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UNOS AÑOS DESPUÉS

Prólogo a la segunda edición

En realidad, mi primer amor filosófico fue Hegel. Estuve a punto de casarme con él, es decir, de doctorarme defendiendo una tesis sobre su filosofía de la historia. Fue mi novio oficial durante siete años, al cabo de los cuales conocí a otro que desplazó al primero. Comencé a leer a Michel Foucault. Pero por creer yo en aquellos tiempos que la fidelidad era un bien inalienable, seguí trabajosamente estudiando a Hegel. Este filósofo me ofrecía un panorama abarcador y magnífico de la realidad. Sigo pensando que junto con Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Nietzsche y Marx, es uno de los pensadores cruciales de Occidente. No obstante, sus discursos totalizadores no me ayudaban demasiado a comprender nuestro presente. Por el contrario, las teorías de Foucault, si bien no tienen el alto vuelo teórico de las hegelianas, iluminaban mis lecturas periodísticas matinales. Estas teorías me brindaban herramientas para pensar las perversidades de la dictadura, la impunidad de los poderosos. El desarraigo de los excluidos, los recovecos del deseo. Además, me señalaban que a partir del pensamiento se pueden instaurar prácticas liberadoras. No universales ni absolutas, ni siquiera perennes, pero posibles, acotadas, más acordes con las estrechas dimensiones humanas.

Sin embargo, no me decidía a cambiar. Hasta que un verano, durante una siesta tucumana apabullante, soñé que me divorciaba de Hegel y me casaba con Foucault. Ese día concebí este texto. Varios años después nació como tesis doctoral. Luego, despojado del solemne aparato crítico académico, apareció la primera edición. Hoy vuelve a nacer, casi clonado. De más está decir que las enseñanzas de mi primer amor enriquecieron mi matrimonio con el pensamiento foucaultiano. Y actualmente, que aspiro a ser señora de nadie, reconozco que aquellos amores oficiales y muchos otros más o menos clandestinos son los que alimentan mis pensamientos y por lo tanto mis palabras.

Michel Foucault irrumpió en la cultura como moda. Si se quería “pertenecer”, respirar el aire del presente, había que citarlo. Su eclosión en nuestro país se produjo con la epifanía de la democracia. Algunos argentinos, mientras se restregaban los ojos desacostumbrados todavía al brillo de la libertad, descubrieron a Foucault. Este autor circulaba por reducidos grupos ilustrados desde la década de 1960. Veinte años después comenzó a ser intensivamente mencionado por lo snobs y consultado por quienes buscaban respuestas para tanta ignominia, así como marcos teóricos para acceder a la nueva realidad. La academia filosófica primero lo ignoró, luego lo negó, más tarde lo criticó. Cuando no tuvo más remedio que aceptarlo por el peso propio de su pensamiento, comenzó a leerlo a través de comentadores anglosajones, detractores “naturales” de la filosofía continental. Llegó un momento en que las universidades ya no podían rechazar tesis doctorales sobre Foucault, pero sus profesores más conservadores replicaban que a ese autor no se lo podía tomar en serio. Y cuando los cursantes insistían en que querían hablar de él, los mandaban sin la menor cortesía a la mesa de los bares.

La primera edición de este libro surgió en ese campo de batalla intelectual. A pesar de los años transcurridos, el libro resurge así casi sin modificaciones. Se le agregó este prólogo, se enmendaron algunas erratas y se actualizó la bibliografía. Es cierto que hoy lo escribiría de otra manera, pero sería otro libro. Prefiero que siga manteniendo el espíritu fin de siècle que lo caracteriza, con una importancia otorgada al psicoanálisis que hoy no le daría y con un tratamiento de la militancia no partidaria que hoy reforzaría. En lo demás, sigo acordando. En general, con mi exposición del corpus foucaultiano y con mis acotaciones a su filosofía. El libro casi no cambió, lo que cambió es el paisaje que lo contiene. Foucault integra hoy la galería de los clásicos.

Sus reflexiones, sus problemáticas y sus métodos traspasan los muros de la filosofía y llegan a disciplinas sociales, humanísticas, artísticas, naturales y hasta formales. Desde este texto intento ofrecer un panorama de su obra con cierta sistematicidad y una especie de apertura a sus categorías fundamentales. No creo en una objetividad per ser, pero procuro atenerme a lo dicho y escrito por el filósofo, sin desconocer por cierto la injusticia de mi propia perspectiva. En definitiva, trato de ofrecer un mapa general de la obra de Foucault.

Como cualquier mapa, cada viajero lo utilizará según sus necesidades.

Es obvio que el mapa no es el territorio. Quien anhela conocer las cataratas del Iguazú no se conformará con un mapa. Sin embargo, le será útil para llegar. Y si el mapa está comentado (como es el caso), lo ayudará también para decidir, según sus inquietudes, qué sendero aceptar o rechazar, en qué pasajes demorarse, en cuáles acampar, qué cosas investigar, dónde descansar y en qué sitios no le conviene detenerse siquiera.

Aroma de flores, sopor de verano y un libro cayendo de mi mano dormida estimularon aquel sueño que me enamoró de la teoría de Foucault. Hoy, el amor se convirtió en amistad. Pero no puedo dejar de reconocer que nada conmovió tanto mi vida profesional como haber recorrido los apasionantes caminos abiertos por este pensador. Me gustaría que quien lea las presentes páginas sienta también el estímulo de esta teoría surgida desde la reflexión, el cuerpo, la indignación y el deseo.

E.D.

La filosofía de Michel Foucault: edición ampliada y actualizada

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