Читать книгу La filosofía de Michel Foucault: edición ampliada y actualizada - Esther Díaz - Страница 3
ОглавлениеEL SEGUNDO NACIMIENTO DE FOUCAULT
Prólogo a la quinta edición
Sólo aquel que con los muertos
Comió de su amapola,
No perderá jamás
El más delicado de los tonos.
Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo
Ituzaingó, mediados del siglo XX: yo era una niña. Supongo que a todos los niños les ocurrirá lo mismo, pero a mí se me daba por pensar en el futuro. Nadie podía borrar el horizonte dibujado e impreso por el imaginario familiar y social, por lo tanto pensaba clichés: me casaría, tendría hijos, una casa quizá, ni siquiera osaba imaginar un coche. Hoy reconozco la estrechez edípica de mi pasado futuro posible.
Pero me siento un tanto reivindicada pues, a pesar de esas pretensiones descascaradas, me preocupaban también otras adornadas con delicados estucos. Quiero creer que no eran heredadas. Parecería que las hubiera parido yo misma. Pensaba en el tercer milenio y pensaba en la verdad. En el milenio, porque creía que no estaría viva para disfrutar de esa especie de metrópolis policromada que serían las ciudades venideras. Extrañamente, no me entristecía no estar para verlas, más bien me regocijaba con los dichosos que podrían deslizarse por ellas. Y pensaba en la verdad porque estaba segura de que con los años se revelaría en todo su esplendor; una verdad futura con agridulce sabor de manzanas. La esperanza de encontrar esa verdad se fabricó un lecho en algún rincón de mi ser. Si por algo no le temía a la vejez era porque creía que con ella se abrirían las compuertas del saber y todas las contradicciones se acurrucarían como un ovillo. Miraba la afelpada esfera de lana que colgaba de las agujas de mi abuela e imaginaba que así de redonda sería mi comprensión de todos los enigmas.
He de confesar que mis silenciosas fantasías se realizaron, pero invertidas. Aquello que parecía imposible, acaeció. Sobrevolé el pasaje de siglo. En cambio, lo que daba por seguro estalló en mil pedazos. No existe verdad totalizadora ni antes ni al final. Sin embargo, apareció un tercer término no pensado ni esperado, los encuentros. A veces se producen conexiones inesperadas con la otredad o con uno mismo. Nuevos nacimientos. Epifanías de resurrección. Toda larga vida –u obra– conoce muertes y renacimientos.
Estar en estos momentos prologando la quinta edición de este libro, publicado por primera vez en 1995, representa para mí un renacimiento y un encuentro: con Michel Foucault y el casi olvidado idilio que viví en aquellos tiempos; con renovados anhelos filosóficos; con los ojos que podrían llegar a recorrer esta escritura.
A falta de metrópolis encantadas o de verdades reveladas, me ha sido dado el regalo de trabajar con el pensamiento y de encontrarme –y reencontrarme– con un pensador mayor. Así pues, en el momento en que tuve que asumir una nueva edición de este libro, al que le dediqué algunos lejanos años de mi vida, advertí que algo había cambiado. La obra de Foucault, después de la publicación de sus cursos en el Collège de France, atraviesa un segundo nacimiento. Cuando este libro se publicó por primera vez aún no se habían difundido esos cursos. Ellos son motivo del agregado de un nuevo capítulo en esta edición, a la que asimismo he revisado en su totalidad.
Estos póstumos (no tan póstumos) durmieron décadas hasta que los desencriptaron lentamente. ¿De qué habló Foucault en estas clases? No se puede ser muy explícito sobre el contenido de trece cursos en pocas páginas. Pero es posible buscar pistas, analizar fragmentos, subrayar hallazgos, relacionar con el resto de la obra y destacar los principales ejes de investigación desarrollados a lo largo de las clases.
¿Sólo para filósofos? De ninguna manera; los cursos son incursiones por la política, el nazismo, el liberalismo, la psiquiatría, los degenerados, la ciencia, la gubernamentalidad, el biopoder y tantas otras cosas. La diversidad es atravesada por cuchilladas de sentido. Interpretaciones y expresiones que pueden llegar a conmover por la inesperada red de relaciones simbólicas que el profesor Foucault teje ante sus alumnos.
Los cuatro últimos cursos los dicta entre la salud y la enfermedad. Pero se solidariza con la vida y se va haciendo amigo de la muerte. Las investigaciones que los guiaron recurren una y otra vez a las meditaciones sobre la finitud. El valor de esas meditaciones radica, según Foucault, en anticiparse a lo que el imaginario proyecta sobre la muerte como un mal y descubrir que en realidad es una experiencia. Otra. Descubrir además la posibilidad de acariciar nuestra propia vida con una mirada retrospectiva que únicamente se alcanza en las postrimerías. Considerar que estamos cerca del final otorga un valor específico a cada una de nuestras acciones. La muerte se apodera del navegante en el mar, del labriego en el campo… “Y tú, ¿en qué ocupación quieres que te sorprenda?”, pregunta Foucault citando a Epicteto. Luego recurre a Séneca, quien esperaba su último día para erigirse en juez de sí mismo y saber si su virtud había residido en los labios o en el corazón.
En los apuntes de la última clase, en un fragmento que no llegó a leer a los alumnos, Foucault dice que quiere insistir en que no existe instauración de la verdad sin una reafirmación radical de la alteridad: la verdad nunca es lo mismo, ya que sólo puede haber verdad en la forma del otro mundo y la otra vida. Con este guiño final Foucault nos regala –nuevamente– el más delicado de los tonos.
E.D., 2014
Treinta años de la muerte de Paul (Michel) Foucault