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Yo me atendré invariablemente á esta regla de conducta, la única conforme con la dignidad del sabio. Yo sé que las investigaciones de la historia religiosa se ponen en contacto con ciertas cuestiones que parecen exigir una solucion; las personas poco familiarizadas con la libre especulacion no comprenden la calma y lentitud del pensamiento; los hombres prácticos se impacientan contra la ciencia que no satisface pronto sus deseos. No nos dejemos dominar por esa inútil impaciencia; guardémonos bien de fundar nada; permanezcamos en nuestras iglesias respectivas aprovechándonos de su culto secular y de su tradicion de virtud, tomando parte en sus buenas obras y disfrutando de la poesía de su pasado. No rechacemos sino su intolerancia, mas sin dejar de perdonarla, porque es, como el egoismo, una necesidad de la naturaleza humana. Suponer que se pueden fundar en lo sucesivo nuevas familias religiosas ó que la proporcion de las que existen hoy cambie mucho, es ir contra las apariencias: el catolicismo se verá bien pronto minado por grandes cismas; los tiempos de Avignon, de los antipapas, de los clementes y de los urbanos van á volver; la Iglesia católica podrá reconstruir su siglo XIV, mas á pesar de sus divisiones, siempre será la Iglesia católica. Es probable que dentro de cien años no haya variado sensiblemente la relacion entre el número de protestantes, de católicos y de judíos, pero se habrá verificado un gran cambio, sensible á la vista de todos; cada una de esas familias religiosas tendrá dos clases de fieles, los unos creyentes absolutos como en la Edad media, los otros que prescindirán de la letra para no fijarse sino en el espíritu. Este segundo grupo, se irá aumentando poco á poco, y atendido á que el espíritu enlaza tanto como la letra divide, los espiritualistas de cada comunion irán reuniéndose insensiblemente sin intentarlo siquiera. El fanatismo se perderá en una tolerancia general; el dogma llegará á ser un arca misteriosa que convendrá no abrir jamás si bien esto no seria necesario estando aquella vacía. Yo temo que solo una religion resistirá á este movimiento dogmático; me refiero al islamismo. Entre algunos musulmanes y hombres eminentes de Constantinopla, se conserva la escuela antigua, y en Persia sobre todo, se encuentran gérmenes de un espíritu conciliador, pero si estos se ven ahogados por el fanatismo de los Ulemas, el islamismo perecerá, y para creerlo así, tenemos dos razones evidentes; la primera es que la civilizacion moderna no desea que los antiguos cultos mueran del todo; la segunda es que no tolerará que entorpezcan su marcha las antiguas instituciones religiosas. Á estas no les queda más recurso sino ceder ó morir.

En cuanto á la religion pura, que pretende precisamente no ser una secta ni una iglesia aparte, ¿por qué se ha de colocar en una posicion que puede ofrecerle muchos inconvenientes y ninguna ventaja? ¿Por qué ha de enarbolar bandera contra bandera, sabiendo que la salvacion es posible á todos y por todas partes, y que depende del grado de virtud de cada uno? No es extraño que el protestantismo provocara una encarnizada guerra en el siglo XVI: el protestantismo partia de una fé muy absoluta, y lejos de debilitar el dogmatismo, la reforma señaló un renacimiento del espíritu cristiano, el más rígido que pudiera conocerse. El movimiento del siglo XIX, por el contrario, parte de un sentimiento que es la inversa del dogmatismo, y conducirá, no á formar sectas ó iglesias separadas, sino á dulcificar aquellas. Las divisiones aumentan el fanatismo de la ortodoxia provocando reacciones: los Luteros y los Calvinos produjeron los Caraffa; los Ghislieri dieron ejemplo á los Loyolas y á Felipe II. Si nuestra iglesia nos rechaza, no hagamos recriminaciones; sepamos apreciar la dulzura de las costumbres modernas que ha hecho impotentes esos ódios; consolémonos al pensar en esa iglesia invisible que encierra los santos excomulgados, las más hermosas almas de cada siglo. Los desterrados de una iglesia, son siempre los elegidos porque se anticipan á los tiempos; el hereje de hoy es el ortodoxo del porvenir. ¿Y qué es por otra parte la excomunion de los hombres? El Padre celestial no excomulga más que á los corazones duros y mezquinos: si el sacerdote rehusa admitirnos en su cementerio, prohibamos á nuestras familias reclamar; Dios es quien juzga; la tierra es una buena madre que no establece diferencias; el cadáver del hombre honrado que se entierra en un rincon no bendecido, lleva la bendicion consigo.

Á no dudarlo hay situaciones en que es difícil la aplicacion de estos principios: hay personas adictas en cierto modo á la fé absoluta, y al decir esto, quiero hablar de los hombres sujetos á las órdenes sagradas ó revestidos de un órden sacerdotal, pero aun en este caso, un alma noble y hermosa puede salir de apuro. Si un digno cura de aldea llega á comprender, merced á sus estudios solitarios ó á la pureza de su vida, las imposibilidades del dogmatismo literal ¿por qué ha de contristar á los que ha consolado hasta entonces, explicando á las gentes sencillas cambios que estas no pueden comprender? ¡No quiera Dios que así suceda! No hay dos hombres en el mundo que tengan precisamente los mismos deberes que cumplir. El buen obispo Colenso dió una prueba de honradez, sin ejemplo en la iglesia, al escribir sus dudas tan pronto como le ocurrieron; pero el humilde sacerdote católico que se halla en un país donde predomina un espíritu apocado y tímido, debe callarse. ¡Oh, cuántas tumbas discretas de las que se encuentran al rededor de las iglesias de un pueblo, ocultan poéticos secretos y angelicales silencios!

La teoría no es la práctica: lo ideal debe ser siempre lo ideal; debe temer contaminarse al contacto de la realidad. No se hacen grandes cosas sino teniendo ideas estrictamente fijas, pues la capacidad humana es una cosa limitada; el hombre que no tuviese ninguna preocupacion seria impotente. Disfrutemos de la libertad de los hijos de Dios, pero no seamos cómplices de la disminucion de virtud que amenazaria á nuestras sociedades si el cristianismo llegara á debilitarse. ¿Qué seriamos sin esto? ¿Quién reemplazaria á esas grandes escuelas tales como la de San Sulpicio; á ese ministerio de abnegacion de las Hijas de la Caridad? ¿Cómo no temer la ceguedad del corazon y los males que invadirian el mundo? Nuestra disidencia con las personas que creen en las religiones positivas, no es, despues de todo, sino puramente científica; por el corazon, estamos con ellas; solo tenemos un enemigo que tambien es el suyo, y al decir esto, me refiero al materialismo vulgar, á la bajeza del hombre interesado.

Así pues, ¡paz en el nombre de Dios! Que vivan el uno al lado del otro los diversos órdenes de la humanidad, no falseando su propio genio para hacerse concesiones recíprocas, que los debilitarian, sino apoyándose mútuamente. Nada debe reinar aquí bajo exclusivamente; ninguna fuerza debe hallarse en estado de suprimir las demás. La armonía de la humanidad resulta de la libre emision de las notas más discordantes; que la ortodoxia consiga matar á la ciencia, y ya sabemos lo que sucederá; el mundo musulman y la España mueren por haber contribuido harto concienzudamente á la realizacion de este hecho. Si el mundo se dejara gobernar por el racionalismo, sin consideracion á las necesidades religiosas del alma, ahí está la experiencia de la Revolucion francesa para decirnos cuáles serian las consecuencias de semejante falta. El instinto del arte llevado al último extremo, pero sin honradez, convirtió á la Italia del renacimiento en un lugar peligroso. El fastidio, la vanidad y el atraso, son el castigo de ciertos países protestantes donde, bajo el pretexto del buen sentido y del espíritu cristiano, se ha suprimido el arte y reducido la ciencia de una manera mezquina. Lucrecia y Santa Teresa, Aristófanes y Sócrates, Voltaire y Francisco de Asís, Rafael y Vicente de Paul, tienen igualmente su razon de ser, y la humanidad seria defectuosa si faltara uno solo de los elementos que la componen.

Los Apóstoles

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