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SEGUNDO CAPÍTULO LA EJECUCIÓN

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A última hora de la tarde, Johnny se regresó a su casa. Recordando lo que había ocurrido en la mañana, decidió tomar la vuelta más larga. De este modo evitaría cortar por el barrio español. Seguramente su madre estaba en el trabajo, sumergida como siempre en el abrumador olor de las especias que apestaban la cocina del Pássaro do Mar. Así que no se iban a preocupar por él, en el caso hubiera llegado tarde.

Caminó por la parte oriental del puerto, cruzando los muelles y las ensenadas. De vez en cuando miraba a los barcos amarrados. La mayoría de las tripulaciones habían desembarcado. A menudo sentía el deseo de embarcarse y abandonar Port Royal. ¿Pero cómo? No habría resistido ni siquiera una semana en el mar.

En ese momento la voz de Anne regresó, tan poderosa como sólo ella era capaz de hacer, cuando lo acusaba de ser igualito a su padre. Recordó la historia concebida con la complicidad de Avery.

“Tenía que pasarle una pinza” repasó mentalmente, buscando hasta convencerse a sí mismo. “Me dijo que me diera prisa, así que me di la vuelta. No me di cuenta de una viga inferior y terminé en contra de ella.”

Podría ser una historia creíble, a pesar de que ya veía la mirada preocupada de su madre, sus ojos brillantes, su boca abierta. Seguramente lo iba a llenar con su habitual ola de reproches, sobre lo peligroso que era el mundo y todo lo demás. Obviamente, era de esperar que le pidiera al anciano que le explicara cómo habían pasado los hechos de verdad. Él le confirmaría todo esa misma noche tan pronto hubiera llegado a la taberna para tomar.

“Esperando que no se emborrache” pensó.

Más tarde, el terreno estaba como a forma de terraza, seguido por una escalera construida cerca del muro del puerto. Johnny trepó sin pensarlo demasiado. Conocía la zona como sus bolsillos. Cuando llegó a la cima, se detuvo para admirar la bahía.

Había contemplado ese espectáculo varias veces, pero percibía ese día una emoción diferente, nunca experimentada. La luz del atardecer envolvía todo con pinceladas color morado. Por un momento tuvo la sensación que el mismo aire estaba saturado de electricidad, casi presagiando algún cambio.

«El viento está cambiando.»

Johnny frunció el ceño. Un hombre se le había acercado sin que él se diera cuenta y, al igual que él, tenía la mirada fija en la dirección del arroyo. Llevaba puesta una chaqueta azul y una camiseta abierta en la parte delantera, apretada en la cadera con un cinto verde. A sus pies llevaba botas altas hasta bajo las rodillas. El rostro marcado, como si hubiera sido picado por centenares de insectos voraces, estaba rodeado por un par de largas y gruesas patillas oscuras, que hacían que su rostro se viera largo como él de una faina.

«¿Esta por pasar algo, verdad?» le preguntó, sin saber tampoco él porque le estaba dirigiendo la palabra.

El hombre asintió.

«Regrésate a tu casa, jovencito» le dijo. Puso sus manos a los lados y al hacerlo movió su indumentaria. Abajo apareció la empuñadura de una espada. «Muy pronto se desencadenará una tormenta. Mejor que no te encuentres por esa área cuando todo esto pasará.»

Johnny no respondió. Se dio cuenta que ese hombre no le gustaba. Especialmente cuando sonrió: tenía los incisivos superiores hechos en oro.

“Es un pirata” pensó, y mientras se alejaba le oyó sonreír. Era una risa desagradable y desagradable. Se volvió, empujado por el miedo que este pudiera perseguirlo. Al contrario, el pirata no le estaba prestando la mínima atención.

Mientras tanto, la frenética vida de la colonia estaba bajando. Los caminos se vaciaron. El que no tenía un hogar a donde regresar eligió entrar en alguna cantina. Los encargados de las linternas habían comenzado su turno para encender las farolas y llenarlas de nuevo aceite. Extrañamente, no parecía haber ningún muerto tirado en el barro. Pero la noche aún era larga y todo podía suceder.

Johnny caminó por la calle que lo separaba del Pássaro do Mar en un estado de agitación tan grande que no podía entender el porqué. Seguramente todo se debía al encuentro con ese hombre misterioso. Y continuó pensando en él incluso cuando llegó a uno de los muchos sitios de guardia esparcidos por todo el camino, donde un niño, de no más de doce, estaba clavando un aviso. Algunos soldados la rodearon, curiosos.

«¡Por fin!» comentó uno de ellos.

«Ya tenía miedo que el Gobernador hubiera perdido todo su valor» comentó otro.

«Cállate» le ordenó una tercera persona. «¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»

La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.

POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA

EL GOBERNADOR DE PORT ROYAL SIR HENRY MORGAN

ORDENA

LA EJECUCIÓN DEL PIRATA EMANUEL WYNNE

A LAS PRIMERAS LUCES DEL ALBA

Las observó durante mucho tiempo. Después de la declaración seguía una lista de crímenes cometidos por Wynne. Cuando terminó de leerlos, siguió caminando.

Regresó con sus pensamientos a cuando su padre lo había acompañado por primera vez para asistir a una ejecución. Lo tenía cargado sobre sus hombros, para que pudiera ver más allá de la multitud. Johnny seguía sonriendo divertido, hasta que algo había cambiado. Su infantil emoción de asistir a ese espectáculo se había convertido en horror en el momento en que la cuerda había sido puesta alrededor del cuello del condenado. Por alguna razón no se esperaba de verlo colgar muerto en solo unos pocos segundos. Las lágrimas se habían apoderado de su rostro casi de inmediato.

«¿Porque estás llorando?» le había preguntado su padre.

«Ese hombre allá…» había contestado, apuntando el dedo hacia el cadáver que estaba colgado.

«Era una persona mala.» Stephen Underwood había intentado tranquilizarlo. «Debía pagar por sus crímenes.»

Johnny asintió, aunque no sabía exactamente qué quería decir con esas palabras su padre. El suyo había sido un gesto instintivo, debido al irreprimible impulso de irse de allí lo antes posible.

«No te olvides que en la vida encontrarás a muchas personas» continuó diciendo Stephen. «Todo el mundo comete algún error. Algunos se arrepienten y eligen olvidar el pasado. Otros, sin embargo, los traen puestos con orgullo en su cara como si fueran máscaras. Por favor, no confíes en esos tipos de personas. Ellos continuarán cometiendo errores justificándose, argumentando que la culpa es tuya. Y lo peor es que realmente creen en lo que dicen. Exactamente como el hombre que fue ejecutado hoy.»

Pensando en esa frase se dió cuenta que su padre le hacía mucha falta.

***

A juzgar por el ruido proveniente del Pássaro do Mar, se dio cuenta de que los clientes habían abierto los bailes. Alguien también había comenzado a tocar, ya que a los gritos se agregaba el sonido estridente de un violín.

Johnny permaneció un momento bajo el porche y se asomó a la única ventana, apretando las palmas contra el vidrio. Una gran sala era el cuerpo central de la posada, cuyas paredes estaban cubiertas de paneles agrietados, tanto que recordaban las paredes de un viejo velero. En la parte inferior había un mostrador y, justo a la izquierda, la boca sucia de una gran chimenea. A un lado estaba la puerta de la cocina.

Decenas de velas estaban dispuestas a lo largo de las mesas y candelabros. Lo más agradable de ese lugar era exactamente eso: la luz. A diferencia de otras posadas de Port Royal, Bartolomeu se jactaba que la suya era la más luminosa.

El muchacho lo vio trabajar duro entre las mesas, llevando platos y jarras de un lado a otro. Se esperaba de ver también su madre, pero no había rastro de ella. Por lo general, era Anne que se preocupaba de servir a los clientes.

Dio un paso atrás en la calle y miró hacia la única ventana de la habitación del piso de arriba. Las ventanas estaban cerradas.

Sin embargo, recordó que las había dejadas abiertas. “Puede ser que regresó y eligió cerrarlas” pensó. De inmediato una voz insistente penetró en su cabeza: “¿Y si acaso le pasó algo? Esa fea tos no le da paz. Empeora cada día que pasa .”

Una dolorosa sensación ardiente envolvió su vientre. Era como si una rata hubiera prendido fuego, y, a pesar de eso, siguiera carcomiendo su estómago.

Corrió por el callejón que atravesaba la posada, abrió la puerta de atrás y subió las escaleras. Los ruidos de los huéspedes se hicieron confundidos, lejanos. Era como atravesar un túnel excavado dentro de una montaña. Una galería en cuyo fondo brillaban los dientes dorados del pirata.

«¿Madre?» gritó, tocando a la puerta del departamento. Del otro lado pero no llegó ninguna contestación. «Madre, soy yo. Estoy entrando.»

La habitación estaba inmersa en la oscuridad más completa. En su interior sentía el acre olor del sudor, mezclado con algo que parecía hierro oxidado.

Finalmente lo reconoció.

Era sangre.

En pánico, buscó la lámpara de aceite que estaba encima de una mesilla de noche adyacente a la entrada. La encontró en el segundo intento. A tientas nuevamente inspeccionó la superficie de los muebles. Cuando sus dedos tocaron el encendedor lo prendió. La lámpara brilló con una pequeña llama, y la luz comenzó a estirarse en el suelo hasta llegar a los pies de la cama. Fue entonces cuando notó algo. Un movimiento imperceptible. Alguien se había movido a la sombra.

En ese momento escucho un extraño ruido, seguido de un golpe.

Todo eso fue suficiente para convertir sus dudas en certezas.

Anne estaba tumbada en la cama, con el pelo largo y oscuro desordenado sobre la almohada. Recordaba el cadáver de un pulpo llevado a la orilla por las corrientes. Johnny se acercó a ella y ella levantó ligeramente los párpados. Tenía una cara cerúlea, hinchada de sudor. Las esquinas de la boca manchadas de rojo. Una corriente de sangre se había derramado sobre su mejilla, terminando en la almohada donde había formado una mancha irregular y espesa.

«John, ¿eres tú?» preguntó, la voz que era apenas un susurro. Su pecho bailaba con ritmos irregulares.

«Sí» contestó él.

«No puedo ver bien. Tengo la vista borrosa.»

El chico se quedó pensando, sin saber qué comentar. Tenía miedo de que cualquier cosa que iba a decir no hubiera resultado muy convincente.

«Vas a ver que no será nada grave» intentó minimizar, acariciando su frente. Estaba fría. «Mañana seguro te sentirás mejor.»«¿Tu cómo estás?»«No te preocupes por mí.»

La mujer sonrió. Se quejó nuevamente y él tomó su mano.

«Debes descansar» le dijo.«Si, tienes razón» admitió Anne.

«¿Hay algo que pueda hacer?»

«Tengo la garganta muy seca.»

Johnny alcanzó el lavabo con el agua y sumergió una taza. Volvió con su madre. Suavemente se sentó a su lado, colocándole una mano detrás de su espalda para ayudarla a beber. La mujer tragó el líquido con voracidad. «Trabajaste muchos en estos días. Debes descansar. Dormir te hará sentir mejor.»

«Tengo miedo» dijo ella cansada.

«No hay nada que temer madre.»

“¿Estoy intentando convencer a ella o a mí mismo?” se preguntó.«Ahora relájate» continuó diciendo el muchacho, intentando no externar su preocupación. «Ahora bajo y voy a hablar con Bartolomeu. Seguramente necesitará una mano en la cocina.»

«No te vayas.»

«Regreso enseguida.»

Los ojos de Anne se pusieron brillantes. Una lágrima corrió por su cara. «Ya perdí a tu padre. Por favor, no me dejes sola.»

«Está bien. Me quedo aquí contigo.»

Johnny se quedó escuchando la respiración de la mujer que regresaba a la regularidad hasta que se quedó dormida. Él le apretó nuevamente la mano. Sólo entonces se concedió un poco de descanso.

***

El carruaje del gobernador llevó a Rogers al puerto, siguiendo la ruta que había sugerido al chofer durante el viaje. Una extraña paranoia había empezado a surgir en él. La ciudad estaba llena de espías y lo último que quería era que algunos de las lacras de Morgan lo estuvieran siguiendo. Por supuesto, el chofer del carruaje iba a volver y podría contarlo todo... así que le lanzó una bolsa de monedas cuando bajó del coche.

«Estamos de acuerdo, ¿verdad?» le dijo.

«Claro como un cielo sin estrellas, mi capitán» contestó este.

«Vuélveme a repetir lo que tienes que decir.»

El chofer miró a su alrededor. «Si me preguntan, tengo que decir que acompañé al capitán en la intersección entre las antiguas murallas y la carretera principal. La que corre a un lado del promontorio hacia el sur. Lo vi entrar en un burdel, con la intención de gastar parte del dinero de su excelencia en dulce compañía.»

El conductor estaba satisfecho. Hizo un gesto de acuerdo con el conductor, que se fue rápidamente dejando un rastro de polvo y piedra. Esperó ya no verlo, y luego siguió por un sendero que bajaba por los muelles. En los lados había no más de una docena de viejos edificios antiguos y todo estaba inmerso en un silencio espectral.«Mi capitán.»

Rogers no tuvo necesidad de darse la vuelta. Recorcería esa voz tan catarral en todas partes. «Puedo ver con mucho gusto que estás cuidando de esa área, O’Hara. ¿Ha pasado algo durante mi ausencia?»

«Nada importante.»

«¿Y el resto de la tripulación?»

«Duerme.» O’Hara salió de las tinieblas y apareció a su lado. «Te tardaste más de lo normal. ¿Algo salió mal?»

«Mejor platicarlo en privado» dijo Rogers. Podía sentir sobre sí mismo los ojos de aquellos que los observaban desde atrás de las ventanas cerradas.

Sin decir nada más, se dieron vuelta en una esquina. Caminaron por un estrecho y maloliente callejón hasta que oyeron el ruido del mar. Frente a ellos apareció un antiguo almacén abandonado, puesto casi sobre el muelle.

«Deje de guardia a Husani» explicó O’Hara.

El corsario sonrió, satisfecho.

De todos los miembros de la tripulación habría confiado su vida en sólo dos personas. El primero era exactamente James O'Hara, conocido varios años antes en Cuba. Este tenía la reputación de ser un seguidor fiel y su voz característica se debía al hecho de que su garganta había sido cortada. Sus enemigos estaban seguros que había muerto pero sin comprobarlo. Él, sin embargo, quien sabe cómo, había sobrevivido. La segunda persona, respondía al nombre de Husani, era un hombresote grande y fuerte, esclavo de una plantación de algodón en Virginia. Había logrado escaparse y subirse a un barco. Rogers lo había conocido en Port Royal, donde se había quedado fascinado por la fuerza física que el africano había demostrado durante una pelea. Muchos lo criticaban por la elección de los hombres que formaban su tripulación. Pero a él no le importaba. Prefería trabajar con personajes tan peculiares, muy parecidos a los criminales que estaba cazando, en lugar de confiar en soldados elegantes sin experiencia.

Después de haber tocado, se quedaron esperando a que Husani abriera la puerta. No tuvieron que esperar mucho. La puerta se abrió un poco, y en la abertura apareció una cara grande y oscura con una mirada sombría.

«Buenas noches, mi capitán.»

«Buenas noches a ti» contestó Rogers.

El lugar estaba sucio. Un ronquido suave resonaba por todas partes. Husani tomó la pieza de una vela y acompañó a sus compañeros cerca de una mesa, teniendo cuidado de no aplastar el resto de la tripulación que estaba dormida en el suelo. Rogers se sentó y O’Hara se colocó frente a él. Bajo su barbilla se podía notar la blanca línea de una cicatriz. Husani se quedó en alerta, hasta cuando plantó la vela sobre un viejo dosel y llenó tres jarras con un líquido oscuro.

«Entonces, ¿mi capitán?» le preguntó.

Rogers buscó en uno de los bolsillos internos de su chaqueta. Sacó una segunda bolsa, mucho más voluminosa de la que había entregado al chofer.

«Esta es la primera mitad» dijo. Y la tiró con tranquilidad al centro de la mesa. Las monedas que se encontraban adentro de la bolsa tintinearon dulcemente. «Lo que queda se las entregaré cuando habrán terminado el trabajo. Como siempre.»

«¿Que tenemos que hacer?» quiso saber O’Hara.

El corsario se quedó mirando fijamente la llama parpadeante de la vela. Pasó un poco de tiempo. Finalmente contestó en un tono distante. «Al principio pensé que Morgan se estaba burlando de mí. Luego me di cuenta de que no estaba bromeando por nada. Y tal vez ese fue el peor momento.»

«Por favor, explícate mejor.» O’Hara había empezado a hacer estallar los nudillos. «Después de haber capturado a Wynne, ¿qué más quiere de nosotros?»

«Es exactamente Wynne el problema» especificó Rogers. «El gobernador tenía sus buenos motivos para ordenarnos de buscarlo.» Hizo una pausa. «¿Todavía recuerdan que tenía en la mano cuando lo encontramos?»

«Un mapa» contestó con decisión el africano.

«Tienes una excelente memoria» lo felicitó Rogers. Buscó otra vez en sus bolsas, sacó el rollo que Morgan le había confiado y lo colocó delante de él.

O’Hara dejó de lastimarse las articulaciones de sus manos. Tomó un aire inquisitivo. «¿A dónde nos llevara?»

Rogers movió su mirada desde el mapa hacia dirigir sus ojos directo sobre él. Lo hizo sin prisa, tratando de ganar el tiempo suficiente para poder responder.

«Hacia el Triángulo del Diablo» comentó finalmente.

Hubo un momento de silencio, durante el cual el único ruido audible fue el incesante ronquido de la tripulación. Husani y O’Hara intercambiaron una rápida mirada de asombro. Luego este dobló su cabeza hacia atrás y emitió una pequeña risa, mostrando la cicatriz en toda su longitud. Era un ruido horrible, un chilló agudo parecido a lo que hace la lama de un cuchillo cuando rasca una superficie oxidada.

«¿Te parece divertido todo eso?» preguntó Rogers, en tono muy serio.

«No sabía que tenías un sentido del humor tan marcado» comentó el otro.

«Ninguna ironía.» El capitán puso su índice sobre el mapa. «Parece que Wynne está convencido de lo que él diseñó. Y Morgan también lo cree. Mientras que el gobernador esté dispuesto a pagar, eso es suficiente para mí.»

«¡Sangre de Judas!» exclamó Husani. «¿Por lo menos consideraste que podría tratarse de los delirios de un loco?»

Él asintió y continuó contando en detalle cómo habían ocurrido los hechos, comenzando desde la reunión de la mañana con Henry Morgan, hasta la charla con Wynne .

Por mientras Husani había agarrado una de las sillas y se había sentado. «¿Cómo crees poder convencer el resto de la tripulación?»

«Por el momento no es importante que sepan la verdad» contestó Rogers. Y de inmediato regresó a su mente la advertencia que le había dado Wynne: “Él que está en busca del tesoro tiene que aceptar que hay que pagar un precio para encontrarlo.”

Sentía crecer en él un fuerte estado de ansiedad, como si una espada de Damocles estuviera oscilando sobre su cabeza. Intentó no pensar en todo eso. No podía permitirse el lujo de aparentar ningún tipo de incertidumbre. En su ayuda llegó la oportuna intervención de O’Hara.

«¿Qué garantías nos ofrece el Gobernador?» preguntó.

Rogers sonrió. La parte arruinada de su rostro se contrajo en una mueca que haría temblar hasta el más valiente entre los hombres. «Esta misión se llevará a cabo en la más completa legalidad. Después de la ejecución, Morgan me entregará una nueva carta de compromiso.»

«¡Dios proteja el Rey!» gritó Husani, en tono de burla.

Algunos hombres dejaron de roncar, murmurando en su sueño palabras incomprensibles. Luego volvieron a dormir profundamente.

«Nadie conoce las reales intenciones del gobernador» comentó Rogers. «Ni siquiera Su Majestad. Si Wynne dice la verdad, este mapa nos llevará a un tesoro inimaginable.»

O’Hara levantó su jarra. No había tomado ni una gota de alcohol desde que habían comenzado a platicar. «Que la suerte nos acompañe.»

«A la salud» dijo Rogers, imitándolo.

También el gigante africano se unió al brindis. «Que el diablo te acompañe, ¡mi capitán!»

Gran parte de la noche fue ocupada en varias charlas su cómo organizar el viaje. Acordaron que iban a necesitar por lo menos cinco días para preparar el Delicia. Efectivamente, había tiempo suficiente para planificar la expedición. Sin embargo, un vago presentimiento preocupaba el corazón de Rogers. A pesar de la atmósfera de aparente tranquilidad, el miedo que había probado durante casi toda la noche reapareció varias veces. En los oídos, además de las palabras del francés, se añadió la exclamación de Husani.

“Que el diablo te acompañe, ¡mi capitán!”

***

Las campanas de la única iglesia de Port Royal resonaron en un estruendo impresionante durante las primeras luces del amanecer. Johnny se despertó con ese ruido. Le dolía muchísimo la cabeza, esto era evidencia que estaba durmiendo poco y mal. Entrecerró los ojos. Justo enfrente de él, vislumbró una cara flotando en medio del aire. Al principio no la reconoció. La somnolienta figura de Anne cubría parcialmente su vista. Al final consiguió concentrarse y oyó a Bartolomeu saludarlo con su típico acento peculiar.

«Mínimo intenta hablar un poco de inglés» le pidió. «No cerré ojo toda la noche. Me duele horrible la cabeza.»

El otro se río. «Tienes toda la razón, una disculpa.»

Johnny, batallando se puso de pie. Las piernas entumecidas amenazaban con rendirse. Logró evitar una caída ruinosa sólo porque el portugués fue muy rápido en intervenir. Lo agarró por los brazos y lo puso al pie de la cama.

«Yo me encargo» dijo y fue a abrir las ventanas. Un soplo de aire fresco entró en la habitación. El sol entraba y los rasgos del hombre eran evidentes en las primeras luces de la madrugada.

Tenía un rostro afilado, el pelo negro que mantenía atado en una cola de caballo. Ojos oscuros y profundos le daban una mirada amenazadora, acentuada por gruesas cejas negras que se unían entre sí. El labio superior estaba enmarcado un grueso bigote.

«¿Cómo está tu madre?» preguntó.

«Nada bien» contestó Johnny.

Ambos miraron a Anne. Todavía estaba dormida.

A pesar de su respiración relajada, seguramente tuvo una noche difícil. Podía verse por la expresión de sufrimiento que tenía su rostro.

«Mejor dejarla descansar» admitió Bartolomeu. «No podemos hacer nada.»

«Pero…»

«Ningún pero» lo regañó él. «Ven conmigo. Tenemos que hablar.»

El chico asintió, aunque no muy convencido. Bajó las escaleras, y luego se acomodó en un taburete detrás del mostrador.

«Bennet estuvo aquí ayer en la noche.» Bartolomeu estaba intentando abrir una botella de ron llena de polvo. «A mí no me interesa lo que hacen ustedes dos, ni las mentiras que se tienen que inventar para que tu madre no se preocupe.»

Después de los últimos acontecimientos se había olvidado de todo eso. Instintivamente se puso el dedo índice sobre la nariz. La hinchazón, así como el dolor, habían disminuido. Afortunadamente, Anne no parecía haberlo notado .

“En ese estado como hubiera podido” pensó.

«Es una mujer fuerte» subrayó el dueño de la posada. «Pero tú no tienes el derecho de permitirte esos tipo de tonterías. El muchacho que hoy te fastidia, será el borracho que te hará daño mañana.»

«¿Es uno de tus refranes?»

El portugués frunció el ceño. El tono burlón con el que acababa de ser insultado no parecía haberle gustado mucho. Empezó a beber el licor.

«No» contestó con un guiño. «Me lo acabo de inventar.»

Hasta ahora, Johnny temía deber soportar otra maldita reprimenda y estaba listo para irse. A él le importaba solamente su madre. Esa simple broma tuvo el poder de cambiar su actitud.

«Ándale toma tú también» comentó Bartolomeu, luego. Y le pasó la botella.

«¿Así? ¿En la mera mañana?»

«Antes o después deberás convertirte en un hombre. Quiero ver si tienes el valor. ¡Ándale!»

El olor fuerte del ron llegó a las fosas nasales de Johnny, que no pudo contener una mueca de asco. Puso suavemente sus labios en contacto con el cáliz e inclinó su cabeza hacia atrás. El líquido se deslizó caliente y dulce a lo largo de la garganta. Cuando llegó al estómago liberó toda su fuerza.

«¡Quema!» comentó. Una serie de poderosos golpes de tos empezaron a sacudir su pecho. Siguió por un rato, bajo la mirada divertida de Bartolomeu, que ya no podía dejar de reír.

***

Por su costumbre el gobernador era tempranero. Especialmente cuando tenía que asistir a una ejecución. En esos casos apenas podía dormir, esperando con impaciencia el momento de llegar al andamio.

Esa vez fue diferente.

Después de despedir a Rogers, había preferido retirarse a sus habitaciones sin tocar comida. Además de la tensión, había atribuido el insomnio a las comidas demasiado sazonadas. Suponiendo que no podía dormir en absoluto, le había ordenado a Fellner, su mayordomo personal, que le trajera a una de las sirvientes negras que trabajaban en las cocinas.

«Usted es Abena, ¿verdad?» Comentó cuando llegó la sirviente que había pedido.

La esclava se había limitado a hacer una reverencia y se había quedado cerca de la puerta, mirando a su alrededor con expresión perpleja.

«No tenga miedo, querida. Por favor vengase aquí conmigo.» El gobernador había sacado su mejor sonrisa de depredador. «Póngase cómoda.»

«¿Ahora, excelencia?»

«Sí.»

La motivación era muy sencilla, y Abena había comenzado a desnudarse. Morgan la había examinada con curiosidad, como un niño, cuando mira un fenómeno que le resulta extraño. Luego había empezado a desnudarse él también. La había poseído con fuerza y Abena había soportado con resignación. No duró mucho tiempo, pero pareció complacido de sí mismo. Después de eso se había quedado dormido.

A la mañana siguiente, Fellner entró en la habitación llevando una bandeja con una copa de vino y todo lo necesario para el baño: una tina de agua fresca, y otra llena de harina de arroz, un conjunto de tarros que contenía el maquillaje y algunos paños perfumados.

«Buenos días, excelencia» dijo.

Morgan murmuró algo. Cogió su vaso y lo bebió, sin saborearlo.

A pesar de ser reconocido como la autoridad más importante en Port Royal, muchos todavía lo consideraban un pirata por esos modales feos y maleducados.

«Excelente día para llevar a cabo una ejecución» comentó Fellner. Movió las cortinas desde las ventanas y arregló arriba de un mueble en estilo barroco todo lo necesario para llevar a cabo el día.

«¿Dónde está la muchacha?» preguntó de repente el gobernador. Había extendido su brazo seguro de encontrarla todavía dormida a su lado.

Fellner no modificó su expresión. Recuperó la peluca y la empolvó con la harina de arroz. «Salió de las habitaciones de su excelencia sin siquiera preocuparse de pedir permiso. Uno de los jardineros la vio entrar en los alojamientos de los esclavos durante la noche. Estos negros son realmente impudentes. Lamento haberla llevado con usted.»

«No hay problema» murmulló. Se levantó de la cama y alcanzó el pequeño mueble. «Que la lleven a las prisiones para que le den unos latigazos.»

«Como usted desee, excelencia.»

Morgan empezó a enjuagarse la cara. Cuando terminó, siguió observando su imagen reflejada en el espejo. «¿Ya interrogaron al chofer?»

El mayordomo le pasó una toalla y le ayudó a secarse. «El capitán Rogers parece haber hecho una pequeña parada en un burdel. Quería gastar un poco del dinero que usted le dió.»

«Mmmm puede ser.»

«¿Usted confía en él?»

La pregunta de Fellner le pareció indiscreta. Morgan siempre lo había considerado una persona diminuta, no sólo en su apariencia física sino también en carácter. Era raro que se dejara llevar por consideraciones personales.

«Absolutamente no» contestó. «No obstante se trata del corsario más capaz del Mar de Caribe.» Abrió la tapa del tarro y se puso una gruesa capa de polvo en el cuello y en el rostro, creando una noble palidez. Luego aplicó el colorante rojo en las mejillas y en los labios. «¿Nuestro carruaje está listo?»

«Claro que si» contestó Fellner.

«Muy bien» comentó Morgan y comenzó a vestirse con la ropa más formal y elegante que poseía: una camisa de seda blanca y unas medias del mismo color. Todo acompañado por un chaleco azul. Para completar su vestimenta, la inevitable peluca, que cubriría su escaso pelo rojo.

Una vez que terminó, dio un paso atrás para permitir que el mayordomo le diera una mirada. Fellner ajustó el cuello de su camisa y asintió satisfecho.

«Se ve muy bien, excelencia» anunció.

«Entonces démonos prisa.» Morgan salió de la habitación, dirigiéndose hacia la gran escalera de la entrada. «Este maldito farseto nos está haciendo morir de calor.»

***

Johnny empezó a toser otra vez tan pronto como salió de la posada. Después de los problemas con el ron, Bartolomeu le había sugerido que bebiera un trago de hidromel, alegando que le ayudaría.

No había sido así. Corrió detrás de un callejón, dobló las rodillas y cerró los brazos al pecho. Luego vomitó. El sabor ácido de los jugos gástricos le borró la vista, haciendo que los contornos se vieran indistintos. Tuvo que esperar en esa posición unos minutos antes de levantarse.

«Qué asco» comentó, mientras que salía del pequeño callejón.

«¡Quítate!»

A gritarle, había sido la poderosa voz de un soldado. Junto con sus compañeros, estaba custodiando el cuerpo sin vida de una persona. Uno de ellos lo había agarrado por debajo de las axilas y lo estaba arrastrando por la calle en el silencio de aquella mañana tan bochornosa.

“Hay algo que parece diferente”. Su pensamiento nació espontáneamente en su mente, pero no se trataba tanto de la vista del cadáver, sino de la ausencia del habitual apiñamiento que sofocaba la calle principal. De hecho, se sorprendió aún más cuando los comerciantes cerraron los puestos de ventas y se dirigieron hacia el puerto. Incluso las prostitutas habían desaparecido.

«¡Pero claro!» exclamó. Le habló a una de las guardias, que se había quedado atrás con respecto a los demás. «¿Ya empezó la ejecución?»

El soldado se quedó como dudoso, sin saber qué contestar, como se realmente no hubiera entendido que quería ese muchacho de él.

«Todavía no» contestó finalmente. «Si te das prisa…»

Johnny no escuchó el resto de la frase. Ya estaba corriendo, siguiendo la corriente de personas que estaba entrando en el lugar del evento.

***

Una vez en el carruaje, Morgan se asombró en encontrar a Rogers sentado cómodamente entre las almohadas que llenaban los asientos. Parecía sereno, sin la sombra de ninguna preocupación. Y era esa seguridad suya que ponía tan nervioso el gobernador.

«¿Usted que hace aquí?» preguntó sin poder ocultar su fastidio.

«Pensé que le podría gustar un poco de compañía» contestó el corsario.

«Usted es demasiado presumido, mi estimado capitán.»

«Ándale. No sea tan rígido. Al final de todo es culpa de usted si me encuentro en esta situación.»

Morgan se tomó el derecho de no replicar. Había pocos elementos en su vida que lo podían irritar. Uno de ellos estaba sentado justo frente a él. Nadie nunca había tenido el valor de burlarse de él tan abiertamente.

«¿Cómo piensa proceder?» le preguntó.

«No será una tarea sencilla» explicó el capitán. «El mapa no tiene puntos de referencias. Tendremos que navegar a ciegas.»

«Estamos seguros que usted lo podrá lograr.»

Rogers se encogió de hombros, casi para hacerle saber que el asunto no le interesaba. Desde que se habían puesto en marcha, no se había detenido ni por un momento de mirar afuera por la ventana.

Por otra parte, el gobernador estaba inmerso en la evaluación de que Port Royal era una colonia sin duda rica, aunque sí, eso no era suficiente para hacerla agradable. Y lo mostraba claramente el área por donde estaban pasando. Los caminos se reducían a callejones estrechos, sumergidos en la suciedad. Los edificios, apoyados uno en contra del otro, eran mal construidos. Los colonos también tenían algo equivocado. Sin embargo, siendo una persona ansiosa y oportunista, había pensado de poder explotar la ciudad a su gusto. A final de cuenta ¿Qué diferencia había entre un pirata y un político?

«Zarparemos en unos días» explicó Rogers. «La tripulación debe completar unos últimos preparativos. Por el momento no he dado demasiadas explicaciones sobre el viaje.»

«Menos gente será implicada, mejor será para nosotros.»

«Sin embargo, no podré mantener este secreto con la tripulación por demasiado tiempo, antes o después deberán saber lo que vamos a hacer o, me arriesgaría a un motín.»

«Usted no arriesga nada, capitán» dijo Morgan. «Y aunque fuera, como quiera tendrá derecho a la cantidad de dinero que establecimos en la nueva carta de compromiso.»

«¿No le preocupan las locuras de Wynne?»

«Absolutamente no.»

«¿Y porque?»

«Aunque fueran los delirios de un loco, no tendríamos nada que perder.» El gobernador quitó una pequeña partícula de polvo desde su chaleco. «A esta hora el padre Mckenzie estará confesando el prisionero. Aunque de verdad no creo haga mucha diferencia.»

«Todos somos pecadores» sentenció el corsario.

«Este es un mundo cínico y cruel. Usted debería saberlo mejor que nosotros. No pensábamos que usted fuera un moralista. ¿Tiene ascendencia puritana?»

«Mis ascendencias no son importantes.»

«¿Entonces porque está clase de moraleja justo ahora?»

«El mío no quería ser un reproche» aclaró Rogers, tranquilo.

«Claro, claro» comentó Morgan. « Monsieur Wynne puede regresar su asquerosa alma al Creador sin más ceremonias. Supimos lo que queríamos saber. Si, a parte la reunión será numerosa, mejor. Esto nos permitirá reforzar nuestra posición con la población. Así se darán cuenta de que uno no puede escaparse del juicio de Dios.»

El corsario gruño una aprobación sin el mínimo entusiasmo.

«La ejecución de Wynne será un evento inolvidable.»

Con este último comentario Morgan se quedó en silencio en espera de llegar en Fort Charles.

***

La plaza estaba dividida en dos partes: la zona baja, donde se juntaba la multitud, y una más arriba donde se había construido la horca. Ambas se comunicaban por escalones de piedra, custodiados por decenas de soldados. Alrededor de la plaza habían sido construidos algunos cuarteles, que tenían función tanto de alojamiento cuanto de almacén de armas y municiones. Varias pasarelas conectaban el cuerpo central de la fortaleza a las murallas y cada una tenía su propia batería de cañón. El muro sur, al contrario, se asomaba al mar. Allí estaba la torre central.

Tan pronto como Johnny pasó las puertas, se encontró adentro de una muchedumbre confusa, desordenada. Al principio tuvo la desagradable sensación de estar perdido, definitivamente fuera de lugar en un sitio tan desarmante.

Desde donde estaba, apenas podía ver el andamio. Tenía que encontrar una manera de acercarse. La fortuna vino a su rescate tan pronto como el carruaje del gobernador hizo su entrada. La multitud se vio obligada a abrirse y él aprovechó de esa situación para acercarse lo más posible. Lo logró sin dificultad. Entonces una mano le agarró del hombro. Tragó saliva, temiendo que alguien estuviera enojado con él. Probablemente a un soldado no le había gustado lo que acababa de hacer. Se tardó mucho en darse la vuelta.

«¿Que estás haciendo aquí?» le preguntó Avery, tomándolo totalmente por sorpresa.

«Me espantaste» comentó el joven, sorprendido. «Yo pensaba que era una de las guardias.»

El viejo se puso a reír mostrando los pocos dientes que le quedaban. «¿De casualidad tienes tu conciencia sucia, mocoso? ¿Tienes miedo de terminar ahorcado tú también?» y levantó flojamente su mano delante de él.

Siguiendo su dedo huesudo, Johnny se asombró de lo sencillo que era la estructura que los soldados habían erigido: una viga, sostenida por una vertical, de la cual colgaba un lazo robusto. Todo eso colocado sobre un palco elevado a más de tres metros del suelo, accesible a través de una escalera.

«¿Viste muchas ejecuciones por ahorcamiento?» preguntó.

«Oh, sí.» La expresión de Avery se entristeció y su mirada se volvió inusualmente vacía. «A todas estas personas no le interesa el prisionero, si no escuchar el ruido de su cuello cuando se rompe. La experiencia me enseñó a ser insensible. Con el tiempo también tu aprenderás esta lección.»

Johnny se quedó impactado. Había notado un increíble sufrimiento en el tono del viejo hombre, como si un recuerdo muy doloroso hubiera regresado de repente en su memoria. “Si es cierto que ha presenciado tantas ejecuciones, debería estar acostumbrado a estas. Entonces, ¿qué es lo que lo perturba?”

Al contestarle de hecho fue su fantasía. “Bennet Avery es un pirata, John. ¿No lo has entendido todavía? Los rumores sobre él son ciertos. Estaba a bordo de la Queen Anne’s Revenge. ¡Tal vez hasta conoce al condenado!”

Sus reflexiones fueron sofocadas por jolgorio de aclamación que venía directamente desde la multitud. Alguien estaba festejando la llegada del gobernador. Morgan bajó del carruaje seguido por una segunda persona. Los dos subieron los peldaños que conducían a la zona elevada de la plaza.

«Ciertas personas nunca cambian» comentó Avery, disgustado.

Johnny parecía no entender. «¿Qué quieres decir?»

«Antes de entrar en política» comentó el otro, «el señor gobernador era un pirata sin escrúpulos.» La preocupación de antes fue sustituida por una expresión de odio. «No dudaba en matar a los miembros de su propia tripulación. Como nivel de crueldad se colocaba inmediatamente después de Edward Teach .» Al pronunciar ese nombre, fue sacudido por un escalofrío que el chico pudo apenas percibir. «El tipo detrás de él se llama Woodes Rogers. Es un corsario. Es conocido por ser uno de los más famosos cazadores de piratas.»

«¿Entonces porque están juntos?»

«El oro hace milagros.»

«Pero todo eso no tiene sentido.»

«Deberás entender eso también» comentó Avery, con tristeza. «Muchos hombres han perdido la vida en el desesperado intento de acumular riquezas. Es una enfermedad que no puede ser sanada.»

Johnny asintió con la cabeza. Había entendido lo que quería decir, aunque nunca había tenido nada que ver con el dinero. Cuando su padre manejaba el negocio, él era demasiado pequeño para comprenderme la importancia. Ahora, las pocas monedas que lograba ahorrar, le parecían un tesoro de inmenso valor.

«Ya van a empezar» comentó el anciano. «Ese es el verdugo.»

Un hombre enorme había salido de las chozas, seguido por un joven que sostenía un tambor. Saludó al gobernador y a su anfitrión con un ligero gesto de la cabeza. Luego se subió cansadamente por la escalera.

Un susurro se levantó entre la gente, como una ola creciente. El ruido de tambor comenzó, y desde un segundo edificio aparecieron tres soldados. El último acompañaba a un hombre con una apariencia demacrada, vestido de harapos. Caminaba cojeando, con los brazos atados atrás de la espalda, el cabello grasiento le cubría la cara. Gran parte del cuerpo estaba marcado por heridas profundas, algunas de las cuales eran sangrientas.

La multitud comenzó a reír y gritar y alguien empezó a tirarle verduras. Un tipo incluso le arrojó una piedra, que golpeó al preso en su frente. Este vaciló, casi cayó, recuperó el equilibrio y levantó la cara cerca de la multitud.

«¡Camina!» le gritó una guardia al prisionero.

«¡Bastardo!» le gritaba la gente.

Caminando lentamente, el detenido fue escoltado hasta abajo del andamio, donde se vio obligado a detenerse. El joven dejó de tocar el tambor. Uno de los soldados se puso en posición de saludo, desenrolló un pergamino y empezó a leer. «Por deseo de Su Majestad y del Gobernador de Jamaica, ser Henry Morgan, el presente Emanuel Wynne ha sido condenado a la pena de muerte por medio de ahorcamiento. Es acusado de robo, homicidio, secuestro y piratería.»

La última palabra tuvo el poder de desencadenar un frenesí incontrolable entre los presentes, tanto que Johnny temió por su propia vida. Se dio cuenta de que la gente estaba como poseída por una furia de la que nunca había oído hablar. Todos gritaban sin distinción de sexo o edad. Muchos incluso buscaron llegar hasta el pirata para poder golpearlo personalmente. Los soldados se vieron obligados a sacar las armas y respingar los más violentos.

“Eso era lo de que hablaba Avery” pensó. “Lo quieren ver muerto. Y pronto. Es lo único que le interesa.”

«¿Usted cómo se declara?» le preguntó el soldado a Wynne. Una pregunta que representaba solamente un ritual, respuesta que no tenía ninguna importancia.

El pirata no contestó.

«Que Dios tenga piedad de su alma» concluyó el hombre. Envolvió nuevamente el pergamino y miró al gobernador, que contestó agitando perezosamente su mano.

Sin perder tiempo, Wynne fue obligado a subir. Casi a la mitad de la escala sus piernas perdieron fuerza y casi casi se iba a caer de espalda. Desde la multitud surgieron gritos de protesta. Uno de los soldados lo agarró fuertemente y lo obligó a continuar.

«Su destino ya está decidido» afirmó Johnny, con tristeza. «¿Porque lo odian tanto?»

Esperó a que Avery le contestara algo, dando por sentado su participación. Cuando este no respondió, se volvió para mirarlo.

Se quedó desorientada por lo que vio.

El anciano tenía los ojos tan brillantes que casi podían reflejar la luz del sol. Se estaba conteniendo de llorar sólo porque no quería mostrarse en ese estado.

Mientras tanto, Wynne había llegado al destino y estaba a completa disposición del verdugo. Decenas y decenas de voces gritaron nuevamente su desprecio, seguidas por un ruido de tambores más potentes. Kane colocó el condenado con cuidado sobre la trampilla y apretó el nudo alrededor de su cuello. Todo estaba inmóvil, incluso el aire. Incluso el lejano remolino de las olas se había detenido.

Fue entonces cuando el francés sorprendió a los presentes. Se echó a reír en voz alta, tan alta que cubrió el mismo ruido de los tambores y la multitud abajo. Era como si un cañón estuviera disparando muy cerca de allí.

«¡Así es como me agradecen por haber revelado el lugar donde se oculta el más grande tesoro que este mundo nunca haya visto!» gritó.

Un silencio glacial cayó sobre Fort Charles. De la locura que animaba el cerebro del pirata pareció no quedar ningún rastro. Incluso Henry Morgan quedó sorprendido, con la boca abierta en una expresión idiota.

«Gobernador» le gritó Wynne, «¿dígame donde ocultó el mapa que le dibujé para llegar al Triangulo del Diablo?»

Un grito agitado surgió entre la gente. Como muchos otros, Johnny también se volvió para mirar a Morgan: bajo el blanco pálido del truco, era posible notar un rubor debido a la vergüenza y a la ira. Luego miró nuevamente a Avery. Antes de que sus ojos cruzaran los del viejo, se detuvieron sobre la figura de otra persona, no lejos de donde ellos estaban.

Era el pirata con los dientes de oro.

El chico se tambaleó, como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. El individuo estaba concentrado escuchando las palabras de Wynne. Durante una fracción de segundo estuvo convencido de verlo sonreír.

«¿Porque vino aquí?» se preguntó. Ese sujeto le daba miedo y lo ponía increíblemente nervioso.

«¿Que dijiste?» le preguntó Avery.

«Allá…» Las palabras murieron en la garganta. El tipo había desaparecido. Lo buscó en todas partes, estudiando con cuidado los muchos rostros que lo rodeaban, pero no lo pudo ver en ningún lugar.

Mientras tanto Wynne seguía gritando: «Si mi destino es de irme al infierno, ¡es mejor que se den prisa!»

Morgan pareció recuperarse de su estado de indolencia. Gritó una serie de órdenes, sin que nadie pudiera hacer mucho. Wynne había concluido una segunda y más poderosa carcajada, al punto que la total confusión que había tomado posesión de la fortaleza estaba continuamente aumentando.

«¡Kane!» gritó. «¡La escotilla! Abre esa maldita escotilla. ¡Estúpido idiota! ¿Qué estás esperando?»

El verdugo agarró la palanca del mecanismo de apertura y la jaló. Siguieron una serie de ruidos en rápida sucesión. Entonces Wynne cayó en el vacío, flotando y colgando en el aire. A pesar de la violenta colisión, el cuello no se había roto. Y no solamente eso. Aunque se estaba ahogando, no dejaba de reír. Su cara empezó a hacerse de color morado y su lengua salió de su boca. Debido a los espasmos se la mordió hasta arrancársela. Un torrente de sangre ensució sus labios y las mejillas, como los pétalos de una flor rosada.

«¡Que alguien lo detenga!» gritó Morgan, delirando como aquello que estaban presenciando a esa escena escalofriante.

Solamente el hombre sentado a su lado eligió actuar.

Subió al andamio y sacó la espada. Cuando llegó a la plataforma se escapó al agarre de Kane, quien, sorprendido de encontrarlo allí, instintivamente había tratado de detenerlo. Dió un corte muy fuerte a la cuerda, y el francés terminó por derrumbarse sobre el pavimento. El impacto generó un ruido desagradable, de huesos rotos. Rodó un par de veces, emitiendo unos versos agonizantes, y después su cuerpo permaneció inerte.

Johnny vio todo esto con el corazón en la garganta. La imagen de Wynne estaba impresa en su retina como una marca de fuego.

Ya no lo podía evitar. Podía distinguir cada detalle; desde la posición falsa del pirata, sus piernas quebradas y el busto doblado, hasta el rostro morado y sucio de la sangre que había vomitado. El desprecio de esa ejecución había sido revelado en todo su horror.

«Ya vámonos, Johnny.» Bennet Avery le estaba hablando. «Escuché lo que quería escuchar. Aparte no me gusta nada toda esta confusión.»

El muchacho asintió, aún más asombrado: el anciano rara vez se había dirigido hacia él llamándolo por su nombre. A parte había percibido algo obscuro en su actitud, una sensación que no le daba tranquilidad. La fantasía lo arrastró con la misma violencia que un río lleno, tanto que pudo disipar su indecisión: Avery sabía más de lo que dejaba entender y había llegado el momento de averiguar de qué se trataba.

Sangre Pirata

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