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La gran depresión

Juan Carlos Volnovich*

Intervención en la presentación de la Revista Topia N°89, abril de 2020 (Realizada online a causa de la cuarentena obligatoria)

La Gran Depresión, fue una gran crisis financiera mundial que comenzó alrededor de 1929 y se extendió hasta finales de la década de los años treinta y principios de los cuarenta. Fue la depresión más larga en el tiempo, de mayor profundidad y la que afectó a mayor número de países en el siglo XX. Ha sido utilizada con frecuencia como ejemplo del deterioro de la economía a escala mundial.

La gran depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia.

Lo que vino después, ya lo sabemos: la política intervencionista de los EEUU, que se conoce como el new deal, permitió la recuperación económica de los EEUU a costa de los países subdesarrollados, pero también fue el contexto propicio para que las dificultades económicas de Alemania generaran la aparición del nacional-socialismo y la llegada de Hitler al poder.

Para este número de la Revista Topia, Depresión es el signo de un Era en la que “los imperativos del capitalismo tardío han llevado a la civilización toda a los límites mismos del colapso construyendo, al decir de Enrique Carpintero, un sujeto inhibido, un sujeto que al perder sus lugares identificatorios cae en la depresión.”

Si cuando queremos aludir a la economía de los años 30 hablamos de “la Gran Depresión” a sabiendas de los estragos que ocasionó en la subjetividad de la época -quién puede olvidar la ola de suicidios que desencadenó- tal vez deberíamos bautizar a la actual como la Mega Depresión.

Mega depresión porque, como nos dice Eduardo Grüner: “La multiplicación estadística de los diversos estados depresivos en determinados contextos sociales podría autorizar a pensar la depresión también, en un sentido amplio, como fenómeno de masas”,

Pero esta Mega depresión –este fenómeno de masas-- no nos autoriza a imaginar un mundo habitado solo por zombies, tristes, desganados y apesadumbrados. Luis Hornstein dice que “Muchos hombres deprimidos no son diagnosticados porque su actitud no consiste en recluirse en el silencio del abatimiento sino en el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo”.

Los autores y las autoras que colaboran en este número antológico de la Revista abordan temas de gran actualidad que, en algunos casos, tienen una vigencia profética. Topía en la Clínica -por ejemplo- está dedicada a la asistencia a distancia; profundiza en lo que se ha convertido -a raíz del aislamiento- práctica cotidiana para muchos analistas.

Ricardo Carlino, Diana Tabacof y Silvia Di Biasi reflexionan acerca del dispositivo analítico que permite Internet mientras César Hazaki acomete contra el sexo tecnológico “esa parafernalia que no resuelve las incertidumbres del amor”.

Susana Toporosi, Carlos Barzani y Tom Máscolo se introducen en el abuso sexual infantil, la homosexualidad y los tratamientos hormonales para personas travestis y trans.

Mérito de los editores, cada página de la Revista, desborda en ideas incitantes y novedosas.

Este número de la Revista Topía fue gestado en un mundo y nació en otro. Fue gestado en papel y nació digital. Pasó de tener un precio en dinero, a tener un incalculable valor simbólico. Nació en medio de una pandemia que al tiempo que se ha encargado de desnudar el amplio grado de indefensión y vulnerabilidad de nuestra existencia, denuncia y descubre, pone en evidencia las características de un Sistema que en nombre de maximizar el capital ha destruido la naturaleza y ha precarizado hasta el límite las condiciones de vida y de muerte de la humanidad.

“Tal vez la imagen de la muerte sea el verdadero estadio del espejo humano. Dice Héctor Freire. Mirarse en un doble, y en lo visible inmediato (la imagen), ver también lo no visible (la muerte). Y la nada en sí.”

Nos dormimos en un mundo y nos despertamos en otro. Nos despertamos y transitamos una vigilia que es una pesadilla cuyo argumento es la inermidad y el desamparo en estado puro. El cuerpo, ese espesor corporal sede de una dramática subjetiva e intersubjetiva, social, vincular y política que describe Raquel Guido, se ha convertido en amenaza, en peligro mortal.

La distancia entre los cuerpos se ha impuesto como un acto de amor. La proximidad, el encuentro de los cuerpos, en riesgo letal. Prohibido tocarse; prohibido acercarse. Menos de dos metros de proximidad y recibo una puñalada. Un abrazo equivale a una granada. Un beso: a un exocet.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

Renunciar a reunirme con amigos se ha vuelto un gesto cariñoso. Por amor, ni mis hijos ni mis nietos me visitan.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

De repente, un bombardeo indetenible de información al abrir el primer ojo de la mañana, me llega por la tele. No paran de recordarme que soy de los primeros en las listas de la muerte. Población de riesgo se me hace un eufemismo para disimular la evidencia de que es conmigo la cosa. En ayunas, nomás, las noticias me sopapean con el augurio de la enfermedad y la muerte por asfixia en soledad, y las cifras de fallecidos, contagiados y recuperados a lo largo del mundo, se convierten en números que vuelan, adquieren formas fantasmales, terroríficas y se disuelven para dejarle el lugar al tsunami de cifras que se renuevan incansablemente. Confinado con los datos de finados que no cesan de abrumarme no llego ni al café de la mañana cuando me arrastro al balcón para obtener una imagen pura de la desolación urbana solo atravesada de vez en cuando por un cow boy.

La Muralla China dejó de ser el emblema de una fortaleza protectora. Mientras París, la “ciudad luz”, se convierte en destino oscuro y mortífero; en Londres no resisten ni los príncipes ni el primer Ministro y New York, aquella que le hizo cantar a Frank Sinatra I won´a wake up in a city that doesn´t sleep…new York, “la ciudad que nunca duerme”, solo despierta para cavar fosas comunes que tanto me hacen recordar a aquellas otras de los campos.

Mientras, el Papa no renuncia a un vano ritual en una Plaza de San Pedro tan vacía como vacía está la Meca y de Italia, ni canzonetas ni tarantelas: solo llegan aullidos desesperados.

En fin, que estamos aquí unidos por nuestros aislamientos para celebrar este número de Topía que será memorable. Es el resultado de un trabajo, de un trabajo en equipo hecho por psicoanalistas, corpoterapeutas, antropólogos que queremos el cambio o que, al menos, nos negamos a ser cómplices de este régimen de oprobio, compañeros que confiamos sin límites en el poder instituyente que dispara este mundo desgraciado.

“Si las masas no están sostenidas en una armazón crítica, en una voluntad de poder transformadora, -dice Grüner- cualquier intento de mantener a raya a la depresión, es un nuevo engaño”.

De modo tal que no se trata de visualizar la depresión ni de intentar suprimirla. “Historizar la depresión, la tristeza o el desgano -afirma Enrique- implica dejar que no sea solamente la droga la que atenúe sus efectos para pasar a analizar las causas que la provocan”

Durante tres décadas Topía se instaló como un referente, se convirtió en un espacio que resistió al colapso simbólico, al arrasamiento del pensamiento, a esa devastadora onda expansiva que en el campo de la cultura impuso la reconversión neoliberal de la economía mundial. Con la aparición de este número en medio de la Pandemia, Topía inscribe un hito definitivo en la producción del pensamiento crítico en épocas de catástrofe no solo para mostrarnos que otro mundo es posible sino, que otro mundo es inevitable porque éste ya no se aguanta más.

*Médico. Psicoanalista. Integra el comité científico del Foro de Psicoanálisis y Género de la APBA. Es miembro del Consejo de Asesores de la revista Topía.

jcvolnovich@gmail.com

El año de la peste

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