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1 Innovación, hacia una nueva civilización

Cuando los seres humanos afrontan nuevos problemas, tienden a usar su innata creatividad y su capacidad para el diseño con el fin de inventar y hacer realidad algo nuevo; en definitiva, lo que hacen es innovar. Aunque esto siempre haya sido así, estas innovaciones cotidianas adquieren formas sin precedentes, que se dejan sentir con mayor fuerza. Su difusión y carácter resultan de la combinación de dos factores principales: el primero es, lógicamente, la naturaleza de los problemas que tratan en diferentes escalas, incluida la experiencia cotidiana; el segundo es la difusión generalizada de las tecnologías de la comunicación y de la información y su aportación a las organizaciones existentes. En una situación así es probable que, ante cualquier problema, un número creciente de personas vea una oportunidad y encuentre una manera de resolverlo.

Sin embargo, tal vez lo que suceda vaya un poco más allá. Estas personas no solo pueden llegar a superar sus propias dificultades, sino que, con lo que hacen, pueden sentar las bases de una nueva civilización.

La innovación social

“En 2005 en Liuzhou, provincia de Guangxi (China), un grupo de sus habitantes se dieron cuenta de que no tenían acceso a alimentos saludables y seguros en los mercados habituales. Se fueron a las aldeas, a unas dos horas en coche de la ciudad, y vieron que los modelos tradicionales de agricultura sobrevivían aún en el campo, aunque con gran esfuerzo. Con la intención de ayudar a estos agricultores y desarrollar un canal para la distribución de alimentos orgánicos, fundaron una empresa social: una asociación de agricultores que se llama Ainonghui”. (1) Esta historia es una de las muchas recogidas por Fang Zhong para su tesis doctoral sobre servicios colaborativos en China que, por varias razones, me resulta particularmente reveladora: es un caso magnífico de innovación social en el que ciudadanos y agricultores imaginaron y pusieron en práctica una original manera de superar las dificultades y plantear nuevas alternativas (ejemplo 1.1).

Ejemplo 1.1

AINONGHUI, UN CASO DE AGRICULTURA SOSTENIDA POR LA COMUNIDAD, LIUZHOU (CHINA)

Ainonghui es una asociación de Liuzhou, en la provincia de Guangxi (China), que fue fundada por un grupo de agricultores y consumidores urbanos para producir y distribuir alimentos orgánicos. En la práctica se trata de una aplicación china de la idea de agricultura sostenida por la comunidad. “En la actualidad, además de la producción y la distribución de alimentos, la asociación Ainonghui gestiona cuatro restaurantes y una tienda comunitaria de comida orgánica. Con la venta de estos alimentos de origen local a la gente de la ciudad, difunden también lo que es la agricultura tradicional y orgánica y promueven un estilo de vida urbano sostenible. Gracias a Ainonghui y a los vínculos directos que ha creado entre la ciudad y los agricultores, los ingresos de estos últimos permiten sostener la agricultura de siempre y contribuyen a que puedan llevar una vida mejor y más respetable. Es más, varios agricultores han regresado al campo para unirse a la red de alimentos orgánicos”. (2) El interés de este ejemplo reside en la relación sin precedentes que se establece entre agricultores arraigados en su pueblo, que ponen en práctica sus conocimientos y su experiencia tradicional, y ciudadanos urbanos expuestos a las ideas que circulan en las redes globales y dotados de una particular capacidad para el diseño y para el emprendimiento. Al reconocer la naturaleza complementaria de sus motivaciones y capacidades, ambos grupos han sido capaces de cerrar la brecha cultural y superar mutuos prejuicios para generar una solución que, de lo contrario, no habría sido posible.

Pero, en mi opinión, este caso es también mucho más: es un ejemplo de que son posibles otra forma de producción y otro modelo económico. Su método, que parte de la idea de crear vínculos directos entre la producción (en este caso, la agricultura) y el consumo, implica la presencia de alguien conectado a escala local, pero abierto al flujo global de personas e ideas (que convierte esta iniciativa en un sistema distribuido de producción). (3) Este modelo opera en el marco de una nueva economía social que permite la coexistencia de diferentes economías y en el que “todos salen ganando”, (4) tanto la gente de la ciudad que dió el primer paso (y que ahora tiene la comida sana y con garantías que quería) como los agricultores involucrados en el proyecto.

Ainonghui es un excelente ejemplo del creciente número de iniciativas internacionales en el campo de los productos frescos, sanos y orgánicos y de sus vínculos con la agricultura, que van desde los mercados de los agricultores a las cooperativas de alimentos, a los alimentos de kilómetro cero y a la agricultura apoyada por la comunidad. Como ya hemos observado en relación a Ainonghui, lo que proponen todas estas experiencias no es solo una nueva forma de alimentación, sino otra manera de producir, otra relación entre la producción y el consumo, y, en definitiva, entre las ciudades y el campo que las rodea.

Cuando indagamos en busca de iniciativas parecidas, nos encontramos con una gran diversidad de casos interesantes: grupos de familias que deciden compartir algunos servicios para reducir los costes económicos y ambientales, pero también para crear nuevas formas de vecindad (como la covivienda y otras alternativas para compartir y ayudarse mututamente dentro de un bloque de viviendas o de un barrio); nuevas formas de interacción y trueque (desde simples iniciativas de intercambio hasta bancos de tiempo o la creación de una moneda local); servicios en los que los jóvenes y los ancianos se ayudan unos a otros y con los que promueven una nueva idea de bienestar (servicios sociales participativos); jardines vecinales creados y gestionados por los ciudadanos que mejoran la calidad de la ciudad y del tejido social (jardines de guerrilla, huertos comunitarios, tejados verdes); sistemas de movilidad alternativos a los coches particulares (coche compartido, redescubrir las posibilidades que ofrecen las bicicletas); nuevos modelos de producción con recursos y comunidades locales comprometidas (empresas sociales); o comercio justo y directo entre productores y consumidores (iniciativas de comercio justo).

La primera y más evidente característica de estas propuestas es que emergen de la recombinación creativa de los activos ya existentes (desde el capital social al patrimonio histórico, desde la artesanía tradicional a la tecnología avanzada y accesible) y cuyo objetivo consiste en alcanzar metas socialmente reconocidas pero de una manera completamente nueva. Este rasgo común también proporciona una primera definición de lo que es la innovación social y de por qué ha surgido.

Ideas que sirven para cumplir objetivos sociales (5)

“Definimos las innovaciones sociales como ideas (nuevos productos, servicios y modelos) que satisfacen las necesidades sociales y crean nuevas relaciones o formas de colaboración. En otras palabras, se trata de innovaciones que mejoran la capacidad de la sociedad para su funcionamiento”. (6) A partir de esta definición, damos por sentado que, en la actualidad y por diversas razones, se ha generalizado la práctica de la innovación social, que ha existido siempre, y ha asumido características sin precedentes: por un lado, las tecnologías de la información y la comunicación se han extendido del mismo modo que las prácticas sociales que las hacen posibles; por otro, un número creciente de personas en diferentes contextos, por diversas razones, han sentido la necesidad de reinventar sus vidas. Este es el quid de la cuestión: en muchos países occidentales (tradicionalmente ricos) la actual crisis económica ha forzado a un número creciente de personas a aprender a vivir, y si es posible, a vivir mejor, al tiempo que reducen su consumo y redefinen sus ideas sobre el bienestar (y el trabajo). De forma simultánea, la mayoría de la gente en las economías de rápido crecimiento se ve empujada a cambiar velozmente sus contextos socioeconómicos tradicionales por otros nuevos, a los que nos referiremos como contextos “modernos”: (7) todos ellos se sienten obligados a redefinir radicalmente la forma en que viven y sus ideas de bienestar.

En esta situación, millones de personas se ven forzadas por la pobreza, las guerras y los desastres ambientales a dejar sus aldeas y partir a las ciudades (aunque sería más correcto decir que tienen que dejar sus pueblos por suburbios, chabolas o favelas según cada zona) y a dejar su país de origen por otros (donde esperan encontrar una vida mejor y más segura). Todas estas dificultades representan desafíos para la sociedad en su conjunto y para las instituciones y organismos políticos, a cualquier escala, ya sea local o global. Cada una de ellas supone un inmenso problema social cuya solución no puede hallarse en los modelos económicos tradicionales ni en las iniciativas planteadas desde arriba (a pesar de que se necesitan de manera urgente). Las ONGs y otras asociaciones de la sociedad civil deben cumplir su papel, y lo que es más importante, los individuos, las familias y las comunidades tienen que participar de forma activa y cooperativa en estos procesos. Es ahí donde la innovación social puede ser útil. Por supuesto, la forma en que esto suceda es una incógnita, pero no hay duda de que, en todas partes y cada día más, millones de personas se ven obligadas a cambiar algo en su forma de vivir (y más que eso, en su forma de pensar y en su idea de bienestar). En tal contexto, la innovación social interviene como un potente y poderoso agente transformador en todo el sistema socio-técnico.

Soluciones a problemas insolubles

En los últimos años, la innovación social ha pasado de ser algo secundario a colocarse en el núcleo de la agenda política de muchos gobiernos y, de forma general, ha centrado los debates públicos. (8) Ello nos lleva a preguntarnos por qué ha sucedido así, del modo en que lo ha hecho.

Quizá, la primera respuesta a esta pregunta sea muy simple: la innovación social contribuye a la solución de problemas que hasta entonces parecían muy difíciles o, incluso, inabordables. “La razón principal”, escriben Murray, Caulier-Grice y Mulgan, “es que las estructuras y las políticas hasta ahora existentes eran incapaces de atajar algunos de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo”. (9) Se refieren a asuntos tales como las epidemias provocadas por enfermedades crónicas, la creciente desigualdad, las sociedades envejecidas o los problemas de cohesión social en las sociedades multiculturales. Mulgan y sus colegas se refieren a ellos como problemas sociales inabordables, problemas para los que “las herramientas clásicas de las políticas estatales, por un lado, y las soluciones del mercado, por otro, se han mostrado claramente insuficientes”. (10) Sin embargo, la innovación social adquiere su verdadera relevancia al afrontar estas dificultades porque, como era de prever, señala maneras viables de afrontarlas con soluciones que rompen con los modelos económicos tradicionales y proponen otros nuevos, con las diversas motivaciones y expectativas de los actores implicados.

Estos nuevos y complejos modelos de organización desafían las tendencias tradicionales y van mucho más allá de las dicotomías convencionales entre lo público y lo privado, entre lo local y lo global, entre el consumidor y el productor o entre la necesidad y el deseo. Las soluciones que proponen son modelos que difuminan esas polaridades. Son, a un tiempo, locales (porque están enraizadas en un sitio) y globales (porque están conectadas internacionalmente con otros modelos similares), de forma que los papeles de productor y usuario tienden a solaparse (porque se inclinan por la participación activa); las motivaciones y los deseos personales tienden a coincidir con las necesidades en la medida que la gente participa porque quiere, pero también porque lo necesita. En concreto, por lo que respecta a esta polaridad, cambia el peso relativo de los deseos y las necesidades según el lugar y el momento. (11) Sin embargo, en todos los casos observados, las innovaciones sociales parecen tener lugar solo si hay al mismo tiempo necesidad y voluntad de hacer algo (esto es, una apropiada combinación de deseos y necesidades).

Una forma (radicalmente) distinta de hacer las cosas

Hemos visto que, en términos prácticos, lo que estas innovaciones sociales hacen es recombinar recursos y capacidades que ya existían para crear funciones y significados nuevos. Al hacerlo, introducen formas de pensamiento y estrategias para la solución de problemas que suponen discontinuidades con lo que ha sido la tendencia dominante, por ejemplo, de los modos de pensar y de hacer que se consideraban “normales” y que se aplicaban habitualmente en el contexto socio-técnico en que operaban (véase recuadro 1.1)

Por ejemplo, ante el problema generalizado de una población cada vez más envejecida, cabría preguntarse: “¿cómo podemos cuidar de todas estas personas mayores?”. En las sociedades industriales maduras y en los sectores más globalizados de las emergentes, es decir, en las sociedades avanzadas, la respuesta más habitual es que hace falta “crear servicios sociales profesionales dedicados a este asunto”. Sin embargo, la propuesta radicalmente innovadora sería otra: “Consideremos a los ancianos no solo como un problema, sino también como posibles agentes para su solución; apoyemos sus capacidades y su voluntad para participar activamente y optimizar el uso de sus redes sociales”. Este revolucionario primer paso que consiste en considerar a los ancianos no solo por lo que necesitan, sino también por lo que son capaces de hacer y por lo que están dispuestos a hacer, ha llevado a un relevante número de invenciones y mejoras; estas iniciativas van desde los círculos de atención y covivienda para ancianos (donde las personas de edad avanzada reciben apoyo en diferentes formas de ayuda mutua) a la simbiosis efectiva entre los mayores y los jóvenes (como en el caso del “alojamiento de estudiantes”, en el que los ancianos que viven en casas grandes ofrecen un espacio a estudiantes que están dispuestos a ayudarles), (12) hasta otros diversos modelos de viviendas intergeneracionales en las que residentes de diferentes edades llegan a acuerdos para ayudarse unos a otros.

Recuadro 1.1

Discontinuidades locales

¿Qué significa crear una discontinuidad en la actual forma de ser y de hacer? En términos generales, significa crear algo que rompe la rutina, proponer formas de comportamiento radicalmente nuevas. Sin embargo, cuando se trata de innovación social, ¿qué significa “radicalmente nuevo”? La primera y obvia respuesta es que no se puede definir en términos generales, porque una misma idea y una misma organización no son igual de novedosas en contextos diferentes. Por ejemplo, la ayuda mutua entre vecinos es la tendencia dominante en un pueblo de Rajastán, en la India, donde forma parte de la tradición, pero puede resultar algo nunca visto en un barrio de clase media en Londres o Milán. Que un agricultor venda sus productos en un mercado africano no es otra cosa que una expresión “normal” de la agricultura y la alimentación del sistema local, mientras que los agricultores que hacen lo mismo con sus frutas y verduras en el mercado de la Union Square Farmers de Nueva York representan una innovación radical en comparación con los sistemas alimentarios y agrícolas que son costumbre en los Estados Unidos.

Como estos ejemplos indican, determinar lo qué es “radicalmente nuevo” en estas organizaciones depende, en buena medida, de cada contexto. En otras palabras, la creación de una organización participativa basada en la ayuda mutua en Londres y Milán es algo innovador, a pesar de que pueda parecerse en muchos aspectos a lo que normalmente sucede en un pueblo de Rajastán. Lo mismo puede decirse del mercado de la Union Square de Nueva York en comparación con otro parecido de una aldea africana.

Consideramos estos casos de innovación radical porque, ante un problema que parece muy difícil (cuando no irresoluble) desde un punto de vista convencional, proponen un análisis alternativo (en este caso, al reconocer que la gente mayor no son solo personas con dificultades y necesidades y que, en las condiciones oportunas, muchos de ellos pueden participar activamente en la solución de sus propios problemas y de los de sus iguales). Una vez que se logra este cambio de perspectiva, aparecen soluciones viables junto a resultados positivos imprevistos. En realidad, al igual que todas las innovaciones radicales, estos ejemplos no solo indican una nueva estrategia para resolver un problema concreto, sino que reformulan el problema en sí mismo, lo que conduce a resultados diferentes. En otras palabras, al responder a ciertas preguntas, las innovaciones radicales proporcionan respuestas que alteran esas mismas preguntas.

La economía social en la práctica

Observamos que en el modelo económico donde se construyen estas innovaciones convergen intereses societarios y ambientales. Un estudio atento de estos modelos permite verlos como expresión de una economía emergente, una economía social donde, como señala Robin Murray, el mercado, el Estado y la economía subvencionada coexisten junto con la ayuda mutua, la autoayuda, el trueque, la beneficencia y otras actividades sin ánimo de lucro (que Murray incluye como parte de la economía doméstica). (13) Murray escribe: “la defino como una ‘economía social’ porque combina características muy diferentes de la economía basada en la producción y el consumo de productos. Entre sus aspectos más peculiares destacan: el uso intensivo de redes de distribución para sostener y gestionar las relaciones con el apoyo de la banda ancha, la telefonía móvil y otros medios de comunicación; la existencia de fronteras confusas entre producción y consumo; el énfasis en la colaboración y en interacciones repetidas, en el cuidado y el mantenimiento antes que en el consumo aislado; y un fuerte papel de los valores y las misiones”. (14)

En definitiva, a pesar de que no constituya el pensamiento dominante en varios países, sobre todo en aquellos donde la crisis actual tiene un mayor impacto, la innovación social provoca un creciente interés por los nuevos modelos sociales y económicos en que se basan sus resultados. En otras palabras, es “un claro reconocimiento de que las sociedades necesitan probar y difundir programas capaces de ofrecer alternativas por menos dinero para paliar lo peor de la recesión”. (15)

No tengo dudas de que la esperanza de “proporcionar resultados por menos dinero” ha sido el principal motor para que la innovación social forme parte de la agenda política de ciertos gobiernos, tanto para lo bueno como para lo malo. El aspecto positivo es que, política y socialmente, esa motivación toca temas sensibles y puede impulsar el interés público por todo aquello que es capaz de hacer la innovación social. Pero por otro lado, existe el riesgo de que esa innovación social se convierta en el rostro amable de un programa de recortes en los presupuestos sociales públicos (con la excusa de que la sociedad civil debe hacerse cargo de servicios que antes eran responsabilidad del estado de bienestar). (16) En mi opinión, esta es una visión negativa basada en una interpretación errónea de lo que supone la innovación social y de cómo funcionan las organizaciones participativas.

A mi juicio, en el intento de hacer frente a los problemas aparentemente insolubles que estamos considerando, este tipo de innovación podría conducir a una nueva generación de servicios sociales que se fundamentan en un pacto renovado entre los ciudadanos y el Estado. Desde esta perspectiva, el Estado, lejos de reducir al mínimo su presencia, se convierte en un socio activo e influyente junto con los ciudadanos y las empresas sociales. (17) Esta última idea nos lleva a entablar una discusión sobre esos asuntos irresolubles pero relativamente localizados con una perspectiva más amplia. En realidad, los problemas que dan impulso a la innovación social y que ésta contribuye a resolver, en mi opinión, son aún mayores que los que hemos señalado; suponen una crisis de las principales ideas acerca del bienestar, del trabajo y de un modelo de producción que no solo pide soluciones específicas sino que clama por una civilización, previsiblemente, más sabia.

Sistemas socio-técnicos e innovación

Antes de continuar, debemos llamar la atención sobre un aspecto teórico. Dado que no existen sociedades humanas sin tecnología, cualquier cambio que afecte a estas sociedades es, al mismo tiempo, un cambio social y técnico, por lo que referirse a la innovación social sin más es una simplificación. Para ser más precisos, deberíamos hablar en tales casos de una innovación en el sistema socio-técnico desencadenada por un cambio social. Con ello quiero decir que la introducción de una forma social que utiliza las tecnologías existentes, pero que las usa y las combina de otro modo, cambia de manera efectiva el sistema técnico.

Hasta ahora era lógico hablar de la innovación social en términos quizá simples porque nos ha servido para poner de relieve la existencia de una transformación impulsada por esa innovación cuando, durante todo un siglo, el único motor de cambio digno de consideración ha sido el factor técnico (o mejor dicho, el factor tecno-científico). Pero esa visión unilateral ha dejado de tener sentido: las pruebas que tenemos ante nosotros muestran que la innovación en el sistema socio-técnico no viene solo desde el lado tecnológico, sino que lo hace por un impulso social y cultural de gran envergadura. Sin embargo, una vez dicho esto (y una vez justificada, la simplificación que lleva a diferenciar la tecnología de la innovación social), debemos dibujar de inmediato una imagen más compleja: por razones que veremos más adelante, en un área creciente de la innovación es muy difícil, si no imposible, hacer tal separación.

El asunto es el siguiente: cuanto más penetran los sistemas técnicos en la sociedad (es decir, cuanto mayor alcance tengan y más difusa sea la interconexión entre la tecnología y la sociedad), más rápido y más intenso será su impacto en los sistemas sociales en los que operan. Además (y esto es lo que más nos interesa), cuanta más gente quede expuesta a estas tecnologías, mayor será la oportunidad y la capacidad de absorberlas y saber utilizarlas o modificarlas para propósitos que ni los técnicos que inventaron y desarrollaron esos sistemas habrían soñado jamás. Así ha ocurrido con las tecnologías de la información y de la comunicación que, al sufrir una rápida penetración en la sociedad, han sido “normalizadas” de inmediato y en pocos años han pasado a ser, para muchas personas, la plataforma organizativa de su propia vida. Además, mucha gente ha sido capaz de adaptarlas a sus necesidades o ha llegado a inventar usos nuevos e inesperados. Esto se ha hecho tan evidente que hay gran cantidad de productos que se ofrecen ahora al público en una versión todavía incompleta (una “versión beta”) con el fin de recoger las mejoras o las ampliaciones que sugieren los propios usuarios (que se convierten de esta manera en codiseñadores).

De ello se desprende que es cada vez más difícil mantener esa simplificación que nos llevó a distinguir entre innovación técnica y social. En un ámbito cada vez más gobernado por las innovaciones socio-técnicas, la discusión sobre cuál de los dos aspectos (el técnico o el social) dio el primer paso, tiende a parecerse al debate absurdo entre qué fue primero, si la gallina o el huevo.

Sistemas distribuidos y resilientes

Al mismo tiempo que la confluencia de la innovación social con la innovación tecnológica puede ofrecer nuevos modos de resolver problemas concretos, dicha convergencia puede transformar la infraestructura y los sistemas de producción y consumo.

En las últimas décadas, ha surgido, y en algunos casos se ha extendido, una nueva generación de sistemas socio-técnicos a los que en su conjunto podemos referirnos como sistemas distribuidos, que se encuentran divididos en partes separadas aunque conectadas, relativamente autónomas y mutuamente vinculadas dentro de redes más amplias. Chris Ryan, uno de los principales entendidos en esta materia, los define de la siguiente forma: “El modelo distribuido contempla las infraestructuras y los sistemas esenciales de abastecimiento (es decir, el agua, los alimentos y la energía, etc.) situados cerca de los recursos y de los sitios que los demandan. Los sistemas individuales pueden funcionar como unidades separadas y flexibles, pero también como si formaran parte de redes de intercambio incluso mayores (a nivel local, regional o global). En cambio, los servicios que hasta ahora prestaban los grandes sistemas centralizados lo hacían por medio de la capacidad colectiva de varios sistemas más pequeños. Cada uno está adaptado a las necesidades y oportunidades de un sitio concreto, pero con capacidad para transferir recursos a un área más amplia”. (18) Por lo tanto, al permitir este nuevo tipo de relación entre la pequeña y la gran escala, y, por ende, entre lo local y lo global, los sistemas distribuidos desafían la tendencia dominante que era habitual en los modelos de producción y en la infraestructura tecnológica que los caracterizaba. El reconocimiento del potencial de estos sistemas crece gracias a su eficacia tecnológica y al entusiasmo de un número creciente de personas, lo que los hace coherentes con la innovación social que estamos tratando aquí.

Los sistemas distribuidos se apoyan, sin duda, en la innovación tecnológica. Sin embargo, su naturaleza emerge de procesos más complejos e innovadores en los que el aspecto tecnológico no puede verse como algo separado de la dimensión social; mientras que los sistemas centralizados, al menos en principio, podían desarrollarse sin tener en cuenta el tejido social en el que se implantan, tal cosa es imposible cuando la solución tecnológica en cuestión es un sistema distribuido. De hecho, cuanto más disperso es un sistema en red más grande es su interconexión, más conectado está con la sociedad y más consideración merece el aspecto social de la innovación. En otras palabras, en relación a lo que estamos discutiendo, podemos afirmar que ningún sistema distribuido puede implantarse sin la innovación social: las soluciones distribuidas (como la producción a pequeña escala y el uso de recursos renovables, las redes alimentarias localizadas o las microfábricas) solo pueden funcionar si los grupos dedicados a ello deciden adoptarlas y comprometerse en su ejecución. (19)

Si prestamos la debida atención a la forma en que han aparecido y se han propagado estos sistemas distribuidos, veremos que tal cosa ha sucedido en diferentes momentos y por diferentes razones, en distintas oleadas de innovación que convergen de forma gradual.

La primera de ellas, que se convirtió en el soporte técnico para las demás, tuvo lugar cuando los sistemas de información pasaron de su antigua arquitectura jerárquica a otra nueva articulada en red (inteligencia distribuida), lo que trajo consigo cambios radicales en las organizaciones socio-técnicas que la hacían viable. El resultado fue que, conforme estas nuevas formas distribuidas de conocimiento y toma de decisiones se volvieron más comunes, los modelos rígidos y verticales que eran dominantes en la sociedad industrializada comenzaron a diluirse en otros que podríamos denominar fluidos y horizontales. (20) El éxito de esta innovación ha sido tal que hoy en día la arquitectura en red se considera un estado “cuasi-natural” (aunque, como hemos visto, esto no ha sido siempre así: antes de que existieran los ordenadores portátiles e Internet, los sistemas de información se basaban en grandes computadoras centralizadas y, en consecuencia, en una arquitectura jerárquica).

Infraestructura distribuida

La segunda ola de la innovación tiene que ver con los sistemas de energía y afectará al abastecimiento de agua. En lo que se refiere a este sector, la convergencia de las innovaciones lo ha colocado ante una nueva perspectiva: centrales pequeñas, altamente eficientes, sistemas de energía renovable y redes “inteligentes” que los conectan, que han permitido avanzar hacia soluciones no centralizadas (como la generación de energía eléctrica distribuida). Estas soluciones han llegado a desafiar a los sistemas todavía dominantes con sus grandes centrales eléctricas (“estúpidas”, frágiles) y sus redes jerárquicas. Por otra parte, estas alternativas se han convertido en un importante campo de inversión y competencia en esa fuerte tendencia que es la “tecnología verde”. Es razonable pensar que las tecnologías de este tipo tendrán un fuerte impacto y que, finalmente, el sistema energético al completo evolucionará de una manera similar a como lo han hecho los sistemas de información, que han pasado de una arquitectura jerárquica a otra distribuida. (21)

Es más que probable que los sistemas de suministro de agua sigan una trayectoria parecida. De hecho, el cambio climático y el aumento de la demanda de recursos hídricos reclaman un nuevo enfoque en su planificación y gestión. También en este caso, lo que ocurre es un cambio desde sistemas centralizados (que recogen y almacenan el agua de ríos y afluentes para que los usuarios finales la empleen en todo tipo de usos) hacia otros sistemas distribuidos. En estos últimos, el agua dulce quedaría restringida para consumo de alta calidad (como agua potable y otros parecidos), mientras que el resto de necesidades serían satisfechas con el agua recogida a nivel local: agua de lluvia y aguas residuales convenientemente tratadas. Este nuevo sistema para la distribución de los recursos hídricos requiere una planificación específica (denominada diseño urbano con una cuidada gestión del agua) (22) y nuevas actitudes y comportamientos por parte de los ciudadanos.

Redes distribuidas de alimentos

La tercera ola de la innovación a favor de los sistemas distribuidos se refiere a la alimentación y la agricultura. Convergen aquí dos corrientes socio-técnicas innovadoras; una de ellas, impulsada por la inquietud que despierta la dependencia que tiene la agricultura de los productos químicos y del petróleo, y por tanto, preocupada por su fragilidad. Esta tendencia promueve la producción de alimentos locales con el fin de hacer más resiliente el sistema y queda ejemplificada por movimientos como las “ciudades en transición” (23), que surgen para aumentar la autosuficiencia de esas comunidades locales. La segunda corriente se materializa en consideraciones sobre la calidad de los alimentos y de la propia agricultura y está representada por movimientos como Slow Food. (24) En este caso, la principal motivación no fue otra que el deseo de mejorar la “experiencia alimentaria”, vinculada a la “la calidad de la proximidad”, una sensación de calidad que se deriva de la experiencia directa del lugar del que proviene el producto y de quiénes lo producen.

Más allá de esta diferencia en la motivación inicial, las dos corrientes convergen en sus propuestas prácticas e indican soluciones que tienen como objetivo conectar la agricultura y el consumo de alimentos (y, con frecuencia, el turismo de proximidad) como sucede con la alimentación de kilómetro cero y la agricultura sostenida por la comunidad. Hay que añadir que el interés por los sistemas distribuidos de producción de alimentos aumenta rápidamente e influye no solo en considerables minorías, sino también en un creciente número de entidades municipales que ponen en marcha programas específicos y estrategias de renovación urbana. (25)

Fabricación distribuida

Una cuarta ola de innovación desafía la tendencia dominante en la producción y el consumo globalizados. Su origen esta en la convergencia entre una innovación inédita de los sistemas productivos (con el uso de maquinaria más pequeña y eficaz) y las redes sociales (con sus posibilidades para integrar a diseñadores, fabricantes y usuarios). El resultado es la experimentación global en sistemas de diseño y fabricación de alta tecnología y a pequeña escala capaces de sustentar nuevas formas de diseño abierto y microfábricas en red (como las propuestas por los FabLabs y por el movimiento maker). (26) Podemos añadir que la idea de la producción distribuida se desplaza del área de la fabricación de alta tecnología al de la artesanía tradicional y a pequeñas y medianas empresas, en un proceso que contribuye a su rehabilitación y que aporta una nueva perspectiva. Aunque estas tendencias se encuentran todavía en su fase inicial, podemos prever que crecerán con fuerza, y que todo el sistema productivo se moverá hacia procesos de diseño y producción modelados por el principio de “hacer las cosas lo más cerca posible de donde se van a utilizar”. No hace falta añadir las enormes posibilidades que esto supone en términos de creación de empleo y, sobre todo, que su naturaleza distribuida les permite llevar estas actividades y los trabajos relacionados con ellas a lugares donde nunca hubiera llegado o allí donde los procesos de desindustrialización han hecho que desaparecieran.

Las motivaciones que están detrás de estos procesos de cambio pueden ser bien diferentes. Algunas podrían verse como una evolución casi directa del modelo de eficiencia productiva (un modelo de fabricación que ha dominado la innovación del sector industrial en los últimos treinta años). De hecho, los sistemas distribuidos pueden considerarse como sistemas de producción ligeros y flexibles, capaces de crear productos para clientes concretos, no solo cuando los necesitan (personalizados y producidos just in time), sino también allí donde hacen falta (o, al menos, lo más cerca posible del lugar donde se necesitan), lo que denominamos producción para el lugar de consumo. Otras motivaciones provienen de grupos alternativos surgidos en un contexto de preocupaciones similares a los que están detrás de la aparición de redes distribuidas de alimentación: la búsqueda de autonomía frente a los grandes centros financieros y de toma de decisiones, pero también el deseo de autosuficiencia y, en última instancia, de que los sistemas socio-técnicos en los que vivimos, producimos y consumimos sean más resilientes.

Economía distribuida

Por último, se observa que actualmente el interés en los sistemas distribuidos trasciende la discusión sobre los modelos de infraestructuras y producción y empieza a afectar a los modelos económicos. Para Chris Ryan, “hay un interés creciente en este modelo de sistemas distribuidos como una forma de reconceptualizar la organización de una economía sostenible”. (27) En otras palabras, parece que si una economía quiere ser resiliente y sostenible, debe ser también una economía distribuida: a un tiempo limitada y global, en la que las economías locales operen como unidades separadas y adaptables, vinculadas a redes de intercambio cada vez más amplias tanto a nivel local como regional o global.

De ello se desprende que los sistemas distribuidos emergen como una expresión de ese nuevo y más amplio modelo de economía social. Como escribe Robin Murray, “el cambio hacia un paradigma en red tiene la capacidad de transformar la relación entre el centro de una organización y su periferia. Sus sistemas distribuidos no responden a la complejidad ni con la estandarización ni con la simplificación impuestas desde el centro, sino llevando la complejidad a la periferia, a los hogares, a los usuarios de los servicios, a los administradores locales y a los trabajadores allí donde desarrollan su actividad. Los que están en esa periferia tienen aquello que nunca tendrán quienes están en el centro: un conocimiento del detalle, de la especificidad temporal, del lugar, de los acontecimientos concretos y, en el caso de los ciudadanos y de los consumidores, de sus necesidades y deseos. En esto consiste su gran potencial. Pero para conseguirlo se requieren nuevas fórmulas de compromiso con los usuarios, otras relaciones laborales y nuevas condiciones de empleo y remuneración”. (28)

Sistemas resilientes

Como hemos visto, el interés cada vez mayor por los sistemas distribuidos se extiende al valor de la proximidad y de la autosuficiencia, así como el interés por las economías locales y el autoabastecimiento (de alimentos, energía, agua y productos), con el fin de promover la resiliencia de esas comunidades frente a problemas y amenazas externas. (29) De hecho, por su propia naturaleza, los sistemas distribuidos son más resilientes que los sistemas verticales convencionales, porque permiten crear sistemas socio-técnicos capaces de recuperarse de los imprevistos que puedan ocurrir y aprender de ellos. (30) En mi opinión, la resiliencia de los sistemas socio-técnicos quizá se convierta en el factor más determinante para los sistemas distribuidos por lo que, en consecuencia, vale la pena reflexionar brevemente sobre ello.

Desde hace tiempo, sabemos que, sea como sea, el futuro nos deparará una “sociedad del riesgo”, (31) una sociedad que puede verse afectada por diferentes tipos de sucesos traumáticos (catástrofes naturales, guerras, terrorismo y crisis económica y financiera). Somos conscientes de que la condición necesaria para que sea posible una sociedad sostenible es la resiliencia, la capacidad de superar los riesgos a que se expone, así como las tensiones y quiebras que sucedan inevitablemente. (32) En la actualidad, las implicaciones de esta sociedad del riesgo no solo se proyectan hacia el futuro sino que son evidentes en cualquier parte, en nuestras experiencias cotidianas. El concepto de resiliencia ha entrado a formar parte del vocabulario de un mayor número de personas y sería prudente acelerar su incorporación a las agendas de quienes toman decisiones políticas, pero también a los objetivos y las acciones prácticas de la comunidad del diseño. Al mismo tiempo, debemos mantener su significado original para evitar que la tendencia a normalizarlo disminuya su relevancia y se subestime el riesgo. En realidad, cuando se habla de mejorar la resiliencia no nos referimos a un modesto incremento en las organizaciones existentes (frágiles e insostenibles); lo que hace falta es un cambio sistémico verdadero, un cambio de los sistemas jerárquicos verticales por otros distribuidos de los que hemos hablado en este capítulo. Una transformación que, para producirse, necesita no sólo un cambio socio-técnico sino también otro de naturaleza cultural de igual importancia.

Culturas de resiliencia

Hasta ahora, estas interpretaciones han usado la noción de resiliencia en el marco de un discurso defensivo: ante las crisis, hemos de reorganizar nuestra sociedad para hacerla más resiliente. Pero puede verse también de una forma diferente, más positiva e interesante. Si técnicamente, la resiliencia significa diversidad, redundancia y experimentación continua, eso implica igualmente que la sociedad debe ser más diversa, más creativa. Tomar en serio el significado de la resiliencia, esta imagen convincente y profundamente humana de la sociedad, se convierte en mucho más que un deseo. Indica la dirección en que, de manera práctica, debemos ir si nuestra sociedad quiere tener alguna esperanza de permanencia. En pocas palabras, la diversidad cultural debe ser parte integral de cualquier aspecto de una sociedad resiliente.

En resumen, para alejarnos de las ideas dominantes del siglo pasado, uno de los primeros pasos debe ser redefinir la noción de resiliencia: abandonar ese significado esencialmente defensivo (resiliencia como necesidad impuesta por los momentos de riesgo en que vivimos) para convertirse en algo más positivo: resiliencia como expresión profunda del carácter humano y, al mismo tiempo, como fundamento de una posible reconciliación entre los seres humanos y la naturaleza, entre los seres humanos y la complejidad irreducible de nuestro mundo.

Cualidades sostenibles múltiples

Hemos visto que la búsqueda de sistemas más resilientes requiere una cultura, o mejor dicho, una metacultura capaz de sentar las bases sobre la que florecieran múltiples culturas (las culturas de la resiliencia). (33) Esbozaré aquí una imagen de cómo, en mi opinión, comienzan a emerger estas nuevas culturas.

La convergencia de la innovación social y de la innovación técnica interactúa con la gente, con su manera de ser y de pensar, y el resultado es una innovación cultural que evoluciona con aquellas. De esta forma, aparecen comportamientos y valores que rompen con los que han sido dominantes hasta ahora, impulsan otras ideas sobre la calidad de vida e impactan sobre lo que consideramos el bienestar y los valores en que basamos nuestras decisiones.

Contemplado desde este punto de vista, quienes dan forma a las nuevas organizaciones participativas se muestran dispuestos a explorar algunas de estas ideas, una indagación que podemos llamar búsqueda de la calidad. A su vez, al poner en práctica sus soluciones, dan visibilidad a esas ideas o cualidades, las hacen reconocibles para los demás y potencialmente atractivas para un abanico cada más amplio de gente.

Me explicaré mejor. (34) Quienes conciben y configuran esas soluciones y quienes participan en ellas lo hacen porque así lo han decidido; en gran medida, a causa de esto, las alternativas propuestas incluyen ciertas características que parecen mejores que aquellas impulsadas por la tendencia dominante de los sistemas insostenibles de producción y consumo. Han optado por soluciones que hacen posible eso que percibimos como una mejor calidad de vida y que implican un menor consumo (de productos, de energía y de espacio); al hacerlo, compensan esa reducción del consumo con un aumento de algo que consideran mucho más valioso.

Este “algo más” está representado por las cualidades de sus entornos físicos y sociales, a las que podemos referirnos como cualidades sostenibles, un comportamiento que, como la innovación social demuestra en la práctica, puede sustituir a las conductas insostenibles que predominaban en el siglo pasado. Aunque esas cualidades sean de naturaleza distinta, son interdependientes, es decir, se comportan como si fueran diferentes puntos de vista de un paisaje más amplio, diferentes facetas de un universo plural y complejo que con el tiempo podría verse como un patrón de señales que indican una cultura y, ojalá, una civilización emergente.

Complejidad y escala

Todos los casos de innovación social y las soluciones que generan son intrínsecamente complejos. Como tales, no pueden ser reducidos a motivaciones individuales ni a resultados particulares: tanto las motivaciones como los resultados son muy diversos y su naturaleza depende de su variedad y configuración. Los promotores y participantes reconocen este tipo de complejidad como un valor central de su existencia por la riqueza de las experiencias que ofrece. Ante esta complejidad, los límites tradicionales entre el diseñador, el proveedor y el usuario se vuelven cada vez más difusos. No hay un perfil estereotipado de los participantes. La aparición de esta “complejidad enriquecedora” puede ser considerada como un valor que refleja la verdadera naturaleza de los seres humanos (que no puede expresarse en términos unidimensionales).

Al mismo tiempo, esta creciente complejidad se ve compensada por una reducción en la escala. Las organizaciones de pequeño tamaño son, en términos generales, más transparentes y comprensibles y, por tanto, se sitúan más cerca de las comunidades locales. Del mismo modo, muchas de estas iniciativas a pequeña escala están conectadas a otras similares o complementarias. Al tejer un gran sistema distribuido, apuntan a un nuevo concepto de globalización, una globalización distribuida donde, en cada proceso de producción, distribución y consumo, buena parte de la toma de decisiones, del conocimiento técnico y del valor económico quedan en las manos, en las mentes y en los bolsillos de la comunidad local. Las organizaciones colaborativas parecen orientarse en esa dirección por dos razones diferentes; de un lado, porque permiten a sus miembros comprender y gestionar (de una manera abierta y democrática) sistemas socio-técnicos complejos; de otro, porque la escala humana de estas comunidades da a los individuos la oportunidad de llevar a cabo sus actividades, cumplir sus necesidades y construir el futuro que desean desde unas organizaciones donde las relaciones humanas siguen siendo vivas y personales.

El trabajo y la colaboración

Esta rica complejidad y el tamaño reducido forman el telón de fondo sobre el que pueden reformarse las actividades humanas. En el centro de este nuevo escenario se encuentra la (re) evaluación del trabajo como medio principal de expresión humana. Tanto quienes promueven estas organizaciones como quienes participan en ellas parecen moverse en esa dirección que reconsidera el trabajo y que ve a los seres humanos como individuos que llevan a cabo actividades significativas, que actúan para “conseguir que suceda algo”, con el fin de dar forma al contexto en que tiene lugar su vida y crear futuros viables. De este modo, se sitúan en radical oposición al sistema dominante que considera a la mayor parte de los seres humanos como meros consumidores, usuarios o espectadores de contenidos preparados por otros; pero también desafían la idea tradicional del trabajo, ya que atribuyen un valor mayor a la actividad manual y extienden la idea de lo que entendemos por actividad laboral a una gama de actividades más amplia. Estas incluyen tareas que normalmente no se consideran trabajos, como la atención y el cuidado de quien lo necesita, la gestión del barrio y la creación de la comunidad, tareas que en última instancia permiten hacer frente a los problemas cotidianos y que constituyen el tejido básico de la calidad de vida de cada día. Este marco lleva a la noción de “trabajo significativo”.

En este proceso de reevaluación y redefinición de la noción de trabajo, reaparecen el valor y el poder de la colaboración. Es una condición necesaria para “conseguir que suceda algo” y para que la gente pueda desempeñar un papel activo en la construcción del futuro que ha elegido. La mayoría de las soluciones que generan estos innovadores se basan en la colaboración, en grupos de individuos que deciden conectarse con el fin de “conseguir que suceda algo”. Quienes participan renuncian libremente a parte de su individualidad para crear un sistema de vínculos con otras personas igualmente interesadas. Las formas de colaboración son muy diversas, así como las motivaciones para llevarlas a cabo. En estas iniciativas hay una mezcla de lo que supone descubrir la eficacia práctica de hacer algo juntos y del valor cultural que implica compartir ideas y proyectos. En contraste con lo que ocurría en las comunidades tradicionales, esta forma de colaboración no es obligatoria: es una “colaboración por decisión propia”, donde optan libremente por participar o quedarse fuera. Esta disposición intencionada se encuentra en la encrucijada de dos trayectorias: la que va del hiperindividualismo de los sociedades más industrializadas hasta el (re) descubrimiento del poder que supone hacer cosas juntos, y otra, más propia de las comunidades tradicionales en las sociedades menos industrializadas, que se orienta hacia formas más flexibles de colaboración intencionada.

Relaciones y tiempo

Las prometedoras iniciativas que aquí discutimos son organizaciones sociales cuya estructura no es más que un sistema de interacciones entre personas, lugares y productos que, en última instancia, caracterizan su funcionamiento. Los promotores y los participantes parecen particularmente sensibles a estas profundas y complejas relaciones humanas; en muchos casos, el interés en la calidad de esas relaciones tiende a orientar las opciones de su comportamiento. Pero este cambio de los productos a las interacciones no es algo nuevo; el actual sistema dominante de producción y consumo ya hizo algo parecido, si bien reduciendo las interacciones a experiencias superficiales (por ejemplo, al proponer que la vida fuera una especie de reality show televisivo y ofrecer entornos como los parques temáticos). Las organizaciones colaborativas, por el contrario, generan soluciones que, a pesar de su diversidad, están dotadas de relaciones vivas: podríamos llamarlas relaciones con un toque humano, que son lo que más valoran quienes participan en ellas.

A su vez, la búsqueda de esas relaciones vivas necesita de nuevas valoraciones, interpretaciones y usos del tiempo necesario para construirlas. Con esto nos referimos al tiempo que se emplea en vincular múltiples actores, lugares y productos para crear con ellos diversas capas de significados. Los promotores y los participantes reconocen este vínculo y, a diferencia del acelerado tiempo moderno, ven en la lentitud una condición previa para producir calidades más profundas. El descubrimiento de “lo lento” no significa la simple sustitución del “tiempo rápido” que era dominante desde el siglo pasado por su opuesto. El tiempo de la complejidad es más bien una “ecología de los tiempos”, en la que coexisten diferentes tipos con características diversas y variados ritmos.

Localidad y accesibilidad

La pequeña escala y la interconexión que caracterizan a las organizaciones sociales les permiten arraigar en un lugar de manera más profunda. Al mismo tiempo, al estar tan interconectadas, quedan abiertas a flujos globales de ideas, informaciones, personas, bienes y dinero. Los promotores y participantes tienden a buscar este equilibrio entre lo local y lo abierto que conduce a una suerte de localismo cosmopolita, capaz de generar un nuevo sentido de lugar. Como tal, los sitios dejan de ser entidades aisladas para convertirse en nodos que forman parte de estructuras de corto y de largo alcance, y donde las redes de ámbito reducido generan y regeneran el tejido socio-económico local, mientras otras más amplias conectan a la comunidad con el resto de el mundo. En este marco, se lleva a cabo una gran variedad de nuevas actividades locales, abiertas y actuales como el redescubrimiento de los barrios, el resurgimiento de la comida y la artesanía local, el interés por la producción local con el fin de tener una experiencia más directa de sus orígenes, y una estrategia basada en la autosuficiencia que favorece la resiliencia de esas comunidades a las amenazas y los problemas externos.

¿Una civilización emergente?

Veo todas estas ideas, las actividades que a ellas se refieren y las relaciones que generan, como una especie de hermosas islas de sabiduría socioeconómica y cultural en un mar caracterizado por formas insostenibles de ser y de hacer que, por desgracia, siguen siendo la tendencia dominante. La buena noticia es que crece el número de esas islas hasta formar un amplio archipiélago que podría verse como la tierra firme que emerge de un continente a punto de nacer: la expresión ya visible de una nueva civilización.

¿Es válida esta manera de interpretarlo? Por supuesto, es una pregunta que queda sin respuesta, pero en mi opinión esa imagen de un continente emergente no es solo una ilusión; al contrario, es una posibilidad concreta. O, para ser más preciso y pertinente con el espíritu de este libro, se trata de una hipótesis propia del diseño: algo que todavía no es una realidad, pero que podría llegar a serlo si se dieran los pasos oportunos. Está claro que esta metáfora, como tantas otras, tiene sus limitaciones: si las islas fueran reales, el continente estaría ahí, aunque fuera sumergido bajo el agua, con todas sus características, pero esto no pasa con nuestras islas metafóricas. Lo que surge es en su mayor parte virtual, pendiente aún de tomar forma. Como sea finalmente dependerá de nosotros, de lo que hagamos en un futuro próximo.

“Un nuevo mundo es posible” era el reclamo del Foro Social que tuvo lugar en Porto Alegre en 2001. En aquella ocasión, la escritora india Arundhati Roy hizo una declaración que terminaría convertida en una referencia: “Otro mundo no es solamente posible, sino que está en camino. […], si presto atención, puedo oír cómo respira”. Pasados catorce años, no solo podemos confirmar que está en camino y se deja ver en los resultados tangibles de la innovación social que se multiplican por todas partes, sino que propone tanto la visión de una civilización futura como la tendencia con la que se mueve esa civilización con el fin de resolver los grandes y crecientes problemas a que nos enfrentamos en la actualidad.

Por supuesto, esta nueva civilización no se construye, ni se construirá, sumando iniciativas individuales para la innovación social por numerosas que puedan ser. Son otros los movimientos que han de ponerse en marcha; es necesario hacer cambios a todos los niveles que movilicen los recursos existentes. Sin embargo, algunas señales nos dicen que, en este siglo, debido a las transformaciones que ya se han dado y teniendo en cuenta los retos que quedan por afrontar, la innovación social será el principal motor de cambio. Jugará el papel que, para bien o para mal, tuvo la innovación tecnológica (y el desarrollo industrial) hace un siglo.

Nota final: Algunos lectores quizá perciban que, en este capítulo sobre la innovación social como motor del cambio hacia la sostenibilidad, no hemos tratado (a no ser de manera muy breve) de las poderosas fuerzas que luchan contra la emergencia de este nuevo mundo sostenible: las fuerzas de quienes rechazan cualquier transformación (con el fin de proteger sus intereses actuales) y los que (con el objetivo de crear nuevas y rentables oportunidades) quieren ese cambio y lo intentan activamente, pero en una dirección equivocada e insostenible. Por supuesto, estas fuerzas económicas, políticas y culturales están en el fondo de lo que he tratado de esbozar. Sin embargo, al escribir este capítulo, pensé que mi papel, como diseñador reflexivo, no era añadir más sobre la naturaleza y la dimensión de los problemas o de las “fuerzas enemigas”, un análisis que otros autores han hecho mejor de lo que yo pudiera llegar a hacerlo. En cambio, lo que hemos intentado es ofrecer una visión general del estado de las cosas, es decir, una visión que impulse, apoye y oriente posibles acciones del diseño. A partir de ahí, será posible (previsiblemente) contribuir en los siguientes capítulos a crear el conocimiento del diseño que, en mi opinión, se necesita de manera urgente si queremos unirnos a la lucha por un mundo sostenible con una mayor esperanza en la victoria. O, para usar de nuevo mi metáfora favorita, para contribuir a que emerja ese nuevo continente.

1 . Fang Zhong, “Collaborative Service Based on Trust Building: Innovative Service Design for the Food Network in China”, tesis doctoral, Politécnico de Milán, 2012.

2 . Ibid.

3 . C. Biggs, C. Ryan y J. Wisman, “Distributed Systems: A Design Model for Sustainable and Resilient Infrastructure”, VEIL Distributed Systems Briefing Paper N3, Universidad de Melbourne, 2010.

4 . Robin Murray, “Dangers and Opportunity: Crisis and the New Social Economy”, NESTA Provocations, septiembre de 2009, http://www.nesta.org.uk/publications/ reports/.

5 . Geoff Mulgan, Social Innovation: What It Is, Why It Matters, How It Can Be Accelerated (Londres: Basingstoke Press, 2006), 8.

6 . Robin Murray, Julie Caulier-Grice y Geoff Mulgan, “The Open Book of Social Innovation”, Young Foundation NESTA, marzo de 2010, 3. El tema de la innovación social ha sido tratado desde diferentes puntos de vista. Puede encontrarse una visión de conjunto amplia e interesante en Frank Moulaert, Diana MacCallum, Abid Mehmood y Abdelillah Hamdouch (eds.), The International Handbook on Social Innovation: Collective Action, Social Learning and Transdisciplinary Research (Cheltenham, Reino Unido: Edward Elgar, 2013).

7 . Son muchos los autores que han discutido la idea de modernidad. Aquí, como en otras partes de este libro, se hace una referencia especial a Anthony Giddens, The Consequences of Modernity (Stanford: Stanford University Press, 1990) y a la idea de que una “sociedad moderna” es aquella en la que se impulsa a los sujetos a definir sus propios proyectos vitales entre alternativas sobre las que tienen (o creen tener) la posibilidad de elegir.

8 . “La crisis financiera y económica hace que la creatividad y la innovación en general, y la innovación social, en particular, sean aún más importantes para fomentar el crecimiento sostenible y el empleo seguro, y para aumentar la competitividad.” Esta declaración fue hecha por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, en 2009. En marzo de 2011 se constituyó formalmente una iniciativa sobre la Innovación Social Europa con el apoyo de la Comisión. La iniciativa ha sido gestionada por un consorcio de socios europeos, liderados por el Social Innovation eXchange (SIX) de la the Young Foundation: https://webgate.ec.europa.eu/socialinnovationeurope/home).

9 . Murray, Caulier-Grice y Mulgan, “The Open Book of Social Innovation”, 3.

10 . Ibid., 4.

11 . Como era de esperar, hemos comprobado que las necesidades son más intensas que los deseos en los países en desarrollo (mis observaciones personales sobre este punto comenzaron con CCSL, Creative Comunidades for a Sustainable Living, un programa internacional de investigación apoyado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y coordinado por INDACO Politécnico de Milán y SDS Bruselas, 2008; véase http://esa.un.org/marrakechprocess/pdf/CCSL_brochure.pdf). Y vemos también que aumenta su impacto en las sociedades occidentales cuando son golpeadas por las crisis económicas, como Manuel Castells y sus colegas del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya descubrieron en una profunda investigación cuantitativa en Cataluña: Joana Conill, Manuel Castells, Amalia Cárdenas y Lisa J. Servon, “Beyond the Crisis: The Emergence of Alternative Economic Practices” en Manuel Castells, João Caraça y Gustavo Cardoso (eds.), Aftermath: The Cultures of the Economic Crisis, (Oxford: Oxford University Press, 2014), 210–248.

12 . http://www.meglio.milano.it/pratiche_studenti.htm.

13 . Murray, “Dangers and Opportunity”, 22.

14 . Ibid., 4.

15 . http://www.youngfoundation.org/social-innovation/news/.

16 . El ejemplo más claro de este planteamiento es la Gran Sociedad impulsada por David Cameron como idea emblemática del manifiesto electoral conservador para las elecciones de 2010 en el Reino Unido. La Gran Sociedad debería haber sido “un impresionante intento de replantear el papel del estado e incentivar el espíritu emprendedor” (The Times, 18 de abril de 2010) En realidad, terminó siendo un programa para el recorte masivo de los gastos sociales (Anna Coote, jefe de Política Social en el think tank independiente New Economics Foundation, entrevistada en el espacio “Dispatches” del Channel 4, emitido el 14 de marzo 2011).

17 . Introduciremos aquí las nociones de estado socio y de estado relacional. La primera fue propuesta por el fundador de la Fundación P2P, Michel Bauwens: “Estado socio es el concepto por el cual las autoridades públicas desempeñan un papel sustentador de la acción directa llevada a cabo por la sociedad civil”. (http://p2pfoundation.net). La noción de estado relacional ha sido discutida por Geoff Mulgan y Mark Stears en Graeme Cooke y Rick Muir (eds.), The Relational State: How Recognizing the Importance of Human Relationships Could Revolutionise the Role of the State (Londres: IPPR, 2012) , http://www.assetbasedconsulting.net/uploads/publications. Véase también Ezio Manzini y Eduardo Staszowski (eds.), Public and Collaborative: Exploring the Intersection of Design, Social Innovation and Public Policy (Nueva York: DESIS Press, 2013), http://www.desis-clusters.org, y el Grupo Temático DESIS Public and Collaborative, http://www.desis-network.org/publicandcollaborative.

18 . Biggs, Ryan y Wisman. “Distributed Systems”.

19 . Ezio Manzini, “Small, Local, Open and Connected: Design Research Topics in the Age of Networks and Sustainability” en Journal of Design Strategies 4, nº 1 (Primavera de 2010).

20 . Muchos autores han discutido este asunto. En estas notas se hace una referencia concreta a Eric von Hippel, Democratizing Innovation (Cambridge, MA: MIT Press, 2004); Michel Bauwens, “Peer to Peer and Human Evolution”, Foundation for P2P Alternatives, p2pfoundation.net, 2007; y Charles Leadbeater, We-Think: The Power of Mass Creativity (Londres: Profile, 2008).

21 . Martin Pehnt et alt, Micro Cogeneration: Towards Decentralized Energy Systems (Berlín: Springer, 2006); Biggs, Ryan y Wisman, “Distributed Systems”.

22 . Chris Ryan, “Climate Change and Ecodesign (part II): Exploring Distributed Systems”, Journal of Industrial Ecology 13, nº 3 (2012), 351.

23 . Véase www.transitionnetwork.org

24 . Carlo Petrini, Slow Food Nation: Why Our Food should be Good, Clean and Fair (Milán: Rizzoli, 2007); Carlo Petrini, Terra Madre: Forging a New Network of Sustainable Food Communities (Londres: Chelsea Green, 2010).

25 . Una visión general sobre este tema puede encontrarse en el trabajo realizado por URBACT, una red temática centrada en la alimentación sostenible en las comunidades urbanas. Entre las principales actividades en esta fase inicial de la red cabe destacar un recorrido por las diez ciudades europeas que la forman: Amersfoort, Atenas, Bristol, Bruselas, Gotemburgo, Lyon, Messina, Orense, Oslo y Vaslui. Las visitas llevaron a la elaboración de un catálogo inicial de 98 casos con las mejores prácticas alimentarias sostenibles en un contexto urbano: François Jégou, Toward a Handbook for Sustainable Food in Urban Communites (Bruselas: SDS, 2013). http://www.strategicdesignscenarios.net. Véase también Ezio Manzini y Anna Meroni, “Design for Territorial Ecology and a New Relationship between City and Countryside: The Experience of the Feeding Milan Project”, en S. Walker y J. Giard. (eds.), The Handbook of Sustainable Design (Oxford: Berg, 2013); Giulia Simeone y Daria Cantù, “Feeding Milan, Energies for Change: A Framework Project for Sustainable Regional Development Based on Food Demediation and Multifunctionality as Design Strategies”, actas de la conferencia Cumulus “Young Creators for Better City and Better Life” (Shanghai, 2010). (ed.) Yongqi Lou y Xiaocun Zhu. 457-463; Grupo Temático DESIS Rural-Urban China, http://www.desis-network.org/ruralurbanchina.

26 . FabLabs son talleres a pequeña escala que ofrecen fabricación digital personalizada (http:// en.wikipedia.org/wiki/Fab_lab); el movimiento makers es una subcultura que representa una evolución basada en la tecnología de la cultura do it Yourself (hágalo usted mismo) (http://en.wikipedia.org/wiki/Maker_subculture). Véase también Bruce Nussbaum, “4 Reasons Why the Future of Capitalism is Homegrown, Small Scale, and Independent”, Fast Company “co.design” blog, http://www. fast codesign.com/1665567/4-reasonswhy-the-future-of-capitalism-ishomegrown-small-scale-and-independent; V. Arquilla, M. Bianchini y S. Maffei, “Designer=Enterprise: A New Policy for the Next Generation of Italian Designers”, actas del DMS2011 Tsinghua DMI International Design Management Symposium, Hong Kong, 5, 7 de diciembre de 2011; Peter Troxler, “Making the Third Industrial Revolution: The Struggle for Polycentric Structures and a New Peer-Production Commons in the FabLab Community” en Julia Walter-Herrmann y Corinne Büching (eds.), FabLab: Of Machines, Makers and Inventors (Bielefeld: Transcript, 2013), 181-195.

27 . Ryan. “Climate Change and Ecodesign (part II),” 350; DESIS Thematic Custer Distributed and Open Production (DOP), http://desis-network.org/dop.

28 . Murray, “Dangers and Opportunity”.

29 . John Thackara, In the Bubble: Designing in a Complex World (Cambridge, MA: MIT Press, 2005); Rob Hopkins, The Transition Handbook: From Oil Dependency to Local Resilience (Londres: Chelsea Green, 2009).

30 . La resiliencia debe entenderse, en relación a los sistemas socio-técnicos, como la capacidad de esos sistemas para hacer frente a la tensión y los fallos sin llegar al colapso y, lo que es más importante, por su disposición a aprender de las experiencias. Por tanto, debe considerarse como una característica fundamental para cualquier sociedad en el futuro. Si en los últimos tiempos se ha extendido el uso de este término es porque, al tener que hacer frente a diversas crisis y catástrofes, ha dejado en evidencia lo vulnerables que son nuestras sociedades modernas. Debido a que su uso se ha extendido tanto, es necesario discutir y comprender su significado con atención. Véase también Ezio Manzini, “Error-Friendliness: How to Design Resilient Sociotechnical Systems” en Jon Goofbun (ed.), Scarcity: Architecture in an Age of Depleting Resources, en Architectural Design Profile 218 (Hoboken, NJ: Wiley, 2012).

31 . Ulrich Beck, Risk Society: Towards a New Modernity (Cambridge, Reino Unido: Polity Press,1992).

32 . Brian Walker y David Salt, Resilience Thinking: Sustaining Ecosystems and People in a Changing World (Washington, DC: Island Press, 2006).

33 . Esta interpretación positiva de la noción de resiliencia se explora en el proyecto Culturas de la resiliencia iniciado en 2014 en la University of the Arts de Londres. Ver http://www.culturesofresilience.org.

34 . Los contenidos de este párrafo han sido presentados en diversos seminarios sobre este tema denominados DESIS Philosophy Talks, organizados por Virginia Tassinari y el propio autor; dichas presentaciones tuvieron lugar en Nueva York (febrero de 2012), Shanghai (octubre de 2012), Milán (mayo de 2013) y Kalmar (junio de 2013). Más información en: http://www.desis-philosophytalks.org.

Cuando todos diseñan

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