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LA DOBLE NATURALEZA DE LAS COSAS

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Podemos interpretar un fotón como una partícula que viaja a través del espacio, pero también como una onda, con todas las características propias de una onda, como son el reflejarse, interferir o acoplarse con otras ondas.

El interior de una habitación es «inundado» por la luz del día que entra por la ventana. Esto solo es posible si interpretamos la luz como una onda. Sucede lo mismo cuando se trata de ondas sonoras. La música se expande por toda la sala y se puede oír desde cualquier punto de la misma, como la onda de un estanque, que alcanza a todas las partículas de agua. Sin embargo, también podemos interpretar esos rayos de luz como partículas. Unas atraviesan el cristal de la ventana y otras rebotan en las paredes exteriores del edificio.

La doble naturaleza de la luz es una teoría que ha sido definitivamente corroborada por una serie de experimentos que dieron comienzo con el famoso experimento de la «doble rendija» llevado a cabo en 1801 por el científico inglés Thomas Young. Pero los físicos especularon con la posibilidad de que otras partículas tuvieran también esta propiedad, algo que fue confirmado en 1989 en un experimento realizado por un equipo de físicos, liderados por el físico japonés Akira Tonomura, en el que se demostró que un electrón tenía la doble naturaleza de partícula y onda.

¿Un electrón? ¿No estábamos hablando de fotones?

Todos estos experimentos no hicieron más que corroborar algo que el físico francés Louis de Broglie ya había establecido en 1924, afirmando que cualquier objeto material lleva siempre asociado una onda (entre los que estamos incluidos tú y yo). El caso es que cuanto más grande es el objeto, más pequeña es la longitud de onda, hasta el punto en que ya no es posible diseñar dispositivos que permitan detectar dichas ondas (se requeriría de antenas de una longitud muy superior al diámetro de la Tierra).

Pensemos por un momento en los millones de circuitos eléctricos de nuestro cerebro, que están siempre activos, tanto en la vigilia como en el sueño, y en la multitud de ondas electromagnéticas que generan. No sería demasiado aventurado conjeturar en la posibilidad de que fenómenos de resonancia, ondas estacionarias o superposición, propios de la mecánica ondulatoria, que tienen lugar en el interior de nuestro cerebro, pudieran dar lugar a ondas de una intensidad y frecuencia concretas, capaces de ser emitidas y registradas por otros dispositivos que también se encuentran en nuestras redes neuronales y de los que todavía no hemos empezado a hacer uso. Esto podría dar un fundamento físico a expresiones tan cotidianas como «he conectado inmediatamente con esta persona» o «me transmite buenas vibraciones». O yendo un poco más allá, contemplar la posibilidad de que se pudieran dar fenómenos como el de la transmisión de pensamiento, a los que calificamos de paranormales. Al fin y al cabo, sería como tener dentro del cráneo un emisor y un receptor de radio, pero de características mucho más sofisticadas. Estoy convencido de que algún día lo conseguiremos. Con toda naturalidad.

Esto ha sido un inciso en toda regla.

Sí.

Ha sido un poco largo. Además, me cuesta entender esto de que todo cuerpo emite ondas.

No estoy seguro de qué es lo que te cuesta más, si entenderlo o creerlo.

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