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ESTRATÉGICOS
ОглавлениеQue un mineral se convierta en estratégico puede suponer una ventaja económica para el país que alberga sus yacimientos, pero también un problema de grandes proporciones. Solo los países industrializados y tecnológicamente desarrollados tienen los medios adecuados para la extracción y procesamiento de estos minerales, lo que les permite entrar en el juego de la oferta y la demanda de los mercados internacionales. Pero lo que nadie quiere es pagar más de la cuenta y, sobre todo, quedarse sin suministros. De manera que si el propietario de las minas es un país avanzado habrá que negociar con él, pero si se trata de un país subdesarrollado, la tendencia es a ejercer algún tipo de «colonización» que permita explotar sus recursos. Un ejemplo del primer caso es el del wolframio.
En 1783 los hermanos Fausto y Juan José Delhuyar aislaron por primera vez el wolframio en el laboratorio de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Es el primero y único elemento de la tabla que fue descubierto en España. Hasta la Segunda Guerra Mundial el wolframio, también llamado tungsteno, se utilizaba en los filamentos de las bombillas incandescentes. Se trata de un elemento que posee una extraordinaria dureza y es capaz de soportar temperaturas muy altas, por lo que muy pronto se empezó a utilizar en los blindajes de los carros de combate y también en las puntas perforadoras de los proyectiles. En plena Segunda Guerra Mundial, Alemania se dio cuenta de que no tenía suficientes reservas de wolframio y de que iba a tener que recurrir a su importación. España y Portugal eran dos países neutrales que poseían importantes minas de este mineral. En los mercados internacionales su precio se había disparado, lo que llevó al régimen franquista a hacer una explotación masiva de las minas de wolframio para venderlo a los alemanes. Esto generó un conflicto diplomático de primera magnitud, ya que los aliados no querían bajo ningún concepto que España siguiera suministrando wolframio a la Alemania nazi. Esta situación trajo como consecuencia, además de la inclusión del wolframio como otro producto más de estraperlo, un embargo de petróleo por parte de los americanos que agravó aún más la crisis económica que ya padecía España como resultado de la Guerra Civil.
Son muchos los ejemplos como este de cómo un elemento estratégico puede alterar política y económicamente a un país. Uno de los casos más dramáticos se da en la República Democrática del Congo, en el que la guerra del coltán, mineral del que se extrae tantalio (elemento estratégico para la fabricación de condensadores y resistencias de alto rendimiento), ya se ha cobrado millones de muertos. Y llueve sobre mojado, ya que actualmente se ha desencadenado en este mismo país una nueva guerra, la del cobalto, elemento estratégico de doble uso (civil y militar) que es un elemento clave en los componentes de la telefonía móvil.
El litio, que ocupa el número 3 de la tabla periódica, y que hasta ahora tenía entre otros usos el de atemperar el ánimo de los maniacodepresivos, ha encontrado también un hueco en la telefonía móvil, lo que lo ha convertido en elemento estratégico. En 2017 el precio del litio subió un 47 % en un plazo de tres meses. A los países productores de litio se acaba de añadir Afganistán, donde se cree que puede haber una de las mayores reservas mundiales de este elemento, lo que puede suponer para este país un nuevo revolcón político que puede desembocar en un nuevo conflicto bélico. El mismo grafito se espera que triplique la facturación global para el 2020 y esto es debido a la aparición en el mercado de las baterías de ion litio. Y el cobalto, que mencionamos antes y que a lo largo de la historia se ha utilizado en tareas tan inocentes como colorear de azul telas y pinturas, actualmente se está vendiendo al escalofriante precio de 60.000 dólares la tonelada1.
Estos tres elementos, grafito, litio y cobalto, se han convertido en minerales estratégicos debido a que son fundamentales en la fabricación de baterías, cuya demanda crece exponencialmente. Teléfonos móviles, tabletas y ordenadores son dispositivos con los que queremos trabajar sin necesidad de que estén conectados mediante un cable a la red eléctrica. No podemos deambular por el mundo atados a un cordón umbilical. Si a esto le añadimos la creciente demanda que supone la aparición en el mercado de los coches eléctricos, no es extraño que se haya generado un cierto pánico ante la escasez o posible agotamiento de estos elementos naturales, obviamente no renovables.
Otro ejemplo sorprendente de esta desesperante avidez lo encontramos en la arena de playa. Su componente más importante es la sílice, utilizada para hacer cosas tan diversas como circuitos electrónicos, vidrio, cremas de alta cosmética o pasta de dientes y… cemento. Este último uso ha convertido a la arena en el mineral que actualmente tiene más demanda a nivel mundial. Y no se puede contar con la arena de los desiertos ya que no sirve para hacer cemento (es puramente mineral y carece de los elementos biológicos imprescindibles en la elaboración del cemento). Una demanda que puede llegar a hacer desaparecer islas enteras y a la que es difícil verle el final, si tenemos en cuenta que de todas las extracciones minerales que se hacen en el planeta el 85 % es arena que va destinada a la fabricación de cemento.
En los juegos de construcciones no solo hay que tener en cuenta las piezas elementales y la forma de unirlas, sino también el número de piezas de que disponemos. Las piezas elementales que aparecen en la tabla periódica están en el planeta Tierra. Algunos elementos son muy abundantes, como el hidrógeno o el oxígeno, y otros muy escasos, como el francio (en el momento en que estás leyendo estas líneas no debe haber más de 30 gramos de francio en toda la Tierra). Pero sea cual sea la abundancia de los diferentes elementos, lo que está claro es que hay una cantidad limitada. Y no hay más. La Tierra es finita y por tanto sus recursos naturales también. Se trata de una obviedad que nos cuesta asumir. Algunos elementos son tan abundantes (recordemos que los granos de arena de las playas han sido utilizados en más de una ocasión como ejemplo de infinitud) que cuando empezamos a utilizarlos ni se nos pasa por la cabeza que pueda llegar un momento en que empiecen a escasear. Pero ese momento acaba llegando siempre y no lo hace de forma pausada, sino provocando un repentino crecimiento exponencial de las demandas que genera situaciones de pánico.
En el mismo momento en que empezamos a tallar las primeras piedras nos pusimos a construir cosas sin parar ni un momento, como si en ello nos fuera la supervivencia de la especie. Una pequeña muestra de esta furia constructiva la podemos ver en el gigantesco catálogo que nos proporciona la Chemical Abstracts Society (CAS), una organización con más de cien años de historia en la que se registran la mayoría de las sustancias químicas que se descubren o se fabrican (en torno a las 12.000 diarias). Dispone de un código numérico (CAS Registry number) que permite identificar cada compuesto. Por ejemplo, el 50-78-2 es el ácido acetil salicílico (la aspirina). CAS facilita también una descripción detallada de cada sustancia, como los átomos y los tipos de enlaces con los que está construida, sus propiedades o posibles aplicaciones. Actualmente CAS ya ha superado los 55 millones de sustancias químicas únicas registradas. La página web de esta organización dispone de un contador en tiempo real en el que se da cuenta de las nuevas sustancias que se registran en cada momento. Es un poco alucinante. No para nunca.
Y todo esto gracias a las negociaciones que hacen los átomos entre los electrones de las últimas capas.
Ahora voy a contestar a la pregunta que hace rato me quieres hacer.
¿Sabes cuál es?
Sí: ¿cómo es posible que los protones, que tienen el mismo tipo de carga eléctrica (positiva) puedan estar todos juntos en los núcleos de los átomos?
Exacto. Deberían salir disparados de allí.
La respuesta es porque hay una fuerza que se lo impide.
¿Eléctrica?
No. Es una fuerza nuclear. Creo que ha llegado el momento de hablar de fuerzas.
1 Según la cotización de enero de 2018.