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Donde comienza el amor

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El mundo era de cierta forma bastante distinto de cómo había sido muchos años precedentes. Las ciudades humanas vivían en completa armonía, estaban muy unidas entre sí. Las diferencias no eran necesarias, pues todos tenían aspiraciones similares, construir una vida de la mejor forma posible. El amor era una historia común en no pocos protagonistas y las amenazas de peligro inminente estaban desaparecidas desde hacía muchos años. No existía un enemigo potencial que los mantuviera en jaque, podían mantener un intercambio bastante racional sin miedo a ser asaltados por malhechores en medio de las actividades de mercadeo y comercio. Cada cual llevaba su vida sin que nadie más estuviere metiendo las narices con el único objetivo de quitar algo, la armonía y la paz eran la luz natural con la que cada cual se estaba iluminando.

Las ciudades humanas se limitaban a cualquier tipo de relación con los anders o freezzies porque todavía existía una espina clavada en su interior de lo que había sucedido con generaciones anteriores, tanto anders como freezzies se habían negado unirse a los humanos para enfrentar a los vulcanos. Sin embargo, existía cierta colaboración en determinados temas, como la medicina, los freezzies siendo los más desarrollados en cuanto a este punto ayudaban en ocasiones a los humanos, el líder de los mismos era bastante flexible desde que había nacido su hija, aunque nunca fue una persona negativa, sencillamente no le gustaban las guerras aun cuando fuesen defensivas.

Los humanos tenían intereses muy grandes, pero en estos tiempos estaban deseosos que las cosas fueran como en los tiempos de La Pravia, cuando la humanidad era una sola. Ahora existían tres grandes reinos con tres ciudades capitales amuralladas, cada cual tenía una corona y, por supuesto, no se iban a fusionar. Sin embargo, el deseo de los monarcas era precisamente que eso sucediera, no en tales momentos, sino en un futuro no muy lejano. La mejor forma de lograrlo era el matrimonio, solo que uno más uno suma dos, y hay tres ciudades humanas, una de las cuales no cuenta con príncipe heredero al trono, la cuenta matemática daba a la perfección. Ahora solo sería necesario que la voluntad de los reyes y príncipes fuera la misma, para poder realizar un gran negocio jurídico, de forma tal que los reinos en no mucho tiempo se unieran.

A veces no hace falta ni la voluntad de los hijos, pues los padres se creen con el derecho de disponer sobre ellos. Cada cual debe ser capaz de decidir qué es lo más importante para sí, porque es la única forma de encontrar la felicidad, y si un padre dispone algo sin contar con su hijo o su hija, desconocerá si el creado por su amor —en caso de que haya sido creado de esa forma—, pueda llegar a forjar este sentimiento. La vida es difícil, más difícil se nos haría si no somos nosotros quienes elegimos el camino. Los soberanos deben tener en cuenta ese pequeño detalle si en verdad quieren a sus hijos. Si existe el amor, las palabras estarán de más, pero si no existe, nunca alcanzarán para remediar el error cometido, la vida habrá sido vivida en vano aun cuando se deje fortuna, hijos y fama.

En una reunión establecida entre Arthur, Venice y Alejandro, reyes de Frostest, Dower y Sauma respectivamente decidieron que el tópico a tratar sería el futuro de la humanidad, siendo ellos los únicos soberanos de los humanos. Su pretensión era la de unir los tres reinos, y en la misma el único que no tenía heredero era el rey Alejandro. Pero la amistad que existía entre ellos les hacía importar poco quien se quedaría con la torta, pues lo importante al final sería la “unión de todos los humanos”. No es necesario estar en diferentes puntos y con diferentes concepciones cuando todos vivimos con necesidades similares, cuando todos aspiramos a tener una vida sana, salva y duradera. Basta ya de las autocracias y las diferencias por cuestiones de poder, no es necesario para emprender un confortable camino por la vida.

En un gran salón, colmado de libros de la época y de épocas anteriores, con algunas butacas de estilo pravense, estaban sentados sobre tres de los muebles los reyes Arthur, Venice y Alejandro. Tomaba una taza de té cada cual, la bebida preferida por el rey anfitrión.

Alejandro sorbiendo un trago de té, una vez que le bajó hasta el fondo del estómago se prestó a decir algunas palabras.

—No ha sido para nada mala nuestra reunión, como cada año, hemos intercambiado, hemos visto cierto progreso en nuestras sociedades, desde el punto de vista económico, nuestras relaciones han sido buenas, no parece que vayan a convertirse en malas, pero las canas nos van saliendo —el rey se mira el pelo—. ¡No! Parece que me quedan algunos años todavía —absurdo, el rey estaba en la mitad de la década de los cuarenta—, pero en algún momento voy a ser un viejecito con bastón (…)

—Todos lo seremos—expresó Venice.

—Sí, pero, yo no tengo hijos, al menos que sepa —echó una sonrisa pícara—. Ustedes dejarán su reino en buenas manos, Doss es un maravilloso joven, Neykis es la muchacha más perfecta que pueda existir, lo apuesto.

—¿Qué dices?—preguntó Arthur.

Otro trago de té fue a la boca del anfitrión, sus compañeros lo imitaron.

—La pregunta correcta sería ¿Qué propongo?

—¿Pues qué propones?—preguntó Venice que parecía estar desesperado.

—Miren, la amistad que nosotros hemos mantenido por años es impenetrable, y nunca, nunca voy a olvidar todos los buenos momentos. Más de veinte años tomando té, más de veinte años practicando cartie —un tipo de juego de la época similar al pin pon—, veinte años riéndonos, platicando, somos buenos amigos.

Arthur se levanta para poner la taza de té vacía en una mesa que estaba a unos tres metros de distancia, Venice le da la suya para no pararse y Alejandro toma el último trago para que su amigo le haga el favor también.

—¿Qué dices o qué propones entonces?—preguntó Venice mientras Arthur todavía estaba de pies.

Alejandro mira a Arthur mientras regresa y se sienta.

—Yo les doy mi reino, le dejo todo lo que tengo, menos las mujeres, claro, si Neykis y Doss se comprometen en matrimonio, si se casan.

Los monarcas a la escucha fruncieron el ceño, era de asombro, pero en ningún momento sentían que les faltaba el respeto. No era una idea absurda, tenía completa razón. ¿Quién podía ser mejor para Neykis que Doss? ¿Quién podía ser mejor para Doss que Neykis?

—Es una idea que he pensado muchas veces, ellos tienen la misma edad, así que no será un problema, al menos no por mi parte—dijo Venice.

—No, ni por la mía tampoco, yo también lo he pensado muchas veces, solo que, es una niña todavía, no quisiera introducirle la idea de compromiso—dijo Arthur.

Alejandro sonrió.

—Eres un padre muy caprichoso. Ella no es «una niña todavía», ella es la jovencita más bonita, más hermosa y más perfecta de todo el mundo, no hay una mujer en la tierra que se compare con su belleza, así que no creo que sea tan niña.

El rey Arthur hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Bueno, de cierta forma no es una niña (…).

—Ella necesita sentirse viva, es una mujer, y el amor la haría sentirse así—dijo Venice tratando que el rey Arthur aceptara el casamiento.

Alejandro se para, camina hacia un estante lejano, donde hay varios libros de grosor considerable, toma uno de unos tres centímetros de ancho con la cubierta de color negro, se podía leer en la parte de adelante “Temas de amor”.

—Este libro es muy bueno, lo leí en una ocasión, cuando me sentí algo triste, no sé quien lo escribió, pero tiene mucha razón, hay dos cosas muy importantes que dice el escritor o que da a entender —Alejandro hojea el libro pero al parecer no lo puede encontrar—. No encuentro lo que busco, hace mucho tiempo que lo leí, bueno, dice este libro que para el amor no hay límites, ni de edad, ni de posición ni de raza (…)

Venice interrumpe con una ligera sonrisa.

—¿Te imaginas a un hombre casado con una vampiresa?

Alejandro lo mira con seriedad.

—Me lo imagino, sí que me lo imagino, no tiene nada de malo, no tiene de malo si es vampiresa, si es freezzies, si es anders, lo que importa es que sería bueno que ambos miembros de la pareja se quisieran, no importa si son ricos o pobres.

Venice le coloca una mano en el hombro derecho a su amigo Arthur.

—Sin que te ofendas ¿Te imaginas a tu hija casada con un campesino, o con un cazador?

Arthur le quita la mano de encima a Venice.

—No me la imagino, ni me la imaginaré. ¿A qué viene todo eso Alejandro?

—Sencillo, todo eso viene porque yo les ofrezco a Neykis y Doss si se casan, mi reino como herencia, pero solo se deben casar si se aman.

—El amor surge con el tiempo—opinó Venice.

—El amor surge tal vez con el tiempo, pero a primera vista, como mínimo, hay que estar ilusionados, porque de lo contrario nunca surgirá el amor.

—¿Eres de ese criterio Arthur?—preguntó Venice.

—No sé, desde un primer momento estuve enamorado de Sofía, no sé si con el tiempo es que surge el amor o es a primera vista.

Alejandro se para, lleva el libro a su lugar, regresa y se vuelve a sentar.

—¿Y cuál es la segunda cosa que explica el libro?—pregunta Arthur.

—Esa, que el amor es de primera vista, puede manifestarse de tres formas distintas, el gusto, que es cuando esa persona te gusta, te sientes atraído por ella, pero podrías vivir con otra que te guste e incluso enamorarte de alguien más; la ilusión, ves a una persona que te resulta atractiva y desearías estar con ella, formar una pareja, sueñas incluso con ella, pero si no lo logras, te propones encontrar otra y desbaratas esa; y por último, la obsesión, ves a una persona y de primera vista te vuelves loco por ella, quieres tenerla y no deseas otra cosa que no sea esa, no duermes y comes bien poco, apenas te alcanza el tiempo para pensar en otra y si te acuestas a dormir solo, hasta algunas lágrimas puedes derramar.

—¿Ese es el amor? Tonterías—dijo Venice.

—Es el inicio del amor, porque se convierte verdaderamente en amor cuando logras tu objetivo, cuando el hombre conquista a la mujer y ella lo ama con la misma intensidad, el amor no puede estar incompleto, no puede ser de una parte, si una naranja estuviese picada a la mitad, pronto dejaría de ser naranja—concluyó su explicación Alejandro.

Al final el rey Arthur aceptó que su hija se convirtiera en la esposa del príncipe Doss, ellos tenían muchas cosas en común, aunque no se conocían a la perfección, pero algo de química debió existir de cuando niños, ya que aunque intercambiaban pocas palabras, en las visitas que uno le hacía al otro rey acompañado de su chaval, siempre terminaban por halarse los pelos, y como la muchachita era más débil, niña delicada al fin, siempre terminaba perdiendo y se ponía a lloriquear hasta que algún adulto acudía al rescate, pero fuera de eso, sí existía química entre ellos, aunque hacía varios años que no se veían, ni se sentían, ni se preocupaba el uno por el otro, pero no dejo de insistir —al menos eso querían hacer entender los monarcas— que la química existía.

Los tres monarcas conversaron un tiempo más y después cada cual se retiró a descansar. Había sido un día algo intenso y con el próximo amanecerlos visitantes partirían hacia sus respetivas ciudades, y Alejandro se quedaría viviendo su vida por el momento sin muchas preocupaciones.

—No te olvides que la próxima vez nos vemos en Frostest—le dijo Alejandro al rey Arthur.

—Lo tendré en cuenta—respondió.

Así los monarcas de Frostest y Dower salieron al unísono con sus soldados para sus respectivos reinos. Había mucho camino por delante.

¿Quién era Neykis? Neykis era una linda joven de veinte años, cabello totalmente rubio, que dada la época en la que se encontraba no podía usar colorantes, por lo que su cabello era natural, tenía un cuerpo bastante exaltante, con la figura femenina muy bien definida, tanto por las perfectas caderas como por los senos primaverales, sus ojos, más verdes que los de un gato enamorado tratando de defender a su gata, su piel, tan blanca y delicada que de tan solo mirarla los pelos se le ponen de punta al dichoso, porque es increíble la perfección de la muchacha, de tal forma que no existe figura humana más perfecta en toda la tierra en los años de la princesa de Frostest. Como princesa no hacía honor a su cargo, si nos la imaginamos como otras princesas que por otras historias hemos conocido, esta era bastante rebelde, en el sentido que no le gustaba estar cautiva, le gustaba salir del palacio real sin el consentimiento de sus padres y sin escoltas, pero era sumamente dulce y modesta, no se empecinaba en ser la “princesa del reino” para sus caprichos, sin embargo no estaba de más que en ciertas ocasiones usara sus dones.

Mientras su padre estaba en Sauma, reunido con los reyes de Sauma y Dower, ella se le escapó a su madre, que no le hacía mucho caso a sus travesuras porque las consideraba muchachadas incapaces de poner en peligro su persona o a otros. Neykis, encontrándose en su alcoba, una de las más grandes habitaciones del Palacio, que tiene dos ventanales en la parte de atrás seguidos por un corredor aéreo, que no la comunica más que con el olor a libertad y los pájaros que deciden de vez en cuando posarse para que la princesa los alimente, pero que no tiene salida de ningún tipo, decidió hacer alguna travesura, pero no con mala intensión.

Había que bajar por allí a pesar de que estuviera a una altura de más de siete metros, y no contara con ninguna escalera dentro de la habitación. Mientras alimentaba algunas palomas mansas, una de las cuales comía de su mano con la mayor seguridad que no sería atrapada, pensaba y pensaba, colocando sus neuronas a funcionar en cómo bajar por allí. ¿Y por qué no bajar por la escalera normal, salir por la puerta como sale una jovencita normal? No tendría gracias entonces, quizás pensó, quizás ni siquiera lo hizo. Algún bombillo se le encendió, alguna idea le surgió, la princesa entró a su habitación de inmediato, lanzándole al suelo el poco de maíz que aún le quedaba en las manos para que las palomas terminaran de comerlo si se les antojaba en otro lugar que no fuera su delicada extremidad. La muchacha agarró dos de sus sábanas y ató una a la otra, de forma tal que al medirla comprobó, que exactamente llegaban hasta el suelo. Amarró la soga creada con sábanas reales a un fuerte adoquín y comprobó que fuera lo suficientemente resistente como para no provocarle una dolorosa caída. Después se decidió a emprender la tarea que ya había pensado de antemano, bajar por aquella peligrosa “soga”, pero su decidida rudeza femenil la conllevó a que cumpliera la misión sin ningún tipo de contratiempos, en un abrir y cerrar de ojos estaba en el suelo, y lo que es mejor, nadie, absolutamente nadie la había visto, al menos que ella se lo creyera.

En sus andares decidió ir al establo y ordenó que le prepararan un caballo, que quería cabalgar, a pesar que el siervo no estaba muy decidido a preparárselo no le quedó otra alternativa que hacerlo, fue vencido por la dulzura y belleza de la joven princesa, y por su rango.

—Señorita, si su madre me coge preparándole este corcel, me cuelga.

—Pues no le colgara, que aquí estoy yo para eso.

El siervo la mira y sonríe.

—Usted dice eso, pero su madre es con mis disculpas, un poco recia.

La princesa ni siquiera le prestó atención a que le llamaran recia a su madre.

—¡Dale! ¡Prepáramelo!

De esa forma el siervo, mirando su cara tan perfecta, que esconde una sonrisa tímida, de una joven tan buena como la que nadie nunca ha podido llegar a imaginar, le preparó el corcel para que la muchacha a expensas de que a él lo colgaran una vez que llegara el rey, como escarmiento público por hacer lo que no se debe. Pero al final, valía la pena morir de esa forma, porque era irresistible la princesa. Tan tierna. El siervo la veía como una hija, de las que ha de tener, pero mucho más fina que las que él por su fortuna —que no tiene ninguna— ha podido crear. La joven comenzó a dar un recorrido por diversas áreas de la ciudad en su potro, pero por áreas a las que normalmente no va gente de Palacio, para evitar ser perseguida por guardias, si total, no corría ningún tipo de peligro en la ciudad, ya que es más tranquila que una gallina tratando de sacar a sus pollitos. Fue a lugares que algunos se dignan, y se sienten orgullosos de decir arrabales porque se creen seres superiores por lo que han adquirido materialmente, pero nadie es mejor que nadie por las propiedades, algunos somos de cierta forma superior cuando empleamos modestia, cuando ganamos en conocimiento, no para demostrarlo, sino para ayudar. Ella no era de las que se creían mejor que nadie, vivía su vida con modestia, sin rechazar el papel que le había tocado jugar —aunque la vida no se pueda comparar con un juego—. Y la gente no dejaba de admirar a la princesa, estaban sorprendidos ¿Qué hacía por allí? Le rendían culto, agachaban la cabeza, pero nadie sobrepasaba los límites. Después, de regreso a donde había comenzado todo, sin la más mínima intensión de devolver el caballo, un potro de un color negro reluciente, decidió ir más allá de las murallas, pues la puerta se encontraba abierta para que los campesinos y comerciantes pudieran salir a cumplir con el trabajo, por supuesto, estaba vigilada por un grupo de soldados que solo la cerraban con la puesta del sol o en alguna situación de peligro, pero hacía mucho que no había situaciones peligrosas. La princesa le dijo al caballo «arre» y el animal salió trotando a buena velocidad. Los guardias la vieron salir por allí como una saeta, no les dio tiempo detenerla, y tampoco tenían autoridad para hacerlo, algunos fueron a informar a la reina Sofía, madre de la muchacha, la cual se encontraba al frente del reino en ese momento; otros tomaron riendas de sus respectivos caballos y a seguirla. Ella se había dado cuenta que tenía guardaespaldas, pero eso era previsible desde el mismo momento que tomó la decisión, ya no le importaba, había visto bastante en algunos lugares marginales, o en sitios más populares, donde sencillamente la realeza no asiste, y ahora se disponía a ver algo delante de la murallas, las cuales estaban allí por una razón, en tiempos antiguos los humanos eran atacados por waiks, para alimentarse de ellos, hacía rato que no había un ataque, pero no por ello se podían descuidar, además aun quedaban los vampiros, que era la raza más fuerte que se ha visto, y su alimento resultaba ser la sangre, aunque atacaban solos o en pequeños grupos y nunca habían dejado vivo a nadie, tampoco habían podido capturar alguno para estudiarlo; y quedaban los ejércitos organizados de los vulcanos, que hacía cuatro siglos habían atacado las ciudades humanas. Además, fuera de las murallas podía haber aduladores, violadores o quién sabe qué cosa en este mundo extraño. Incluso habían quien creía que las míticas serpientes gageas existían, esas que si te muerden te convierten en un humano vegetalizado, porque tienen un letal veneno, que no te mata, te paraliza, y según dice la leyenda, solo la sangre de un profeta podría curar a quien fuese víctima de una de ellas. Y muchas más cosas podían existir fuera de esas murallas necesarias para la supervivencia de un tranquilo pueblo, tal este como los otros que existían en el mundo.

Pero la princesa quería disfrutar de la vista de cómo hay gente sana trabajando la tierra, gente que pasa desapercibida por los ojos de los que se consideran estúpidamente más importantes, pero no saben que sin alimentos nadie sobrevive. Quería refrescar su vista en las hermosas plantaciones de forrajes, de uvas, de yucas, y en cada uno de los cultivos que había delante de la ciudad, en los cargaderos, que son los puntos donde los campesinos llevan lo que han logrado obtener de sus cultivos para vendérselos a comerciantes y que estos los distribuyan dentro de la ciudad o por otras ciudades del mundo. La actividad era hermosa, porque es la sustancia de cualquier sociedad que pueda existir, las naciones, los reinos, pueden existir sin ejércitos de no tener enemigos, pero sin alimentos nadie puede vivir, es esta la importancia y la verdadera belleza de lo que Neykis pretendía ver delante de las murallas, que no era la única tierra cultivable del reino, porque estas se encontraban distribuidas en cada una de las latitudes, en cada una de las direcciones, pero la parte de adelante era la más importante, pues allí iban los más adinerados y se llevaban la mayor cantidad de cosechas para el comercio con otros reinos, o traían productos de otros lugares para venderlos en aquel.

Cuando todo marchaba normal, apareció el peor enemigo de la princesa para ese momento, aunque después supondría que fue su amuleto de la suerte, su corcel, el cual la misma había montado varias veces, pero esta no era una de esas, porque se asustó de tal manera que la velocidad que montó en pocos segundos, ni con un avestruz se comparaba, algún insecto debió picarlo, porque nunca había actuado de esa forma. La princesa estaba con el corazón en la mano, pero no podía gritar, dada la velocidad, los guardias que la seguían a cierta distancia emprendieron una carrera también para tratar de detener aquel animal, les resultaba prácticamente imposible por los metros que los separaban. Se formó el alboroto delante de las murallas, todos los campesinos y comerciantes pararon sus actividades en esos pocos segundos para contemplar lo que sucedía. La situación se volvía caótica, si le pasaba algo a la princesa habría cabezas rodando, lo mejor sería que algún ángel bajado del cielo la ayudara.

Por suerte Jonathan estaba cerca, venía frontal cabalgando en un corcel blanco, saliendo del Bosque Tenebroso, donde pocos se atrevían a entrar por temor a los vampiros o a míticas bestias. El joven de veintidós años, cabello castaño lacio, ojos azules, piel blanca, y una musculatura que exhibía al traer una camisa sin mangas en ese preciso momento, era un experto cazador a pesar de su corta edad y que nadie le hiciera cuentos de hazañas, su vida se la ganaba de ir al tenebroso bosque a cazar, donde solo entraban él y su padre Norman. El resto de las personas temía pasar los límites, no fuera ser que se encontraran con una fiera indescriptible que terminara con sus vidas; el joven Jonathan enseguida se puso en acción ante los gritos de auxilio que la muchacha había comenzado a pedir hacía algunos segundos, cambió su dirección por completo, y se colocó a la par del corcel negro que seguía empecinado en escaparse. Las fuertes manos del cazador fallaron en su intento de agarrar las bridas del potro de la princesa así que decidieron agarrarla a ella, la tomó de inmediato y la logró pasar para su corcel blanco, aminorando la velocidad poco a poco hasta detenerse, mientras el negro continuó hasta detenerse más adelante, pero él no era el importante, la princesa había sido salvada.

Cuando el caballo de Jonathan se detuvo de por entero, princesa y cazador se quedaron mirando a los ojos varios segundos, como si todo lo demás no importara, mientras los demás los observaban a ellos, ella en los fuertes brazos de él. Habían quedado completamente enamorados, estaban en la luna de Babilonia, ella nunca había sentido algo así, pues sus compañías eran limitadas por las restricciones que su padre le imponía, él no conocía el amor hasta ese instante. Cuando por fin se dieron cuenta que el corcel ya estaba detenido, y por lo tanto no era necesario seguir de la forma que estaban, el cazador reaccionó, no obstante, no dio signos de tosquedad, ayudó a la princesa a bajar y más atrás se bajó arrodillándose de inmediato.

—¡Levántate, me acabas de salvar la vida, es el mayor honor que me puedes rendir! —dijo la princesa Neykis ordenándolo con cierta fortaleza, algo que no acostumbraba a hacer.

—¡Se equivoca, princesa, el mayor honor que podría rendirle a usted, es dar mi vida por la suya! —dijo Jonathan, cuyo tono fue tan imperativo como el de la joven, levantando al unísono las rodillas del suelo.

En ese instante llegó la reina desesperada, totalmente preocupada por su hija, se bajó de su corcel y se le acercó de inmediato, Jonathan volvió a arrodillarse, esta vez en honor a la misma, quien no se fijó mucho en el cazador, dada la preocupación por su hija.

—¿Estás bien hijita mía?

—Estoy bien, gracias al galán que me ha salvado de la perdición—dijo Neykis señalando a Jonathan.

La reina enseguida miró a Jonathan, que aún se encontraba de rodillas y lo mandó poner de pie, le miró a los ojos, lo exploró, y se dispuso a preguntarle:

—¿Cómo te llamas, muchacho?

—Jonathan, su majestad.

—Bien Jonathan, muchas gracias por salvar a mi hija, desde hoy en lo adelante te libero de arrodillarte ante la presencia de sangre real, cuando regrese el rey le hablaré de ti para que te premie.

—Con sus disculpas, su majestad, pero yo no ayudé a su hija por un premio —dijo Jonathan desviando la mirada hacia la princesa con mucho respeto, pero con mucho amor también, mirada que le fue correspondida.

—¡Cómo quieras!

Posterior la reina y princesa se retiraron, y las miradas de Neykis y Jonathan se siguieron mientras fue posible, cuando el cazador no había dejado de observar la silueta de su musa a lo lejos, escuchó una voz, igualita a la de su padre que le decía “Olvida a esa joven que no está a tu alcance, ella es de sangre real y tú, tú solo eres un cazador”; se viró hacia ella y efectivamente, era la de su padre—¡No! Soy un hombre que se ha enamorado de una mujer, eso es lo que soy, y que haré lo que sea necesario para tenerla entre mis brazos, porque ya está en mi corazón—. Los cazadores se dirigieron a su humilde morada mientras la princesa recibía un escarmiento por su madre, quien conoció cada uno de los detalles de la escapada, ya que a pesar de la travesura, la misma tenía algo muy bueno, no decía mentiras, así que la reina conoció de la escalera de sábanas, y de los lugares que visitó su hija, y decidió tomar medidas para precaver y no para reprimir, designó una doncella permanentemente con Neykis que estaría donde quiera que estuviera esta, en la habitación, en los demás salones, en el baño, en el aéreo, donde quiera, y que si intentaba salir de Palacio debía informarlo, sin abandonar en ningún momento a su alteza.

Con la continuidad del día no sucedió nada más extraño, pero ni Neykis lograba sacarse de su mente los ojos azules de aquel muchacho, ni Jonathan podía olvidar la mirada sensual de la princesa, estaban totalmente flechados, por lo que parecía un amor imposible. Ella se encontraba cada minuto en los fuertes brazos del cazador, se sentía liberada, tenía una sensación que nunca antes había sentido, por eso, se miraba ante un espejo en su habitación y se daba cuenta de que estaba cambiada, pues se había enamorado; por su parte Jonathan no sabía qué podía hacer, qué sería de su vida a partir de ese momento en que se había enamorado de la persona más difícil de conquistar, no porque ella no lo quisiera, pues le había dado a entender que no sería una barrera, sino porque tendría que enfrentar a la realeza, que en su situación era predecible la derrota. Mientras ambos enamorados pensaban y se encontraban más allá de sus cuerpos y de la profundidad de sus almas se oyeron las campanas del Palacio, Neykis se bajó de la nube en la que estaba, y como sabía significaba que su padre había llegado, salió por su mamá y después las dos fueron a recibir al rey. Jonathan comprendió que su lucha por conquistar a esa mujer había comenzado en conteo regresivo, cada día que pasara era un día más cercano para tenerla en sus brazos.

A pesar de la alegría que podía significar para la princesa recibir a su padre, esta vez había otra preocupación en su horizonte, no lo decía, pero mientras caminaba con su madre esta se daba cuenta porque la cara de la joven estaba marchita, no por haberse enamorado, sino porque tuviera el presentimiento de que su deseo era bastante difícil de conceder. La reina trató de consolarla con un abrazo que le dio a medio caminar, no surtió mucho efecto, y luego continuaron caminando hasta llegar donde estaba el monarca, en la entrada de Palacio. El recibimiento fue con besos y abrazos, la princesa no demostró en la agonía que se encontraba, conocía que este era capaz de hacer cualquier cosa para lograr que ella se olvidara de Jonathan, aunque sería imposible lograrlo, no se perdonaría jamás si algo malo le sucediera a quien le había hecho perder su niñez, para hacerla sentir mujer.

El rey estaba agotado tras el largo viaje, y había traído mucha hambre consigo, por lo que se dirigió con las dos mujeres que más amaba hasta el salón de banquetes, la princesa iba a la derecha aferrada a su brazo y la reina a la izquierda caminando sin ningún sostén a su cuerpo. Un montón de doncellas cuidaban de sus trajes, y los guardias parados en las esquinas aseguraban la estancia, y por demás no corrían peligro alguno por ser un lugar bien protegido. El salón de banquetes no estaba lejos, así que no tardaron mucho en llegar hasta el mismo. En el comedor observaron una colonia de sirvientes colocando comida sobre las mesas, porque aun sin haber recibido la orden de ello, era costumbre que cuando el rey llegara cenara, y a él le gustaba ser bien atendido, alguien de su personal más cercano siempre se adelantaba y avisaba antes que este tocara el piso de Palacio. Por lo que las mesas se prepararon en breve tiempo, y era bastante buena la comida, lo que se podía conocer a la perfección por los agradables aromas del ambiente. Con la comida siendo digerida por Arthur la reina le contó lo sucedido con su hija y la hazaña de un joven desconocido y el mismo le dio un regaño a su alteza imponiéndose como en cada circunstancia que así lo precise, deseando conocer cada detalle de lo que había ocurrido de boca de su propia hija, pidiéndole excusa por lo que pasó, la cual la princesa no dudó en dar. Después el rey se interesó en el joven que la había salvado, este merecía algún premio por mantenerla sana y salva.

—¿Conoces quién es el joven que la salvó, cómo se llama?

—Jonathan, creo que se llama Jonathan, pero en realidad no le conozco—respondió la reina.

—Debo mandarle a buscar para premiarlo por haber salvado a nuestra hija.

—Yo le dije eso mismo, pero él se negó, alegando que no había ayudado a Neykis por ningún premio—dijo Sofía.

—Entonces debe ser un buen chico—dijo Arthur.

—Me pareció que sí, y además, es muy apuesto—dijo Sofía.

—¡Apuesto! Qué bien que te fijas en esos detalles, no importa si no quiere premio, yo quiero conocerlo—dijo Arthur.

El rey llamó a su jefe de la guardia y le ordenó que buscara a Jonathan, quería conocerlo en persona. A Jonathan y a Norman los conocían a la perfección en aquel reino, por ser los únicos dos hombres que se metían al bosque tenebroso sin miedo alguno, y por eso para el jefe militar no era imposible ubicarlo. No obstante, si no le hubiesen conocido, no sería difícil su ubicación porque una vez ocurrida la tragedia, guardias encargados tomaron nota de lo sucedido, y el nombre y ubicación de la persona involucrada, previendo cualquier tipo de necesidad ulterior de su localización.

Una vez que el rey terminó la cena, que no fue en poco tiempo, pues le gustaba saborear bien la comida, se dirigió hasta el diván, ya que le habían informado que Jonathan se encontraba en Palacio, ese sería el mejor lugar para recibirlo. Con el monarca también estaban la reina y la princesa, así como demás personal de la corte. El cazador entró conducido por un militar de alta jerarquía, cuando la princesa y él se vieron, desde que iba entrando por la puerta del salón, dieron destellos de luz cegadora en sus ojos, los cuales brillaban más que el lucero más hermoso del amplio cielo. Cuando el rey lo vio reconoció su esbeltez, y no dudó mucho que Neykis y el joven se estaban mirando de una forma algo “diferente”, la reina por su parte no dudó nada, sabía que allí había algo más que una simple mirada, estaban enamorados. El rey estaba sentado en el trono, la reina a su derecha y Neykis plácida a su izquierda. Jonathan caminaba hacia ellos muy despacio en compañía de algunos militares que le escoltaban, estaba cerca, se detuvo para escuchar lo que el monarca tenía que decirle, no se arrodilló en veneración y respeto al rey, porque reina y princesa le habían liberado de ello, y Arthur no le dio interés, porque conocía del designio de su esposa e hija. Como es costumbre, al rey no se le habla si él no lo hace primero, por lo que Jonathan guardó silencio, mientras Arthur lo observaba. Era un muchacho joven y apuesto, de eso no cabía dudas, su hija estaba reluciente al tenerlo delante y no era por gusto, pero ya existía una promesa de casamiento para ella, que el rey no estaría dispuesto a anular. Luego dijo al joven salvador de su hija:

—Muchacho, te estoy eternamente agradecido por haberle salvado la vida a mi hija, ya sé que no pretendes recibir nada a cambio, pero me gustaría que me pidieras lo que tú quisieras, si existe algo en lo que yo te pueda ayudar, dímelo y si es posible lo haré en agradecimiento a tu desinteresado gesto.

—¡Disculpe su majestad, como anteriormente le dije a su majestad la reina Sofía, no quiero nada a cambio por haber salvado a su hija, pero no puedo negar una cosa, su majestad!

—¿Qué cosa, muchacho? —preguntó el rey.

—Con mil disculpas, pero si no lo digo ahora, creo que no tendré otra oportunidad. ¡Estoy enamorado de su hija!

Todos en el salón, los militares presentes, la reina, el rey, hasta la princesa, quedaron asombrados con lo que acababa de decir el joven, mira que decirle al monarca en su propia cara que se está enamorado de su hija, es bastante difícil, pero si no lo decía ahora, quizás no existiría una segunda oportunidad. Con esa declaración podía terminar solo de tres formas posibles, una, que el rey lo aceptara y le permitiera visitar a su hija, la segunda, que no lo aceptara y le pidiera que se fuera, y la tercera, que no lo aceptara y lo mandara a la horca, desde el punto de vista de las probabilidades, tenía entonces un tercio de posibilidad de morir por su estúpida declaración, pero valía la pena.

Solo algunos segundos después de vacilar el rey decidió contestar a lo expresado por el joven, pues con el asombro hasta a él le era difícil decir media palabra, primero había recorrido con su vista los rostros de su hija y de su esposa, y ninguno de los dos parecía estar muy disgustado con lo dicho por Jonathan.

—Se nota que eres valiente, eso me gusta de ti, pero mi hija no está a tú alcance, he comprometido su mano con el príncipe de Dower, es mejor que comprometerla con un campesino que no tiene ni donde caerse muerto.

Cuando la princesa escuchó que su mano estaba comprometida con el príncipe de Dower salió desprendida lagrimeando en dirección a su habitación y más atrás fue seguida por su madre, la cual era muy consentida con Neykis. El rey Arthur al ver la posición del joven decidió dar por concluida aquella conversación, y se retiró de inmediato en la misma dirección que había tomado su hija, con el objetivo de contarle lo que debía haberle dicho primero, ella se tenía que enterar de forma íntima y no que un desconocido se le adelantara en tal sentido aun cuando se tratase de su salvador. Además aquello la hería también porque estaba enamorada de ese desconocido, la noticia supondría una barrera verdaderamente peligrosa para su corazón, y también porque no sentía nada, absolutamente nada, por el príncipe de la ciudad de Dower, ella sí sabía que no existía química ninguna, sí conocía a la perfección lo que había sentido al tener que dar las perretas para que alguien le quitara aquel gorila intentando arrancarle los pelos de cuando chicos. Hacía tanto tiempo que no lo veía, que aunque quizás hubiese cambiado no creía que se podría enamorar de él como de ese cazador que le acababa de flechar su corazón. Nunca Neykis había vivido una fantasía como la que vivió en esos pocos segundos que estuvo en los fuertes brazos de Jonathan, aquella escena marcaría el resto de su vida. No es que fuere malcriada, pero no podía cambiarse el corazón, así que si sus fantasías no se podían realizar la infelicidad sería su mejor compañera. El rey haría todo lo posible por hacerle entender el por qué de ese matrimonio, argumentos que ella no comprendería jamás, porque no se puede luchar contra lo imposible.

Jonathan, con la cortesía que siempre lo caracterizaba se retiró del lugar, haciéndose acompañar por los mismos militares que al principio, pero esta vez no lo miraban con los mismos ojos, ni lo trataban de la misma forma, pues intentaban ayudarlo a retirarse, con sus fuertes brazos lo sostenían de vez en cuanto para que apurara el paso, un signo de que ya no era bienvenido en el Palacio, y que probablemente no lo sería más. Él se sentía derrotado por lo que esto significaba, no era su anhelo terminar con esos resultados, hubiese querido ser correspondido con la princesa, pero no iba ir a la horca, al menos no por el momento. A pesar de la salida tan funesta le daba cierta alegría ver a Neykis como había salido desprendida del salón, era sinónimo que ella sentía algo por él, y que no sabía nada del compromiso que le habían anunciado tenía. Quizás esto resultaba ser una pequeña luz ante una inmensa oscuridad.

Mientras Jonathan se retiraba del lugar el rey iba tras los pasos de Neykis hacia el único lugar que la misma podía ir, su habitación. Al llegar a esta observó que su hija estaba acostada boca abajo lloriqueando, y su madre, tan compasiva como siempre tratando de consolarla. —“¡Pero por qué, por qué me tengo que casar con ese! ¡Yo amo a Jonathan! ¡Nunca, nunca les voy a perdonar si me tengo que casar con ese!—.

—Ese tiene nombre y se llama Doss, además, no es un cualquiera, es el príncipe de la ciudad humana más rica, agradece, serás la futura reina de un mundo sin igual—dijo Arthur, acercándose a ella.

Neykis trató de aguantar el llanto, tal parece que por respeto a su padre, que mostraba un fuerte carácter, como siempre se lo había mostrado y sobre esa base la había criado.

—Si me tengo que casar con él seré infeliz aunque gobierne el universo.

—No querida mía, a tu edad se vive en un mundo de fantasías, pero cuando madures pondrás los pies sobre la tierra y amarás a tu esposo como a nadie, ni siquiera te acordarás de nosotros—dijo Arthur.

La muchacha se viró, secó sus lágrimas con la sábana, se sentó en la cama, miró a su madre como pidiéndole que la ayudara, miró a su padre dispuesta a conversar con él.

—¿Pa? ¿Para ti que es más importante, el dinero o yo?

—Para mí lo más importante son tú y tu madre, y por eso haré lo mejor por ti—dijo Arthur reduciendo el tono de su voz y pasándole la mano a su hija por el cabello—.

Neykis entonces abrazó a su padre con toda la fuerza del mundo, demostrando que lo quería en verdad a pesar de las diferencias que pudieran tener, ella no iba a olvidar por ese momento de incomodidad todos los momentos buenos vividos con él, las muchas veces que la hizo reír o llorar de alegría, las muchas veces que la hizo sentir de maravillas, era su padre, lo que tendría que hacer era lograr que la entendiera, pero no podía albergar odio en su corazón contra su progenitor.

—Haré lo que me digas Pa. Pero no seré feliz, hoy me di cuenta que existe el amor, y nunca, escúchame bien, nunca habrá otro amor en mi vida, más que el que descubrí hoy y no es precisamente por Doss.

—Amor de juventud, estoy seguro que en días se te pasará.

Llegó la noche, llegaron las altas horas, todos en el Palacio Real dormían, la princesa estaba despierta, no podía conciliar el sueño pensando en cómo evitar casarse con Doss y en cómo encontrar a su gran amor, Jonathan. Sabía que él no podía llegar hasta el Palacio, lo matarían, pero ella sí podía ir hasta su casa, aún cuando no conocía donde vivía. Despertó a la doncella que estaba durmiendo en una cama más modesta en la misma habitación, y la cual era de su entera confianza, le contó de su malvado plan, de escaparse para encontrarse con Jonathan y regresar antes que amaneciera, le hacía falta su ayuda para no andar sola por la ciudad y los lugares prohibidos a esas horas de la noche, la doncella no quería por miedo a que el rey después tomara represalias en su contra, la princesa la convenció diciendo que intercedería en su favor y que no le harían ningún daño si los descubrían, aún así la ayudante quería esperar al otro día, avisarle a Jonathan con alguien de confianza y por la noche que él las estuviera esperando en algún lugar acordado. Porque ir a ciegas por la noche no era buena idea, pero la princesa no desistió, y a la doncella no le quedó otra alternativa que seguirla con sus locuras, se notaba que estaba enamorada.

La princesa se levantó de la cama y fue hasta el armario que tenía, buscó un par de capuchas, una para la doncella, la otra para ella, y preparó una escalera con sábanas, tal como lo había hecho en la mañana. Colocó aquella soga en el adoquín, que estaba alumbrado con antorchas. Miró antes de hacerlo, no había ningún moro en la costa. Después su alteza fue la primera en bajar por la soga rudimentaria, mientras la doncella la observaba desde arriba, al ver el éxito de la misma, quiso imitarla, luego le entró pánico, no quería bajar, y la princesa en voz baja le insistía, pero seguía resista, hasta que Neykis se cansó, dio la media vuelta y se comenzó a retirar, fue cuando su ayudante le dijo que la esperara, hizo el intento y bajó sana y salva también.

Llevándose por lo que habían escuchado durante el día decir a uno de los guardias, quien más o menos indicó donde vivía Jonathan, las dos mujeres iniciaron su viaje, a patica limpia, sin poder usar uno de esos potros que había en el establo real, y esquivando todas las patrullas que pasaban por las calles en las noches con el objetivo de prender ladrones, maleantes y otras personas que se dedicaban a realizar actos antisociales. En una ocasión no pudieron escapar de una que al ver a aquellas dos personas en capuchas las mandó a parar, y a descubrirse el rostro, la doncella entonces se la quitó y dio la media vuelta, los guardias la miraron.

—¿Qué hacen ustedes a estas horas de la noche por aquí? —preguntó uno de los guardias a la doncella.

—Estábamos en casa de nuestros esposos, nos divorciamos y vamos a casa de nuestros padres—contestó.

—¿Son hermanas y son mujeres del mismo esposo? —preguntó el otro.

—Somos hermanas, pero no mujeres del mismo esposo, sino mujeres de hermanos que viven en la misma casa, si mi hermana no quiere más a su esposo yo no quiero más al mío.

—¿Y tu hermana porque no se quita la capucha?—preguntó un guardia.

—Es muy tímida—respondió la doncella.

—No será que en vez de hermana es hermanito—dijo otro guardia.

—¿Y si lo fuera, que tendría de malo?—preguntó la doncella.

—¡Que no se puede engañar a la autoridad, y si esconde su rostro por algo debe ser! —exclamó un guardia.

—¡Quítate la capucha!—ordenó el otro.

A la princesa no le quedó otro remedio que quitársela, pero se mantuvo de espaldas, no pretendía ser identificada, y quizás así todavía podía lograrlo.

—¡Vírate, deja ver tu cara!—ordenó un soldado.

La princesa le hizo caso omiso y el guardia sintió cierta alteración al ver que aquella mujercita no le obedecía, la tomó por el brazo más cercano, el derecho y la haló, cuando le vio su rostro quedó totalmente sorprendido, era su alteza, de inmediato los dos soldados se arrodillaron, pidiendo disculpa por su actitud.

—Su alteza, espero que nos disculpe, no sabíamos que era usted—dijo uno.

—No se preocupen, estaban cumpliendo con su trabajo—contestó Neykis.

—¿En qué podemos ayudarle, su alteza? —preguntó un soldado.

—Guarden silencio, no me han visto—dijo la princesa.

—Mejor ¡Acompáñennos! —dijo la doncella.

—¡No, es mejor que no!—dijo la princesa.

—Princesa, la noche está oscura, ellos no dirán nada, estoy segura ¿Verdad? —le preguntó a los soldados.

—¡Nada diremos, su majestad!

La princesa se quedó pensando y después asintió en que los dos soldados las acompañaran, así las protegerían de algún adulador que intentara hacerles daño, ellos estaban armados y eran muy fuertes, estaban entrenados para ese tipo de tareas. Por lo menos de esa forma estarían más seguras en la oscuridad de la noche, aunque a veces no es tan importante la seguridad como el silencio, porque si ellos llegaban a conocer el destino que ellas pretendían tomar y se iban de boca entonces a Jonathan le podía ir bastante mal. De esa forma continuaron el viaje en dirección hacia los arrabales donde se suponía vivía el joven salvador, los guardias conocían que iban escoltando a la princesa, pero no sabían hacia donde ni por qué, era mejor ni saberlo, entre menos conocieran, menos responderían si el rey los cogía en esa gracia, estaban arriesgando sus vidas, no solo por si algún bandido los atacaba, sino si el rey los sorprendía, difícil la princesa pudiera hacer algo, porque ella también iba a ser regañada, y cuando su majestad viniera a reflexionar ya ellos iban a estar ahorcados, así que lo mejor era sutileza, que nadie los descubriera. Hasta ellos se dedicaron a evadir patrullas para no tener que dar explicaciones, y evitar llegar a oídos de Arthur.

Llegaron a un barrio donde había casas bastante pobres, chicas, sencillas ante la vista. Y como la luna estaba clara podían ver todo casi a la perfección. La princesa decidió desprenderse de los guardias porque presentía que estaba cerca de la casa de Jonathan, tendría que comenzar a preguntar si se encontraba gente rondando a esas horas de la noche. En aquel lugar no había una sola alma aparte de la de ellos. Para los soldados no era fácil aceptar irse, porque si malo era que el rey se enterara que no habían hecho nada para evitar que Neykis fuera hasta los suburbios, peor sería si se enteraba que la dejaron allí sola a esas horas de la noche porque ella se los pidió, la guillotina sería demasiado alivio para sus vidas, los tiraría en una jaula de perros salvajes para que los devoraran poco a poco, y padecieran cada segundo de desobediencia, por eso como ellos no estaban dispuestos a abandonar a su alteza, la princesa y la doncella tuvieron que trazarse un plan para lograr despegarse de los guardias.

Iban conversando sobre el asunto las dos féminas, tenían que crear un pequeño plan para separarse de los militares, cuando de momento se le alumbró una luz a la doncella, entonces le dijo a la princesa —ya sé—, y se acercó a los uniformados.

—La princesa tiene deseos de orinar, así que quédense aquí, que nosotras les avisamos.

Los había puesto contra la pared, no podían esperar. Había una casa y las dos mujeres fueron detrás de esta para que supuestamente su alteza orinara, los militares no se podían mover del lugar, porque si iban por desconfianza hasta donde estaba la princesa, y a ella le daba por decir que querían mirarla, la vida de ambos sería miserable, una soga se embarraría con su sangre innecesariamente, si no lo hacían y estas estaban tramando algo, lo podían lograr, pero con silencio quizás el rey nunca llegaría a saber que estuvieron en esa situación, era mejor opción la segunda. Fue como de esta forma la princesa y la doncella despistaron a los dos militares, que ya habían hecho su parte, ahora debían tomar otra ruta, ellas sabían que estaban a salvo de la protección militar. Entre más caminaban más oscuridad y soledad veían hasta que por fin observaron a dos señores parados en una esquina, no tenían buen aspecto, la doncella no se les quería acercar, parecían más bien ladrones, pero la princesa como siempre, tomaba las decisiones, se les acercaron, los mismos se rieron de manera burlesca.

—¿Qué tenemos aquí, dos caramelitos caídos del cielo?—dijo uno de los extraños.

Al escuchar esto la doncella se asustó más, pero la princesa la pellizcó para que preguntara.

—¿Nos pueden decir donde es que vive Jonathan el cazador?

—¡Ah, sí, cómo no, pero si hablan!—dijo el otro.

De momento uno de aquellos dos hombres sacó un cuchillo y se lo puso en el cuello a la doncella — ¡Vamos!—, la tomó por un brazo, mientras el otro tomó a la princesa, se las llevaron unos metros de allí, hacia unos matorrales, donde la luna no podía iluminar — ¡Quítate la ropa!— le dijo el hombre del cuchillo a la doncella, la misma estaba totalmente asustada, dispuesta a hacer lo que fuera con tal que le perdonaran la vida, y sin tener tiempo de pensar. Asustadas y llorando, pero solo la doncella comenzó a quitar su ropa, en su cara se veía que lo hacía por miedo. A la princesa, el violador sin saber en verdad quien tenía delante, le tuvo que comenzar a quitar las prendas cuando de repente ¡bums! un gran golpe sobre la nuca que le tiró al suelo prácticamente inconsciente. Y después el extraño visitante desenvainó una espada hasta que corrieron los dos bandidos. La doncella daba las gracias sin cesar, el hombre la mandó a ponerse lo poco que se había quitado, y después salieron a la luz de la luna. Era Norman, padre de Jonathan, quien enseguida reconoció a la princesa y se arrodilló.

—¿Qué haces? ¡Levántate! —ordenó su alteza.

Norman se levantó cumpliendo con la ordenanza, miró a las dos muchachas sorprendido de por qué estaban allí a altas horas de la noche tan distinguidas jóvenes.

—Estas no son horas ni es lugar para usted, su alteza.

—No me llame así, hable bajito, no quiero que nadie se entere que estoy aquí, sabe —dijo la princesa—, además, este es mi reino, puedo andar a cualquier hora por donde yo quiera —el tono fue un poco despectivo.

—¡Disculpe, su alteza!

—¡No me llame así!—reiteró.

—Entonces ¡Disculpe señorita!

—¡Ah, y gracias por ayudarnos! —dijo la joven endulzando el tono de su voz.

—Es mi deber —dijo Norman— ¡Puedo servirle en algo más!

—Sí, ando buscando a alguien, necesito encontrarlo.

—¡¿Ah sí, puedo ayudarla?!

—¡Pero a nadie le puede decir que me ayudó!

—Le diré a mi hijo—dijo Norman reflejando una sonrisa pícara en su rostro.

—¡le dije que a nadie puede decirle!

—Sí, a mi hijo sí, porque es a él a quien usted busca.

—Sí ¿Qué sabe usted a quién yo busco? —preguntó la princesa.

—Porque soy su padre, usted busca a Jonathan.

Los ojos de Neykis brillaron, una inmensa alegría entró en su corazón, estaba frente al padre del hombre al que amaba, el río comenzaba a coger su cauce. El joven la había salvado de un corcel desbocado en la mañana, y su padre la salvaba de unos malhechores en la noche, si eso no era una señal, entonces no sabía de que se trataba.

—¡Entonces lléveme ante él!

Y Norman llevó a Neykis ante Jonathan, el que tampoco podía dormir sólo pensando en ella, cuando la vio en su frente, se le nubló el cielo ¿Cómo era posible que estuviera allí, el amor era correspondido entonces? No hablaron de primera, se quedaron observando el uno delante de la otra, se fueron acercando poco a poco, y las palabras nunca estuvieron presentes, al menos no en ese primer instante, se besaron de manera intensa, se olvidaron en ese momento que existía un mundo alrededor, para ellos la existencia se reducía a los dos, nada más importaba, si Norman y la doncella miraban no era lo más importante, lo más importante era lo que sentían, que no había explicación posible para dar. El padre y la doncella fueron testigos del inicio de aquel beso, y comprendieron la sincronización y el amor que existía entre ambos, pero decidieron que no debían mirar más aquello y que les debían un poco de soledad, salieron de la casa, aunque solo hasta la parte de adelante, para contemplar la noche y conversar un poco. Cuando Jonathan y Neykis terminaron de besarse decidieron salir para dar una vuelta, caminar bajo la fresca noche y poder conversar hasta conocer las aspiraciones de cada cual, que ya estaban comenzando a entender. Norman y la doncella entraron, ellos salieron. Caminaron bajo las estrellas, se besaban cada vez que tenían una oportunidad, y conversaban, se sentían de una forma que jamás se habían sentido, y que jamás se volverían a sentir. Mientras caminaban, Jonathan observó unas flores blancas bajo la oscura noche, tomó un ramo y se lo regaló a la princesa, era Jazmín de noche, después se abrazaron con el furor de un fuego sagrado de Vesta.

—¡Estas flores morirán al amanecer, pero nuestro amor, ese nunca va a morir! —exclamó Jonathan con fortaleza abrazando a Neykis.

—¡Te prometo que nunca amaré a otro hombre como te amo a ti!

—Sí, pero te vas a casar con Doss.

—No quiero, sería capaz de irme contigo a otro mundo.

Los dos enamorados estuvieron juntos casi toda la madrugada, paseando por el paraíso, como se sentían, no hay nada mejor que sentirse enamorado y a la vez correspondido. Todo por el momento parecía perfecto, nadie los molestaba, no veían cardos, ni picantes, solo grandes jardines con penetrantes aromas, y una brisa tan suave y perfecta como la sonrisa de los amantes. Pero ellos sabían que no se encontraban en una capsula de cristal, que la noche tenía que terminar y al final ella seguiría siendo la prometida de un príncipe, y él un cazador que Arthur no aceptaría fácilmente. Eso hacía frágil al amor, pero les daba la suficiente fuerza a los amantes como para luchar en contra de todas las adversidades. Si de verdad se amaban, nada los detendría, al menos, no mientras conservaran sus vidas.

Ambos, Jonathan y la princesa, tras haber caminado un poco se habían detenido en la cima de una pendiente de poca elevación con grandes pastos, que sirve para el alimento del ganado por el día, se sentó uno al lado del otro, su única aspiración era la de besarse, ya que en un beso se encierra todo el amor que una persona puede sentir por la otra, un beso poco intenso, significa que no hay este sentimiento, pero cuando es bien intenso, significa que es lo suficientemente fuerte como para luchar contra cualquier tempestad.

—¡No te cases con Doss! —le pidió Jonathan a su enamorada en tono sublime.

—Es la voluntad de mi padre, no la mía. Tendremos que cambiarla.

—Ya lo sé, pero cómo la cambiamos.

—Por ahora, nos veremos todos los días, al igual que escapé esta noche lo haré las demás.

—Y si algún día no vinieras.

Ella le pasó la mano por la frente al cazador, le acarició sus brazos que estaban al desnudo, y le dijo pegada a su boca:

—Sí vendré, por momentos como este siempre vendré.

Cuando suceden estas cosas el tiempo pasa volando, es como un arriero que se va y nunca volverá, la madrugada casi entraba en terreno del sol, no había reloj material, pero un reloj biológico los alertó, era hora de partir o quizás esta “cita” no se daría jamás, no podían correr ese riesgo. Decidieron llegarse hasta casa de Jonathan para recoger a la doncella, tomar dos potros e ir hasta Palacio, Jonathan acompañaría a su enamorada lo más cerca posible, pero sin arriesgarse a ser sorprendido por guardia alguna, no por temor, sino por amor. Lo mejor era mantener en secreto aquello que sentían ambos corazones, al menos por el momento, así quizás existiría la posibilidad de vencer todas las adversidades existentes.

Al llegar hasta la casa del joven cazador, la doncella estaba netamente dormida, tan serena, con tanta tranquilidad, como si estuviera en el Palacio sin nada de qué preocuparse. Pero ese sueño se acabó en el momento que Neykis le haló con cierta brusquedad amigable la sábana, el sueño de la doncella no era pesado, no existió la necesidad de buscar un cubo de agua ni nada por el estilo, enseguida estuvo en pies. Como estaba vestida no tenía que perder tiempo en esto, sí se echó un poco de agua en la cara para evitar que el sueño la continuara derrotando. La princesa conversaba mientras tanto con Norman y le hacía saber que lo visitaría más a menudo, porque estaba enamorada de su hijo.

—Es una verdadera locura esto que ustedes dos están haciendo—dijo Norman—, si su majestad el rey los descubre probablemente nosotros terminemos en la guillotina o en la horca.

—Nada de eso sucederá, descuide, señor Norman.

Jonathan por su parte había salido al establo para preparar dos corceles que llevaran a la princesa y la doncella cerca de Palacio, una vez que los tuvo preparados fue con los mismos hasta la parte de adelante de la casa, uno era para la doncella, el otro sería para la princesa y él. Su alteza la princesa Neykis se montó en la parte de adelante del corcel, y Jonathan se montó detrás, iban abrazados, ambos sentían el calor que le proporcionaba la compañía, ella los brazos fuertes de él, él la suave aroma de la joven. Mientras avanzaban se besaban cada vez que tenían la oportunidad, hasta que poco a poco se fueron acercando al Palacio. Cuando entraron a la zona residencial, Neykis decidió que lo mejor era detenerse, continuarían su viaje solas, para no poner en riesgo la vida de su enamorado. Jonathan pretendía llevarla hasta la misma habitación si fuera preciso, pero no, no lo hizo, solo porque la princesa no lo permitió. Un último beso de despedida, y Neykis y la doncella se apresuraron en llegar al Palacio. Subir a la habitación era un problema mayor, no es lo mismo bajar a favor de la gravedad, que ir en contra, sobre todo, para tales féminas. Tendrían que sujetarse bien para lograrlo. La primera en intentarlo y que lo logró, aunque pasando cierto trabajo, fue Neykis, y después se lanzó la doncella hacia el esfuerzo, y pasó mucho más trabajo, pero con la fuerza de voluntad, con lo que le esperaba si no lo lograba, y con la ayuda de las manos de Neykis, cumplió la difícil tarea.

En cuanto estuvieron en la habitación, la doncella que había dormido algo en la casa de Norman, quiso que le contara detalles de la intimidad, se estaban haciendo amigas, pero Neykis dijo que tenía mucho sueño, después le contaba lo que había pasado, que era más de lo que podía esperar. Y así se acostaron ambas. El sueño fue tan profundo que tanto el padre como la madre de Neykis sintieron preocupación cuando vieron el sol estaba que rajaba piedras y su hija no se levantaba. La reina entró a la habitación, y la vio completamente dormida, aunque no vio a la doncella que hacía poco se había levantado conociendo sus deberes y ya estaba lista, le había dado tiempo incluso asearse para evitar ser sorprendida por la reina Sofía o por el propio Arthur. No había manera de tener sospechas contra ella, pero era algo raro que a esa hora su hija estuviera durmiendo ¡Será que la noticia de que se va a casar con Doss la ha vuelto más pausada! Era lo que decía Arthur, algo que la reina consentía tan bien, para no poner en duda lo que decía su esposo, pero que no se tragaba.

Neykis se vino a levantar cuando era la hora de almorzar, se aseó rápidamente y salió a compartir con su familia en la mesa real. Todos en el salón la miraban, los padres se sentían preocupados, la muchacha cantaba y sonreía, como si hubiese olvidado lo del día anterior —buenos días Pa.; buenos días Ma. — Y su respectivo beso para cada uno. El rey le dijo a la reina—ya ves como son los jóvenes, hoy lloran y patalean por algo que no les gusta, mañana, aun cuando lo que no les gusta se mantiene te sonríen como si nada hubiera ocurrido—. La reina volvió a asentir, pero no se rodaba mucho la actitud de su hija, había gato encerrado.

Aconteció que llegó otra noche, y volvieron a encontrarse Jonathan y Neykis, y conversaron y se besaron como los dos enamorados más grandes del mundo, mientras la doncella esperaba durmiendo en la casa de Norman, o escuchando historias del más experimentado de los cazadores, historias de vampiros, de dragones, de serpientes, claro, eran ficticias, también le contaba de sus hazañas, de cómo había matado un waik, algo que en Frostest nadie había hecho, o de cómo cazaba terribles fieras. Aquellas historias y hazañas eran lo suficientemente profundas como para no pegar un ojo en toda la noche.

Los enamorados por su parte seguían su romanticismo, hasta que a la cuarta noche, la cosa fue más allá, caminando se adentraron a ver unos caballos a un establo, que estaba alejado de la casa de los dueños, donde se decía criaban bestias tan buenas como las del establo real. Jonathan y Neykis entraron allí con la mayor sutileza posible, sin hacer el mínimo de ruido, y se pusieron a pasarles las manos a algunos potros, los cuales estaban alumbrados por las luces de antorchas. De momento Jonathan y Neykis, con la irregularidad de las luces, se quedaron mirando el uno al otro, una mirada más penetrante que cualquier otra, ella tenía una cara muy distinta, mucho más sensual a la que había mantenido hasta allí, era como que estaba dispuesta a llegar a la cima con el joven cazador, del cual se encontraba perdidamente enamorada.

Su sensualidad fue suficiente para que sonaran las campanas, él sabía qué estaba transmitiendo aquello, ella quería hacer el amor sin que se lo hubiese dicho verbalmente. Inmediatamente se acercó mucho más a la princesa y solo se pudo escuchar de ambas bocas el sollozo — te amo—.

Los dos enamorados soplaron las antorchas y se adentraron a un pajar donde reinaba la oscuridad. Fue aquel lugar el que los vio hacer el amor por primera vez, sería su testigo para toda la vida, en ese lugar ella se convirtió en una mujer completamente, y se hizo más feliz que lo que había sido hasta ahí, sintió con todas sus fuerzas que ese amor era puro, y él sentía en sus grandes deseos la felicidad de ser correspondido, sus cuerpos se convirtieron en uno, sus almas también.

Después de hacer el amor se quedaron completamente dormidos sin proponérselo. Despertaron cuando el sol estaba radiante, porque ni la doncella ni Norman que salieron a buscarlos, los habían podido encontrar. Estaba toda la zona llena de soldados, no sabía la gente por qué, pero Norman y la doncella no eran tontos. Cuando Jonathan y Neykis salieron ciertamente asustados del establo, el cual ya se encontraba vacío, y ni siquiera los habían notado allí, fueron sorprendidos por la Escolta Real, que andaba desesperada buscando a Neykis. A Jonathan no lo trataron de una manera agradable, lo amarraron, y lo hicieron ir a una velocidad inadecuada detrás de un caballo hasta el Palacio, la princesa gritaba enfurecida en el corcel en el que se trasladaba, pero los guardias por primera vez no le hacían caso, traían órdenes expresas del rey.

Cuando llegaron al Palacio, el monarca los estaba esperando, muy indignado, dispuesto a arrancarle la cabeza a mordidas a una serpiente venenosa, a su hija nadie se la podía tocar, mucho menos un cazador creyente, el presentimiento que él había tenido cuando descubrió que su hija no estaba lo acababa de confirmar con sus soldados.

—Hiciste una acción buena y te quise premiar, haces una mala y te castigaré, deshonrar a la princesa se paga con la muerte—fueron las palabras del soberano al detenido—.

La princesa al escuchar aquellas palabras dio un grito — ¡Noooooo!— Y se puso algo revoltosa, pero la sujetaron. Al joven lo condujeron hasta un calabozo para esperar de manera directa, sin la celebración de juicio alguno, la pena capital, que de seguro sería en la horca, no por los próximos días, ya que en espera de la boda de Neykis con Doss, el rey Arthur había perdonado la vida de todos los condenados a muerte, no sería lo más prudente que el joven muriera antes de la celebración de la boda, así que le quedarían algunas semanas de vida a lo sumo. Para Arthur como para cualquier padre, una hija es sagrada, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, lo que diferenciaba a Arthur de la mayoría de los padres era el poder, que podía actuar incluso por encima de la ley, ¿pero quién dice que por estar de mutuo acuerdo con una mujer, por eterno y entero amor se merece la muerte? A veces los que tienen el poder se ciegan.

Después el rey decidió darle un gran sermón de regaños y consejos a su hija, porque ella era tan culpable como Jonathan, ya que no había sido secuestrada, sino que se había dejado llevar por los impulsos de un amor juvenil. El rey le habló en un fuerte tono, esperando que la misma recapacitara, y la interrogó tratando de adivinar si había estado con él en la intimidad o solo habían conversado, pero la muchacha en ningún momento dijo algo que pudiera empeorar la situación de Jonathan, porque le podría costar la vida en cuestión de segundos si el rey confirmaba que habían tenido relaciones y que habían sido maravillosas, lo cual hacía más profundo el amor de Neykis y no se lo iba dejar arrebatar tan fácil. De hecho, estaba claro que Neykis no se iba a quedar de brazos cruzados viendo como subían a la horca a su amado, solo por culpa de estar enamorado perdidamente de la hija del monarca de la ciudad de Frostest, pero resulta que la hija también estaba enamorada perdidamente del joven, e iría contra vientos y mareas para lograr liberarlo, tendría que idear algo que le ayudara.

Por su parte la doncella no corrió menos peligro que el que corría Jonathan al desobedecer la voluntad del monarca, fue hecha prisionera, aunque no con la amenaza de muerte, sino de recibir una condena en un tribunal de justicia. La princesa quiso ayudarla, pero en el momento en que se encontraba era imposible hacer esto, pues no las tenía todas con su padre. La cara de la joven ayudante de Neykis al ser arrestada, dejaba claramente lo arrepentida que se encontraba de haber participado en cada uno de los actos que en aquel reino eran considerados ilícitos, y en los interrogatorios que recibió para salvar su vida no tuvo otra alternativa que decir cada detalle que conocía, sin omitir nada. Por suerte para Jonathan, la joven no conocía de las cuestiones que habían transcurrido entre el joven y la princesa, por lo que no podría asegurar si esta había dejado de ser virgen o no. Para sustituirla el monarca nombró dos nuevas doncellas que estarían pegadas casi todo el tiempo a la princesa, de forma tal que si ella hacía un movimiento extraño, la otra podría avisar. Y la que intentara defraudarlo, no tendría la misma suerte que la anterior, y sería llevada a la horca.

Mientras se encerraba a una doncella y se nombraban dos sustitutas, la princesa se retiraba a su habitación y se ponía en función de pensar que podría hacer para salvar a su amor de la muerte. Ahora no contaría con el apoyo de una fiel doncella, más bien suponía que le pondrían dos perros guardianes a su lado que la limitarían bastante. Se acostó en la cama, no dejó de llorar por un largo rato, se ahogaba en un mar de lágrimas en su soledad, pero buscaba la alternativa más práctica, y al parecer, su fuerza de voluntad fue tan grande, que a su mente le llegó algo importante, que le cambió el rostro de un instante a otro. Luego conoció cual era la actitud de sus nuevas compañeras, pero estas no eran un impedimento para sus planes. El rey no era tonto, había prohibido a los guardias que custodiaban el calabozo dejar acercar a su hija para que se viera con el cazador, por ninguna circunstancia lo podían permitir, y los guardias sí que no iban a querer problemas con Arthur no vaya a ser que acompañaran a Jonathan en la horca, ellos tenían hijos que atender y mujeres que complacer, para incumplir con lo que les tocaba hacer; por su parte no habría problemas en que el cazador fuera asfixiado, y que ella no lo viera más, no les importaba en lo más mínimo. Si alguien estaba interesado en que se salvara el pellejo del joven cazador, iba a tener que inventar algo muy bueno para lograrlo, porque sería bastante difícil que el rey aceptara liberar de la pena de muerte a quien supuestamente había dañado la honra de su hija, aun sin saber que había llegado mucho más profundo.

Con sus nuevas compañeras en el interior de la habitación, la princesa sabía muy bien qué hacer, solicitó una copa de vino que quería beber, y una de las doncellas tocó la cuerda que hacía sonar la campana para los servicios, y cuando llegó la sirvienta, la solicitaron. Se puso a beber, sin perderse de la vista de las espías ni un segundo, no tenía intensiones de intentar comprarlas ni sobornarlas, porque estas no parecían dóciles, de seguro habían sido amenazadas con la muerte, y cuando esto sucede, no hay nada que pueda comprarles. Pero su plan no las tenía previstas a ellas. La copa de vino cayó al suelo, y la princesa se resbaló, por suerte la cortada que se hizo en la mano izquierda a penas fue superficial, avisaron para que médicos y enfermeras vinieran a la habitación, pero la joven no quiso, decidió ir por su propia cuenta a la enfermería. En este lugar se mostró rebelde, no quiso que las doncellas le acompañaran, para que no la vieran mientras gemía, así que solo la enfermera podría gozar de tal privilegio, y cuando esta se descuidó, tomó y guardó en uno de sus atuendos algunos somníferos y alucinógenos que había en el botiquín. Después de ser curada, llegaron al lugar el rey y la reina, y le preguntaron cómo se sentía— no ha sido nada—, contestó la joven batalladora. Regresó a la habitación. A los somníferos les dio buen uso, porque las guardianas que tenía no pudieron resistirse por la noche al ofrecimiento de una copa de vino, y dentro de la misma, había un par de tabletas diluidas, lo que les provocó un sueño repentino, que no las dejaría levantarse hasta el amanecer. Luego tuvo que hacer lo propio con los dos centinelas que tenía delante de la habitación.

El plan consistía en llevarles una merienda que estuviera preparada para dormir a los guardias, a cambio de que le permitieran ver a Jonathan, como los mismos tenían órdenes precisas no iban a arriesgar la vida por una merienda, así que no dejarían entrar a la princesa, por lo que ella se las regalaría y desistiría, luego se la comían sin compromiso y caían dormidos en pocos minutos. Si todo salía a la perfección Jonathan estaría lejos del Palacio en breve. Cuando llegó la hora justa, la princesa se dirigió hasta el sótano que era donde estaban las celdas. Luego le dijo a los guardias que les traía merienda, que quería ver a Jonathan, ellos se negaron a aceptarla, les insistió, como no cedieron les dejó la misma para que se la comieran, estos aceptaron el regalo esperando que su alteza se fuera para devorarla, y a los pocos minutos estaban más dormidos que un agujero negro. Los dos soldados habían quedado sobre el suelo, las puertas estaban vacías.

La princesa de inmediato tomó las llaves y buscó la celda en la que se encontraba su enamorado, al verla el joven cazador se iluminó — ¿qué haces aquí?— le preguntó sorprendido. Se tomaron las manos a través de los barrotes y ella le preguntó: — ¿No es evidente lo que hago aquí? — por lo que se puso a probar cada llave para tratar de abrir la puerta, hasta que después de varios intentos logró acertar. Mientras tanto los demás detenidos observaron el acto, y aun con el conocimiento de que era la princesa, le pedían que los liberara. Pero por supuesto, esto no lo iba a hacer de esa forma. Luego de sacar a Jonathan, escuchó la voz de la doncella, que le decía —perdóname—, la observó por encima del hombro derecho, estaba en una celda con otras mujeres, no le dijo nada, se retiró porque el tiempo apremiaba. Cuando llegaron a la habitación, Jonathan observó sorprendido a los dos centinelas durmiendo, y luego a las doncellas en el interior, y supo de lo que era capaz su amada, precisamente debido a lo que sentía por él. En el interior quería que el tiempo se detuviera, la besó agitadamente, pero no podía detenerse, tendría que salir de inmediato de la ciudad.

—¡Te amo Neykis, te amo, quiero que sepas que siempre lo haré, y que nunca, nunca te olvidaré, espero poder encontrarte de nuevo algún día!

—Esperemos que así sea.

Algo extrañado, frunciendo el ceño preguntó:

—¿Y a propósito, qué sucedió con los guardias?

Ella sonrió.

—Nada malo, solo los dormí.

La princesa con anterioridad había ordenado a los soldados que la acompañaron hasta cerca de la casa de Jonathan la primera noche, que tuvieran un caballo de buen brío listo en la parte de abajo de su habitación y lo custodiaran alegando cualquier cosa, porque ella lo iba a utilizar cerca de la medianoche, no era tal hora, pero si la suficiente para que Jonathan se marchara lo antes posible, no solo del Palacio, sino de la ciudad. Él como cazador que era, conocía otra salida diferente a la puerta de entrada, la que estaba custodiada por una decena de soldados. El joven se retiró encapuchado y custodiado por los dos militares hasta los barrios marginales, donde no había efectivos a las altas horas de la noche.

El problema fue en Palacio, después, cerca de la media noche, cuando el relevo se disponía a intercambiar puestos con los guardias que debían custodiar las celdas y se los encontró netamente dormidos, el jefe les dio un par de galletas y no se despertaban, les tuvo que echar un cubo de agua encima para que por fin pudieran despertarse. Pero ese no fue el mayor problema, el mayor problema fue cuando se dirigieron a la celda de Jonathan y notaron que no estaba, se había escapado. Enseguida se dio la alarma, el rey fue notificado, sin derecho a defensa, los dos soldados responsables de la custodia fueron encarcelados donde había estado el fugitivo. El mismísimo monarca bajó a comprobar con sus propios ojos lo sucedido. Ordenó hacer una revisión de arriba abajo en el Palacio, y donde primero orientó a los soldados que buscaran fue en la habitación de Neykis.

Cumpliendo órdenes del rey, un grupo de soldados se dirigió hasta la habitación de la princesa, comprobaron que los dos centinelas estaban en la puerta dormidos, y al tocar la misma, que la princesa desde adentro les autorizó que abrieran, observaron en el suelo a las dos doncellas, miraron alrededor de la habitación, pero no revisaron, porque necesitaban el consentimiento de su alteza.

—Si mi padre quiere revisar mi habitación, que venga él mismo.

Los soldados se tuvieron que retirar, no podían pasar por encima de la princesa porque en su habitación era una reina, y siguieron revisando en las demás, uno fue y alertó al rey de lo que había sucedido, que la princesa no solo había dormido a los soldados del sótano, sino a los centinelas de delante de su puerta y que las doncellas no eran sus cómplices, sino que estaban dormidas; además no les dejaba revisar en la habitación. Por lo que su majestad en persona como ha de ser fue hasta donde estaba su hija, penetró al interior de su alcoba, y con sus soldados buscó pero no encontró nada, mientras la mirada placentera de la misma lo observaba.

—¡Neykis, contéstame! ¿Por qué dormiste a los guardias y las doncellas?

—¿Qué yo los dormí?

—¡Sí los dormiste!

En ese instante al rey se le subieron las energías negativas para la cabeza, y abofeteó a su hija en la mejilla izquierda con la mano derecha. La princesa se puso las manos en la cara para aliviarse el dolor.

—¿Por qué haces esto?—preguntó llorando.

—Por tu malacrianza—contestó el rey aún alterado.

El rey intentó darle una segunda bofetada a su hija, pero la reina se metió en el medio.

—¡No le pegues más a la niña o me tendrás que pegar a mí!

—¡Tú eres su cómplice! —exclamó el rey vociferando.

—¡Yo no soy su cómplice, soy su madre! —respondió la reina en el mismo tono— Si ella lo ama ¡No podemos prohibírselo!

—¡Ya está decidido, se casará con Doss, entiendan!

La princesa aun lloriqueando, y bastante enfadada también, le dijo a su padre:

—¡No me puedo casar con él, porque Jonathan me hizo mujer!

El silencio irrumpió en aquella habitación, todos miraban a la princesa como la actriz principal de aquel escenario, reina y rey confirmaban lo que ya se imaginaban, pero algo que no esperaban escuchar tan crudamente de su hija. La reina se sentía orgullosa de la muchacha, el rey se sentía con el corazón destrozado, así después de mirarla unos segundos, se marchó hacia su habitación sin decir nada más, los soldados salieron con él mientras su majestad la reina Sofía se quedó consolando a su hija, pasándole la mano por el cabello y dándole algunos besitos de madre. Para la reina lo importante era que su hija fuera feliz, no le importaba con quien se comprometiera, y no era Jonathan quien la estaba haciendo infeliz, era su padre. Pero ella estaba allí para apoyarla en todo lo que fuera posible. No podía ponerse en contra del rey, porque era su esposo y lo amaba, pero podía ayudar a que las relaciones entre este y su hija no fueran tan tensas.

Por su parte Jonathan estaba condenado a una vida fuera de las murallas, en el bosque, donde tendría que luchar contra toda clase de males, pero a él eso no lo intimidaba en lo más mínimo, había vivido gran parte de su vida de la caza en ese bosque, y podría vivir el resto de ella si fuera necesario. El fracaso que había tenido con Neykis le dolía bastante, porque ahora no sabía si la volvería a ver, quizás ella se casara con Doss y se olvidara de él, en cambio él no la podría olvidar jamás. Estaría allí al acecho, esperando cualquier oportunidad. Pero tenía las manos atadas, no podía luchar contra Arthur, no podía hacerle ningún mal, no porque fuera el rey, sino porque era el padre de su amada, y si le hacía mal, ella nunca sería feliz.

Después de tanto pensar llegó a una casa pequeña que tenía en el centro del bosque, en un coto de caza que empleaban su padre y él para poder sobrevivir, y al que nadie se atrevía a entrar debido a que le temían a algún ataque de fieras míticas. Y no es que la experiencia de ellos dos inmunizara a los demás, nunca se habían topado con nada que les privara la vida, pero unos cuantos que los quisieron imitar no tuvieron la misma suerte, por eso, en estos tiempos nadie les seguía, creían que tenían alguna clase de pacto con el diablo.

Desde ahora en lo adelante, y no se sabe por qué tiempo, aquel sería el hogar de Jonathan, allí estaría seguro, porque si entraba a la ciudad, podría ser capturado y llevado ante Arthur, esto no le gustaba, pensaba y pensaba para buscar una alternativa, pero no la encontraba. La naturaleza era bella, pero no iba a hacer otra cosa que sufrir tan lejos de la mujer a la que amaba, nunca había sentido por ninguna otra lo que estaba sintiendo, se había enamorado de la princesa del reino, aquella que siempre vio a una altura tan inalcanzable, que nunca le pasó por la mente hacerla suya, pero ahora le pertenecía, y no sabía qué iba a hacer, si todo salía mal, su vida sería despiadada para siempre.

Las crónicas de Jonathan

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