Читать книгу Marie-Claire Blais y Margaret Atwood - Eva Pich Ponce - Страница 11
Identidad nacional y literatura
ОглавлениеEstados Unidos es un país que ha marcado considerablemente la literatura canadiense anglófona. Ésta ha intentado definirse frecuentemente por oposición o con respecto a su vecino del sur. La literatura quebequense también se ha visto influenciada por las obras literarias estadounidenses, con las que comparte, según Jean Morency, el sentimiento del espacio, la importancia del vagabundeo, la voluntad de romper con el grupo, la desconfianza hacia la cultura, la pasión por la naturaleza (1994: 9).
En el caso de Marie-Claire Blais y de Margaret Atwood, hay muchos aspectos de sus obras que no se pueden entender si no se tiene en cuenta la importancia que Estados Unidos ha revestido a la hora de forjar su concepción del mundo y de la literatura. Las dos autoras vivieron en Cambridge, Massachussets, durante los años 60, aunque no se conocían personalmente en esa época. Aunque de forma muy diferente, los años pasados en Estados Unidos marcaron profundamente sus obras y el país norteamericano estará presente de distintas maneras en sus textos.
MARIE-CLAIRE BLAIS Y ESTADOS UNIDOS
La relación entre Blais y Estados Unidos comenzó muy temprano, cuando fue descubierta por el crítico estadounidense Edmund Wilson, tras escribir La belle bête en 1959 (una obra que sería traducida al inglés como Mad Shadows, en 1960). Su carrera se vio impulsada rápidamente desde sus inicios por los comentarios elogiosos sobre sus novelas que realizó este crítico, quien más tarde, en su conocida obra O Canada, describiría a esta joven autora como “a true ‘phenomenon’”, “a genius”, llegando incluso a afirmar que su escritura en La belle bête era “as shocking as Zola’s” (Wilson 1976: 148).
Gracias al apoyo de Wilson, Blais consiguió en 1963 una beca Guggenheim que le permitió residir en Cambridge, Massachusetts. Como han señalado Michel Biron et al, esta estancia situó a la autora entre dos mundos, el de la Revolución Tranquila de Quebec, caracterizado por una explosión cultural y social y por la llegada de exiliados de la Europa de la segunda guerra mundial, y un mundo estadounidense más violento, marcado por las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos, por el feminismo emergente y por la oposición a la guerra de Vietnam (Biron et al. 2007: 446-447).
En Notes américaines: parcours d’un écrivain (1993), Blais cuenta cómo era su vida en los Estados Unidos de los años 70. Esta obra constituye una recopilación de ensayos publicados anteriormente en el periódico Le Devoir, que ponen en evidencia hasta qué punto esta experiencia fue importante para ella. Blais hace referencia no sólo al tiempo pasado en Cambridge sino también a los momentos vividos en la comunidad intelectual de Wellfleet en Cape Cod y más tarde en Key West. El íncipit de la obra destaca la violencia y la lucha por la libertad que caracterizaban los Estados Unidos de los años 60:
Juin 1963: cette année-là un grand président américain sera assassiné, avec la guerre du Viêt-nam qui approche, chacun de nous assistera à la télévision, comme dans les journaux, à une ère de massacres traversée parfois de quelques prises de consicence collectives qui changeront le monde. (Blais 1993: 9)
A lo largo de los ensayos, la autora nos presenta un país marcado por la brutalidad y los crímenes. El apartamento que alquila a su llegada a Estados Unidos está situado en un sótano, en un edificio que tiene varias ventanas rotas y los buzones destrozados. Las peleas callejeras y los robos son frecuentes en su barrio. Los delincuentes que detiene la policía son generalmente adolescentes, acostumbrados a vivir en un entorno violento. Descubre unos Estados Unidos caracterizados por la segregación racial, los asesinatos de familias enteras a sangre fría, las violaciones, los incendios provocados, la brutalidad policial, el consumo de drogas. También descubre un país marcado por una gran cultura y donde se lucha por los derechos humanos. Describe cómo los estudiantes pasan horas leyendo en librerías y bibliotecas libros de Walt Whitman, Herman Melville, Henry James. Al igual que ellos, Blais comienza a leer las obras de Mary McCarthy, Elizabeth Bishop, Marianne Moore, James Baldwin, Richard Wright, Ralph Ellison, al mismo tiempo que aprende la lengua inglesa. Estas lecturas la acercarán cada vez más a ese país anglófono, en el que al llegar se siente como una extraña, incapaz de hablar el idioma, y que acabará por convertirse en parte de su “patria espiritual”:
[…] ces écrivains que je lis dans la fraîcheur d’une autre langue que la mienne –en même temps que j’apprends cette langue– en ces jours de juin très chauds où j’erre seule dans la ville, consciente de mon malaise, de mon étrangeté en ces lieux, me révèlent qu’un peu de ma patrie spirituelle m’attend ici, près d’eux. (Blais 1993: 11)
Describe las conversaciones literarias que mantenía con Edmund Wilson sobre autores como Virginia Woolf, Zelda Fitzgerald o Gertrude Stein, y cómo el crítico la introdujo en los círculos intelectuales y artísticos de Wellfleet. Blais pasaba muchos días en casa de Edmund y Elena Wilson, quienes invitaban a artistas y escritores de diferentes partes del mundo. De esta manera, se vio rodeada por una comunidad internacional de escritores y artistas que tenían en común, como subraya Mary Jean Green, su pasión por la creación artística y su oposición a la violencia (Green 1995: 125).
Tanto durante esa época, como en años posteriores, cuando se instaló en Cape Cod con la pintora Mary Meigs, Blais conoció personalmente a escritores como Robert Lowell o Elizabeth Hardwick, y descubrió las obras de Walt Harrington, Annie Dillard, John Hersey, Peter Davies, Truman Capote, Bessie Breuer, Hortense Flexner. Admira particularmente el trabajo de escritores como William Faulkner o Flannery O’Connor. Afirma: “I recognize a sort of wildness in their work, which I feel great sympathy for. Although my Catholic upbringing stays with me, I’ve always been a rebel” (Blais, en Layton 1983: 10). También descubrirá en Nueva York el Living Theater, y el arte y los numerosos artistas que irá conociendo marcarán profundamente su obra, dotándola no sólo de un gran número de referencias intertextuales, sino también de un ritmo poético y de unas imágenes visuales que establecerán un diálogo constante con la literatura, la pintura y la música de diferentes épocas.
El feminismo de los años 60 y la forma de vida independiente de algunas de las mujeres y artistas que conoció en Estados Unidos, también constituirán una fuente de inspiración para ella. Si la sociedad e incluso algunos de los escritores y críticos con los que hablaba eran machistas y conservadores, pudo admirar la actitud de muchas mujeres que reivindicaban, a pesar de las críticas, su independencia y sus derechos. Notes américaines: parcours d’un écrivain realiza un retrato de la vida de toda una serie de escritoras, escultoras, artistas, que Blais ha conocido y admirado, y que representan para ella una vida independiente, dedicada a la creación artística, una forma de vida que la propia Blais ha escogido. Al pensar en la vida en común de Mary Meigs y Barbara Deming, afirma:
On le dit alors sans honte –comme on le dit des Noirs–, la femme est un être de troisième clase, a third rate citizen. La façon de penser, d’être, de Barbara et de Mary, en femmes indépendantes, prouvant qu’elles peuvent vivre sans homme, est plus que progressiste; pour ceux qui les entoure, c’est une provocation qui choque. Et de cela, je me réjouis: il y a enfin dans ces régions […] des voix singulières que je peux entendre et qui refusent de se soumettre. (Blais 1993: 61)
Además de los prejuicios que existían hacia las mujeres, Notes américaines también hace referencia a aquellos artistas cuya vida se ha visto condicionada por el color de la piel (su amigo afroamericano Robert), o por enfermedades como el sida (Anthony Perkins). La situación de la población afroamericana, sobre todo, llamará su atención y se convertirá en una temática esencial en sus novelas (principalmente en aquellas escritas a partir de 1995). En los años 60, Blais intentó buscar un equivalente a esa situación en Quebec. Lo encontró en la miseria y las injusticias que debía soportar la clase obrera, que describiría en Manuscrits de Pauline Archange (1968), una obra parcialmente autobiográfica, en la que Blais denuncia el oscurantismo de la sociedad quebequense que caracterizó su niñez. En Notes américaines explica cómo al ver a un negro encerar en el metro los zapatos de un blanco, se acordó de todos los jóvenes obreros de su país: “c’est à eux tous que je pense, ces petites filles, ces jeunes garçons d’une race d’esclaves, chez nous, dans mon pays” (Blais 1993: 32-33).
La importancia que Estados Unidos ha tenido en su obra literaria puede constatarse claramente a través de la frecuencia con la que ciertas escenas, que ella misma ha vivido u observado en dicho país, aparecen en sus textos. Según Roseanna Dufault, Blais intenta preservar lo esencial de la vida de las personas que ha conocido y del ambiente de la época y los retoma bajo diferentes formas en su ficción (2008: 191). La propia Blais ha subrayado en diversas ocasiones cómo sus novelas se inspiran en personas reales que ha conocido. En Écrire des rencontres humaines, declara:
[…] ces personnages ne cessent de nous hanter car, plus que des personnages rêvés, ce sont des êtres que nous avons connus et approchés dans cette réalité de leurs vies, nous les avons saisis là, dans toute leur humaine spontanéité, comme si, contrairement à nous, ils n’eussent jamais été destinés à mourir. (Blais 2002: 9)
El activismo de Barbara Deming o la situación de su amigo afroamericano Robert son sólo dos ejemplos de personas que marcarán su obra. En 1964, Blais se instaló en Cape Cod con la artista Mary Meigs y con la escritora y activista Barbara Deming, que sería encarcelada frecuentemente por sus protestas contra el racismo y las armas nucleares. La lucha de Barbara será una fuente de inspiración constante para Blais, quien mencionará la vida de su amiga no sólo en Notes américaines, sino también en Écrire des rencontres humaines, y le dedicará un relato, “L’amie révolutionnaire”, que aparecerá en su recopilación L’exilé: nouvelles. También describirá la lucha de Barbara en un capítulo de Passages américains, una colección de ensayos publicada en 2012. En estos cuatro textos, Blais cuenta cómo Barbara ayunó durante treinta días en una cárcel. También evoca la oposición de Barbara a la guerra de Vietnam, su desesperación por la muerte de Kennedy, de Martin Luther King, con quien Barbara hablaba por teléfono frecuentemente, de Malcolm X. La masacre de estudiantes en el campus de Kent University, que aparecerá evocada en varias obras de Blais, acabó con las esperanzas que Barbara tenía en la no-violencia. A partir de ese momento, como explica la autora, la activista se acercaría más al movimiento feminista y dedicaría el resto de su vida a trabajar para ayudar a las mujeres. Todos estos hechos estarán muy presentes en la obra narrativa de Blais quien siempre destacará la importancia de figuras como Barbara, que luchan por los derechos humanos. Tampoco olvida que muchas personas también han luchado por los derechos humanos en Quebec:
Barbara et ses amis furent bien réels, chacun de nous a pu les rencontrer aux États-Unis, au Canada, au Québec, et admirer leur courage. Ce furent chez nous Monique Bosco, Judith Jasmin, luttant pour les droits des Noirs, dans leurs écrits, leurs actions politiques. Ce furent, aux États-Unis, tant de personnes attaquant le racisme à sa base, comme le firent mes amis Mary, Barbara, l’écrivain noir Robert. (Blais 2002: 28-29)
En Notes américaines y en Écrire, también describe cómo su amigo Robert, que quería ser un escritor prolífico, era o demasiado visible o invisible en muchos círculos intelectuales, por el color de su piel, y cómo, para buscar cierto reconocimiento, se vio obligado a marcharse a París: “Je partirai, disait Robert, j’irai vers d’autres continents” (Blais 2002: 35). En los libros de Blais, y como la propia autora señala en Écrire, los personajes inspirados en Robert serán siempre nómadas, como el joven afroamericano protagonista del relato “L’Exilé” (Blais 2002: 36), o más tarde el joven Tommy, de Visions d’Anna (1982). Tanto el protagonista de “L’Exilé”, Christopher, como Tommy, se ven obligados a prostituirse para poder sobrevivir, de la misma forma que Robert tuvo que hacerlo en Nueva York. Se trata de personajes alienados que, como subraya Dufault, comparten la desilusión, el orgullo herido y el rencor de Robert al verse rechazados y menospreciados por la burguesía que los rodea (2008: 187). Estos personajes permiten a la autora denunciar el racismo y las injusticias que caracterizan a las sociedades occidentales.
También se inspirará en Robert para crear el protagonista de David Sterne (1967), una obra que presenta toda una generación marcada y desilusionada por la guerra. En esta novela tres jóvenes intentan denunciar la brutalidad del mundo a través de la violencia, la delincuencia y el suicidio. Como ha observado Mary Jean Green, aunque la violencia en esta obra no está relacionada con ninguna nación en particular, la amenaza de la guerra y de la destrucción nuclear están muy presentes (Green 1995: 32). La propia Blais señala en Notes américaines que el suicidio de Michel Rameau en David Sterne es el de Jack, un amigo drogadicto que saltó desde el décimo piso de un hotel de Boston, a causa de las drogas y de la desilusión por la guerra de Vietnam. La persecución de David Sterne por la policía es, según Blais, la historia de Robert, perseguido por el racismo blanco (Blais 1993: 117). Tanto Jack como Robert reviven, a través del personaje de David, un héroe de ficción cuya juventud ha sido destrozada (1993: 115). Como señala Dufault, en “L’Exilé” y en David Sterne, Blais denuncia la situación de muchos adolescentes adictos a las drogas, víctimas de la brutalidad y de la persecución policial, humillados por una sociedad que los desprecia, donde se ven obligados a prostituirse y a seguir huyendo para poder sobrevivir (2008: 190).
Si David Sterne refleja los sentimientos de los jóvenes de los años 60 y 70 que Blais conoció en Estados Unidos, Visions d’Anna y Pierre–La guerre du printemps 81 (1984) destacarán la violencia norteamericana de los años 80:
Lorsque j’écrivais Pierre, je frayais avec des gens comme lui, groupes de motocyclistes, à travers les États-Unis et le Canada, je lisais leurs magazines, leurs littératures, afin de ne jamais perdre de vue le sujet de cette modernité tragique qui s’apparente à Pierre, Pierre qui semble sentimental et doux aux côtés de ceux qu’il côtoie, mais qui est encore une fois responsable du paysage très nord-américain où toutes les couleurs ont les teintes de l’acier. (Blais 2002: 76)
Tanto Visions d’Anna como Pierre presentan la violencia que han heredado los jóvenes, una brutalidad, frecuentemente gratuita, con la que deben convivir. Pierre piensa en la bomba atómica y en la destrucción del mundo, fascinado por las imágenes violentas que transmiten los medios de comunicación y que incrementa la actitud y el racismo de las bandas urbanas. Para escribir la novela Pierre, Blais recopiló un material abundante de revistas, periódicos, y sobre todo de la televisión, que daba testimonio de la violencia de la época. Como señala Mary Jean Green, muchos episodios de la novela reproducen titulares reales del momento y la figura que coordina las fuerzas de destrucción en el texto recuerda al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan (Green 1995: 36).
La experiencia de Blais en Estados Unidos se plasmará con especial relieve en el ciclo de novelas inaugurado por Soifs (1995), en el que la acción está situada en una isla del Golfo de México. En ellas, retrata tanto el ambiente intelectual que ha conocido en Key West, el lugar donde reside actualmente, como las diferencias sociales y el racismo que sufren muchos de los personajes. Estas novelas hacen referencia a la segunda guerra mundial, a la amenaza nuclear, a los campos de concentración, a la masacre de Jonestown, a la guerra del Golfo, al terrorismo y a los ataques contra las Torres Gemelas. Yuxtaponen acontecimientos históricos de distintas épocas y efectúan toda una serie de desplazamientos que modifican la temporalidad histórica de las referencias evocadas. Por ejemplo, a pesar de que la acción de Soifs esté situada durante los últimos días del siglo XX, algunos personajes afirman haber conocido los horrores de la esclavitud en Estados Unidos. De la misma manera, los asesinatos de las Panteras Negras en Chicago que aparecen en el texto como contemporáneos a la acción, tuvieron lugar a finales de los 60. Al desplazar ciertas referencias históricas o al mantener la imprecisión de otras, el texto universaliza los crímenes contra la humanidad y los hace más actuales. Soifs insiste sobre todo en los horrores de la esclavitud y de las interdicciones xenófobas. En esta novela, el Ku Klux Klan recorre las calles y quema las casas. El barco Henrietta Marie se convierte en el emblema de la crueldad del pasado. Este barco mercante de esclavos naufragó en 1700 y fue descubierto cerca de Key West en 1972. En el texto, Blais describe cómo en su interior no se encontraron los tesoros esperados, sino al contrario, hombres y mujeres cuyos pies todavía estaban rodeados por los hierros (SF 234). Frente a los naufragios del pasado aparecen aquellos del presente, los de los inmigrantes que intentan alcanzar una vida mejor llegando en barcas a la isla.
Las novelas de Blais intentan destacar la importancia de mantener viva tanto la memoria de los inmigrantes que perecen en las aguas como la de las víctimas de las atrocidades del pasado. Evoca los nombres de las heroínas que han actuado a favor de la comunidad afroamericana: Mary Ann Schadd Cary, Crystal Bird Fauset, Ida B. Wells Barnett, Nina Mae McKinney, Ida Gray. La sociedad intenta denigrar la memoria de estos personajes históricos, devolviéndolos a los “limbos de la segregación”: “leurs photographies dans les journaux étaient entourées d’un trait de cendres, elles étaient de retour dans ces limbes de la ségrégation, de l’oubli, où elles avaient toujours vécu” (SF 129).
Como ha mostrado Todorov, la memoria es una selección. Los sistemas totalitarios del siglo XX han querido controlar la memoria y han eliminado ciertas huellas del pasado. Los regímenes democráticos favorecen también el olvido a través de la abundancia de bienes y de informaciones que caracteriza la sociedad del bienestar (1995: 10-13). Las novelas de Blais cuestionan la selección de los hechos que son transmitidos u olvidados y el uso institucional y social de la memoria. Todorov distingue la “memoria literal” y la “memoria ejemplar”. La memoria literal sacraliza la memoria sin cuestionarla. La memoria ejemplar, al contrario, establece comparaciones y pone en relación los acontecimientos con el fin de observar las similitudes y las diferencias que los caracterizan. En este sentido, la memoria ejemplar es portadora de libertad: “Loin de rester prisonniers du passé, nous l’aurons mis au service du présent, comme la mémoire –et l’oubli–doivent se mettre au service de la justice” (Todorov 1995: 31-61). Al asociar los hechos del pasado y los del presente, Blais insiste en la importancia de esta memoria ejemplar capaz de suscitar una toma de conciencia de la brutalidad del mundo. Según Bianca Zagolin, la estructura asociativa de la ficción de Blais destaca el papel de la memoria, que une distintos fragmentos de la conciencia y que asegura la continuidad, al mismo tiempo que le impone el peso de un pasado que tiene que asumir (Zagolin 1992: 168). Al insistir en la violencia de los acontecimientos del pasado y en sus víctimas, estas novelas ponen de relieve la importancia de la memoria histórica: “J’utilise des événements qui sont relatés dans les journaux et dans les photos que nous voyons, parce que je ne veux pas qu’on les oublie”, afirma la autora en una entrevista con Janine Ricouart (Blais, en Ricouart 2008: 28).
El papel de la memoria será también esencial para Atwood. En Negotiating with the Dead, la escritora anglocancadiense se pregunta los motivos que impulsan a una persona a escribir. Una de las razones que ofrece consiste precisamente en la importancia de fijar el pasado por escrito: “To record the world as it is. To set down the past before it is all forgotten. To excavate the past because it has been forgotten” (2003: xx). Varias de las obras de Atwood, como The Journals of Susanna Moodie, destacarán, de hecho, el pasado histórico de Canadá.
La voluntad de Blais de recordar a aquellas personas que han luchado contra el racismo y la segregación y a favor de la paz y la tolerancia aparecerá de nuevo en Passages américains (2012). Los ensayos que componen esta obra se centran en tres sucesos principales: la muerte de Robert Kennedy en 1968, y su lucha a favor de la igualdad entre blancos y afroamericanos; la movilización por la paz que realizaron muchas personas de Quebec a Guantanamo en 1963, entre las cuales se incluía Barbara Deming; la matanza de cuatro estudiantes en el campus universitario de Kent por parte de la Guardia Nacional en 1970. En estas páginas, Blais recuerda la acción de Marthin Luther King, Malcolm X, John A. Williams, James Baldwin, Richard Wright, Rosa Parks, entre muchos otros. Recuerda las manifestaciones a favor de la no violencia y de la igualdad y en las que se podían leer pancartas como “Make love, not war”, “End racial discrimination”, “Defend freedom with non-violent resistance”, “Love and forgiveness”, “Love not hate, Bread not bombs”. Frente a todas estas figuras, defensoras de los derechos humanos, aparecerán aquellas que encarnan la brutalidad, el racismo, el odio, la defensa de la segregación. J. Edgar Hoover, George Wallace, la Guardia Nacional o el propio Ku Klux Klan aparecen en estos ensayos como las fuerzas del orden autoritarias, injustas e intolerantes contra las que se oponen aquellas voces que luchan por la paz y la igualdad. Frente a la no violencia que reivindican las manifestaciones, las fuerzas del orden no dudan en utilizar las balas y en agredir a los manifestantes en la Universidad de Kent que protestaban por la invasión estadounidense a Camboya.
La marcha de Barbara Deming y de otros muchos de Quebec a Guantanamo también se verá dificultada por la encarcelación de numerosos participantes, entre los cuales se encontraba Barbara, detenidos y humillados por la policía. Los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy, Robert Kennedy, Martin Luther King, Malcolm X, destacan de forma contundente la oposición y el peligro que corren aquellas personas que luchan a favor de los derechos humanos. Blais describe al asesino de Robert Kennedy como “un homme sans visage encore, un fantôme ou un spectre, ce spectre allait et venait autour de lui, sur la dépouille de son frère, et demain sur celle de Martin Luther King” (2012: 27). Utiliza también la imagen del espectro en Soifs, donde la amenaza que acecha a los personajes aparece descrita como un “spectre coiffé d’une cagoule” (SF 127). El pasamontañas que cubre en esta imagen la cara del espectro refleja el carácter anónimo de éste: si lo acerca del Ku Klux Klan (una asociación constante en Soifs) también permite asociarlo a una violencia universal, imposible de identificar y que siempre acecha a aquellos que luchan a favor de los derechos humanos.
La violencia, y sobre todo la violencia de la que ha sido testigo en Estados Unidos, ha marcado profundamente la obra de Blais, pero el idealismo y el humanismo que descubrió en ese país también están muy presentes en ella y aportan cierta luz a los universos que describe. Las palabras de esperanza de Martin Luther King, Malcolm X, James Baldwin, que luchaban por los derechos humanos, y la desilusión que siguió a los asesinatos de Kennedy y de Luther King, que Blais menciona en numerosas ocasiones, condicionarán en cierta forma la dialéctica que aparece en su obra, en la que la violencia y la esperanza se enfrentan continuamente. Como el título de una de sus novelas indica, Dans la foudre et la lumière, sus textos están atravesados tanto por los conflictos y las calamidades del siglo XX, como por la solidaridad de algunos personajes y sobre todo por el arte y la literatura, puesto que para Blais, la escritura es “l’illumination dans le chaos”, la iluminación en el caos (1993: 32). Su experiencia en Estados Unidos, un país en el que finalmente ha decidido residir instalándose en la isla de Key West, en Florida, ha dotado su escritura de una temática propia y de una dimensión ética que estará presente a lo largo de su trayectoria narrativa.
MARGARET ATWOOD Y ESTADOS UNIDOS
Atwood también describirá la escritura como una luz que permite crear cierto orden a partir del caos (2003: xx). Según esta autora: “writing has to do with darkness, and a desire or perhaps a compulsion to enter it, and, with luck, to illuminate it, and to bring something back out to the light” (2003: xxiv). Al igual que Blais, Atwood residió en Cambridge, Massachussets durante varios años. Comenzó su carrera literaria a los 22 años, con la publicación de Double Persephone, una colección de poemas centrados en la figura mitológica de Perséfone. La creación de esta obra contó con los consejos de Jay Macpherson y Northrop Frye, profesores de Atwood en la Universidad Victoria de Toronto y fue galardonada con el premio E.J. Pratt Medal. Siguiendo las recomendaciones de Frye, Atwood intentó compaginar su trabajo como escritora con la vida académica universitaria. Por ese motivo, de 1961 a 1963, y gracias a una beca Woodrow Wilson el primer año y a una beca del Canada Council el segundo, realizó un máster en la prestigiosa Universidad de Radcliffe, en Estados Unidos, y más tarde, en 1965, comenzaría un doctorado en literatura también en dicha universidad. Conocía parte de la literatura estadounidense por sus clases en Toronto. Sin embargo, fue en la Universidad de Radcliffe donde estudió con detenimiento los clásicos estadounidenses, la escritura de los puritanos (que tendrá mucha importancia en algunas de sus novelas), los textos de la época de la Revolución, así como las obras de autores del siglo XIX como Washington Irving, James Fenimore Cooper, Hawthorne, Poe, Melville, Whitman (Atwood 1998: 34).
La experiencia de Atwood en este país marcó profundamente su visión de Canadá y de la literatura canadiense. Como señala Nathalie Cooke, el sentimiento nacional canadiense que Atwood defenderá en sus obras fue impulsado sobre todo por el tiempo que pasó en Estados Unidos, en un ambiente universitario muy conservador y machista, en el que las estudiantes servían té y galletas, y el acceso a la Lamont Library les estaba prohibido por ser mujeres. Atwood no se sentía a gusto en ese universo académico frío, incluso hostil, y en una ciudad como Boston, peligrosa en comparación con Toronto (Cooke 1998: 87, 93, 143). Esta estancia la llevó a plantearse cuestiones esenciales sobre su identidad como escritora canadiense:
Compared to Canada, the United States was, for Atwood, too familiar to be exotic and too unfamiliar to be comfortable. These inconsistencies led first to disappointment and then to a growing resolve about who she was and who and what she wanted to be. If Atwood entered Radcliffe expecting to pursue an academic career as a way of supporting and nurturing her writing, then she left Harvard–for Radcliffe had become part of Harvard by 1963–firmly convinced that she would be first a writer and specifically a Canadian writer. (Cooke 1998: 88)
Hay que tener en cuenta que esta autora, a diferencia de Blais, llegó a un país que compartía su misma lengua, y donde la gente pensaba que ella misma era estadounidense. Para Atwood Estados Unidos constituía un espacio extranjero en el que comenzaría a pensar en las similitudes y diferencias que distinguen su propia cultura de la de su vecino del sur:
When you’re in your country, you don’t think about it much. But when you travel for the first time, it forces you to think about it, especially when you’re in a place that superficially resembles your own country. Boston is not that far from Toronto. I had to think and make comparisons. […] The Americans knew a lot about their country, but not about others’. So history for them, was a sort of a grey fog. (Atwood 1998: 38)
Blais, en Notes américaines: parcours d’un écrivain, también hace referencia a la ignorancia de muchos estadounidenses acerca de Canadá. Menciona la visión que un estudiante del MIT (Massachusetts Institute of Technology), que conoció en Boston, tenía. Según éste, en Estados Unidos se desconocía totalmente y se desvalorizaba el país canadiense: “le Canada n’est pas connu chez nous, le Canada, ce n’est rien. It is nothing, just nothing” (Blais 1993: 12-13). Sin embargo, en el ambiente artístico en el que Blais vivió en Estados Unidos, sí que observó cierto interés por la literatura canadiense, tanto anglófona como francófona.
La invisibilidad de Canadá en Estados Unidos, la falta de conocimientos sobre este país de aquellos que la rodeaban, desarrolló en Atwood una voluntad de afirmar la existencia de su país de origen y de reivindicar la cultura canadiense. Su reflexión sobre la literatura de Canadá la llevaría a escribir el manual Survival: A Thematic Guide to Canadian Literature (1972), en el que destaca la obra de una serie de escritores canadienses (tanto anglófonos como francófonos). Con este manual, Atwood mostró que existía una literatura canadiense, diferente de la que se escribía en Estados Unidos o Inglaterra, una literatura que tenía sus propias inquietudes y preocupaciones, que tenía interés por sí misma, y que no constituía en absoluto una versión inferior de la literatura que se hacía en otros países.
Incluso en Canadá no se estudiaba la literatura canadiense en la universidad, sino principalmente la literatura de Inglaterra y de Estados Unidos: “I started university in 1957, in English literature. We didn’t learn much Canadian literature, or even much American literature. We started with Anglo-Saxon, and went on to Chaucer, and then to Shakespeare” (Atwood 1998: 31). Como explica en la introducción a la edición de Survival de 2004, cuando la obra fue publicada por primera vez en 1972, la mayoría de la gente de Canadá desconocía la literatura que se escribía en el país: “Among the bulk of readers at that time [Canadian writing] was largely unknown, even in Canada, and among the cognoscenti it was frequently treated as a dreary joke, an oxymoron, a big yawn, or the hole in a nonexistent doughnut” (Atwood, “Introduction”, 2004: 3).
El éxito de Survival se debió al creciente sentimiento nacional que existía en Canadá, y que la obra a su vez propulsó. Como ha subrayado María Teresa Gibert Maceda, si la publicación de esta obra constituyó todo un éxito entre el gran público, sí que fue atacada por el mundo académico que la acusaba de ser inexacta e incompleta (Gibert Maceda 1993: 77). A pesar de esto, el manual consiguió su objetivo, indujo tanto al gran público como a los intelectuales a examinar la literatura canadiense: “suddenly Canlit was everybody’s business”, afirma Atwood (Atwood, “Introduction”, 2004: 4). La autora no sólo defendería la cultura del país canadiense a través de este manual, sino también mediante su propia obra narrativa y poética, que retomará lugares, historias y amenazas propias a Canadá y con la cual denunciará el imperialismo económico de Estados Unidos.
La imagen que se tenía de Canadá en Estados Unidos, y en general en el extranjero era la de un lugar incorrupto al cual uno podía escapar para huir de la civilización, un lugar como señala Atwood, “imagined as empty or thought of as populated by happy archaic peasants or YMCA instructors, quaint or dull or both” (2004: 24). En O Canada, Edmund Wilson también describe la imagen que los estadounidenses tenían de Canadá a principios del siglo XX como un lugar en el que poder escapar de la civilización:
In my youth, of the early nineteen-hundreds, we tended to imagine Canada as a kind of vast hunting preserve convenient to the United States […] There the men of my father’s generation hunted big game and fished trout and salmon […] They liked to think they had been losing themselves, escaping from the trials and anxieties of a precarious commercial society […]. (Wilson 1976: 36)
En el poema “At the tourist centre in Boston”, Atwood muestra la imagen distorsionada que se tiene de Canadá en el exterior. En este poema, el paisaje se ve reducido a un mapa en la pared, en el que unos puntos rojos reflejan las ciudades, y a unas fotografías que presentan lagos, rocas, una familia haciendo una barbacoa. En estas fotografías Quebec se limita a ser un restaurante y Ontario el interior de los edificios del parlamento. “Whose dream is this, I would like to know”, se pregunta la voz poética, “is this a manufactured/hallucination, a cynical fiction, a lure/for export only?”. Esta visión comercial de Canadá se opone a lo que ella recuerda de su país: “I seem to remember people,/ at least in the cities, also slush,/ machines and assorted garbage”. El poema finaliza con una última pregunta que cuestiona lo que se sabe de la población de Canadá, pero también de la propia identidad canadiense que debe construirse: “who really lives there?”.
En Survival Atwood quiso presentar un Canadá visto desde dentro, por sus escritores. Intentó identificar una serie de motivos propios a la literatura canadiense (el frío, la supervivencia, la naturaleza salvaje) y comparar el uso o la presencia de estos elementos en la obra de diferentes escritores de Canadá. Como la propia autora señala, para realizar dicho análisis se inspiró en las metodologías que aprendió en Harvard de su profesor de literatura estadounidense Perry Miller (Atwood, “Introduction”, 2004: 8). La temática de la supervivencia, sobre todo, constituye el eje central del libro: supervivencia frente al frío, frente a la naturaleza, pero también frente a la invasión cultural (sentida fuertemente en Quebec, pero también en el mundo canadiense anglófono a causa de la dominación estadounidense). Esta obra resalta la idea de que Canadá se ha comportado durante mucho tiempo, debido al contexto colonial, como una víctima frente a poderes como Gran Bretaña o Estados Unidos y destaca la necesidad de abandonar esta actitud para poder crear y defender la cultura canadiense.
Como ha observado Pilar Somacarrera, las novelas de Atwood señalan algunos de los prejuicios con los que se ha percibido Canadá. El tópico de que es un país seguro, pacífico y sobre todo aburrido aparece en Cat’s Eye (1988), donde el profesor de dibujo de la protagonista le dice que ha nacido en un país que todavía no existe, y que Toronto es un lugar sin alegría y sin alma. Según Zenia, un personaje de la novela The Robber Bride (1993), Canadá no puede ser considerado como un país interesante (Somacarrera 2000: 11). A través de sus obras, Atwood intenta presentar otra imagen de Canadá, distinta de la imagen turística que se tiene del lugar y que ha destacado, como hemos visto, en el poema “At the tourist centre in Boston”. No sólo situará muchas de sus novelas en Canadá, y principalmente en Toronto, sino que también elegirá como protagonistas a personajes históricos como Susanna Moodie o Grace Marks. Los poemas que constituyen The Journals of Susanna Moodie (1970) se centran en una figura de la historia colonial canadiense que, al llegar al país se siente a la vez atraída y aterrorizada por el entorno que la rodea. Alias Grace (1996), una novela escrita años más tarde, recupera la época colonial, pero esta vez sin centrarse en la temática de la naturaleza salvaje y del asentamiento de los colonos, sino en un doble homicidio.
Aunque muchas de las novelas y de los poemas de Atwood están situados en Canadá, el mundo estadounidense está muy presente en su obra, que refleja frecuentemente las relaciones entre ambos países. En Surfacing (1972), la narradora nos muestra cómo la naturaleza está siendo destrozada por la civilización y se aleja cada vez más de su pasado amerindio. Según Janice Fiamengo, la preocupación por la explotación de la naturaleza y la extinción de animales refleja el miedo nacional por la supervivencia cultural, el miedo de que Canadá, como los animales, esté en peligro de extinción (Fiamengo 2006: 171).
En esta novela, Atwood hace referencia al espacio natural en el que vivió durante su niñez. Su padre era entomólogo y la familia vivía en lugares aislados del norte de Ontario y de Quebec, alejados de la civilización. No se trasladaron a Toronto hasta el final de la segunda guerra mundial. Como señala Howells:
Atwood never felt at home in the city; she says she has always suffered from “culture shock” after her bush childhood [...] Her first experience of the United States came when she went on a graduate fellowship to Radcliffe College [...] It was there that she had another culture shock when she realised that to the Americans Canada was invisible. (Howells 2005: 3)
Surfacing nos presenta una naturaleza cada vez más explotada por el hombre, repleta de eslóganes comerciales escritos tanto en inglés como en francés. Según uno de los personajes, los estadounidenses han explotado y ensuciado tanto sus propios recursos naturales que necesitan ahora utilizar los de su vecino canadiense, lo cual, según esta figura narrativa, acabará provocando un enfrentamiento entre algunas guerrillas de Canadá y Estados Unidos. Por ese motivo, cuando un estadounidense quiere comprar la casa de la protagonista, los personajes piensan que se trata de un hombre de la C.I.A. buscando un lugar para instalar una base militar desde donde poder controlarlo todo. La protagonista recuerda las historias que le han contado sobre los estadounidenses, y todas ellas tienen que ver con la explotación de recursos, la pesca ilegal y el matar por matar:
My brain recited the stories I’d been told about them: the ones who stuffed the pontoons of their seaplane with illegal fish […] They got drunk and chased loons in their powerboats for fun, backtracking on the loon as it dived, not giving it a chance to fly, until it drowned or got chopped up in the propeller blades. Senseless killing, it was a game; after the war they’d been bored. (SURF 115-116)
Esta explotación hace alusión también a la situación de Canadá como víctima política, como ha subrayado Barbara Hill Rigney (1987: 49). De hecho, según Pilar Somacarrera, “más que representar una nacionalidad en concreto, los americanos son en la novela el símbolo del poder y de la destrucción de la naturaleza, independientemente de cuál sea el país del que proceda esta agresión” (Somacarrera 2000: 14).
Estados Unidos aparece sobre todo encarnado por unos personajes que se dedican a pescar, de forma ilegal, en el lago y cuyo barco está repleto de banderas. No dudan en matar una garza sin motivo. Frente a ellos, la protagonista no siente más que odio; constituyen para ella “the enemy lines”: “I wished evil towards them: Let them suffer, I prayed, tip their canoe, burn them, rip them open” (SURF 118). Le dan la sensación de estar “in occupied territory” (SURF 115). Sin embargo, al final descubre que estos personajes no son estadounidenses, sino canadienses, y que ellos mismos pensaban que la protagonista era de Ohio. Para ella, esta confusión demuestra cómo la influencia de Estados Unidos está penetrando y modificando la forma de ser de los canadienses: “But they’d killed the heron anyway. It doesn’t matter what country they’re from, my head said, they’re still Americans, they’re what’s in store for us, what we are turning into” (SURF 123). En este sentido, Estados Unidos se convierte en “the great evil”, “worse tan Hitler” (SURF 123). Esta novela presenta unos personajes aparentemente estadounidenses sonrientes e ignorantes: “That was their armour, bland ignorance, heads empty as weather balloons” (SURF 121). Este estereotipo aparece también en el poema de Atwood “Backdrop addresses cowboy”, en que la voz poética se dirige a un vaquero del oeste, que sonríe inocentemente dejando tras de sí desolación y muertes. Este vaquero es “innocent as a bathtub full of bullets”, e intenta cruzar una frontera, la de Canadá, que aun se le resiste. La voz poética se convierte en el “I/ confronting you on that border,/you are always trying to cross”.
Las relaciones entre Canadá y Estados Unidos también son un tema central de Two-Headed Poems (1978), una serie de poemas que reflexionan sobre la convivencia de dos culturas, ya sea la de Canadá y Estados Unidos, o la del Canadá anglófono y francófono. El epígrafe hace referencia a unos hermanos siameses exhibidos en una exposición canadiense de 1954. Los dos hermanos estaban unidos por las cabezas pero seguían con vida. Como ha señalado Pilar Somacarrera, “Estos hermanos, que como todos los siameses sueñan con la separación, son las dos caras de Canadá, con sus dos lenguas y culturas oficiales, la inglesa y la francesa, pero también son Estados Unidos y Canadá, dos países condenados a estar juntos, pero en permanente conflicto” (Somacarrera 2007: 125).
En el primer poema de la colección, Atwood muestra la pérdida de identidad del sujeto, que se define únicamente con respecto a su vecino del sur. Si esa pérdida en un primer momento es económica, puesto que se pierden los negocios familiares, sólo van quedando escombros, eslóganes, y progresivamente todo se va difuminando, incluso el propio individuo: “fingers dissolving from our hands,/ atrophy of the tongue,/the empty mirror,/the sudden change/from ice to thin air” (Two-Headed Poems, i). Los poemas también ponen de relieve la ignorancia de los demás en cuanto a la cultura canadiense:
As for us, we’re the neighbors,/ we’re the folks whose taste [...] you don’t admire./ (All neighbours are barbarians,/ that goes without saying,/ though you too have a trashcan.)/ We make too much noise,/ you know nothing about us, you would like us to move away. (Two-Headed Poems, iii)
La voz poética señala que ha habido un cambio, una evolución desde la inseguridad identitaria del principio. Donde antes había silencio (un silencio que el texto asocia a la bandera, a la ausencia de una identidad propia –Two-Headed Poems, iv) ahora hay un orgullo nacional: “Our hearts are flags now, / they wave at the end of each / machine we can stick them on. Anyone can understand them. / They inspire pride, they inspire slogans and tunes / you can dance to, they are redder than ever” (Two-Headed Poems, v).
La crítica hacia Estados Unidos se hará todavía más evidente en The Handmaid’s Tale (1985), una novela que nos nuestra una sociedad del futuro que se define a sí misma como perfecta, pero que en realidad constituye un lugar distópico, tiránico, en el que se han suprimido todas las libertades. Lo que antes era Estados Unidos se ha convertido en la República de Gilead, un régimen totalitario, patriarcal y monoteísta en el que las mujeres no sólo deben permanecer sumisas, sino que son reducidas al papel de esclavas sexuales, y su único fin es la maternidad. El centro de Gilead es Boston, o Cambridge, que también fue el centro del puritanismo en Estados Unidos. Según Atwood, los conceptos de utopía y distopía nos permiten reflexionar sobre el significado de palabras como “humano” o “libertad” (Atwood 2005: 95). Como señala Marion Wynne-Davies, Gilead constituye una alegoría política de los Estados Unidos de los años 80, marcados por el evangelismo, el extremismo musulmán, y la desconfianza hacia el movimiento feminista (2010: 40). Atwood justifica su decisión de situar la acción en Estados Unidos alegando al extremismo que caracteriza dicho país y a su importancia a nivel mundial: “The States are more extreme in everything [...] It’s also true that everyone watches the States to see what the country is doing and might be doing ten or fifteen years from now” (Atwood, en Ingersoll 1992: 223).
Criticará también los recortes de derechos que se han ido realizando en el país estadounidense a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en su “Letter to America”. En esta carta compara Estados Unidos con el Imperio Romano, y los canadienses con galos romanizados: “We’re like Romanized Gauls–look like Romans, dress like Romans, but aren’t Romans–peering over the wall at the real Romans” (Atwood 2005: 281). Critica la actitud de Estados Unidos hacia Irak, la deuda americana para financiar tantas guerras, los derechos constitucionales que han sido eliminados. Frente al sueño americano de libertad, justicia y honestidad aparece la realidad actual:
If you proceed much farther down the slippery slope, people around the world will stop admiring the good things about you. They’ll decide that your city upon the hill is a slum and your democracy is a sham, and therefore you have no business trying to impose your sullied vision on them. They’ll think you’ve abandoned the rule of law. They’ll think you’ve fouled your own nest. (Atwood 2005: 282)
A pesar de la crítica hacia Estados Unidos que aparece tanto en sus novelas como en sus poemas y ensayos, Atwood también admira la literatura de dicho país, que ha tenido la oportunidad de conocer a fondo gracias a sus estudios universitarios. En la misma “Letter to America”, destaca la grandeza de escritores como Twain, Whitman, Dickinson, Hammett, Chandler, Hemingway, Fitzgerald, Faulkner, Lewis, Miller. También recuerda la importancia de actores como Marlon Brando, Humphrey Bogart o Lillian Gish, así como de músicos y cantantes como las Andrew Sisters, Ella Fitzgerald, Platters o Elvis (Atwood 2005: 280). Enumera todo aquello que la une al país estadounidense y que no sólo consiste en las lecturas abundantes que ha realizado, o en los cómics que leía cuando era pequeña, sino también en aquellos familiares y amigos procedentes de dicho país: “You are not only our neighbors; in many cases–mine, for instance–you are also our blood relations, our colleagues, and our personal friends” (Atwood 2005: 281).
Las estancias de Atwood en Estados Unidos han sido esenciales para su visión del mundo y de su obra, y sobre todo para forjar en ella un sentimiento nacional que plasmará en sus textos. A pesar de la importancia de este sentimiento, Atwood siempre ha defendido la necesidad de conocer a fondo las demás culturas y sus literaturas. Como ya destacaba en Survival, el estudio de la literatura canadiense no puede dejar al margen el buen conocimiento de la literatura internacional:
The study of Canadian literature ought to be comparative, as should the study of any literature; it is by contrast that distinctive patterns show up most strongly. To know ourselves, we must know our own literature; to know ourselves accurately, we need to know it as part of literature as a whole. (Atwood 2004: 24)
En el caso de Blais, la reflexión sobre la identidad quebequense se realizará más bien con respecto a Francia. Reflejará las relaciones entre Francia y Quebec en Un Joualonais sa Joualonie (1973) y sobre todo en Une liaison parisienne (1975), una novela que describe la desilusión de un joven escritor de Montreal, que viaja a París y descubre una sociedad muy distinta de la que había imaginado e idealizado.
Sin embargo, tanto para Blais como para Atwood, la vida que han llevado en Estados Unidos las ha llevado a reflexionar sobre aquellos aspectos que unen o que distinguen su propia cultura de la de su vecino del sur. Recordemos que la propia Blais intentó encontrar semejanzas y diferencias entre las injusticias sociales y raciales que observaba en Estados Unidos y las que existían en Quebec, y que Une saison dans la vie d’Emmanuel, una novela en la que denuncia el oscurantismo de la sociedad quebequense de los años cincuenta, fue escrita durante el año que residió en Cambridge. Para las dos autoras su experiencia en Estados Unidos ha sido esencial para forjar su concepción de la literatura. Esta concepción difiere en algunos aspectos: Blais por ejemplo se aleja, en su escritura, de la temática del nacionalismo, llegando incluso a situar muchas de sus obras fuera de Canadá. A pesar de esto, sí que se centrará, sobre todo en sus primeras novelas, en la situación social de Quebec y reflejará en algunos momentos las relaciones problemáticas con el poder anglófono dominante y las dificultades de definir la identidad quebequense.
CONVIVENCIA DE LAS DOS SOLEDADES
Si la experiencia de las escritoras en Estados Unidos ha sido fundamental para formar su concepción de la literatura, no hay que olvidar que las dos han vivido en distintos lugares que también han marcado sus obras. Será particularmente significativo el tiempo que ambas autoras han pasado en Quebec, puesto que éste las llevará a reflejar en sus textos la complejidad de las relaciones entre la cultura anglocanadiense y la cultura francófona. Blais pasó su infancia en la ciudad de Quebec, y tras vivir en Cambridge, París, Cape Cod y Bretaña, se instaló en Montreal en 1975. En cuanto a Atwood, pasó muchos años de su infancia en los bosques de la región de Quebec, donde su padre trabajaba como entomólogo. En 1967, y tras residir en Toronto, Cambridge y Vancouver, se instaló unos años en Montreal, una ciudad caracterizada en ese momento por numerosos cambios sociales, por las relaciones conflictivas entre francófonos y anglófonos y por la subida del movimiento nacionalista quebequense. Esos años supusieron para Atwood una época de creación artística intensa, y de conversaciones abundantes con todo un grupo de autores anglófonos de Montreal, como Frank Scott, Buffy Glassco, John Richmond, Hugh Hood, Gwen MacEwen o Bharati Mukherjee.
En la novela Surfacing, Atwood sitúa la acción en un marco rural de Quebec, en una isla del norte. Como hemos mencionado anteriormente, la autora estuvo viviendo en esa región durante su infancia aunque no pudo tener muchos contactos con la población debido al aislamiento del lugar en el que vivía con sus padres: “we spent most of the year very isolated in northern Québec, in our house all alone in the woods. There weren’t many other children” (Atwood 1998: 9). En Two Solicitudes menciona ese lugar de su infancia que luego retomaría en la novela: “We could see a little village from the house. We would paddle there once in a while in a canoe. […] It was a typical old Québec village: a little church, a little priest–very little–a little general store. That’s the store I described in Surfacing” (1998: 10-11).
En la novela, la protagonista, que a su vez es la narradora de la historia, vuelve a la isla en busca de su padre que ha desaparecido y que al final encontrará ahogado en el lago. Esta búsqueda se convierte también en la búsqueda de su propio pasado y de su identidad. Traumatizada por un aborto, identificará el cuerpo de su padre, que encontrará en las profundidades del agua, con el del feto que ha perdido. La complejidad de esta novela se puede observar en los distintos niveles de lectura que ofrece: el drama personal y familiar se hace eco también del drama de toda una nación que busca su identidad. Como afirma Cynthia Sugars en su estudio:
A woman in search of herself (her lost past / her parents / her aborted baby) is paralleled by a nation in search of its identity (Canada versus the United States; English Canada versus Quebec; modernisation versus the environment; settler versus Aboriginal; male versus female) and both quests are figured in terms of a need for an absent–but ultimately authenticating–progenitor/father. (Sugars 2006: 138)