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CAPÍTULO 2

LA MIRADA DE JUAN FRESÁN

Juan Fresán es un destacado intelectual argentino. Debido a su gran cercanía con Walsh durante los finales de la década del ‘50 y principios de la década del `60, pero sobre todo debido a su muy original y más que discutible visión de su amigo, decidimos que el lector tenga sin interrupciones -salvo dos párrafos de Brascó y de Mazzaferro-, sus recuerdos, sus descripciones y opiniones so­bre aquella relación y sobre ese período tan singular y creativo.

Fresán: … Flaco, mirá! Yo hablo libremente! Tirá a la basura lo que se te antoje, porque nuestra amistad dura dos décadas. Así prologa Juan Fresán su aporte a este trabajo. Amenaza con que su relación con Walsh es tan abundante que excede cualquier pa­pel. Será cierto. Su departamento casi sobre Plaza San Martín, pleno centro de Buenos Aires, es el que excede la mirada del más curioso porque jamás podrá dejar de encontrar sorpresas. Su ca­pacidad de artista y publicista está impregnada en cientos de de­talles que enlodan paredes, techo y hasta el piso.

Fresán: Yo era muy muy amigo de las dos mujeres que Rodolfo tuvo antes de la viuda. Tanto de Poupée como de Pirí. Yo llego con 18 años y lo conozco primero con Poupée, cuando hacíamos un cenáculo cuando él aún no estaba politizado. Nací en el 37 y mi amistad dura hasta que en el 74 me allanan la casa, al pedo. Yo tenía una casa de once habitaciones, venía Rodolfo, había estado antes Paco Urondo…, yo siempre fui un ateo, pero no sólo religio­so. Ateo religioso, filosófico, político, superateo de Montoneros y ERP. Nunca fui a un acto político. No, no. Para mí este mun­do está mal hecho y ojalá no haya dios, porque si hay dios, como creativo es un chanta, un mediocre que hizo un planeta de mier­da, que era en lo único en que coincidíamos con Rodolfo. Nada más que él pensaba que se podía cambiar y yo no. La última vez que lo vi fue en el 74.

Así resume Fresán una década y media de relación con Walsh. Con esta velocidad y con una actitud lapidaria que deja poco es­pacio para polemizar.

Yo no quiero polemizar sino que me cuente.

Fresán: Nos conocimos mezclados en lo de Pirí, con Carlos Peralta, que escribía con el seudónimo de Carlos del Peral; en donde más lo veía era en lo de Poupée, porque era su mujer. O en lo de Pirí, en esas infinitas reuniones tipo Mariquita Sánchez de Thompson o La Cigarra, de Chéjov, a donde iba Frondizi, Ariel Ramírez, Miguel Brascó, qué sé yo…

Obviamente enseguida sintonizamos con Rodolfo. Los dos so­mos de Río Negro; su viejo trabajó en una estancia, mi viejo traba­jó en una estancia; mi viejo, español, su viejo, inglés. Todas estas cosas por un lado nos casa y por otro es lo que nos divorcia por­que no tienen nada que ver un vasco y un inglés. Nuestra relación fue muy coherente con nuestros genes. Una mezcla de te quiero y te detesto. En lo único que teníamos que ver era en lo intelectual. Él era culto, frío, cerebral; yo soy apasionado, un loco de mierda. Se creó una amistad mezclada con dos mujeres a las que yo veía cinco veces por semana, sino siete.

¿Cómo eran aquellas reuniones?

Fresán: …divertidísimas. Todos los viernes se hacían esos cená­culos en lo de Poupée. Había una clave, tiraban una canastita con una llave; nosotros nos vestíamos con ropa de época y nos ponía­mos en la vidriera. Vos veías a un tipo que pasaba a las tres de la mañana por la vereda y veía que el maniquí movía un dedo. Podía ser Rodolfo, Brascó o yo; iban personajes curiosísimos. Música, pintores, supongo que sería como las peñas literarias de Boedo. Los anfitriones eran Poupée y Rodolfo, que entró a ese microclima de Poupée. Rodolfo se puso a aprender chino para saber qué eran algunas de las cosas que tenía Poupée en su negocio. Siempre fue un exagerado de la erudición; eso fue lo que me atrajo de Rodolfo. Empieza a deteriorarse cuando cambia de Poupée a Pirí.

Según Poupée, no fue chino lo que Walsh comenzó a estudiar sino japonés. La intención fue tratar de traducir unas leyendas es­critas junto a unas estampas niponas que hoy adornan su depar­tamento de la calle Viamonte.

¿Cómo era Poupée?

Fresán: Poupée es de las mujeres más inteligentes que he co­nocido en mi vida.

¿Y Pirí como era?

Fresán: Igual. Nada más que Poupée pecaba de cuerda; era la que a todos siempre le tenía una interpretación psicoanalítica que hacerle. Pirí pecaba de loca. Yo a posteriori de Rodolfo, tuve una relación con Pirí. Salíamos disfrazados, nos poníamos en la cornisa del piso 23 de El Hogar Obrero! Pirí se maquillaba con témpera, se hacía mierda la cara y no por falta de guita. Eran las mejores amigas entre ellas. Curiosamente, Rodolfo salió con las dos. Yo estuve con una y con otra a la vez -quiere decir que man­tuvo su relación con Walsh mientras éste fue esposo de una y de otra-. Porque ahí no hubo divorcio de los amigos. Se separaron por una cuestión de higiene y para escaparle a la promiscuidad, que era una de las definiciones de esa época. ¡Toda esa mierda france­sa! Nos gustaba pero viéndolo a la distancia, demuestra una en­fermedad mental total.

Pero en ese momento disfrutaba esa mierda francesa…

Fresán: ¡Ah, sí! ¡La pasaba fenómeno! Por ahí desfilaban los Cortázar, los García Márquez, Ariel Ramírez, Miguel Brascó, David Viñas. Carlos del Peral que fue el primer marido de Pirí y que fue el primer amigo que yo tuve. Rogelio García Lupo tam­bién iba. Y Rodolfo Khun.

¿Qué imagen le quedó de Rodolfo en esos encuentros?

Fresán: Mirá, hay un cuento de Borges, “La muerte y la brú­jula”, si no lo leíste leélo porque para mí Walsh es el detective de ese cuento -Erik Lönnrot es el detective protagonista del cuento, escrito en 1942-. Para mí es el mejor cuento de la literatura poli­cial mundial porque no te estafa, porque al lector le da todos los datos y vos no te avivás. Te digo esto porque para mí, así vivió Rodolfo toda su vida política y así murió. Es más, creo que como escritor policial me pareció fantástico, pero cuando se mete con Operación Masacre empieza a cambiar.

Fresán respira doble y toma carrera porque sabe que se está me­tiendo en una arena que lo puede tragar. Tiene que explicar qué empieza a cambiar en la vida o en la visión de Walsh, obviamente según él, hacia una dirección muy equivocada.

Fresán: Ya sé que con esto me voy a llevar… ¿cómo decirte? Me van a decir que cómo cuento esto de Rodolfo! Es que para mí Rodolfo es éste. ¡Me cago en el Rodolfo político! Me parece un mamarracho. Me parece poco intelectual -luego de cubrirse con este ataque rotundo, nos obsequia su análisis-. Creo que Rodolfo se va enloqueciendo: empieza con la literatura policial, después pasa al periodismo policial ficcionado y como el Quijote, que de tanto leer libros de caballería ve molinos de viento -y cree que son gigantes enemigos-, se vuelve loco y pasa de la ficción a la realidad pero jugando a la ficción, como una especie de Sherlok Holmes que se ponía narices postizas. Él mismo se disfrazaba cuando es­taba perseguido. Para mí no lo mataron a Rodolfo, para mí él bus­có su muerte. Como Pirí. Ella le sacaba la lengua a un policía y golpeaba un patrullero. Si algo critico a los Rodolfos…-se vuel­ve a atajar de las futuras críticas dibujando una sonrisa resigna­da-, y esto sí es polémico. Cuando lo mataron, a mí lo único que me jodía era que lo hubieran torturado. La muerte de Rodolfo no me hizo absolutamente nada. Me pareció tan coherente. Murió en su ley. Pero te decía antes, lo que yo censuro de los Rodolfos y de éste Rodolfo es el uso de las personas. Yo le presté mi casa para que viva, para que proyecten La Hora de los Hornos, y me ligué dos allanamientos muy jodidos. Y a esta gente tipo Rodolfo, cuando pasaron a la política, les importaba tres carajos los amigos. Sí les interesaban los chicos que se morían de hambre en Angola, pero les importaba tres soretes si me caía la cana a mí, porque yo era calificado como un pequeñoburgués decadente.

Pero a todo esto -corre la sonrisa resignada y el enojo, retro­cede en el tiempo y saca pecho-, cuando me fui con Timossi, yo estuve tres años yirando y viviendo en los socavones con los mine­ros de Oruro, con los indios del Amazonas, así que yo no era un caquero de nariz respingada tipo Recoleta. A la famosa América Latina yo la conocía más que Rodolfo Walsh. Y más que muchos que verseaban en los cafés. ¡Que a mí me mataran le importaba tres soretes a Rodolfo y a Paco y a los otros! Esto me ha causado problemas con amigos, incluso con Quino. Con Quino éramos íntimos, él iba a las reuniones también.

“Para mí, le decía a Rodolfo, la revolución está bien hasta que la gente está alfabetizada, comida y con atención a su salud, después de­jate de hinchar las pelotas con prohibirles que lean a Dostoievsky!” ¡Por eso aquello me parecía un mamarracho!

En esto de evitar las prohibiciones, sobre todo las culturales, seguramente coincidían con Walsh aunque coyunturalmente no se entendieran.

Usted ha dado una larga y personal apreciación de Walsh en la mi­litancia política que le conoció. ¿Y cómo lo veía como escritor?

Fresán: Para escribir un cuento, le costaba sangre, sudor y lá­grimas; le preguntabas por el cuento y decía “no, lo estoy traba­jando”. Se podía pasar ocho meses con un cuento, como si fuera una novela. Y alguno, años. Con Los oficios terrestres no termina­ba nunca porque siempre había que correr una coma o retocar un adjetivo. Era un obsesivo. Íbamos con Rodolfo al Tigre y mientras uno se rascaba las pelotas él se la pasaba laburando y laburando. Creo que él llegó a lo que llegó porque nunca pudo ejercer el pla­cer. Nunca. Intelectualizaba todo. Yo nunca me acosté con él, pero seguro que si estaba cogiendo, estaba sabiendo que el glande, que no sé qué historia…; un enfermo. Yo también soy un enfermo di­ciendo lo contrario. Lo que pasa es que yo me divierto como loco.

Acerca de la lentitud para cerrar un trabajo literario, como se anima a señalar Fresán, Walsh dejó escrito algunos años después que “En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento(…), la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”.

Para sumar aunque sea un par de miradas, breves, sobre el Walsh instalado en el Tigre, período muy importante desde el punto de vista de su producción literaria, tomamos algún recuer­do de Brascó y de la Mazzaferro.

¿Siempre mantuvo una relación cercana con Rodolfo, incluso en las épocas que pasaba en el Tigre?

Brascó: Siempre mantuve una relación cercana con Rodolfo. Incluso, sí, cuando se va al Tigre. Fui varias veces, salíamos a pes­car. Conmigo mantenía otro diálogo, que no era el político. Con Paco, cuando se hizo revolucionario, nos alejamos. Con Rodolfo siempre nos vimos hasta que entró en la clandestinidad.

¿Cómo veía el ánimo de Walsh en el Tigre?

Brascó: Yo lo recuerdo escribiendo. Separado del mundo por­que estaba escribiendo su libro. Eran los cuentos de los irlandeses, si no recuerdo mal. Luego fue tomado por la literatura política. En el Tigre llevaba una vida muy austera. Era muy afectivo. Era un tipo muy masculino, con mucho glamour de espíritu. Un tipo del estilo de Adolfito Bioy Casares en la buena época. ¿Mujeriego? No. Siempre tuvo mujer. Yo le conocí a Poupée, a Pirí…Yo tenía cola de paja porque me había separado del grupo, políticamen­te hablando, y me daba la impresión de que me veían como un tipo de derecha.

¿Qué otros amigos iban por el Tigre a verlo? ¿David Viñas?

Brascó: …-se atraganta pero opina-. Rodolfo hablaba mal de Viñas, le parecía un… -dice algo no muy dulce-. Eran antípo­das. Rodolfo era como un inglés, medido, educado; el otro era…

Lilia Ferreyra dice que Walsh quería a Viñas.

El propio Viñas nos ha contado alguna vez -en un reportaje que le hice y elaboré para el diario Perfil, que quedó inédito por el abrupto cierre del matutino-, los buenos ratos de charla que tuvo con Walsh cuando compartían el mismo edificio sobre la calle Cangallo, y en el Tigre. A pesar de los parciales desacuerdos po­líticos, Viñas recuerda que la pasaban muy bien charlando y que los temas que compartían con más gusto eran la admiración por los caballos y por William Shakespeare1.

Siendo tan “inglés” ¿Por qué Rodolfo se enamoró de Pirí, que des­de su óptica, no era muy “inglesa”?

Brascó: Es un misterio para mí porque Pirí no era una mucha­cha atractiva. Era desagradable. Rodolfo y Poupée tenían una sim­biosis…-muy positiva-. Pirí lo sedujo -le quita el cargo a Walsh-. Fue muy jorobado porque era la mejor amiga de Poupée. Ella te­nía algo maligno. Tenía sí una personalidad seductora pero la que la superaba cien veces era Lili Mazzaferro.

Rodolfo era un tipo muy calculador en el buen sentido de la pa­labra -y se le vuela este recuerdo del 65 al futuro 76-. Jugarse tan a fondo tenía sentido si después de eso venía la revolución. Pero no había ninguna chance.

La citan como “muy seductora”, Lili. ¿Usted también visitó a Walsh en el Tigre?

Mazzaferro: Sí, lo visité y tengo un recuerdo triste de allí -aun­que coincide en que en aquellos días Walsh escribía mucho-. En el Tigre ya Rodolfo tenía una mala relación con Pirí. Me acuer­do que una vez, después de una discusión, Pirí, lo mejor que hace, es tirarle los anteojos al río; yo ese día me levanto tempranito y lo veo en el medio del río en su barquito, me acerco y lo veo con la soguita y le digo “qué hacés, parecés un chico” y empezamos a char­lar, estaba raro porque sin los anteojos Rodolfo era completamente chicato; y le digo “qué te pasa”, y entonces sale Pirí hecha una fu­ria… Le dijo de todo a Rodolfo a los gritos y Rodolfo que le dice “pero andate a la mierda, Pirí”.

Retomamos el hilo de la charla con Juan Fresán en su original departamento cercano a Plaza San Martín porque sin querer nos fuimos de época: lo del Tigre será ya vuelto de Cuba.

¿Y en qué coincidían con Walsh?

Fresán: ¿En qué coincidíamos con Rodolfo? En que los dos poníamos un gran vigor en lo que hacíamos, en nuestros diferen­tes metiers.

Vigor y conocimientos…

Fresán: Rodolfo trataba de safar de…-intenta poner en pala­bras esquivas, definiciones que están en las sombras de su pro­pio pensamiento-. Él cada vez se despojaba más. Tenía terror a su erudición. No era nada pajero para escribir. Teniendo la cul­tura que tenía, podría ponerse a hablar que ¡En el siglo catorce…! No, no. ¡Controladísimo! Él jamás ponía dos adjetivos. Se le ocu­rrían catorce, pero tenía que ser ése o ése. Y se pasaba dos meses pensando cuál ponía.

Y hasta a veces se preguntaría si poner uno…

Fresán: Seguro. Con rigor. En vez ahora… (los periodistas o escritores) se florean. Hacen malabarismos. ¡El ego…! -y hace gestos francamente despreciativos hacia esos intelectuales que se florean.

Rodolfo Walsh en Cuba

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