Читать книгу Otoño sobre la arena - Erina Alcalá - Страница 5
ОглавлениеCAPÍTULO 1
Un gran ventanal dominaba el estudio de arquitectura, situado en la última planta del edificio de oficinas OBAB de la empresa Davisonn Enterprises. Éste se encontraba en el paseo marítimo de Marbella, en una zona empresarial por excelencia. Apenas llevaba allí unos meses funcionando desde que Lucas se vino de Estados Unidos.
A un lado, una gran mesa de despacho, impoluta, de madera clara, cargada de informes, un ordenador portátil, con todo lo necesario para el trabajo. Detrás de la mesa, una pared de armarios y estanterías, repleta de archivadores. El despacho comunicaba con un baño personal y un vestidor con sofá cama con todo lo necesario para pasar las noches, en el caso que debiera quedarse a trabajar. Lo que más le gustaba a Luca, no era el mini-bar y los sofás de su area de descanso, sino la mesa de dibujo de grandes dimensiones frente al ventanal, con vistas al mar y al tránsito de la calle.
El despacho no podía ser más grande y espacioso, pero de colores claros, que le daban calidez y luz en su trabajo, como a Lucas, le gustaba. Para reuniones más grandes, o cursos, la empresa, tenía una sala preparada al uso en el mismo edificio.
Desde el amplio ventanal de su despacho, se divisaban a ambos lados, la parte nueva de la ciudad costera y turística. Al frente una magnífica vista de la calle y a lo lejos, de la playa y del mar en calma esa mañana.
Con un brazo apoyado en el ventanal, Lucas simplemente contemplaba el mar completamente ajeno, perdido en sus pensamientos miraba la lejanía sin ver nada. Descansando la vista.
Había algo oscuro y del pasado que a veces lo despertaba sudando en mitad de la noche y no lo dejaba vivir.
Esa había sido una de esas noches.
Descansaba poco cuando eso ocurría. Lo había llevado como el peso de una mochila a sus espaldas, toda la vida. Y lo seguiría llevando, pues solo le quedaba acostumbrarse a lidiar con ello el resto de su vida.
En su defensa, diría que él no era culpable del todo. Pero ese pensamiento no lo hacía sentir mejor ya que él había formado parte de lo ocurrido aquella noche oscura y terrible. Una noche terrible para él y para ella. Pero sobre todo para ella.
Lucas, tenía casi treinta y tres años y aquello había ocurrido hacía dieciocho años atrás, cuando él tenía apenas quince años, pero le había perseguido durante toda la vida como un fantasma negro que lo acechaba por las noches.
Y aunque había puesto tierra, agua y continente de por medio, jamás había logrado zafarse de tal pesadilla. Y olvidarla… nunca.
Cuando todo pasó, apenas era un adolescente y era un crio ingenuo e inocente, como todo el grupo de chicos de su edad, como todos sus amigos de la escuela. Era un adolescente que nada pudo hacer ante tal adversidad que le tocó vivir.
Al poco tiempo de aquella noche oscura y terrible, debía irse de aquél pueblo pequeño de Jaén, perdido de la mano de Dios.
Su padre era Cabo de la Guardia Civil. Había sido destinado dos años atrás a Higuera de Calatrava, en Jaén, y lo trasladaban al País Vasco. Y allí, en San Sebastián, permaneció hasta los dieciocho años. Fue entonces cuando recibió una beca y su padre lo mandó a estudiar arquitectura a Estados Unidos, tras acabar el instituto. Estaba orgulloso, pues no fue él único en solicitarla, muchos compañeros se quedaron sin ella. Los más afortunados fueron los que mejor nota tenían en el instituto.
Lucas había sido uno de ellos. Se sintió como un niño con zapatos nuevos. Iba al otro lado del charco.
Pero de eso hacía ya tantos años… Y ahora que había vuelto de Nueva York, tras todos esos años viviendo y trabajando allí, estaba más vivo que nunca.
Era cierto que había vuelto algún verano a ver a su familia en vacaciones, pero nunca había sabido nada de ella, ni había querido ponerse en contacto con ella, con su familia o con alguna de sus amigas o chicos del colegio. Y podía haberlo hecho, pero no quiso o no pudo emocionalmente.
Habían pasado demasiados años y a veces pensaba que era mejor no desenterrar el pasado. Y cada vez que había vuelto: pensaba en ella. Y cada vez que se iba de nuevo a Estados Unidos: pensaba en ella. Y cada día de su vida: pensaba en ella.
Y ahora, estaba pensando en ella.
Suspiró.
No había nada que decir. Ni tampoco había hecho por saber de ella. Ni ella de él. La historia había tenido un final trágico para ambos.
Era muy probable que Reme no quisiera saber nada de él para no recordar. Si no fuese así, le hubiese contestado a tantas cartas como le escribió antes de irse del pueblo.
Quizá llevase también su mochila puesta. Y seguro que le pesaba más que a él, lo sabía con total seguridad.
Ahora, sus padres estaban jubilados y se habían trasladado a Mijas, un pueblo precioso, junto a la playa, en Málaga, en el sur de España.
Es por eso que él había elegido Marbella, también en Málaga, para estar cerca de sus padres y de su hermano, y porque era la ciudad más importante inmobiliariamente hablando. Allí era fácil adquirir casas, villas, apartamentos y hoteles de lujo. Estaba la jet set y era el lugar ideal para imponer allí la empresa. Y si tenía que tomar aviones, era la ciudad ideal para ello, desde el aeropuerto de Málaga salían aviones para casi todo el mundo
Se había cansado de la vida estresante de Nueva York y sabía que necesitaba un cambio. Quería tener una vida más tranquila.
O en todo caso enfrentarse al pasado.
Y el cambio, le vino dado.
Cuando la empresa meses atrás le hizo la proposición, no lo dudó un segundo.
Había trabajado en la empresa desde que se licenció en arquitectura. Fue subiendo escalafones hasta conseguir estar en lo más alto, pero necesitaba un cambio de aires, volver a la vida tranquila, dar un giro y un rumbo distinto, de fiestas, y celebraciones nocturnas, mujeres tiesas, muy maquilladas, modelos vacías sin conversación y aunque en Marbella también tendría que asistir a ciertos eventos, sabría elegir y eliminar ciertas toxicidades que estaban minando su vida.
De esa parte, ya había tenido suficiente y eso no ocultaba su dolor. Ni siquiera lo había mitigado. En realidad si lo pensaba bien, su vida era el trabajo. Había tenido mujeres en sus brazos, bastantes, aunque no era un playboy. Las mujeres pasaban por su cama, como salían. No se comprometía y ellas lo sabían, porque se lo dejaba claro, y así, ninguna podía quejarse. Tampoco era capaz de salir mucho tiempo con ellas.
En algún momento de la relación, aparecía siempre ella, como una adolescente blanca en sus sueños y la relación se evaporaba como la lluvia de enero.
Por ello, ni las mujeres se quedaban, ni él, tampoco. No había tenido una relación larga más allá de unos meses. Quizá se debía a ella y a lo ocurrido, la relación que tenía con las mujeres. Puede que el pasado le jugara una mala pasada y buscase mujeres de ese tipo para esconder el dolor que sentía.
Para no encontrar una mujer que verdaderamente le interesase, que estuviese a la altura de sus expectativas.
No quería relaciones serías y cuando acudió al psicólogo en busca de ayuda por las pesadillas nocturnas que tenía en Nueva York, éste le dijo que salir con ese tipo de mujeres, era una forma de olvidarla, de solapar el dolor que sentía, de impedir mantener una relación seria, porque se negaba a olvidarla. Para mantener latente una culpabilidad que debía eliminar.
No quería enfrentarse a la realidad buscando una buena chica. Tenía miedo. Lucas, en un principio, se reía, pero si lo pensaba bien ahora, quizá el terapeuta tuviese toda la razón, o al menos parte.
En el terreno laboral, sin embargo, se había canjeado un gran éxito profesional. Tenía más dinero del que podía gastar. Una villa maravillosa con jardín y cascada. Le encantaba la cascada que daba a la piscina y el silencio arrollador del lugar. El frescor de la noche, el olor de las flores cuando cenaba allí, le recordaba al pueblo y a ella…
Había tenido que cambiar de estilo de vida por propia voluntad. Ya llevaba casi siete meses en Marbella, visitaba a sus padres en Mijas y llevaba una vida tranquila. Y sin sexo. Eso era raro en él.
No tener sexo en esos meses, no hubiera sido posible en Nueva York. Pero quería estar un tiempo así. Lo había elegido. Tampoco era tan malo no tenerlo. Para él era una necesidad física y nada más. Y si tenía un descanso sexual, no pasaba nada.
Si le preguntaran si era feliz… pensaría en las pesadillas que habían vuelto de nuevo con mayor intensidad. Ni los largos en la piscina que hacía cada mañana y noche apaciguaban esos momentos. Quizá tuviese que asistir de nuevo a un psicólogo en Marbella. Tendría que planteárselo si continuaban las pesadillas.
Infinitas veces, recordaba a Reme. Lo hacía con su cara de adolescente de catorce años, de pelo largo y pecas en su nariz pequeña, como la vio por última vez.
Una sonrisa radiante de dientes perfectos, siempre en la cara. Se reía por tonterías y era extrovertida, bromista y divertida.
Para un adolescente como él, era inalcanzable y no sabía por qué. Ella daba esa sensación a los chicos, ser inaccesible, lejana. Pero ella, no lo sabía, lo hacía inconscientemente. Era su forma de ser.
Era su amor secreto.
Estaba completamente enamorado y loco por esa niña adolescente. Y ella, ni se daba cuenta. Así que se conformaba con ser su mejor amigo.
Una sonrisa aparecía cada vez que tenía esos bonitos recuerdos, antes de...
Pero también le pesaba en el alma, la cara de ella esa última noche que la vio. Su cara era lo último que recordaba de ella. La cara de aquélla fatídica noche. No era ella. Había cambiado su vida en un instante.
Se pasó las manos por la cara y pelo, mientras los recuerdos se agolpaban en su memoria como un tsunami.
Se preguntaba, qué habría sido de ella, de su vida. Si para ella, también había sido una pesadilla todos esos años que habían pasado. Si se habría casado o tenía familia…
Ahora ya no era un chico torpe, era un hombre, un hombre alto y atractivo que vestía trajes de diseño, perfume caros. Con una casa maravillosa, dinero y un trabajo que le encantaba. Lo tenía todo…
Siempre pensó que se quedaría en el otro lado del charco toda la vida, y ahora tenía trabajo en España, quizás para muchos años o quizá para toda la vida.
Estaba pensando en ella, cuando en ese momento, entró Carmen, su secretaría, con un par de toques en la puerta.
Tenía unos cuarenta y tres años. Era una mujer baja y atractiva, muy eficiente. Llevaba siempre trajes de chaqueta y falda elegantes. Tenía mucha experiencia, por eso la había elegido.
No quería distracciones con chicas jóvenes, pero había resultado que Carmen, se hacía imprescindible con sus múltiples cualidades. Era graciosa, simpática, con un toque de ironía y los clientes y trabajadores estaban encantados con ella.
Su trabajo siempre estaba al día y no se iba del despacho con trabajo pendiente por realizar, por mucho que él había insistido a veces.
—Don Lucas, la reunión de las doce está aquí.
—Gracias Carmen, deme cinco minutos y hágalos pasar.
El día transcurrió entre reuniones por la mañana. Luego salió a comer a un restaurante cercano y por la tarde, transformando planos en proyectos. Al acabar el día, fue a casa como siempre. Unos largos en la piscina y cena en el jardín. Eso le relajaba. El jardín al lado de la piscina era su rincón favorito.
Tenía una vista espectacular y al fondo se veía el mar, con lo cual sentía una paz que no había tenido entre el ruido de Nueva York. Había contratado una asistenta en una agencia de limpieza través de su secretaria para que le llevara la casa. Para él la limpieza y el orden, eran muy importantes. La chica, se encargaba de recoger la casa y mantenerla limpia, así como el jardín. Y dejarle la cena preparada. Le dio carta blanca para que limpiara como ella quisiera, siempre que su habitación y su baño y la cena, lo hiciera a diario.
Del resto de la casa, tenía que distribuirse el tiempo durante la semana para que la casa estuviese siempre limpia. También debía dejarle la cena hecha. Él se encargaba de hacer un pedido a un supermercado de la zona, los sábados y le llevaban la compra.
A la asistenta, la había contratado por tres horas diarias, de lunes a viernes. Y si faltaba algo se comida, la asistenta, se lo dejaba anotado en una libreta de notas encima de la encimera de la cocina, para que supiera que ese producto faltaba.
Estaba muy contento con la asistenta. Era eficaz y le dejaba la casa como él quería. El sábado y el domingo, como él descansaba, no iba, pues Lucas, o iba a casa de sus padres o comía fuera o pedía comida para llevar, o se hacía algo sencillo él mismo y tampoco quería tener a nadie en casa. Quería estar solo.
En el fondo, ahora estaba disfrutando de la soledad. Y eso, también era una forma de felicidad, sobre todo después del trabajo intenso e intensivo que había realizado desde que viniera de Nueva York.
El mes anterior terminaron el complejo y casi todas las villas estaban ya vendidas. Ni qué duda cabe que la suya, la empresa se la dejó por la mitad, aunque él nunca quiso, pero el gran jefe de Nueva York, así lo decidió por todo el trabajo que realizaba y estaba realizando.
Las casas se vendieron porque él reformó con gustó e hizo algunas modificaciones, se habían quedado a un tercio por hacer y les dieron un retoque lujoso a la urbanización, les pusieron medidas de seguridad, y cerraron el recinto, jardines, etc.
Y fueron adquiridas por gente de alto poder adquisitivo. No todas las villas eran iguales. Algunas eran inmensas, otras con más terreno, y esa desigualdad, gustaba a los clientes, que cada uno pedía algo distinto y no villas iguales.
Y para esas personas trabajaban ellos. Los caprichos eran caros y se pagaban.