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Introducción La literatura canadiense y la literatura quebequense
ОглавлениеLa literatura canadiense anglófona y la literatura quebequense se han dado la espalda durante mucho tiempo y se han desarrollado de forma independiente, sin que haya habido apenas contacto entre ambas. Esta situación refleja las “dos soledades” de la sociedad canadiense, una expresión tomada de la novela de Hugh MacLennan, Two Solitudes, publicada en 1945, cuyo título se ha convertido en el símbolo de la falta de comunicación entre el Canadá anglófono y francófono. Escritas en lenguas diferentes, estas dos literaturas siguen tradiciones literarias distintas. La canadiense anglófona comparte muchas de las características de las literaturas inglesa y estadounidense. La quebequense, en cambio, está escrita en francés y se acerca principalmente a los modelos estéticos y culturales de la literatura francesa. Ahora bien, sí que tienen en común no sólo el espacio geográfico, sino también una historia política y social, y una herencia colonial que, como ha señalado Milan Dimic, hacen que encontremos en ellas temas y arquetipos característicos del mundo occidental (1979: 115).
En 1867, a través de la Confederación, Canadá se transformó en un dominio federal de distintas provincias. A pesar de esto, el país ha seguido vinculado a Gran Bretaña a través de la monarquía constitucional y conserva a la reina Isabel II como jefe de estado. La nación está compuesta por ocho provincias anglófonas (Alberta, Columbia Británica, Manitoba, Terranova, Nueva Escocia, Ontario, Isla del Príncipe Eduardo y Saskatchewan), una francófona (Quebec) y una bilingüe (New Brunswick). El francés y el inglés no son las únicas lenguas de estos territorios, puesto que también hay que tener en cuenta la presencia de lenguas indígenas y de otras habladas por una gran variedad de inmigrantes venidos de distintas partes del mundo, que constituyen a su vez otras comunidades culturales. Según Rosa de Diego, el “Otro en Quebec puede ser americano o europeo, o incluso procedente del sur, sobre todo haitiano, magrebí u oriental. Procede de los cinco continentes. En cualquier caso, una mirada global sobre los inmigrantes nos revelará que conforman un mosaico variado y heterogéneo de rostros y culturas” (2002: 268). Por este motivo, y como ha subrayado Faye Hammil, la dificultad de definir la identidad nacional canadiense es particularmente compleja, debido a la diversidad de su población (2007: 1-2).
Es importante destacar que Canadá también se encuentra bajo la influencia cultural y económica de Estados Unidos. Frente a esto, los canadienses han sentido la necesidad creciente de afirmar su propia identidad, algo complejo dadas las fracciones internas del país, caracterizado por la convivencia de distintas lenguas y culturas, y de un movimiento quebequés que reivindica a su vez su propia identidad francófona.
A finales del siglo XIX, el sentimiento patriótico emergente en el Canadá anglófono empezó a sugerir la necesidad de afirmar la existencia de la literatura canadiense, una literatura nacional que fuera capaz de competir con la de países como Inglaterra o Estados Unidos. Henry James Morgan publicó en 1867 su Biblioteca Canadensis or a Manual of Canadian Literature, una obra que incluye tanto a autores anglófonos como francófonos. A principios del siglo XX se empezó a hablar también en Quebec de una literatura “nacional”, francófona, distinta de la de Francia. Esta literatura tenía que representar los valores religiosos (católicos) y culturales de Quebec, y distinguirse tanto de Francia como de la dominación canadiense anglófona, protestante. Para ambas partes, el reconocimiento de su literatura era fundamental para poder afirmar su autonomía frente a la dominación cultural exterior.
La idea de una literatura propia de Canadá, o del reconocimiento de sus distintas literaturas, fue cuestionada durante mucho tiempo. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, una gran parte de la crítica se centró en la producción literaria de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, y dejaba de lado los escritos que se realizaban en el país, considerados de menor calidad. Como señala Philip Stratford, las reputaciones de los autores se consolidaban en el extranjero, y no en casa (1979: 131).
En 1951, la Comisión Massey, nombrada por la Royal Commission on National Development in the Arts, Letters and Sciences, publicó un informe que advertía de la amenaza cultural que suponía Estados Unidos para Canadá. En él se recomendaba la creación y financiación de una organización nacional que apoyara las artes canadienses y que fomentara, a través de éstas, la unidad del país. El llamado “Massey Report” impulsó el nacionalismo cultural y promovió la creación en 1953 de la National Library of Canada y en 1957 del Canada Council for the Arts. El gobierno también promocionó la cultura canadiense (anglófona y francófona) mediante festivales, subvenciones y becas para escritores y artistas. La Expo 67, celebrada en Montreal, favoreció un clima de confianza nacional. Se crearon más premios literarios y más revistas especializadas en literatura canadiense. Esto favoreció la producción literaria, que aumentó considerablemente en las décadas siguientes.
Además, en Quebec, los años 60 supusieron una época clave que acabó con el oscurantismo social y cultural que había caracterizado a esa provincia durante los años anteriores, conocidos como el período de “la Grande Noirceur”. Marcado por el espíritu conservador del gobierno de Maurice Duplessis y por la omnipresencia de la Iglesia, fue una época de enfrentamiento político y social entre los partidarios y los detractores de los valores sociales tradicionales. Frente a la miseria, al éxodo rural, la industrialización y la urbanización que caracterizaron la primera mitad del siglo XX, la Iglesia y los entornos conservadores fomentaban el regreso a la tierra y a las tradiciones. La Revolución Tranquila de los años 60 constituyó el momento en el que se confirmó la ruptura con el Quebec tradicional. La subida al poder del gobierno liberal de Jean Lesage marcó el comienzo de una serie de medidas para modernizar todas aquellas estructuras que se habían quedado arcaicas. Las reformas sociales y económicas coincidieron por lo tanto con la efervescencia cultural. Se generó una actividad literaria intensa que intentaba denunciar el oscurantismo que había caracterizado a la sociedad durante los años anteriores y reivindicar la identidad y el nacionalismo quebequenses. Las novelas que aparecieron durante esta década reflejan ese deseo de cambio e insisten en la cuestión de la identidad: la expresión “literatura quebequense” reemplaza la de “literatura canadiense-francesa”, utilizada hasta ese momento. La literatura de Quebec aparece entonces como un proyecto nacional de fundación que pretende reflejar dicha cultura y su unidad. El pasado se convierte en aquel lugar en que el “québécois” debe buscar sus raíces francófonas, pero también en un espacio con el que debe romper. Para asegurar su identidad, el individuo necesita reivindicar su pasado y al mismo tiempo rechazar los valores que caracterizaban a este último. Según el crítico y escritor Pierre Nepveu, los autores quebequenses, durante los años 60, superan frecuentemente esta paradoja mediante la ironía y la caricatura, que les permite recuperar y asumir con cierta distancia el Canadá francés tradicional (Nepveu 1999: 20).
En 1969, el inglés y el francés fueron declaradas lenguas oficiales de Canadá, y a finales de los años 70, la literatura canadiense, anglófona y francófona, alcanzó un reconocimiento tanto nacional como internacional. Ahora bien, la crítica siempre mantendrá una distinción tajante entre la literatura “canadiense”, anglófona, y la literatura “quebequense”. La utilización de estos términos para designar dichas literaturas no está exenta de problemas, puesto que el término federalista “quebequense” excluye las producciones francófonas escritas fuera de Quebec, en otras partes de Canadá. También excluye aquellas producciones anglófonas escritas en Quebec, por autores como Mordecai Richler o Leonard Cohen. Pocos manuales recogen escritores de ambas tradiciones literarias y las dos literaturas han evolucionado sin que haya habido apenas contacto entre ellas.
Como subraya Philip Stratford, los lectores de cada lengua desconocen lo que se escribe en la otra. Se han utilizado diversas imágenes para describir la relación entre la literatura canadiense y la literatura quebequense: líneas paralelas, una espiral, una elipse, una doble hélice (Stratford 1979: 132-137). Sin embargo estas figuras abstractas ofrecen una visión incompleta de la complejidad de las relaciones (o de la ausencia de relación) entre ambas culturas. Como señala Barbara Godard, lo más común es encontrar en los pocos manuales de literatura canadiense en los que se incluye algo sobre la literatura de Quebec, el modelo “AND Quebec”, es decir, un último capítulo en el que se habla de la literatura quebequense y que implicaría una apropiación de ésta por parte de la literatura canadiense anglófona (Godard 2002: 76). De hecho, la recepción de las obras quebequenses en el Canadá anglófono ha seguido durante mucho tiempo dos perspectivas: se las consideraba como obras que permitían al lector anglófono conocer al Otro, “québécois”, por lo que se apreciaban aquellos elementos folklóricos o que enfatizaban las características culturales de la gente de dicha región, o bien al contrario, adoptaban una perspectiva que minimizaba las diferencias con el objetivo de integrar la obra quebequense en un proyecto nacionalista antiamericano.
El Canadá anglófono, siguiendo este propósito, ha buscado con frecuencia lazos que lo unieran a la literatura de Quebec. En la década de 1920 las traducciones inglesas de algunos libros francocanadienses de Camille Roy y de Adjutor Rivard, así como la traducción de la obra de Louis Hémon, Maria Chapdelaine, dieron a conocer mejor esta literatura al público anglófono. No obstante, como señala Annette Hayward, las obras que se traducían a principios de siglo presentaban sobre todo una imagen rural, folklórica y católica de Quebec. Se trataba también de una imagen que querían dar a conocer los regionalistas francófonos de la época con el fin de presentar un Quebec distinto al Canadá protestante (Hayward 2002: 22).
Muchas obras, tanto anglófonas como francófonas, anteriores a los años 60, presentaban una visión estereotipada de la otra cultura. Según Patricia Smart, en novelas francocanadienses como La Terre paternelle, Maria Chapdelaine, Menaud, maître-draveur, Trente arpents o Bonheur d’occasion, el personaje anglófono aparece como un invasor, un conquistador, un empresario rico que destruye la cultura francófona. De la misma manera, en la literatura canadiense anglófona, y particularmente en obras como The Man From Glengarry de Ralph Connor, en la poesía de William Henry Drummond o en Two Solitudes de Hugh Maclennan, los personajes de Quebec se convierten en restos folklóricos de una cultura en vías de desaparición (Smart 1984: 26). Las traducciones de los años 20 ignoraron muchas obras, menos folklóricas, de autores tan importantes como Emile Nelligan, Paul Morin o Arsène Bessette (Hayward y Lamontagne 1999: 465) y ofrecieron por lo tanto al público anglófono una visión muy incompleta de la literatura que se hacía en Quebec.
A pesar de esto, el conocimiento de la literatura francocanadiense en el Canadá anglófono se vio favorecido por algunos manuales de literatura que incluían a autores quebequenses. La yuxtaposición de obras canadienses de lengua inglesa y francesa comenzó en el siglo XIX con L’histoire de la littérature canadienne de Edmond Lareau (1874), que enumeraba autores de ambas literaturas. En 1924, Archibald MacMechan publicó Head-Waters of Canadian Literature, en el que la literatura quebequense estaba muy presente. Con posterioridad, en 1927, apareció An Outline of Canadian Literature, de Lorne Pierce, un manual que trataba de forma comparada las obras de escritores de lengua inglesa y francesa, ayudándose del Manuel d’histoire de la littérature canadienne-française de Camille Roy de 1918. Como homenaje a Pierce, en 1939, Roy publicó una edición de su propio manual bajo el título de Histoire de la littérature canadienne, donde añadía un capítulo dedicado a la literatura canadiense anglófona, inspirado por el manual de Pierce. A partir de 1937 The University of Toronto Quarterly dedicaría una sección separada a las “French Canadian Letters”, que presentaría autores como Ringuet, Marie Lefranc, Jean-Charles Harvey. También se escribirían libros completos sobre la literatura francocanadiense: J. Turnbull, Essential Traits of French Canadian Poetry (1938); Ian Forbes Fraser, Bibliography of French-Canadian Poetry (1935) y The Spirit of French Canada (1939); Wilfrid Bovey, The French Canadians Today (1939); Charles Clark, Voyageurs, Robes noires et Coureurs des bois: Stories from the French Exploration of North America (1934); James Geddes, Bibliographical Outline of French-Canadian Literature (1940).
Sería sobre todo tras la Revolución Tranquila de los años 60 cuando la explosión literaria de Quebec llamaría la atención de la crítica anglófona sobre esta literatura. Según Hayward y Lamontagne, más de 163 textos sobre la literatura quebequense se escribieron en el Canadá anglófono en 1967, un año que coincidió también con la celebración del centenario de la Confederación (Hayward y Lamontagne 1999: 469). Los intentos por comparar ambas literaturas también aumentaron ligeramente en los años 60, con críticos como Jean-Charles Bonenfant, Jean-Charles Falardeau, Desmond Pacey, Malcolm Ross, Philip Stratford, Clément Moisan o Ronald Sutherland, que hacían frecuentemente hincapié en los aspectos sociopolíticos de las dos literaturas, como señala el propio Moisan (1999: 57).
Philip Stratford afirma que en 1968 había más autores quebequenses traducidos al inglés que viceversa (Stratford 1968: 180). En 1972, el Conseil des Arts puso en marcha un programa de subvenciones para traducir libros quebequenses y canadienses anglófonos a la otra lengua oficial. Se tradujeron 66 libros en 1974, y entre 1972 y 1981 las traducciones subvencionadas fueron 452 (Godard 2002: 75). Sin embargo, como ha analizado detenidamente Barbara Godard en sus estudios, muchas de las traducciones de obras quebequenses al inglés reescribían en cierto sentido estas obras dándoles un carácter realista o referencial (Godard 2002: 77).
A partir de 1970, las tensiones asociadas a la subida del movimiento nacionalista en Quebec aumentaron. La creación en 1968 del Partido Quebequés y el terrorismo que desembocó en la crisis de octubre de 1970, muestran las relaciones sociales y políticas conflictivas que existían entre Quebec y el Canadá anglófono. En 1980, el referéndum sobre la soberanía de Quebec, en el que el no ganó por un 59,44%, llevó a muchos escritores francófonos a la desilusión y situó la cuestión nacional en un segundo plano. La idea de la fundación de la literatura quebequense se vio sustituida por toda una serie de posiciones políticas y estéticas. El entusiasmo y el optimismo que había suscitado la novela de la Revolución Tranquila, dejó paso a un sentimiento de pérdida (Biron, Dumont y Nardout-Lafarge 2007: 502). A partir de ese momento, la literatura quebequense se caracterizará por una gran pluralidad temática y estilística. La importancia del movimiento feminista, sobre todo a partir de 1975, también transformará dicha literatura dándole un carácter más intimista e inspirando la creación de nuevas formas literarias, como la “teoría-ficción” (théorie/fiction o fiction-theory).
El movimiento feminista favoreció los contactos entre la literatura quebequense y la canadiense anglófona, como han señalado, entre otras, Barbara Godard o Marguerite Andersen. Según Godard, algunas escritoras anglófonas se vieron influenciadas por la teoría-ficción que se hacía en Quebec. Margaret Atwood y Lola Tostevin la practicaron mediante el poema en prosa, Smaro Kamboureli y Daphne Marlatt mediante la forma del diario, y Aritha Van Herk, Kristjana Gunnars y Gail Scott la utilizaron en sus “ficto-criticisms” (Godard: 2002, 81).
Según Andersen, durante los años 80, el Canadá inglés se interesó considerablemente por la literatura quebequense escrita por mujeres. Admiraban esta literatura por su carácter subversivo puesto que representaba una transgresión tanto por las nuevas formas que introducía, como por la temática que cuestionaba las tradiciones patriarcales (Andersen 1988). Un diálogo muy significativo entre escritoras de ambas lenguas se realizó a través de revistas como Tessera, Room of One’s Own, o en obras colectivas como In the Feminine: Women and Words (1983) y Gynocritics/La gynocritique (1987). Si cierto cambio aparece en el sistema literario canadiense anglófono por la influencia de estos textos, y de escritoras quebequenses como Nicole Brossard, Suzanne Lamy, France Théoret, Madeleine Gagnon, o Louise Dupré, se trata de una práctica que se limita a la producción marginal de la escritura experimental (Godard 2002: 81).
Los tres autores quebequenses más estudiados en el Canadá anglófono son mujeres: Gabrielle Roy, Anne Hébert y Marie-Claire Blais. Como ha destacado Godard, sus obras han circulado durante mucho tiempo en el campo de la producción restringida, y han sido publicadas sobre todo en inglés por editoriales estadounidenses y en coedición con editoriales canadienses anglófonas (McClelland & Stewart, Stoddart-General). En cuanto a las obras experimentales de las escritoras feministas, circularon sobre todo en el ámbito de la producción marginal de vanguardia y aparecieron en revistas especializadas en la literatura experimental o en editoriales pequeñas como Talonbooks, Exile Editions, Coach House, o Women’s Press (Godard 2002: 77).
La crítica quebequense se ha resistido durante muchos años a considerar la literatura anglófona. A partir de los años 80 sí que ha habido cierta voluntad de reconocer dicha literatura y sobre todo las obras escritas por aquellos autores anglófonos que viven y escriben en Quebec. En 1984, la revista quebequense Voix & images dedicó un número a la literatura canadiense anglófona, lo que pone de manifiesto claramente cierto cambio en cuanto a las relaciones entre ambas culturas. Desde entonces, diferentes revistas quebequenses han consagrado números a la literatura anglófona, aunque se han centrado principalmente en aquella escrita en Quebec: Quebec Studies, Lettres québécoises, Spirale. Como ha destacado Lianne Moyes, el número de revistas quebequenses que han dedicado números temáticos o artículos a la literatura anglocanadiense pone de relieve cómo una nueva generación de intelectuales francófonos se vuelca sobre la escritura anglo-quebequense, que constituye, según ella, “a company of strangers” (2006: 17).
También a partir de los años 80 se han multiplicado los encuentros y coloquios internacionales tanto en Quebec como en el resto de Canadá. Festivales como Write pour écrire o Métropolis bleu fueron creados para incrementar los lazos entre ambas culturas. Si la relación entre los espacios culturales ha sido problemática, no hay que olvidar que Canadá es un país marcado cada vez más por la presencia de escritores inmigrantes que han enriquecido las dos literaturas y cuestionado el carácter bicultural de Canadá. La presencia de escrituras migrantes, el mestizaje cultural, la multiculturalidad son cuestiones esenciales que atraviesan tanto los textos de los autores como las reflexiones de los críticos canadienses y quebequenses contemporáneos. Los festivales literarios que se celebran en Canadá abren cada vez más sus puertas a la literatura internacional. Para observar esta apertura a las demás culturas, no hay más que ver el ejemplo de la Rencontre Internationale des Écrivains, que se celebra anualmente en Montreal y en la que participan escritores venidos de distintas partes del mundo.
A pesar de todos estos esfuerzos, las relaciones entre la cultura quebequense y anglocanadiense siguen siendo complejas. De hecho, si existen estudios quebequenses sobre la literatura anglófona de Canadá, como se ha mencionado, éstos se centran casi exclusivamente en la literatura escrita en Montreal. Los estudios comparativos de ambas literaturas son escasos y los trabajos de tipo comparativo que han realizado los críticos anglocanadienses y quebequenses se han centrado mucho más en las literaturas europeas, estadounidense o de América Latina.
Aunque la literatura quebequense rara vez se inspira en la literatura anglocanadiense, sí que está muy marcada por la literatura de Estados Unidos, tal y como han mostrado los estudios de Jean Morency o Jean-François Chassay (Morency 1994; Chassay 1995). Esto puede deberse, tal vez, al mayor número de traducciones al francés de las obras estadounidenses, o al rechazo de una literatura anglocanadiense que encarnaría todavía para algunos la dominación política anglófona sobre el territorio de Quebec.
Como señala Paula Ruth Gilbert, los intentos del Canadá anglófono por definir y preservar su identidad como sociedad distinta a Estados Unidos, se asemejan a los intentos de Quebec por afirmar su identidad frente al Canadá anglófono. El Canadá anglocanadiense ha adoptado medidas nacionales para protegerse de Estados Unidos, mientras que Quebec se ha preocupado menos de limitar los intercambios económicos con su vecino del sur, puesto que la lengua francesa le proporciona cierta protección frente a la invasión cultural de este país (Gilbert 2006: 107). A pesar de esto, la presencia de la cultura popular de Estados Unidos en Quebec es innegable. Una encuesta realizada en 1993, sobre la venta de bestsellers en Montreal, mostró que el 40% de los títulos vendidos eran de autores quebequenses, el 30% de autores de Estados Unidos, el 25% de autores de Francia, el 2.6% de autores anglófonos (principalmente británicos) y menos del 2% de autores anglocanadienses. En el Canadá anglófono, las ventas de bestsellers de Estados Unidos ocupaban, según esta encuesta, el 70% y tan sólo el 25% eran títulos de autores canadienses (Mulcahy 2000: 191).
Estas cifras son interesantes puesto que ponen de manifiesto la influencia que la cultura de Estados Unidos puede tener tanto en la sociedad canadiense anglófona como francófona, y justifican el miedo del Canadá anglocanadiense ante la invasión cultural de un vecino que también ha difundido su cultura popular mediante las distintas producciones cinematográficas de Hollywood y la música. Sin embargo, en Quebec las ventas de escritores francófonos inclinan la balanza y permiten a este territorio proteger su lengua y su cultura en el contexto norteamericano. Si el Canadá anglófono se define frecuentemente por oposición o con respecto a Estados Unidos, Quebec destaca tanto la lengua francesa (que le permite distinguirse del mundo anglófono), como su “americanidad” (que le permite diferenciarse de Francia). Según Michel Tétu, los “quebequenses rechazan la utilización del término ‘americanos’ exclusivamente para los habitantes de Estados Unidos. Ellos son también americanos, al igual que los mexicanos” (Tétu 2002: 242).
Frente a la mayor aceptación de la cultura estadounidense, considerada distinta tanto políticamente como por la lengua, las relaciones de Quebec con el Canadá anglófono continúan siendo dificiles, puesto que a este último se le sigue considerando como un poder que domina política y económicamente al “québécois”.
Los autores quebequenses estudiados en el Canadá anglófono son limitados, y el Quebec francófono sigue mostrando una indiferencia palpable hacia la literatura canadiense escrita en inglés. A pesar de esto, los intercambios de principios del siglo XX entre “las dos soledades” se han multiplicado considerablemente en los últimos años mediante coloquios, asociaciones (como por ejemplo L’Association des littératures canadiennes et québécoise/The Association for Canadian and Québec Literatures), colaboración entre universidades, entre escritores, etc. Las conversaciones radiofónicas de 1995 entre Margaret Atwood y Victor-Lévy Beaulieu, un escritor separatista quebequense, recogidas en la obra Deux sollicitudes (que sería traducida al inglés como Two Solicitudes), son sólo un ejemplo del diálogo que algunos autores han intentado establecer con el fin de acabar con la distancia tradicional que existe entre las “dos soledades”. En la introducción a dicho libro, Atwood hace alusión al juego de palabras que aparece en el título, basado en la famosa expresión “two solitudes”, y recuerda el contexto original del que fueron tomadas esas palabras:
This is of course a play on Hugh MacLennan’s famous observation about Canada’s “two solitudes”, and it captures the true spirit of that remark–a remark which was originally used as an epigraph, but often taken out of context. It comes from Rilke’s Letters to a Young Poet, and reads as follows: “Love consists in this, that two solitudes protect and touch and greet each other.” In our conversations, I believe we acknowledged the solitudes. We also acknowledged the greeting. If there were more solicitude, on both sides of the great linguistic divide, we would all be a great deal better off. (Atwood 1998: xi-xii)
DOS ESCRITORAS LEÍDAS EN LAS DOS LENGUAS
El crítico estadounidense Edmund Wilson publicó en 1965 O Canada, un manual en el que describía la literatura de Canadá escrita en ambas lenguas. Según la escritora quebequense Marie-Claire Blais, Wilson se esforzaba en este libro por unir dos culturas separadas, exiliadas la una de la otra en los años 60:
[Edmund Wilson] s’efforce de rassembler nos deux cultures séparées et, pendant ces nébuleuses années soixante, en exil l’une de l’autre, par une interprétation nuancée des écrivains des deux langues. Ainsi parmi les auteurs étudiés, il y aura Morley Callaghan, Hugh MacLennan aussi bien qu’Anne Hébert, Roger Lemelin, André Langevin. (Blais 1993: 24)
Blais hace referencia aquí a la distancia tradicional que ha existido entre el Canadá anglófono y francófono. Su obra misma será mucho más permeable a la cultura estadounidense que a la literatura anglocanadiense. A pesar de esto, y sobre todo a partir de los años 80, sí que existirá una voluntad por parte de muchas escritoras, entre las cuales se incluye esta autora, de incrementar los lazos con la otra cultura del país canadiense.
Marie-Claire Blais y Margaret Atwood son dos figuras clave del panorama literario actual de Canadá. Por su prestigio constituyen dos pilares esenciales de las letras canadienses y son referencia insoslayable en la literatura contemporánea de su país. Blais es francófona y escribe sus novelas en francés. Si bien asociada a la tradición literaria francesa y francófona por la lengua materna y la cultura, a raíz de sus estancias en Estados Unidos, se ha interesado siempre por la literatura escrita en lengua inglesa. De hecho, es de las autoras quebequenses que más relación ha tenido con el mundo literario anglocanadiense. En 1978 se convirtió en miembro de la unión de escritores anglocanadienses (The Writers’ Union of Canada), tras ser invitada por Timothy Findley. También forma parte de la asociación de escritores quebequenses (Union des Ecrivains Québécois). En 1980, en la ceremonia de entrega del premio Gouverneur Général, destacó lo importante que es que los canadienses conozcan sus dos culturas, francófona y anglófona. También afirmó en una emisión en Radio-Canadá en 1981, que se sentía preocupada por el aislamiento del escritor quebequense y subrayó la necesidad de buscar siempre cierta universalidad: “Ce qui fascine l’écrivain, ce qui me fascine, moi, c’est: est-ce que nous allons continuer dans cet isolement là? Est-ce que nous allons survivre comme artistes universels?” (Blais, en Royer 1981: 25).
En 1983, por primera vez cuatro escritores quebequenses, entre ellos Blais, participaron en el International Festival of Authors, que se celebró en Toronto. En este encuentro la autora afirmó la necesidad de romper con ese aislamiento que existía entre los escritores por culpa de la lengua:
I’m here tonight because I want to show my solidarity with the other writers. This lack of communication between English and French must come to an end. It’s ridiculous for us to keep apart. Although I’ve been influenced by French writers–Nathalie Sarraute, André Malraux and Albert Camus–I’m also very close to American writers. We’re like brothers, in a way. I can recognize my conflicts in their conflicts. (Blais, en Layton 1983: i)
Si considera los escritores estadounidenses como hermanos, también admira las obras de autoras anglocanadienses como Margaret Atwood, Jane Rule, Margaret Laurence y Morley Callaghan (Blais, en Layton 1983: i). Ha participado en numerosos festivales internacionales, como el International Festival of Authors que se celebró en Toronto en octubre de 2000 y en el que fueron invitadas tanto Atwood como Blais, junto a otros autores como Susan Sontag o Carlos Fuentes. También ha participado en festivales como Métropolis Bleu, un festival internacional organizado por la Quebec Writers Federation que intenta promover la colaboración entre escritores de distintas lenguas y principalmente la colaboración entre los escritores francófonos y anglófonos. En la segunda edición de este festival, que se celebró en el año 2000, se otorgó a Marie-Claire Blais el primer premio de literatura internacional Métropolis Bleu, por la calidad de su obra literaria. Margaret Atwood también recibiría este premio en 2007.
En el año 2000, la escritora quebequense fue galardonada con el premio W.O. Mitchell, otorgado por el Writers’ Trust of Canada, que por primera vez le era concedido a un escritor francófono. Tanto Blais, como Gabrielle Roy y Anne Hébert figuran entre los “Major Canadian Authors” y han conocido cierta consagración en el Canadá anglófono. Según Barbara Godard, la influencia de la reputación estadounidense de las obras de Blais, tuvo mucha importancia a la hora de que fuera integrada en el campo literario canadiense-anglófono (Godard 1999: 499). Como ha subrayado también Rainier Grutman, muchas veces la crítica tiende a considerar París como el único horizonte internacional de la literatura quebequense y subestima la importancia de otras fuentes de reconocimiento, como Toronto o Nueva York. Es cierto que la consagración de Blais en París llegó de inmediato, gracias a la publicación en la editorial Grasset en 1966 de Une saison dans la vie d’Emmanuel (menos de un año después de que fuera publicado en Montreal en las Éditions du Jour, en junio de 1965), y a la obtención del premio literario francés Médicis. Ahora bien, más importante sería la traducción estadounidense de dicha obra y la introducción que de ella hizo el influente crítico Edmund Wilson. Como señala Grutman, bajo el título de la traducción de la obra, aparecía el nombre de Wilson, en un tamaño superior al de las letras cursivas utilizadas para escribir el nombre del traductor, Derek Coltman, que llamaban casi tanto la atención como aquellas utilizadas para el nombre de la autora (Grutman 2010: 9).
Hay que tener en cuenta que las primeras novelas de Blais fueron difundidas rápidamente a través de una serie de traducciones. Todas sus novelas han sido traducidas al inglés y sólo en 1967 se realizaron ocho traducciones de Une saison dans la vie d’Emmanuel (en Italia, México, Alemania, Dinamarca, Países-Bajos, Finlandia, Noruega, Checoslovaquia). Según Grutman algunas de las traducciones se hicieron de forma indirecta, partiendo de la edición anglófona de la novela de Blais (particularmente la traducción mexicana de Adolfo de Alba). Esto muestra también la importancia que dicha edición tuvo para la proyección internacional de las novelas de la autora quebequense (Grutman 2010: 8) y para la consagración de su obra en el mundo anglocanadiense. No obstante, hay que señalar que las traducciones de la obra de Blais al español son escasas, y únicamente dos de sus novelas han sido traducidas a nuestra lengua (La hermosa bestia. Traducción de Orta Manzano. Barcelona, Ediciones Cedro, 1961; Una estación en la vida de Emmanuel. Traducción de Adolfo de Alba. México. Editorial Diana, 1967).
Si el éxito de Une saison dans la vie d’Emmanuel dio a conocer a la autora en distintos países, la complejidad de sus novelas –sobre todo de las más recientes, caracterizadas por el uso del discurso indirecto libre y del encadenamiento de los pensamientos de una gran cantidad de personajes– hace que algunos lectores e incluso una parte de la crítica, haya ignorado sus novelas de los últimos años. Por este motivo, Aparna Sanyal, en su reseña de Rebecca, Born in the Maelstrom (la traducción inglesa de Naissance de Rebecca à l’ère des tourments), afirma:
Lionized at home and abroad over a 50-year career, the Québécoise writer Marie-Claire Blais remains more of a rumour than a legend. She is read mainly by writers, perhaps because […] readers have difficulty with her omission of paragraph breaks and the fact that she uses multiple voices. Yet, like interwoven diary entries written by distinct individuals, Blais’s prose is clear to an attentive reader. It is also meaningful in the way only work written with a high aim and a profound understanding of human motivation can be. (The Globe and Mail, 27 de noviembre de 2009)
Tanto Soifs como Dans la foudre et la lumière, Augustino et le chœur de la destruction y Rebbeca à l’ère des tourments obtuvieron el premio Gouverneur Géneral (en 1996, 2001, 2005 y 2008 respectivamente) y han sido elogiadas en los periódicos y a nivel académico por una gran parte de la crítica universitaria anglófona y francófona. Marianne Ackerman, en su artículo “How to read a masterpiece”, ha destacado la paradoja que envuelve las novelas de Blais. Se trata de una autora canonizada de Quebec, y se ha subrayado en numerosos estudios el talento, la profundidad y la calidad de su obra literaria. A pesar de esto, la venta de sus libros es, como afirma Barry Callaghan, editor de Exile Editions, “from modest to minuscule”. Según Ackerman, Callaghan describe a la autora como “A writer like no other writer this country has produced. She will be remembered for the total authenticity of her vision […] People don’t read Marie-Claire because she’s too tough, too good” (in Ackerman, The Walrus, octubre 2009).
Esta situación aparece también dentro de los círculos quebequenses, donde Ackerman observó que sólo unos pocos habían leído las novelas más recientes de la autora. Lynn Henry, editor en Toronto de Anansi Press señala, hablando de Marie-Claire Blais: “There’s a prestige involved in publishing her. We’re very aware of her status. I wish she could be a bestseller, but she isn’t […] She presents the largest imaginable sense of humanity, a sublime vision of how the world works. There aren’t many writers working at that level” (in Ackerman, The Walrus, octubre 2009).
Según Mary Jean Green, en los años 70 Blais era la autora más estudiada en las revistas estadounidenses de literatura quebequense, y lo ha seguido siendo durante mucho tiempo (Green 1989). Está considerada como un clásico, un monumento, como uno de los autores quebequenses más importantes. Los premios literarios que ha recibido atestiguan de la importancia de esta escritora, que en el 2012 ha sido galardonada con un nuevo premio, el Grand Prix du Livre de Montréal, por su novela Le jeune homme sans avenir. La calidad de su obra literaria ha sido reconocida mundialmente y tanto el estilo poético que utiliza como la intensidad de las imágenes que aparecen en sus novelas hacen de esta autora una de las mejores escritoras de la literatura universal.
Al contrario que Blais, Margaret Atwood es una escritora anglocanadiense cuya obra ha sido con frecuencia situada dentro de la categoría de best-sellers tanto en Canadá como en Estados Unidos. Muchas de sus novelas han sido traducidas al castellano. En España, como subrayaba Ana María Moix en un artículo para El País cuando Atwood recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2008, la autora “goza de un notable prestigio y de un número de lectores adictos. Sus libros no alcanzan ventas espectaculares, pero el lector aprecia en sus páginas la calidad de su prosa, su exquisita sensibilidad, su implacable ironía, su enorme talento” (Moix, El País, 26 de junio de 2008).
Atwood es admirada por el gran público, pero también por la crítica universitaria internacional. Es el autor canadiense más estudiado en los programas universitarios de Gran Bretaña y de muchas universidades europeas (Macpherson 2010: 14; Rosenthal 2000). Laura Moss ha mostrado que si un autor canadiense aparece en las páginas web de Estudios Canadienses ése es generalmente Atwood (Moss 2006: 27). Se han publicado numerosos volúmenes sobre su trayectoria literaria y existe incluso una asociación de estudios sobre su obra. Por la importancia que tiene a nivel internacional, se la considera simbólicamente una “embajadora” que promueve la cultura de Canadá en el exterior (Moss 2006: 22).
En el Canadá anglófono su posición como icono de la cultura canadiense es considerada con ambivalencia por una parte de la crítica. Caroline Rosenthal, tras realizar una encuesta a críticos del país sobre los cincuenta mejores libros canadienses del siglo XX se sorprendió de que no figurara ninguno de esta autora entre los diez primeros. Rosenthal concluyó afirmando que el Canadá anglófono mantiene una relación muy particular con su autor más famoso, considerado con orgullo una superestrella, pero al que se rechaza por ese mismo motivo (Rosenthal 2000: 43). Como recuerda Laura Moss: “As is often the case, as a cultural figure is elevated to the level of icon nationally and then internationally, other writers, thinkers, and speakers rebel at the simplification of having one artist’s voice paradigmatically represent many” (Moss 2006: 24).
En Quebec, es la escritora anglocanadiense más conocida. Sin embargo, su obra se tradujo tarde al francés. Survival (1972) no aparecería hasta 1987, con el título de Essai sur la littérature canadienne. Le Cercle vicieux se publicó 34 años después del original, The Circle Game (1966). Politique de pouvoir, la traducción de Power Politics, no vio la luz hasta 1995, 25 años después de la edición original. “Que de temps passé pour franchir la barrière élevée entre les deux solitudes!”, exclama Caroline Montpetit en Le Devoir el 28 de marzo de 2000.
Según Eva-Marie Kröller, la fama de Atwood en Quebec es bastante reciente, como lo muestra el hecho de que sus últimas novelas sí que han sido traducidas rápidamente al francés, al contrario que las obras anteriores (2006: 66). Desde la publicación de Captive (1998), la traducción francesa de Alias Grace (1996), los periódicos quebequenses han prestado más atención a los escritos de Atwood. Kröller ha constatado que la admiración por Atwood en Quebec coincidió con la consagración de la escritora en Francia. Fue invitada por la Universidad de la Sorbona en 1998, y The Handmaid’s Tale sería incluida en la lista de obras obligatorias para los exámenes de entrada a las universidades francesas (2006: 66). Su reconocimiento internacional hizo imposible ignorar a la anglocanadiense que en los 80 era para Quebec una autora anglófona más, prácticamente desconocida. Ahora bien, como señala Kröller, es paradójico que teniendo en cuenta la importancia que la escritora había tenido en Estados Unidos, siguiera siendo desconocida en Quebec. Kröller atribuye esta incongruencia a la complejidad de las tensiones que existen entre las culturas anglocanadiense y quebequense:
However, even if Anglo-Canadian writing has long been widely ignored in Quebec, American literature has not, and during the eighties Atwood was already a household name in the United States. As Caroline Rosenthal has impressively documented, Atwood has frequently found herself mistaken for an American writer or she has even been deliberately adopted as one. If Quebec did not accept her as such, there must have been additional factors to cause the delay. (Kröller 2006: 67)
A partir de finales de los años 90, Quebec también hablará con admiración de esta escritora. En los artículos de periódico quebequenses se la define con expresiones tan elogiosas como “grande prêtresse de la littérature”, “la matriarche des lettres canadiennes”, “une icône de la littérature canadienne auprès d’un lectorat international”, “la grande romancière canadienne anglaise”, “la grande dame de la littérature canadienne”. Muchos de los artículos destacan ante todo la importancia internacional de Atwood, las numerosas traducciones que se han hecho de sus escritos en más de 30 lenguas, y los premios que le han sido otorgados en distintos países.
En Le Devoir del 2 de marzo de 2007, aparece como la autora canadiense que más importancia tiene tanto en Canadá como en el exterior. Los artículos llevan títulos tan significativos como “Atwood sans frontières”, “Margaret Atwood est reçue comme une star en France” (Le Devoir, 26 de abril de 2007; Le Devoir, 19 de noviembre de 1998). Insisten en la fama de “la célèbre écrivaine canadienne” (Le Devoir, 26 de abril de 2007). El reconocimiento de esta autora anglocanadiense pasa primero por su reconocimiento como escritora internacional. Como señala Eva-Marie Kröller, “she is listed alongside Quebecois authors and artists, often as the only Anglo-Canadian writer, as if she existed in a class of her own” (2006: 65).
A pesar de esta fama, los periodistas quebequenses consideran necesario subrayar entre paréntesis que la escritora es “l’une des plus réputées de la littérature d’expression anglaise” (Le Devoir, 19 de noviembre de 1998). De hecho, en muchos artículos se destaca la ignorancia que sigue reinando en Quebec en cuanto a la literatura anglocanadiense. El 10 de noviembre de 2001, un artículo de Le Devoir señalaba: “Il est parfois dommage de constater à quel point la poésie anglo-québécoise et canadienne demeure trop peu connue du lectorat francophone en général”. “Margaret Atwood? Connais pas…”, rezaba el título de otro artículo publicado en La Presse el 28 de diciembre de 2008. En este texto Violaine Ballivy afirmaba que, según los sondeos, los dos tercios de los francófonos y de los anglófonos de más de quince años aseguran que conocen poco o nada la literatura del país. Según esta encuesta Margaret Atwood sería, sin embargo, el autor canadiense más conocido tanto en Canadá como en el extranjero.
Los elogios hacia su obra se suceden. El 21 de abril de 2007, Caroline Montpetit define Moral Disorder como “un délicieux recueil de nouvelles”. También el 21 de abril Michèle Pontbriand subrayaba en Le Devoir que la obra de Atwood es “immense, foisonnante, empreinte de lucidité et d’intelligence, encore trop méconnue ici”. Si es cierto que algunos lectores de Quebec siguen ignorando su obra, muchos otros admiran los textos que produce la autora, como lo demostró la cantidad de asistentes francófonos que acudieron a la presentación de la traducción francesa de su ensayo sobre la deuda Comptes et légendes, la dette et la face cachée de la richesse, que se realizó en la librería Olivieri de Montreal en abril de 2009. Atwood ha intentado acercarse al mundo francófono participando en numerosos festivales, intentando hablar en francés cuando presentaba su obra en Quebec, y también a través de entrevistas y contactos con autores quebequenses. En este sentido, será particularmente significativa la relación de amistad que mantendrá con Marie-Claire Blais.
MARIE-CLAIRE BLAIS Y MARGARET ATWOOD
Margaret Atwood ha manifestado la admiración que siente hacia Marie-Claire Blais en numerosas ocasiones. En el documental Au delà des apparences: portrait de Marie Claire, producido por François Savoie y Suzette Lagacé en 2006, la autora destacaba la importancia que ha tenido Blais para su generación y también la que sigue teniendo hoy en día para las nuevas generaciones: “she is very important”, señala Atwood, quien llega a describir a Blais incluso como “an iconic figure [...] almost mythical”.
Aunque Atwood admiraba la escritura de Blais desde hacía años, no conoció personalmente a la autora hasta mediados de los 70. En 1975, Atwood publicó en la revista Macleans’s un artículo en el que describía sus primeros encuentros con la autora quebequense. Dicho artículo apareció en la revista tanto en inglés como en francés, y formaba parte de un intento por estrechar los lazos entre ambas culturas: en junio la autora francófona Michèle Lalonde había entrevistado a Atwood, y esta vez era el turno de Atwood de entrevistar a un autor quebequense. “Although I had admired her writing for many years, I did not meet Marie-Claire Blais till recently. I wasn’t sure what to expect”, afirma Atwood (Atwood 1975). Conociendo las novelas de Blais, repletas de locos, suicidas, torturadores, drogadictos, asesinos y prostitutas, imaginaba a la escritora quebequense como una criatura mártir de ojos tristes, una monja lúgubre y obsesionada por la fatalidad, una romántica baudelairiana. Según Atwood, es difícil no caer en la trampa de atribuir al autor ciertas características de sus personajes:
I’ve had this done to me so often that I should have been well aware of the difference between fictions and those who make them; still, I must have been expecting the waif of the early press coverage or the romantic demon-ess of the more outré of the novels. Otherwise I would not have been quite so surprised by the reality. (1975: 26)
Blais no era para nada la persona oscura y martirizada que había imaginado. Era más bien una mujer perspicaz, alegre, profesional, con sentido del humor, y muy consciente del mito que la prensa había intentado crear en torno a su persona, convirtiéndola en una mujer siniestra e inquietante (Atwood 1975: 26).
En el artículo, Atwood cuenta cómo años atrás había decidido leer Mad Shadows, la traducción inglesa de La belle bête (1959), al ver la portada que mostraba una cara manchada de sangre. Reconoce que el libro la dejó intranquila por su violencia, los asesinatos que aparecen, el incesto sugerido, y la intensidad alucinatoria de la autora, que en el momento de escribir el libro no era más que una joven de 19 años: “I was 19 myself-señala Atwood-and with such an example before me I already felt like a late bloomer” (1975: 26).
La primera vez que se vieron, Atwood había ido a entrevistar a Blais aprovechando que ésta se encontraba en Toronto unos días para dar a conocer su obra. En el artículo, confiesa que Blais estaba tan nerviosa como ella, porque no le gustaban las entrevistas. La autora quebequense le contó que cuando fue a vivir a Massachusetts en 1962 no sabía casi hablar inglés. Pasaba el tiempo escribiendo y leyendo las obras de Jane Austen o novelas estadounidenses modernas e intentando encontrar a gente con la que poder practicar el idioma. Según Atwood, en el momento de la entrevista lo hablaba muy bien, aunque en ocasiones utilizaba alguna expresión francesa, cuando no encontraba el equivalente inglés.
La segunda vez que se encontraron fue en un bar oscuro y ruidoso de Montreal, situado en los bajos del hotel Queen Elizabeth, cerca de la estación de trenes. Atwood confiesa que a Blais le encanta sentarse en los bares, tomar una cerveza y observar a la gente, y por ese motivo en ese ambiente se encontraba mucho más cómoda que cuando se habían visto en Toronto. En ese momento Blais había vuelto de una estancia de varios años en Francia. Cuando Atwood le preguntó cómo se sentía al haber regresado a vivir a su país, la notó entusiasmada y contenta de volver a una región que había cambiado radicalmente y donde ahora el problema ya no era la censura sino hacerse comprender. Blais consideraba que había dos tipos de Quebec, el que precedió a la Revolución de los años 60, caracterizado por el oscurantismo, la represión, la brutalidad, y el sufrimiento, y el nuevo Quebec que se había convertido en un universo mucho más vivo y libre (1975: 28). Durante sus conversaciones, Atwood, que conoce bien la obra de Blais, constató que ésta es casi única entre las escritoras puesto que la mayoría de sus protagonistas son masculinos. La propia Atwood escoge generalmente a protagonistas femeninas para sus novelas. Blais le explicó que su obra sigue la línea de la tradición francesa de novelas de ideas en las que se le da mucha importancia a los conceptos filosóficos, y no tanto al tejido social y a los acontecimientos. Prefiere incluir protagonistas masculinos para poder tratar dichas ideas sin centrarse únicamente en la situación del mundo femenino. Esta definición es esencial para comprender su obra y también para entender las diferencias que distinguen las novelas de Blais de las de Atwood, en las que, a pesar de haber también una profunda reflexión, los acontecimientos juegan un papel esencial. Blais odia las categorías y que la gente la vea como una “mujer escritora” (1975: 28). A pesar de esto, el mundo femenino sí que tiene mucha importancia en su obra, como veremos más adelante.
La tercera vez que Blais y Atwood se vieron fue durante una cena que dio el Atkinson College de la Universidad de York en honor a la quebequense. Blais se sentía incómoda entre tanta gente que no conocía pero que tenía cierta imagen de ella y admiración debido a sus libros. Cuando vio a Atwood le preguntó por qué había acudido. Blais la había invitado pero no pensaba que fuera a asistir ya que consideraba que ese tipo de encuentros no son apropiados para los autores, que deberían centrarse en escribir (1975: 29). Una relación de amistad se fue forjando entre ambas.
En 1976, Atwood redactó el prefacio de la edición Bantam Canada Edition de St. Lawrence Blues, la traducción inglesa de Un Joualonais sa Joualonie (1973) de Blais. En este escrito, Atwood presenta a Blais como la autora quebequense más conocida fuera de Quebec y afirma que sus novelas, especialmente Une saison dans la vie d’Emmanuel (1965) y Manuscrits de Pauline Archange (1968), permitieron dar a conocer en el exterior cierta visión del Quebec de los 50: “Marie-Claire Blais is undoubtedly the Quebec writer best-known outside of Quebec. In fact, it is perhaps through her work, especially the much praised A Season in the Life of Emmanuel and The Manuscripts of Pauline Archange, that Quebec itself is best-known outside of Quebec, at least as a country of the imagination” (Atwood 1976: vii).
Atwood destaca la variedad temática y estilística que caracteriza la obra de Blais, que comprende tanto lo experimental y onírico como elementos más realistas, que trata tanto de la pobreza de muchos niños como de las reflexiones de muchos personajes que perciben el suicidio como única forma de protesta. En este prefacio, también afirma que, por paradójico que resulte, Blais, que ha sido asociada con el renacimiento cultural de Quebec, la Revolución Tranquila de los años 60, y reconocida en el exterior como una de las voces literarias más importantes de Quebec, ha vivido la mayor parte de esa época fuera de Canadá, en París, Cape Cod y Bretaña. Tras hacer una presentación de la autora al comienzo, Atwood realiza un análisis de la novela St Lawrence Blues, e insiste particularmente en el carácter novedoso y satírico de una obra que pone de relieve las múltiples voces del Quebec de los años 70, un Quebec marcado por una gran variedad de movimientos ideológicos, sociales y políticos, y por la miseria y la alienación que caracterizan a una gran parte de la población, sometida a una burguesía francófona que a su vez se ve dominada por los sectores anglófonos del país (sujetos también por su posición económica a Estados Unidos). Señala las dificultades que esta novela presenta para un lector extranjero a Quebec, debido a la presencia de juegos de palabras, referencias sarcásticas, rencillas o bromas propias de Quebec: “This is a book of a culture laughing at itself; though as befits a colonized culture, the laughter is not totally lighthearted, not without bitterness and a characteristic Quebecois sense of macabre irony” (Atwood1976: xiii).
A su vez, Blais redactó en francés el epílogo de Surfacing de Atwood, para la edición de McClelland and Stewart de 1994, con traducción al inglés de Sally Livingston. “Margaret Atwood is a writer who is always aware of the fragility of the world we live in”, afirma Blais (1994: 193). Destaca la violencia del mundo contemporáneo y cómo los protagonistas huyen hacia un lugar aislado del norte de Quebec donde se enfrentan a su soledad, obsesiones y fantasmas interiores:
Atwood observes and explores with a remarkably concrete imagination-her writing and language are always firmly grounded in concrete, sensual, almost palpable life-through the eyes of a heroine who is young and hence still vulnerable to the beauty of the world that is soon stained by her elders. Here is the end of a civilization and a continent in which Americans and Canadians merge into a single endangered and endangering species, threatening the future of humanity. (Blais 1994: 194)
Los personajes son los testigos de esta civilización decadente y la protagonista, que según Blais encarna la conciencia femenina lúcida que aparece en todas las novelas de Atwood, ve en sus compañeros los bárbaros que contaminarán las aguas, matarán a los animales y masacrarán a la gente. Según ella, la novela plantea una pregunta existencial, un grito que cuestiona la locura y el sufrimiento del mundo en el que vivimos. En este escrito podemos observar cómo Blais se centra principalmente en aquellas características de la obra de Atwood a las que ella misma da más importancia en sus propias novelas, es decir, el sufrimiento humano, la violencia, el futuro de la humanidad.
Las conversaciones entre estas dos escritoras ponen de manifiesto su voluntad de romper con la distancia tradicional entre las “dos soledades”, pero también reflejan la admiración mutua que se tienen. Las dos han intentado acercarse tanto al público y a los autores francófonos como anglófonos y han puesto de manifiesto en numerosas ocasiones la importancia de considerar la literatura en su dimensión internacional: “for writers, the world isn’t divided into regions or nationalities”, afirma Atwood en Two Solicitudes (1998: 60). Blais ha demostrado tener un gran interés por la literatura del Canadá anglófono y por la literatura internacional. Este bagaje literario se puede observar claramente a través de las numerosas referencias intertextuales que aparecen en sus libros. Sus novelas, sobre todo a partir de los años 80, muestran la voluntad de la autora de transcender las diferencias culturales y las tradiciones literarias con el fin de alcanzar una visión más universal del mundo. Por este motivo, no es extraño que Blais presidiera en el 2008 la 36ième Rencontre Québécoise Internationale des Écrivains, el encuentro internacional de autores que se celebra en Montreal, y que ese año se centró en el tema de “L’Ailleurs”.
Atwood y Blais tienen en común no sólo el pertenecer exactamente a la misma generación (nacidas en 1939), el iniciarse en la escritura a pocos años de distancia y el practicar distintos géneros literarios, sino que también, desde el punto de vista temático, abordan incesantemente en sus novelas el problema de la identidad y de la alteridad, así como las relaciones de poder que caracterizan tanto la vida de la nación como del individuo, y tanto la vida pública como privada. El universo femenino adquiere una importancia particular en sus novelas. Ambas autoras examinan las relaciones entre hombres y mujeres, señalan el valor desmesurado y peligroso que la sociedad atribuye al aspecto del cuerpo femenino, y muestran cómo los estereotipos sociales condicionan la vida de la mujer y la construcción de su identidad. La evolución temática de las dos escritoras también sigue un camino paralelo. Si en un primer momento sus novelas se centran en el territorio canadiense o quebequense, progresivamente nos presentan un universo internacional condicionado por la globalización y los desastres medioambientales.
Antes que nada es necesario resaltar un aspecto de sus vidas que ha marcado profundamente la trayectoria literaria de ambas y su visión de la literatura. Se trata sin duda de las distintas estancias que han realizado en Estados Unidos, un espacio clave que ha marcado la reflexión de estas autoras y que permite comprender algunos aspectos de su escritura.