Читать книгу Si te olvidara, Sefarad - Esther Bendahan - Страница 11
2 EN BUSCA DE NOBLES ANTEPASADOS
ОглавлениеEn una reciente entrevista, Eduardo Mendoza comenta: «La idea de escribir unas memorias la descarté de entrada. Nadie me aburre tanto como yo mismo. En cambio, creo que he tenido la suerte de vivir una época y de ser testigo de unos fenómenos históricos y culturales interesantes». Aunque diría que la mayoría de los sefarditas que he conocido no se aburren demasiado hablando de sí mismos, sí creo que tienen la sensación de vivir un periodo interesante. Nuevo desde luego. Nunca como hoy ha habido un reconocimiento por parte de las autoridades españolas, tanto gubernamentales como culturales, de un fenómeno de exilio que de la mano de Muñoz Molina se ha convertido en metáfora de otras querencias y memorias.
Al escribir la cita, recuerdo que conocí a Eduardo Mendoza en un programa de televisión catalana sobre Albert Cohen a quien dediqué mi tesis. Fue una experiencia curiosa, me gustó su humor. Coincidimos en algunas ocasiones más, pero me queda de ese encuentro la sensación de principio. Yo iniciaba mi tesis, que tardé muchos años después en terminar, y carecía de contexto literario, de entorno. Así que apreciaba, como hoy, los encuentros con escritores, como si con ellos, todo lo demás desapareciese, y fuéramos ciudadanos del mismo territorio de la ficción. Aprecié por lo tanto cada gesto y palabras de ese día. Siempre me sentía ajena, alguien empujando a patadas para existir. Existir entonces era reconocer en la mirada del otro una afirmación del encuentro. Eso bastaba.
Volviendo a la cita, el ser testigo forma parte esencial de mi educación judía. Heredamos la conciencia de la importancia del testigo. La memoria es memoria en tanto que somos testigos, así el: yo Salí de Egipto, se convierte en una manera trasformadora e impulsora del ser. En ese sentido también creo que he participado como testigo de ese retorno del que habla Pierre Assouline. A veces parece una parodia, otras, algo profundo y esencial. Hay lugar para la reflexión y el conocimiento, no únicamente de lo particular, sino que permite una visión amplia que se adentra en Europa y en la cultura occidental.
Antes de continuar vuelvo a la palabra que da comienzo a mi memoria compartida. A mi llegada a España. Por ahora no sé bien cuándo tropecé con ella por primera vez, pero está allí, tres sílabas susurrantes: Sefarad. Sefarad es la traducción de España al hebreo. A muchos les sorprende que cuando dicen de dónde vienen en el aeropuerto de Tel Aviv descubran que vienen de Sefarad. Pero cuando yo digo soy de Sefarad no es lo mismo que cuando lo dice otro español nacido en Madrid, Málaga o Barcelona. Él dice soy español como otros dicen soy francés o italiano. Cuando lo decimos nosotros, decimos en una sola palabra, vivamos o no en España, que nos reconocemos como descendientes de los hispanohebreos que vivieron en España y fueron expulsados hace más de quinientos años. Y en su diáspora estuvieron sobre todo en tres grandes regiones, además, cada una de ellas supuso un desarrollo diferente. Pero se reconoce un origen común. Hay por lo tanto un pacto de origen. Un lugar de partida. La Hispania cristiana o la musulmana. Mi padre, que es ya un señor mayor, siempre me hace preguntas inteligentes. Me descubre ángulos que yo no había pensado aún. Como su cuestión sobre que esa Sefarad también musulmana se llevó o mantuvo, sin embargo, el español. Y por eso debemos suponer que en realidad se mantuvo una memoria, un apego. Pero seguramente no palabras exactas, sino que fue esculpiéndose el lenguaje con el paso del tiempo. Parto de la paradoja de la feria del libro de Casablanca. Durante años ignoré mi lugar de nacimiento, no exactamente ignorar, escribí sobre Tetuán, lo narré, atrapándolo como espacio infantil, pero creo que no profundicé en lo que supuso estar allí, el complejo sistema de vínculos que se pusieron en marcha. Pero somos también lo que ignoramos.