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Prólogo

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La mitad invisible. Mujeres y homosexuales

Escribía el poeta Antonio Crespo Massieu que los libros tienen la misión de «reparar lo roto», «habitar la distancia», traer al presente a quienes se encuentran «en el afilado margen de la memoria». Precisamente esa empresa es la que se ha propuesto la historiadora Estefanía Sanz Romero con el presente ensayo, Silenciadas. Represión de la homosexualidad en el franquismo. La propia autora reivindica en su introducción a los protagonistas anónimos de la historia, a esas minorías de las que hablaba don Miguel de Unamuno cuando defendía el concepto de «intrahistoria». El tema de su ensayo no podía ser de más actualidad. Si no queremos repetir los errores de antaño, los españoles debemos mirar por el espejo retrovisor para ver el pasado. Nuestro actual contexto político nos exige tener clara conciencia de la pérdida de derechos y libertades que padeció el país bajo la dictadura militar. No en vano, y cito a Crespo: «El vendaval de la historia sigue soplando, / nos zarandea de nuevo». La presencia de VOX en el Parlamento, donde la fuerza ultraderechista tiene 54 escaños, dibuja en el horizonte un nubarrón para el que hay que prepararse. El mejor modo de afrontar los nuevos-viejos prejuicios del nacionalismo retrógrado es mediante la formación humanística. La lectura nos ayuda a derribarlos y a construir un futuro cargado de esperanza para todos.

El ensayo, decía, gira entorno a la represión ejercida por el Régimen sobre el colectivo LGTBI+. Su «disidencia sexual», explica Sanz Romero, fue sofocada desde frentes distintos: el psiquiátrico, el judicial y el eclesiástico. La autora nos hace un recorrido por este mapa de la ignominia incluyendo en su ensayo la experiencia de hombres y mujeres. Es decir, recoge el testigo de la célebre activista feminista y narradora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, quien sostiene que «es importante tener una amplia diversidad de voces, no porque queramos ser políticamente correctos, sino porque queremos ser precisos. No podremos entender el mundo si seguimos fingiendo que una pequeña parte de él representa al mundo en su totalidad».

La publicación del presente volumen coincide con un periodo de esplendor de la visibilidad LGTBI+ en la literatura. Precisamente, este auge ha permitido la reciente edición de una novela maravillosa: Oculto sendero, de Elena Fortún (Renacimiento, 2016). La obra, autobiográfica, fue escrita en el exilio y relata la lucha de una mujer por dedicarse al arte, por conseguir la independencia económica, por tener libertad de movimiento para relacionarse con quien quiera, por romper un molde, por reivindicarse a sí misma, por conocerse, por derribar el espejo donde el mundo le decía que tenía que mirarse para sustituirlo por el horizonte de su propia inquietud. La famosa creadora de Celia escribió su novela lejos de la censura y de la intransigencia que nublaba a España. Pero no la editó. Ni quiso ni hubiese podido sacarla a la luz —no aquí, al menos—. Practicó la censura interna como medio de proteger su imagen social y su prestigio en la literatura juvenil. La razón estriba en el acerado testimonio que realiza contra las convenciones familiares y a favor de la visibilización de un asunto tabú: la existencia de mujeres homosexuales, que anhelaban un cambio de paradigma —y lo pelearon— para vivir en plena libertad.

Otro caso icónico es de Carmen Laforet. No fue hasta el año 2007 que Destino reeditó su última novela publicada en vida: La insolación (1963), «una valiente defensa de la dignidad homosexual» (El País, 5 de marzo de 2021). Se trataba del primer título de la trilogía truncada Tres pasos fuera del tiempo, al que habrían de haber seguido los volúmenes Al volver la esquina y Jaque mate, pero la novelista no se atrevió a sacarlos.

Así las cosas, no es casualidad que se publicaran en 2017, hace apenas cuatro años, las cartas que se intercambiaron ambas narradoras: De corazón y alma. 1942-1957 (Fundación Banco Santander). En ese epistolario se vislumbra el amor (quizás platónico, pero igualmente intenso) que se profesaron.

El ensayo de Sanz Romero da satisfactoria respuesta al inquietante motivo por el que dichas escritoras optaron por la autocensura, encerrándose dentro del armario: la brutal represión franquista.

El primer frente represor, nos explica Estefanía, fue el psiquiátrico. Nos hace un inventario de terapias conductistas, orientadas a la modificación de la «deficiencia mental» de los homosexuales (por aquel entonces no se distinguía a estos ni de personas trans ni de bisexuales, de ambos géneros, claro). Entre los métodos que se practicaron destacan las lobotomías y los electroshocks.

Que este modus operandi era habitual como medio de sometimiento a quienes contravenían los modelos tradicionales, nos lo cuenta también la poeta madrileña Rosana Acquaroni en su poemario La casa grande (Barthleby, 2018). La tercera parte se centra en la denuncia de los centros psiquiátricos de los años sesenta. Allí se recluía a las mujeres, se las sedaba, se les retiraba su vida como quien monda el abrigo a un melocotón, se les espantaba los colores, las vaciaban de sueños. Eso, al menos, en el mejor de los casos, porque en el peor recortaban su tiempo hacia la muerte:

Aquel infierno se llamaba Alonso Vega.

Lo dices en un cuento que escribiste después:

Me ataron con correas y apagaron la luz.

Estefanía Sanz, de hecho, llega a la conclusión en su ensayo de que tanto los encarcelamientos como los internamientos en instituciones psiquiátricas obedecen a un inequívoco intento de eliminación de hombres y mujeres «desafectos» a los valores católicos del Régimen.

El segundo frente fue el legislativo. La historia nos ilustra sobre las leyes que persiguieron a los homosexuales, obligándolos a conducirse de manera hipócrita para ocultar su condición. ¿No nos recuerda esto a los criptojudíos del siglo XVI, quienes llevaban una doble vida para escapar del máximo aparato represor del Estado, la Santa Inquisición? Si los Tribunales del Santo Oficio abrieron innumerables procesos por prácticas heréticas clandestinas, denunciadas por los vecinos a los familiares o espías que colaboraban con ellos, Estefanía nos demuestra que bajo la dictadura franquista también se abrieron sumarios y expedientes a los criptohomosexuales que infringían la Ley de Vagos y Maleantes (1944) o la de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970). Es decir, que pese al asfaltado de los sentimientos, los tallos del amor se abrían paso, sin miedo a las tijeras de la poda.

El tercer y último frente fue el eclesiástico. Y las analogías con la España de la Contrarreforma no pueden ser más evidentes. Si Felipe II ordenó el cierre de las universidades extranjeras (salvo las de Coimbra, Nápoles, Roma y Bolonia) e impulsó la publicación del primer Índice de libros prohibidos (1559), Franco también creó un cordón sanitario que impidiese la entrada de ideas progresistas («rojas», en lugar de «luteranas»), así como auspició la constitución de una Delegación Nacional de Prensa y Propaganda (con atribuciones censoras) y suspendió la actividad docente de los centros laicos con idéntico fin de controlar la educación por medio del adoctrinamiento dogmático. Qué duda cabe, y así lo demuestra Estefanía, que el encorsetamiento ideológico reprimió en muchos casos la vivencia afectiva de índole homosexual. El miedo a la estigmatización social metió, no ya dentro de un armario, sino en un cofre cerrado con fuertes candados y lanzado a las profundidades submarinas, a las mujeres y hombres que trataban de evitar el capirote del insulto y de la discriminación, además de las penas de cárcel o las ejecuciones.

Ameno e ilustrativo, este ensayo que nos ocupa se suma a la visibilización literaria de los obstáculos que ha tenido, y tiene, el colectivo LGTBI+. Pongo dos ejemplos: el libro Antología poética de sor Juana Inés de la Cruz (AKAL, 2019), en la que se argumenta que fue la homosexualidad de la joven Juana de Asbaje la que la obligó a ingresar voluntariamente en un convento jerónimo; o la novela juvenil La versión de Eric, de Nando López (Premio Angular, SM, 2020), que pone de manifiesto la lucha de una niña trans por librarse de las represiones externas que le dificultan llegar a ser quien es en realidad.

Aún queda mucho por hacer, pero libros como el de Estefanía allanan el camino.

ARIADNA G. GARCÍA

Madrid, a 24 de mayo de 2021

Silenciadas

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