. Pero cuando ella comenzaba una tarea de seducción era muy di­fícil pararla. Se lo propuso porque Walsh le resultaba atractivo y se lo enganchó. Difícilmente le fallaba a ella cuando le ponía el ojo a alguno. No es una cosa rara… Mi experiencia con ella me lo prueba. A mí me interesaba mucho ella, pero…-quiere subra­yar que él fue el levantado.

Hablar con Poupée Blanchard de Pirí Lugones es lo más indi­cado si uno pretende acercarla. Pocas personas la trataron tan fra­ternal e íntimamente. Pero al mismo tiempo es muy difícil porque las heridas, creemos, están abiertas. Es natural.

¿Pirí Lugones era muy amiga suya, Poupée?

Poupée Blanchard: Era muy amiga mía. Era la amiga más querida mía.

¿Cómo era ella?

Poupée Blanchard: Era un ser insólito, muy original. Era nie­ta del poeta Lugones e hija del torturador Lugones. Cuando ella tenía 10 años, en el colegio, la maestra cuando la descubría por el apellido, le decía: “¡Ah! ¡Lugones!”, y ella respondía: “¡Sí, la hija del torturador!”. Ella tenía la virtud de largar la patada. Hacía pe­riodismo, se casó con Carlos Peralta y tuvo tres hijos. Éramos muy amigas hasta que volvimos -se refiere a la vuelta de Cuba con Walsh, en 1961-. Allí ella comenzó su relación con Rodolfo y con mucha agresión para conmigo. Era como si al conquistar a Rodolfo, tuviera que suspenderme. Lo comprendo porque tal vez Rodolfo todavía estaba agarrado a mí como mujer institucionali­zada. Esa agresión terminó con nuestra amistad. Lo lamento mu­cho porque Pirí era tan absolutamente loca -lo dice con agrado, sonriente-. Lo que me conmueve a mí es el surrealismo y Pirí era completamente impredecible. Alguien una vez le pidió su apoyo -cuenta-, ella estaba en Damas y Damitas, una revista de muje­res. Y le dijo “pero qué me venís a pedir apoyo a mi si yo estoy con un pie adentro y otro afuera; y el que tengo adentro es el corto”. ¡Pero ella tenía una cancha! -la rememora con admiración-. Caminaba con ese pie en punta y prácticamente nadie lo notaba.

Pirí Lugones tenía una pierna notablemente más corta que la otra y obviamente, rengueaba. Era consecuencia de una coxalgia, una tuberculosis en el hueso coxal que le provocó un menor cre­cimiento en la pierna enferma.

Poupée Blanchard: …y Rodolfo quedó impresionado con Pirí, como todos! Pirí tenía una carita lindísima. Igual esa relación en­tre Rodolfo y Pirí duró muy poco. Después estuvo con un psi­coanalista. Por Rodolfo ella tenía mucho más sentimiento que Rodolfo por ella. Rodolfo pasaba…-trata de decir que Rodolfo era más “corazón de palo”, pero no le sale-, pasaba más fácil. Tal vez quiso volver por las hijas, las quería mucho.

Con otro volantazo en las charlas, volvemos a ubicarnos den­tro de las reuniones de los viernes, sin poder evitar cada tanto, al­guna que otra digresión.

Y Rodolfo ¿cómo era? ¿Qué hacía en aquellas reuniones?

Timossi: Rodolfo nos leía textos. Nos descubría autores de ese momento. Hacía con nosotros algunos ensayos de criptogra­fía, encriptar y descriptar, que luego le sirvió -pavada de detalle sobre el que volveremos.

¿Lindas reuniones? ¿Divertidas?

Timossi: Eran reuniones muy lindas. A veces jugábamos a los personajes famosos. Una vez hice de Josefina Bonaparte -se ríe sin red y se despatarra en su silla-, una Josefina que templaba como loca y después abría las ventanas y aclamaba al público! Y Paco…-lo invade, como un puntazo, una angustia lejana. No sabe por dónde seguir y el atajo lo encuentra definiendo a Urondo-: Paco era el tipo más transparente del mundo. El más transparente… Un tipo sensacional. La última vez que lo vi acá en La Habana, porque no puedo decir en dónde lo vi otra vez, Paco se agarró una currrrrrrda!! Esa última vez había venido a La Habana invitado por Casa de las Américas, como vino Rodolfo con su mujer Lilia, y Paco se agarró una curda tremeeeeennnnda. Estábamos sen­tados ahí en el malecón. Estábamos felices juntos. Se da vuelta, mira el mar y me dice: “¡Te fijaste Jorgito qué piel tiene ese animal!” -Timossi enmudece por algunos segundos, traga saliva y retoma-. Pero también en esas reuniones estaba Quino…-ahora sí respira alivianado porque el recuerdo de Quino lo ayuda a salir de la an­gustia que lo había puesto contra las cuerdas.

Sobre Quino -el dibujante Joaquín Lavado, famoso autor de Mafalda-, Poupée menciona un dato importante aunque no haga al fondo del asunto:

“Quino no iba a casa; iría a lo de Pirí. Estuve muchas veces con él… Quino vivía acosado y asustado por infinitos fantasmas. Lo invita­ban de la radio o de la televisión y no quería saber nada nada, sufría. Pero eso cambió, no sé cómo, pero cambió. Pero a Quino lo conocí en lo de Pirí. Era soltero todavía y vivía en una pensión a donde lo llevó a Rodolfo y vivió allí unos meses porque había una pieza libre”.

Pero Quino no quiso hablar. Yo le había hecho saber mi interés de conversar con él a través de su editor Daniel Divinski; tuvo la gentileza de llamarme por teléfono y me dijo que no quería hablar sobre el tema porque en aquel tiempo era muy jovencito y porque le duele mucho recordar todo aquello.

¿Cómo recuerda usted aquellas reuniones, doctor?

Barés: …había discusiones muy importantes -gesticula subra­yando peyorativamente eso de importantes-, juegos, mímicas, vino, sí, pero cositas para comer no sé, no recuerdo. Rodolfo no desen­tonaba. Me acuerdo una vez que resultó muy divertido, pero eso fue en lo de Vera Silser, una islandesa. Una cosa en común que teníamos con Rodolfo era que nos gustaban las mujeres, las ar­mas y algunas charlas sobre temas militares. El sabía mucho, te­nía idea de las cosas de armamento… ¡Ah! Le decía que una vez en lo de Vera Silser, yo me disfracé con un traje de policía del no­vio de la mamá de Poupée, Ricardo Vitani, que durante el gobier­no de Cámpora llegó a ser subjefe de policía. Y Rodolfo se puso algo…-no logra definir-; Brascó se puso una galera que decía fo­reing oficce e hicimos una especie de salón literario de otra época. Ella vivía por Arenales o por Juncal. La tonalidad de las reunio­nes era muy divertida.

Al Miguel Brascó que alguna vez se disfrazó de funcionario in­ternacional inglés, lo encontramos ya sin la galera en La Biela, el legendario bar de La Recoleta, más de cuarenta años después, es decir, ahora.

Los años pasan pero su agudeza no declina. Su memoria tam­poco. Fortachón y de charla pausada, como peleándose con su res­piración en busca de la prioridad de cada palabra, comparte un café y hasta algunos antiguos, muy antiguos rencores.

¿Cuándo lo conoce a Walsh?

Brascó: Yo estaba trabajando en Holanda y se me presentó la posibilidad de ir a trabajar a una universidad de Suecia, a reempla­zar al poeta peruano Javier Sologuren. En ese momento empiezan a llegarme convocatorias desde la Argentina; teníamos que volver porque finalmente nuestra generación iba a tomar…-se sonríe y la pausa deja suponer que iba a decir el poder- participación polí­tica con Frondizi y ahí hice una evaluación: si me voy a Suecia no vuelvo nunca más. Volví y me integré al grupo que estaba traba­jando con Smuckler, en la Diagonal Sur.

¿Qué grupo era ése?

Brascó: Era un grupo de intelectuales que trabajaba para la campaña presidencial de Frondizi; a su vez tenía que armar toda la estructura cultural del próximo gobierno. Nosotros aspirába­mos a hacer una cultura no burocrática, viva, sobre todo federal. Estaba Castelpoggi, Nicanor Salem, un grupo grande.

¿Allí aparece Walsh?

Brascó: No. Lo conocí a Rodolfo a través de Poupée. Y a Poupée a través de una amiga mía. Lo conocí como esposo de Poupée. Iba a la casa de ellos en la calle Montevideo. En el sótano tenían un polígono de tiro. Con Vitani, que llegaría a ser subjefe de la Policía Federal. Ricardo Vitani era un elegantón de barrio norte. Usaba unos trajes muy ajustados pegados al cuerpo, como era la moda, y era imposible llevar el arma sin que se note. Entonces iba con la pistola en la mano envuelta en un diario. Y Rodolfo venía de cumplir destino de cuentista policial. Así que andaba siempre con un piloto. Ellos -Walsh y Vitani- hicieron una investigación sobre Mizraji, una operación fraudulenta de contrabando, mons­truoso. Resolvieron el caso. Los detalles muy bien no los conoz­co pero sé que cobraron una suma importante.

Entonces podríamos decir que en algún momento Walsh fue un in­vestigador verdadero, investigando para la policía…

No sé si para la policía, o no sé si Ricardo lo hacía por la suya, porque la misma policía estaba metida, como después se demostró.

Esa época de Rodolfo es muy romántica. No tenía nada que ver con la política. Era más vale un peronista de derecha, aunque era antiperonista. Sí, antiperonista. Quiero decir: estaba saliendo de su antiperonismo. En la década del 50 ser peronista era muy difí­cil…-se le viene a la memoria una de cowboy o tal vez de Sherlok Holmes y no puede frenar el relato-. Una noche estaba caminan­do yo por la avenida Santa Fe, tarde, y estaba Rodolfo con su tí­pico impermeable parado en una esquina, mirando hacia la Plaza San Martín. Me acerqué por detrás de él, lo agarré de los hom­bros y le dije “¡Rodolfo!” Inmediatamente tenía el caño de una pis­tola acá -se señala el pecho- y el tipo -por Walsh- estaba pálido. “¡¡Nunca más me hagas eso!!”, me dijo. Le pedí disculpas.

Entonces -retira la pistola de su pecho, respira y retoma-, ha­cíamos reuniones en la casa de Poupée que eran más bien frívolas. Iba Timossi, Quino, este chico Jorge Álvarez, el editor; también Pirí, iba Lili Mazzaferro…

¿Era frecuente la presencia de Lili?

Brascó: …-asiente sin contundencia-. Pero era otra. ¡Nada que ver con la política! Ella empieza con la política cuando matan a su hijo.

¿Había más mujeres en ese grupo?

Brascó: ¿Sabés quién fue también un par de veces? La hija de Illia, con su marido, Soler, de quien después se separó, un radi­cal. Eran reuniones sociales más que políticas.

Se debe acordar también de Juan Fresán…

Brascó: Sí, Juan Fresán y su mujer de entonces, que era esta chica Mastrolini, que ahora está casada con Julio Crespo, de La Nación.

¿Cómo se comportaba Rodolfo en ese marco? ¿Hacía de dueño de casa?

Brascó: Bien. Participaba. Había charlas más bien literarias y hacíamos juegos de ingenio. Más que nada Vitani hacía de due­ño de casa; porque estaba casado con la madre de Poupée, de ahí viene la relación. Eran reuniones muy ingeniosas. Muy buen ni­vel. Noé Jitrik debe haber venido alguna vez.

¿Qué eran esos juegos de ingenio?

Brascó: Se hacían representaciones mudas sobre frases litera­rias que había que deducir a partir del idioma gestual. O lo de los Cadáveres Exquisitos.

¿Cómo era el juego de “los cadáveres exquisitos”?

Brascó: Esa era la práctica de los surrealistas franceses que consistía en escribir un poema línea por línea. Cada uno escribía una línea, sin saber qué escribió el anterior, con el papel doblado; después se abre y se lee, y a las dos o tres vueltas empieza a haber una especie de coherencia.

Se tomaría whisky y no había comida. Eran reuniones largas, había disponibilidad del tiempo nocturno.

Quisimos no dejar pasar este momento para contar por boca de Poupée Blanchard, la anfitriona, que es cierto que en aque­llas noches bohemias no se compartía una cena formal pero que la comida de los viernes eran tortas, cosas dulces. “Teníamos per­sonal…-deja claro que ella no era repostera sino que su personal de servicio lo era-. Comenzábamos a eso de las diez de la noche y se suponía que cada uno venía comido. Había whisky, café y nos quedá­bamos hasta tarde. Se hacía de día cuando andábamos por la calle, de­sayunábamos por ahí…”.

¿Usted de qué año es, Brascó?

Brascó: Yo soy de todos los años…-no deja espacio para la re­pregunta y sigue con las reuniones de los viernes-. Estuvo Frondizi alguna vez. Yo recuerdo haber estado con Frondizi, con Rodolfo y con Poupée allí, en esa casa. Y le preguntaba en qué medida el po­der tenía una fascinación que iba más allá del control conciente.

¿Y qué le decía don Arturo?

Brascó: No me daba pelota. Y a la cuarta vez, me miró, se gol­peó la pierna y me dijo “¡¡es irresistible!!”.

Y eso que todavía no era presidente.

Brascó: No, era candidato, pero ya estaba… Yo seguí frecuen­tando después a Frondizi. Incluso presentó un libro mío, un li­bro de cuentos.

¿Por qué fue tan rápida la desilusión con Frondizi?

Brascó: Con todo el proyecto -que elaboró el grupo Smuckler- fuimos a ver al Ministro de Cultura, que era un experto en derecho agrario… “Bueno, nos dijo, vayan a ver al profesor Nicolás Babini, que está a cargo de todo el sector de cultura”. Nosotros éramos el equi­po al que nos habían encargado el proyecto y esa noticia -que ya había un responsable de cultura- nos pareció rara. Fuimos a ver­lo a Babini, lo felicitamos por el cargo y nos contó que él no sabía nada acerca de la existencia de un equipo que estaba elaborando un proyecto de cultura. Y nos dijo también que el responsable del área sería Ismael Viñas y que el proyecto era cerrar la secretaría de cultura por seis meses para elaborar un proyecto… “¡Dejenmé el proyecto que lo vamos a considerar!”.

Y todavía están esperando la respuesta a sus consideraciones…

Brascó: Cerraron la secretaría por seis meses -en síntesis, tu­vieron que guardarse el proyecto en el tracto anal.

¿Walsh formó parte de ese grupo “frondicista”?

Brascó: Le decía que no. Pero la noche del triunfo electo­ral estábamos en lo de Poupée, con Rodolfo, y festejamos mucho. Estábamos muy contentos. Pero después tuve esa gran desilusión11. Había venido de Europa sin un peso, con una esposa y una hija…-no tiene ganas de hablar más de esa desilusión-; pero ahí nomás comenzó a formarse Prensa Latina, con Rodolfo, Timossi, con el Chango Muñoz Unsaín… Él había venido de Santa Fe -por Muñoz Unsaín- y estaba viviendo en lo de unos parientes. Yo fui aboga­do de la oficina en Buenos Aires de Prensa Latina.

Ahora -revisa su memoria-, lo de las prácticas de tiro en el polí­gono que le digo, tienen que haber sido cuando él ya había vuelto de Cuba, porque recuerdo de haber ido allí y él tenía armas che­cas que se trajo desde la Isla. Estaban probando un arma larga de calibre bajo, checa. Estaban tirando a blancos movibles. Yo era muy buen tirador cuando era chico, y me dieron el arma, tiré y en el primer tiro hice blanco. Devolví el arma y no tiré más. Me que­dé con el triunfo -quiere decir que dejó calentitos a los expertos.

¿Era un tipo simpático Rodolfo?

Brascó: Muy simpático -acá tampoco deja lugar para la repregunta.

¿Coincide en que eran reuniones divertidas, Lili?

Mazzaferro: …eran reuniones llenas de vida. Después de las diez comenzaban a llegar. Alguna pizza o algo para picar…-nin­gunea la comida y subraya lo que viene-, eran reuniones de ingenio.

¿Dónde estaba el ingenio?

Mazzaferro: …-intuye el desafío y dobla la apuesta-. Yo le di­ría: llenas de genios.

¡¡Qué humildad!!

Mazzaferro:… Se ríe y reconstruye-. Poder exponer las ideas mías con respecto a la vida, a un libro, a la música; y se armaban discusiones llenas de vida. Y Miguel que salía con un domingo siete y nos moríamos todos de risa. Estaba Montoya, un amigo de Poupée, que era tan ingenioso que me podía llegar a tirar al sue­lo de risa. Yo le decía que se alejara porque tenía olor a pies su­cios. Él decía: “ustedes se bañan y se bañan, se lastiman la piel y no se limpian. Hay que hacer como yo, pongo en el suelo una toalla, me siento ahí desnudo y empiezo a fregarme con la mano y así me saco to­das las impurezas que tengo” -se sigue cayendo de la risa, como an­taño-. ¡Sin agua!

Nosotros teníamos una reunión de almuerzo -abre el foco de sus recuerdos-, todos los días, con Miguel y otros, y comíamos comida árabe. Pirí era…, yo no he visto a nadie manejar las ma­nos como a ella. Ella no hacía comidas bien presentadas pero ha­cía unas cosas riquísimas. Pirí estaba muy loca, muyyyy loca, Pirí se lo sacó así de las narices a Rodolfo (a Poupée).

¿Y con qué se divertían los genios?

Mazzaferro: Con “Los cadáveres exquisitos”. Con “Las chara­das”. Esos eran los juegos. Los enigmas para contestar. Nos divi­díamos en dos grupos. Eran las cuatro de la mañana y seguíamos jugando.

¿Qué eran “las charadas”?

Mazzaferro: “Las charadas” eran tarjetitas; tenías que aguzar el ingenio y usar la mímica. Era una maravilla. Me acuerdo pa­tente el nombre “Contrapunto” en una tarjeta. Esa le tocó una vez a Brascó. Los compañeros no lo entendían…

¿Mucho alcohol?

Mazzaferro: No se tomaba casi…

¿Droga?

Mazzaferro: Nooooooo. Ni sabíamos qué era. Acá había vino bueno y jugos. Una copa te duraba… una eternidad. Cerveza, no. Acá, ir a tomar cerveza era ir a que nos tiraran la cerveza. Íbamos a El Ciervo a que nos tiraran el chopp o el cívico. Era una cere­monia: era ir a tomar cerveza.

¿En aquellas reuniones Rodolfo encajaba bien?

Mazzaferro: Encajaba bien, bien. Era más vale callado, pero encajaba bien.

¿Usted Poupée, también lo recuerda a Walsh encajando bien en las reuniones de los viernes?

Poupée Blanchard: Sí porque Rodolfo siempre se divertía, po­nía un gran entusiasmo y se divertía en serio -piensa y agrega su detalle agudo-; y porque siempre se destacaba.

Con relación a su producción literaria, Timossi, ¿para el 58 vos lo recordás prestigiado a Walsh?

Timossi: Rodolfo estaba prestigiado. Sí. Y sobre todo los cuen­tos que él hacía y que nos leía en esas reuniones. Y nos dejaba lo­cos. Más para mí que recién comenzaba -balbucea-. Cuando leía cuentos…

¿Los leía él?

Timossi: Sí, los leía él. Rodolfo era un hombre serio. Poupée era…-se sonríe sin encontrar palabras suficientes para describir un digno contraste-. Estaba también Clarita Fernández Moreno, la hermana de César. Rodolfo tenía un gran sentido del humor. Todo el grupo lo tenía. No por nada en ese grupo estaban Quino y Carlos del Peral.

Lo mismo le preguntamos a otro argentino, que ya mencio­namos por boca de Brascó. Es un hombre de la vieja guardia de la agencia cubana y frecuentador de la noche intelectual porte­ña de los finales de la década del 50. Nos referimos al Chango Muñoz Unsaín, radicado en un rincón de difícil acceso del ba­rrio Miramar, en La Habana, frente a los estudios de grabación “Ojalá”, del poeta y cantante Silvio Rodríguez. Muñoz Unsaín cuenta que trabajó para la oficina de Prensa Latina en Buenos Aires desde febrero del 59 y que cuando Fidel visitó Buenos Aires en mayo, cubrió la presencia del flamante mandatario cubano jun­to a Carlos Aguirre.

El Chango es alto, de dicción perfecta y pausado -podría ha­ber sido locutor-, mide cada palabra porque sabe que lo que tiene para decir puede causar algún escalofrío.

¿Era un tipo prestigiado Rodolfo?

Muñoz Unsaín: Entre los llamados literatos serios, no. Tenía la fama de los cuentos policiales en Leoplán. Pero no era conside­rado un literato. Era un cuentista policial aceptable. Y desde lue­go, el libro de los fusilamientos… ¿cómo se llama?

Operación Masacre.

Muñoz Unsaín: Sí. Sí, ése le dio fama como periodista, inves­tigador y denunciador. Pero para mí, para mí -subraya con la voz y con los gestos-, desde mi opinión política personal, lo salvable de Rodolfo fue su rebelión contra el militarismo montonero. Ahí sí asume una actitud valiente y digna y seria.

Sobre el tema de Walsh y su “rebelión contra el militarismo montonero” hablaremos en otras páginas12, pero ahora sirve para estimar desde dónde habla Muñoz Unsaín.

La presencia de Walsh en Leoplán contada por Miguel Brascó, que estaba dentro de esa revista que hizo época y escuela, permi­te intuir cómo fue la incorporación a la vida de Walsh de quien resultaría ser un amigo profundo, de esos que sólo los separa la muerte. Nos referimos a Francisco Urondo.

Usted, Brascó, tenía también una relación de tipo laboral con Walsh. ¿Es así?

Brascó: Yo tenía entonces un suplemento de humor en el Leoplán. Se llamaba Gregorio. Allí se publicaron las primeras ti­ras de Mafalda. Mafalda empezó gracias a que a mí me llamaron de una agencia de publicidad, era un tipo llamado Briski. Sí, el actor. Y yo pensé “qué gracioso, es una mezcla de Brascó y Osky”. Yo era muy amigo de Osky… Entonces, yo tenía a “Gregorio” en esa época. Trabajaba en Leoplán, en Esto es y en una revista que tenía Pajarito García Lupo y González O´Donnel, que fueron los que después hicieron Primera Plana13; y fui a ver qué pasaba. Me pi­dieron una historieta de chicos para las heladeras Marshall. Era para un público culto y cada tanto tenía que aparecer la heladera; era una campaña interesante. Y le dije a Briski, a Norman Briski, “mirá, yo no hago eso, pero te puedo presentar a alguien que la pue­de hacer”, y lo presenté a Quino. Le llevó las tiras y el proyecto no caminó. No porque las tiras fueran malas sino por cosas de la empresa. “Dame esas tiras que las publico en Leoplán”. Y las publi­qué. En esa época Rodolfo colaboraba regularmente con mi sec­ción de humor en Leoplán.

¿Qué hacía Walsh en humor de Leoplán?

Brascó: Por ejemplo el texto de “La Cólera del Justo”. Rodolfo era muy erudito…-y una vez más se le entromete Francisco Urondo en su recuerdo, como si no lo pudiera separar de la imagen de Walsh-. Urondo era una especie de protegido mío. Venía de Santa Fe. Yo había sido celador de él en el colegio nacional.

¿Y se portaba bien?

Brascó: No, era un rebelde sin causa. Era un tipo medio pre­potente. No era simpático en esa época. Yo tenía un teatro de tí­teres con José María Paolantonio y un día se apareció Urondo por ahí. Yo lo veía como ese rebelde sin causa; y dijo que escribía poesía. Hacía unos poemas malísimos. Y trabajó un tiempo en el teatro, conmigo. Me acuerdo que vivía con Ariel Ramírez en una casa en Colegiales y en el fondo de esa casa se alquilaba otra casa. Le alquilamos eso a Urondo. Allí vivió con su primera mu­jer Chela Murúa y sus dos hijos. La nena moriría en la guerrilla. Comenzó a escribir textos de televisión para Stivel, con gran es­fuerzo. Escribía con faltas de ortografía…-pone cara de horror-. Yo trabajaba de abogado y tenía un cliente que tenía una casa en la calle Venezuela, estaba por desalojar a los inquilinos14. La casa quedó vacía, le propuse a mi cliente alquilársela para un amigo. Me dijo que sí. Y se la alquilé para Urondo y para una hermana mía. Vivieron Emilio Alfaro, Stivel, Soriano, era una especie de colonia artística.

¿Y Paco aprendió a escribir?

Brascó: Sí. Teníamos la revista Zona y Urondo cayó con unos poemas de un poeta peruano… Yo le dije “¡Paco! ¡Estos poemas son una mierda!” Y me dijo que eran de un combatiente que estaba en la sierra y yo le dije “¡qué carajo me importa!”15. Dejamos el entorno de Walsh y volvemos a él por boca de un crítico.

¿En qué marco se veía con Walsh?

Muñoz Unsaín: En Buenos Aires nos veíamos ocasionalmen­te, en los bares…

¿Cómo era la pareja de Walsh con Poupée?

Muñoz Unsaín: Rodolfo era un tipo serio. Un argentino me­dio, esmirriado, no podía tener seguridad física en sí mismo. Más bien callado. Flaquito. ¡Se destacaba su frente! -yergue su propio cuerpo para decirlo-. Para el análisis, un tipo agudo. Socialmente, Poupée lo eclipsaba16; sí, era muy simpática, muy alegre. Muy culta. Bueno, en ese grupo todos eran supercultos. Poupée era muy comu­nicativa; no porque comunicara cosas muy importantes, pero sa­bía comunicarse -como se puede apreciar, Muñoz Unsaín no sólo es agudo con Walsh-. Poupée, simpática.

A veces nos íbamos a comer, también con Pajarito García Lupo…-los recuerdos le afloran con forma de risa ante lo que aparece como incoherente, entre las concepciones políticas y las conductas personales-. En ese momento en la Argentina, pen­sábamos que si Alemania era enemiga de Inglaterra, algo bueno tenían que tener los alemanes. Rodolfo venía de Tacuara, cuan­do Tacuara era una organización juvenil nacionalista, no nazi. No digo que Rodolfo militaba en Tacuara, pero venía del nacio­nalismo. Y Pajarito, que también venía de un nacionalismo anti­judío, se había enamorado de Elsa Jascalevich y se había casado con ella. Rodolfo y Poupée, Pajarito y Elsa y yo y mi mujer de en­tonces, teníamos algunos lugares al margen de los lugares con los demás. Era un lugar en la cortada Carabelas. También los restau­rantes del Mercado de Abasto -la Blanchard no lo recuerda- y en el café La Paz, donde no entraban las mujeres. Era cosa de hom­bres solos. Todas las noches nos reuníamos en el café La Paz. A la salida del diario todos nos juntábamos ahí como estúpidos pro­fesionales, a esperar la salida del diario para leer lo que nosotros mismos habíamos escrito. ¡Eso era todas las noches! -lo subraya con energía, reconociéndose giles de cuarta.

¿Es en esas reuniones después de trabajar que se entera del proyec­to de la agencia cubana?

Muñoz Unsaín: Masetti había estado dos veces en Sierra Maestra. Era cronista de radio El Mundo. Y Carlitos Aguirre era amigo de él y era amigo mío. Cuando Masetti volvió a Buenos Aires le contó a Carlitos del proyecto de que si la guerrilla triun­faba, el Che estaba dispuesto a apoyar la creación de una agen­cia latinoamericana de noticias. Habrá sido por octubre del 58. O antes. En ese momento Carlitos y yo trabajábamos en el diario El Nacional17. Me preguntó si me interesaría. “¡Sí, cómo no!” De repente llega la noticia de que Fidel toma el poder. Masetti viene con la famosa “Operación Verdad”. Y se concreta la idea de for­mar esa agencia.

Usted, García Lupo, ¿recuerda esos espacios en común con Walsh y con el Chango Muñoz Unsaín?

García Lupo: Sí, sí, lo del restaurante de la calle Carabelas es así. El Chango estaba casado con una mujer encantadora, creo que médica. Yo con mi primera esposa, Elsa y Rodolfo con Poupée.

No voy a presentar a Rogelio García Lupo porque él mismo contará muchos datos de su historia profesional en varios momen­tos de nuestra charla. Sólo decimos que sigue trabajando en el diario Clarín, que no se siente viejo a pesar de que los años tam­bién pasan para él y que nuestra conversación tuvo el escenario que él eligió: la confitería del Hotel Castelar, en la Avenida de Mayo, en donde siempre vaga el comentario de que allí se hospe­dó Federico García Lorca por el 30 y pico, cuando a una cuadra, en el Teatro Avenida, se presentaba su obra La zapatera prodigio­sa en la que él mismo actuaba haciendo el “prólogo” que iniciaba la puesta. Poco después, al inicio de la guerra civil en la penín­sula, Francisco Franco lo fusilaría y haría desaparecer su cadáver.

¿Hacía tiempo que conocía a Muñoz Unsaín?

García Lupo: El Chango Muñoz Unsaín pertenece a una familia de periodistas muy conocidos en su época, José María Fernández Unsaín, director del diario Tribuna, que salió en el 46, continuador del diario Cabildo. Fernández Unsaín se casó con la hija de Lautaro Durañona y Vedia, que era del nacionalis­mo de derecha. Fernández Unsaín emigró y falleció en México hace dos o tres años.

¿El Chango venía entonces de ese tronco nacionalista?

García Lupo: El Chango también venía del nacionalismo. Creo que lo conocí en Buenos Aires ya incorporándose a Prensa Latina. En la oficina de Buenos Aires primero, porque luego fue a Montevideo.

¿Dónde estaba la oficina de la Agencia en Buenos Aires?

García Lupo: En la calle 25 de Mayo entre Sarmiento y Cangallo. Luego estaría en Bernardo de Irigoyen al 400. Se abre en Junio del 59, era una vieja oficina en un viejo edificio…

¿Quiénes formaban parte de ese primer elenco de periodistas en Buenos Aires?

García Lupo: Luis González O´Donnell era el secretario de re­dacción, luego estaba Santiago Pinetta, que vive en Buenos Aires, el Chango Muñoz Unsaín, Luis Bergonzelli, militante socialista como O´Donnell, éste venía de La Razón y era un periodista muy destacado. Estaba yo y Pirí Lugones haciendo los servicios espe­ciales y saliendo a vender. El contador era otro socialista Roberto Pastorino.

Viéndolo desde hoy ¿Qué características tenía ese tronco nacionalista?

García Lupo: Era un nacionalismo antiimperialista. Esa era nuestra base ideológica en común. Ya en el 58 con Frondizi como presidente, yo hice una personal campaña de radio en favor de la revolución cubana, en las radios Belgrano y Argentina, de la que conservo la mayor parte de los textos y podía hacer eso por una sencilla razón: los textos se aprobaban o no, luego de pasar por una especie de censura a cargo de la Comisión Administradora de Radio y Televisión que la presidía Isidro Odena, viejo perio­dista internacional. Él tenía dos hombres de confianza a su lado. Uno era yo. Por lo tanto yo me autoaprobaba, me los autoautori­zaba -se ríe sin control-. Así fue que hice esa campaña personal en favor de los rebeldes de la Sierra durante el 58, con el resulta­do insólito de que el embajador cubano del gobierno de Batista, se quejó; pero en medio de ese quilombo tanto allá como acá, se­guí adelante. Pero ahora, releyendo mis textos me doy cuenta de que lo mío era nacionalismo antiimperialista.

Esta definición política tiene gusto a poco y creemos que García Lupo tiene la misma sensación, por eso abre otra puerta, sin pau­sa, e incorpora a este breve análisis otra definición de la época, indispensable a tener en cuenta porque ayuda a entender la coyun­tura y el perfil de estos periodistas nacionalistas en el que queda incluido Rodolfo Walsh.

García Lupo: Hay que recordar que en ese mismo momento la prensa comunista se encargaba de producir desconfianza sobre quién era Fidel Castro.

¿Se refiere a la prensa oficial del PC argentino?

García Lupo: Sí. La prensa comunista sugería las peores co­sas sobre los objetivos de Castro. Y el diario La Prensa defendía a Castro. Era una situación muy curiosa -abre los ojos como revi­viendo la sorpresa, pero él tiene respuestas.

¿Nuestro diario La Prensa hablaba bien de Castro?

García Lupo: Este es un tema que me interesó y que des­pués estuve revisando. ¿De dónde venía esta expectativa positi­va de La Prensa ya en el 57? ¿Por qué La Prensa jugaba a favor de Fidel Castro?

¿Usted tiene alguna respuesta por lo menos provisoria?

García Lupo: Había una base informativa que servía a La Prensa, que era la Marina. El almirante Rojas en particular, te­nía una postura prorrevolucionaria cubana. Yo hice una investi­gación sobre este tema que no he escrito, pero le cuento: ¿Quién era el que le daba elementos e información a la Marina, al almi­rante Rojas? ¿Quién le daba ese panorama positivo de los revo­lucionarios cubanos? Era el embajador argentino en La Habana, el contralmirante Raúl Lynch, que era primo hermano del padre del Che Guevara. Recuerdo que una vez hablando con Celia de la Serna de Guevara, la madre del Che, me contó que ellos siempre tenían alguna forma de saber qué pasaba con su hijo Ernesto a tra­vés del almirante argentino que era primo de su marido. Es decir que había un canal gorila de la Marina de Guerra, que funciona­ba como canal de comunicación indirecto del Che con su fami­lia y que además había influido en la posición del contralmirante Rojas y de la Marina en relación con los revolucionarios cubanos.

Canal de comunicación y de apoyo…

García Lupo: Yo diría canal de comunicación familiar y de in­fluencia política porque el almirante Lynch daba informes favo­rables a los revolucionarios de Castro, a los que era imposible ver como comunistas porque no lo eran. El Movimiento 26 de Julio no era comunista. Los comunistas -es decir el PSP- se resistían de abandonarle la mano a Fulgencio Batista. En 1958 la revolución cubana no era anticomunista pero los comunistas cubanos esta­ban en contra de la revolución cubana. Esto es real.

Es incómodo de digerir que el PSP se resistía a “abandonarle la mano a Fulgencio Batista”. Casi de casualidad llegó a mis manos un ejemplar de la revista Monthly Review en la que hay un artí­culo que, haciendo referencia al secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria (CTC-R), elegido en 1961, dice: “Era muy difícil que Lázaro Peña contara con el apo­yo obrero, pues su historia como dirigente sindical en Cuba tiene muchos pasajes que hoy no se pueden recordar. Por ejemplo, fue dirigente de la CTC desde 1939, en la época de la alianza de su partido, el PSP (Partido Comunista cubano) con Batista y desde allí frenó o desarmó huelga tras huelga en nombre de esa alian­za y en nombre del triunfo de la causa de las ‘democracias’ en la segunda guerra mundial por lo cual en Cuba ‘no había que ha­cer huelgas18’”. ¡Qué familiar suena este tipo de razonamiento!

Para nuestra sorpresa, nos encontramos en la retiración de con­tratapa de la revista recién citada, con la publicidad de un libro titulado Argelia y cuyo autor es un tal Carlos Aguirre, “un volu­men de 452 páginas con mapas y fotos”, anuncia por sólo $250 el ejemplar, la Editorial Perspectiva, con domicilio en Av. Roque Sáenz Peña 760, oficina 531. Esta revista estaba dirigida por Leo Huberman y Paul Sweezy. Más adelante se podrá ver por qué esta mención resulta, por lo menos, interesante.

1 En la noche del 9 de Junio de 1956 se inició un levantamiento militar y civil, relativa­mente pequeño y focalizado casi exclusivamente en Buenos Aires, que intentó derribar a la dictadura de entonces. Con el fusilamiento de algo más de 30 personas y cientos de presos, aplastaron ese intento democrático.

2 Conviene recordar que OperaciónMasacre fue primero una serie de nueve artículos apa­recidos en la revista Mayoría, que apenas tenía dos meses de vida. Fue continuadora de la revista Esto es, clausurada por la “Revolución Libertadora” en Febrero del 56. El se­manario Azul y Blanco de Marcelo Sánchez Sorondo, en su edición del 10 de Abril de 1957 dirá “Después de varios meses de silencio, después de soportar hasta la arbitraria presión en medio también del silencio de la prensa ‘libre’, el Dr. Tulio Jacovella acaba de iniciar la publicación del nuevo semanario Mayoría”.

3 En El violento oficio de escritor.

4 Arturo Frondizi fue el candidato a presidente por la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), negoció ser apoyado por el peronismo y, de alguna manera, por la izquierda de la época.

5 Estos son algunos pocos datos biográficos que tomamos del libro Frondizi por él mismo, de Rodolfo Pandolfi, Editorial Galerna, 1968. Por otro lado Isidoro Gilbert -inimputa­ble de maoísta- en su libro El oro de Moscú, Editorial Planeta, 1994, cuenta que “Frondizi negoció con Victorio Codovilla el respaldo del PCA a su candidatura” (pág. 202) y que el PC “tenía afiliados secretos dentro de la UCRI, incluso algunos diputados naciona­les y provinciales” (pág. 204). María Seoane también aporta lo suyo desde su El burgués maldito, editorial Planeta, 1998; del mismo modo es importante leer al respecto, a Otto Vargas en ¿Ha muerto el comunismo?, Editorial Agora, 1997

6 La leyenda cuenta que a ese edificio se le llama aún hoy “Palacio de los patos”. “Palacio” porque es una casa verdaderamente hermosa y “de los patos” porque sus habitantes fue­ron y son “patos”, es decir, pobres; por lo menos con relación a la galanura de la cons­trucción. La verdad no es tan así.

7 Sobre Susana Lugones conviene leer Pirí, el libro de Analía García y Marcela Fernández Vidal. Es una edición conjunta de Ediciones de la Flor, La Maga y la UTPBA, 1995.

8 Jon Lee Anderson en Che, una vida revolucionaria, Emecé Editores, pág. 51.

9 Se refiere a los poetas argentinos Alberto Girri (1919-1991) y Jorge Vocos Lescano (1924-1989).

10 La partida de Jorge Timossi y de Juan Fresán a ese “campamento” tiene que haber sido, indudablemente y a partir de datos que quedarán volcados en este trabajo, en la primera quincena de julio de 1959, porque esa oficina en Río tiene su apertura apenas semanas antes.

11 La desilusión mencionada por Brascó, tiene un aporte expresivo en Poupée Blanchard. Le escribe a su madre a mediados de 1960, desde La Habana, en franco tono despecti­vo hacia Frondizi: “En cuanto a los informes que esperan del niño precoz, sería mejor que se fueran a ver una película que siempre va a ser más realista, o que se sienten a leer Petróleo y Política, que está lleno de fantasía. Ese pobre ser anémico no puede hablar se­renamente de nada. Está demasiado preocupado por sus hambres inmediatos. Pónganlo a jugar a los pies de su amo Frigerio, allí está en su lugar. Pero no lo sienten frente a us­tedes como si fuera una persona”. Creemos que no hace falta aclarar pero por las dudas decimos que ese “niño precoz” y ese “ser anémico” son una misma persona: el entonces presidente Arturo Frondizi.

12 El interesado puede leer los pocos y valiosos textos que pudieron ser rescatados y pu­blicados, que tienen que ver con informes elaborados por él o por su área, dentro de Montoneros y dirigidos a la máxima conducción de esa fuerza.

13 En un momento posterior de la charla, Miguel Brascó afirma que Primera Plana fue hecha por González O´Donnel y Jacobo Timerman. Lo dice así: “Pero el que la hizo fue González O´Donnel porque Timerman andaba haciendo golpes de estado, cosas con los militares, era socio del cadete Güiraldes. Al poco tiempo lo sacaron a Timerman. Un macaneador total, un farsante”.

14 La casa era en la calle Venezuela 725, San Telmo. Un detalle interesante de la vida en ese “conventillo” de artistas lo cuenta Pablo Montanaro en su Francisco Urondo, Ediciones Homo Sapiens, 2003. Nuestro entrevistado Carlos Barés fue uno de los inquilinos du­rante algunos meses.

15 La revista se llamaba “Zona de la poesía Americana” y el poeta peruano era Javier Heraud.

16 En alguna de las charlas con Poupée Blanchard, nos contó que Walsh se enojaba mu­cho cuando ella “tomaba el micrófono” de una reunión. Lo mencionamos más adelante.

17 Rogelio García Lupo nos dice lo siguiente sobre este matutino: “El diario El Nacional fue editado para acompañar la presidencia de Arturo Frondizi. Marcos Merchensky era el director político del diario. Yo participé de ese grupo hasta que me fui a Cuba. Entré en Qué a fines del 56. Me había ido de Noticias Gráficas. Hicimos la campaña para la elección del 57 y para la elección del 58. Fue una experiencia interesante. Desde esa mini-redacción de la revista Qué derivó el diario El Nacional, que estaba en la esquina de Córdoba y Montevideo. El editor responsable era Emilio Perina, es decir, Moisés Constantinovsky. Pero todo esto con Rodolfo, nada que ver”.

18 Monthly Review, año II, número 15, de Noviembre de 1964. El artículo, muy inte­resante, se llama “Cuba entre la coexistencia y la revolución”, su autor es Adolfo Gilly y había sido publicado anteriormente en la revista Partisans, en París y en el semana­rio Marcha, en Montevideo. Lo citamos nada más que a modo de ejemplo y porque así como nosotros desconocíamos esa alianza y conocerla nos ayuda a entender una pulga­da más el proceso político cubano, es posible que a muchos lectores les pase lo mismo.

Rodolfo Walsh en Cuba

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