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NOMENCLATURA

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Una de las metas más importantes de cualquier disciplina científica es la construcción de un lenguaje propio que incluya la terminología y la simbología necesarias para definir y articular conceptos. Este ha sido sin duda uno de los éxitos de la matemática. Una expresión como:

∫ x ∙ υ’ dx = u ∙ υ − ∫ u’ ∙ υdx

tiene un significado muy preciso1 y lo interpreta igual un chino, un australiano o un finlandés. Algo que también sucede con el lenguaje musical. Cualquier persona que lo domine puede «oír» música leyendo una partitura.

La astrología y la alquimia, predecesoras de la astronomía y la química, desarrollaron su propia nomenclatura. No es de extrañar pues que hasta principios del siglo XIX los nombres y los signos de los elementos fueran heredados directamente de estas antiguas disciplinas. Muchos elementos se simbolizaban con los mismos signos que se utilizaban en astrología, otros fueron creados por los mismos alquimistas que, la mayoría de las veces, formaban cofradías secretas y utilizaban los símbolos para reconocerse entre ellos. El resultado de todo esto fue que la nomenclatura de los elementos se convirtió en un galimatías de nombres y símbolos que no todo el mundo compartía. Fue Berzelius (1779-1848), uno de los padres de la química, el que puso orden en este caos aportando dos ideas tan sencillas como útiles. La primera fue utilizar el latín para denominar los elementos, eliminando así las diferencias idiomáticas. La segunda idea fue que el símbolo vendría representado por la primera letra del nombre y que, en el caso que hubiera elementos que empezaran por la misma letra, la inicial estaría acompañada por una segunda letra minúscula. Por ejemplo: el carbono, del latín carbo, se simboliza con la letra C. El calcio, del latín calx, calis, cal, se simboliza como Ca o el cobre, del latín cuprum, como Cu.

Cuando se tiene un conjunto de símbolos bien estructurados, el siguiente paso es establecer una formulación (que es una forma de articulación) que aporte nueva información. El conjunto de signos M, S, A, E adquiere un significado preciso cuando se colocan en el siguiente orden: MESA. Lo mismo sucede con los símbolos Cl y Na cuando se escriben juntos: NaCl (cloruro sódico) o el hidrógeno H y el oxígeno O, que en la formulación H2O adquiere el significado de «agua».

De manera que a principios del siglo XIX la química ya había establecido un lenguaje universal para referirse a los elementos y un principio de formulación capaz de representar las relaciones que había entre algunos de ellos. La lista de elementos conocidos ya alcanzaba los 63. El nivel de conocimientos acumulados era espectacular, pero la lista de los elementos químicos era solo eso, una lista. El siguiente paso era poder clasificar todos estos elementos de alguna manera.

1 Representa el método de integración por partes.

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