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CAPÍTULO II.
ОглавлениеSalida de los discípulos de Jerusalem. — Segunda vida galilea deJesús.
Año 33
El más ardiente deseo de los que han perdido una persona querida, es ver de nuevo los sitios donde vivieron con ella: este sentimiento sin duda fué el que indujo á los discípulos algunos dias despues de la Pascua á volver á Galilea. Desde el momento en que tuvo lugar el arresto de Jesús, é inmediatamente despues de su muerte, es de presumir que muchos se encaminaran á las provincias del Norte, mas al verificarse la resurreccion circuló el rumor de que se le volveria á ver en Galilea. Algunas de las mujeres que fueron al sepulcro, volvieron diciendo que el ángel las dijo que Jesús las precederia en Galilea;[116] otras manifestaron que era el maestro quien habia mandado que fuesen allí,[117] y no faltó quien creyese recordar que dijo lo mismo en vida.[118] De todos modos, es lo cierto que al cabo de algunos dias, acaso despues de terminar completamente las fiestas de Pascua, los discípulos creyeron recibir la órden de volver á su patria, y volvieron en efecto.[119] Quizá comenzaban á disminuir las visiones en Jerusalem; é iba predominando una especie de nostalgia; las cortas apariciones de Jesús, no eran ya suficientes para compensar el inmenso vacío que dejara su ausencia, y todos pensaban melancólicamente en aquel lago y hermosas montañas, donde disfrutaron del reino de Dios.[120] Las mujeres, sobre todo, querian volver á toda costa al país donde habian sido tan felices, y aquí es preciso observar que la órden de marcha procedia especialmente de ellas.[121] Aquella ciudad odiosa les pesaba; ansiaban ver de nuevo la tierra donde disfrutaban de continuo de la presencia de aquel á quien amaban, y estaban muy seguras de encontrarle allí aún.
La mayor parte de los discípulos marcharon pues llenos de alegría y esperanza, quizás acompañados de la caravana que conducia á los pelegrinos de la fiesta de Pascua. No solo esperaban encontrar en Galilea las visiones, sino ver de continuo al mismo Jesús como sucedia antes de su muerte. La duda llenaba sus almas: ¿iria acaso el maestro á restablecer el reino de Israel, á fundar definitivamente el reino de Dios, y segun se decia, á «revelar su justicia?»[122] Todo era posible: representábanseles ya los risueños paisajes donde disfrutaban de su compañía; creian muchos que les habia dado una cita en una montaña,[123] probablemente la misma en que fijaban sus más dulces recuerdos, y á no dudarlo nunca hicieron los discípulos un viaje más alegre, pues todos eran sueños de felicidad en vísperas de realizarse. ¡Iban á ver á Jesús!
Y le vieron en efecto: apenas entregados á sus pacíficas quimeras, creyéronse en pleno período Evangélico. Era llegado entonces el mes de abril: la tierra estaba sembrada de esos anémonas rojos, que son probablemente esos «lises de los campos,» de los cuales gustábale á Jesús sacar sus comparaciones. Á cada paso se encontraban sus parábolas, como enlazadas con los mil accidentes del camino; aquí el árbol, allí la flor, la semilla de donde sacó su parábola; más lejos, la colina donde pronunció sus conmovedores discursos, y allá, en fin, la barca donde enseñó. Aquello era como un hermoso sueño, era la realizacion de una esperanza perdida; el encanto parecia renacer; el dulce «reino de Dios» seguia su curso. Aquel aire trasparente, aquellas mañanas pasadas en la orilla del rio ó en la montaña, aquellas noches en el lago, guardando las redes, eran otras tantas visiones. Veíanle en todos los sitios donde habian estado con él; sin duda no era aquella alegría completa; acaso el lago les pareciese á veces solitario, pero el verdadero amor se contenta con poca cosa; ¡si tuviéramos el privilegio de ver todos los años á las personas queridas que hemos perdido, con el tiempo suficiente para decirles tan solo dos palabras, puede decirse que no existiria la muerte!
Tal era el estado del alma de aquella tropa de fieles durante el corto período en que el cristianismo pareció volver por un momento á su cuna, á fin de despedirse luego para siempre. Los principales discípulos, Pedro, Tomás, Natanael, y los hijos de Zebedeo, se volvieron á encontrar en las orillas del lago donde vivieron en adelante juntos,[124] trabajando en su antiguo oficio de pescadores en Betsaida y en Capharnahum. Sin duda estaban con ellos las mujeres galileas, que eran las que principalmente habian contribuido á esta vuelta, á fin de satisfacer una necesidad de su corazon. Aquel fué su último acto en la fundacion del cristianismo. Á partir de este momento, ya no se las vé aparecer; fieles á su amor no quisieron abandonar el país donde fueran en otro tiempo tan felices.[125] Bien pronto se las olvidó, y como el cristianismo galileo no tuvo posteridad, perdióse su recuerdo completamente en ciertas partes de la tradicion; aquellas pecadoras convertidas, aquellas verdaderas fundadoras del cristianismo, María Magdalena, María Cleofas, Juana y Susana, pasaron al estado de santas retiradas. San Pablo no las conoce.[126] La fé que ellas habian creado fué causa de que quedasen oscurecidas, y no se les hizo justicia hasta la edad media; una de ellas, María Magdalena, ocupaba entonces un lugar principal en el cielo cristiano.
Parece que las visiones á orillas del lago, habian sido harto frecuentes: ¿Cómo era posible que sobre aquellas ondas donde habian tocado á Dios, no volviesen á ver los discípulos á su divino amigo? Bastaban las más sencillas circunstancias para que se les presentase. Una vez habian remado toda la noche sin coger un solo pescado, mas de repente se llenan las redes; aquello fué un milagro. Parecióles que alguno les habia dicho desde la orilla: «Echad vuestras redes á la derecha.» Pedro y Juan se miraron, y como este último dijera: «Es el Señor», el primero, que estaba desnudo, cubrióse apresuradamente con su túnica y se lanzó al agua para ir á buscar al invisible consejero.[127] Otras veces, Jesús tomaba parte en las colaciones de sus discípulos: cierto dia, en que acababan de pescar, sorprendióles encontrar la lumbre encendida y cerca de ella un pescado y un pedazo de pan; aquello fué para los discípulos un dulce recuerdo, porque era este alimento el que Jesús tenia la costumbre de ofrecerles. Despues de comer, quedaron persuadidos que Jesús se habia sentado entre ellos para ofrecerles aquel manjar que consideraban ya eucarístico y sagrado.[128]
Juan y Pedro eran los que sobre todo se veian favorecidos por el amado fantasma: cierto dia, Pedro, quizás soñando, (¡pero qué digo! ¿No era entonces acaso su vida un sueño perpétuo?), creyó oir á Jesús preguntarle: «¿Me amas?» La pregunta se repitió tres veces, y Pedro poseido á la vez de un sentimiento de ternura y tristeza, se imaginó que respondia: «¡Oh! sí Señor, tú sabes que te amo»; y cada vez decia la aparicion: «Apacienta á mis ovejas».[129] Otra vez, Pedro confió á Juan un sueño extraño: habia soñado que se paseaba con el maestro, seguido á corta distancia por Juan, y que Jesús, hablándole en términos muy embozados, con los cuales parecia anunciarle la prision ó una muerte violenta, le repitió varias veces: «Sígueme.» Entonces Pedro, señalando con el dedo á Juan que le seguia, repuso: «Señor ¿y ese?—Si yo quiero que se quede aquí hasta que tú vuelvas, replicó Jesús, ¿qué te importa á tí? Sígueme.» Despues del suplicio de Pedro, Juan recordó aquel sueño, viendo en él una prediccion de la muerte de su amigo: refiriólo á sus discípulos, y estos creyeron ver en ello la seguridad de que su maestro no moriria hasta el advenimiento final de Jesús.[130]
Aquellos grandes sueños melancólicos, aquellos coloquios con el muerto querido, interrumpidos de continuo y vueltos á empezar, ocupaban los dias y los meses. La simpatía de Galilea hácia el Profeta, á quien los Jerosolimitas habian dado muerte, se despertaba con más fuerza que nunca: más de quinientas personas se habian agrupado ya alrededor del recuerdo de Jesús,[131] y á falta del maestro perdido, obedecian á sus discípulos más autorizados; sobre todo á Pedro. Cierto dia, que siguiendo á sus jefes espirituales, habian subido los fieles galileos á una de aquellas montañas donde Jesús acostumbraba á llevarlos creyeron volverle á ver. Á cierta altura, la luz tiene extraños reflejos, y la misma ilusion que se produjo entonces para los discípulos más íntimos,[132] volvió á repetirse de nuevo; la multitud reunida creyó ver dibujarse en el espacio etéreo el espectro divino, y entonces todos cayeron de rodillas, la faz contra tierra y le adoraron.[133] El despejado horizonte de aquellas montañas, inspira la idea de la inmensidad del mundo, con el deseo de conquistarle: sobre uno de aquellos picos, segun dicen, Satán mostrando con la mano á Jesús los reinos de la tierra y toda su gloria, se los ofreció con la condicion de que se inclinara ante él: pero esta vez fué Jesús quien desde lo más alto de las elevadas cimas, mostró á sus discípulos toda la tierra asegurándoles el porvenir. Todos bajaron de la montaña persuadidos de que el hijo de Dios les habia ordenado convirtiesen al género humano, prometiendo á la vez estar con ellos hasta la consumacion de los siglos. Desde entonces, sintiéronse poseidos los fieles, de un ardor extraño, de un fuego divino, y se consideraban como los misioneros del mundo, capaces de hacer toda clase de prodigios. Despues de haber transcurrido veinte y cinco años, San Pablo, vió á varios de los que habian asistido á tan extraña escena, y sus impresiones eran tan vivas y fuertes como el primer dia.[134]
Observando aquella vida en que todos parecian hallarse suspendidos entre el cielo y la tierra, pasó cerca de un año[135] y el encanto lejos de disminuir aumentaba, que es propiedad de las cosas santas, engrandecerse y purificarse siempre. El sentimiento que se tiene por la pérdida de una persona amada, es mucho más fecundo al cabo de cierto tiempo que al dia siguiente. Cuanto más tiempo pasa, más poderoso es dicho sentimiento, pues á la primera tristeza, que en cierto modo aminora el dolor, sucede una compasion tranquila; la imágen del difunto se transfigura, se idealiza, llega á ser el alma de la vida, el principio de toda accion, el orígen de toda alegría, el oráculo que se consulta, el consuelo, en fin, que se busca en las horas de abatimiento, en los dias de tribulacion. La muerte, es condicion principal de toda apoteosis; Jesús, tan amado durante su vida, lo fué así mucho más despues de exhalar el último aliento, ó más bien, este fué el principio de su verdadera vida en el seno de la Iglesia, pues llegó á ser el amigo íntimo, el confidente, el compañero de viaje, el huésped, en fin, que se sienta á la mesa y se da á conocer desapareciendo.[136] La falta absoluta de rigor científico en la imaginacion de los nuevos creyentes, era causa de que no se entablase discusion alguna sobre la naturaleza de su existencia: cada cual se le representaba como un ser imposible dotado de un cuerpo sutil, que atravesaba las paredes, tan pronto visible como invisible, pero siempre vivo, y algunas veces se pensaba que su cuerpo carecia de materia, que era una pura sombra en las apariencias.[137] Otras veces, suponíanle materialidad, y por un ingénuo escrúpulo, y como si la alucinacion hubiera querido tomar precauciones contra sí misma, se queria que bebiese y comiese y que se dejara tocar.[138] En este punto, flotaban las ideas en un completo vacío.
Apenas nos hemos atrevido hasta aquí á plantear una cuestion espinosa y de difícil resolucion. En tanto que Jesús resucitaba verdaderamente, es decir, en el corazon de los que le amaban, mientras se robustecia la conviccion de los Apóstoles para consolidar la fé del mundo, ¿en qué punto consumian los gusanos el cuerpo inanimado que se depositó la noche del sábado en el sepulcro? Siempre se ignorará este detalle, porque naturalmente, nada pueden decirnos las tradiciones cristianas sobre este punto. Lo que vivifica es el espíritu; la materia no es nada[139]; la resurreccion fué el triunfo de la idea sobre la realidad; una vez fijada la idea sobre la inmortalidad, ¿qué importa el cuerpo?
Hácia el año 80 ú 85, al recibir el texto actual del primer Evangelio sus primeras adiciones, los judíos habian fijado ya su idea sobre este punto[140]. Á juzgar por lo que dijeron, los discípulos habian robado el cuerpo durante la noche; la conciencia cristiana se alarmó con tal rumor, y para rechazar semejante objecion, imaginóse la circunstancia de los guardas y del sello puesto en el sepulcro[141]; pero como este dato no se encuentra sino en el primer Evangelio mezclado con leyendas de muy poca autoridad[142] no es de ningun modo admisible[143]. La explicacion de los judíos sin embargo, aunque irrefutable, está muy lejos de satisfacer todas las dudas, pues no se puede admitir que aquellos que con tal conviccion creyeron en la resurreccion de Jesús, sean los mismos que sustrajeron el cuerpo. Por poco precisa que fuese la reflexion en semejantes hombres, apenas puede imaginarse esta ilusion, y conviene recordar que en aquel momento la pequeña iglesia se hallaba dispersada completamente. Las creencias nacian aisladamente para reunirse despues como les era posible, y las contradicciones que se encuentran en los relatos que conservamos acerca de los incidentes del Domingo por la mañana, prueban que los rumores se extendieron por conductos muy distintos, y que no hubo interés en ponerse de acuerdo. Es muy posible que el cuerpo fuese sustraido por algunos discípulos y trasladado á Galilea[144] en tanto que los otros permanecian en Jerusalem sin tener conocimiento del hecho; y por otra parte es de presumir que los discípulos que se llevaron el cuerpo, no sabiendo lo que se contaba en Jerusalem, quedaron sorprendidos al tener conocimiento de la creencia en la resurreccion. En este caso no era probable que protestaran, y aun cuando lo hubiesen hecho nada importaba, pues tratándose de milagros, toda rectificacion tardía es inútil[145]. Jamás una dificultad material impide á una idea desarrollarse y crear las ficciones que necesita[146]: en la reciente historia del milagro de la Salette se ha demostrado el error hasta la evidencia[147], lo cual no impide que se haya elevado la basílica y que la fé crea en aquel.
Es permitido suponer tambien que la desaparicion del cuerpo de Jesús fuese obra de los judíos, pues acaso creyeron que con esto evitarian las escenas tumultuosas que pudieran originarse sobre el cadáver de un hombre tan popular como Jesús. Acaso quisieron impedir que se le hicieran pomposos funerales ó que se elevara un monumento á su memoria; y últimamente, ¿quién sabe si la desaparicion del cadáver no fué obra del dueño del jardin ó del jardinero[148]? El propietario, á lo que parece,[149] era extraño á la secta; se escogió aquel sepulcro, por ser el que estaba más cerca del Gólgota y porque se tenia prisa[150]. Es probable que no agradándole á dicho propietario que se tomara posesion de su terreno, hiciese sustraer el cadáver, pero á decir verdad, los detalles que da el cuarto Evangelio al hablar de los lienzos que se encontraron en el sepulcro y del sudario doblado cuidadosamente en un rincon[151], no se convienen con semejante hipótesis. Esta última circunstancia haria suponer que habia intervenido en ella la mano de una mujer[152]. Los únicos relatos acerca de la visita de las mujeres al sepulcro son tan confusos y contradictorios, que nos autorizan á suponer que encierran una falsa interpretacion. La conciencia femenina, dominada por la pasion, puede experimentar las más extrañas alucinaciones, y á veces es cómplice de sus propios sueños[153]. María Magdalena se habia visto poseida, segun el lenguaje de la época, de «siete demonios»[154], y al decir esto se comprenderá cuán escasa era la inteligencia de las mujeres de Oriente, su falta absoluta de educacion y su ingénua sinceridad. La conviccion exaltada no permite mudar de parecer, ni admitir otras ideas que las que á uno le dominan. Corramos un velo sobre estos misterios: en los estados de crísis religiosa, en que todo se considera como divino, las causas más pequeñas pueden producir los más grandes efectos. Si fuéramos testigos de los extraños hechos de que tomaron su orígen todas las obras de la fé, veriamos circunstancias que no nos parecerian proporcionadas con la importancia de los resultados, en tanto que otros nos harian sonreir. Nuestras antiguas catedrales se cuentan entre las cosas más hermosas del mundo, y no se puede entrar en ellas sin sentirse dominado por la divinidad; pero esas espléndidas maravillas tienen con frecuencia un orígen profano. ¿Y qué importa esto en definitiva? Solo debe tenerse en cuenta el resultado, la fé lo purifica todo. El incidente material que ha hecho creer en la resurreccion, no ha sido la causa verdadera de aquella; lo que ha resucitado á Jesús es el amor, y este fué tan poderoso, que una pequeña casualidad bastó para levantar el edificio de la fé universal. Si Jesús no hubiera sido tan amado, si la fé en la resurreccion hubiese tenido menos motivos para fundarse, inútiles habrian sido esta especie de casualidades. Un grano de arena basta para que se derrumbe una montaña cuando ha llegado el momento de que esto suceda. Los más importantes acontecimientos provienen á veces de causas muy grandes ó muy pequeñas; las primeras son las únicas reales; las segundas no hacen más que determinar la produccion de un efecto que estaba preparado mucho tiempo antes.