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MANUEL Y JOANN

En el piso más alto sobre la reja más próxima a la corteza helada, acogidos por la luz de la heladera en la que se encontraban encerrados con el paso de las noches, tan joven que seguía ensombreciendo las figuras de porcelana en otra de sus veladas, una mágica, pues los muñecos se veían más vivos que nunca. Y así era, cuanto más seguros de su intimidad se encontraban, poco a poco incorporaban sus gestos humanos, desde pequeños parpadeos hasta sacudones de hombros, su movilidad solo se limitaba por aquellas articulaciones pegadas entre sí por la forma en que se encontraban diseñadas, su peinado y el flameo de sus telas tampoco se alteraban manteniendo su forma definida, la temperatura del ambiente parecía no cobrar cuenta sobre su piel suave por fuera y dura por dentro. El sufrimiento se concentraba en sus piernas, ambos debían de tolerar el dolor de las estacas de madera que habían atravesado sus pies para mantenerlos lo más firmes posible en la superficie de crema, literalmente clavados al suelo y solo se limitaban al habla, pues sus labios se movían como si nada.

–¡Zas!, qué bella figurita, quién ha de colocarle el anillo a ese bombón de chocolate. –El novio Manuel como de costumbre se adelantaba con el primer cumplido de esa noche.

–El muñeco más bien parecido de la fiesta –alcanzó a pronunciar la novia Joann con su melodiosa voz.

Él observó a ambos lados jugando a buscarse a sí mismo.

–Qué afortunado, no hay otro muñeco a tres pisos de altura.

–¡Ja! Obvio, tontito, vos sos el único al que volvería a elegir.

Manuel se inclinó hacia Joann, aun así, alcanzaba sus labios.

–Por sobre todos los detalles... –Se acercó aún más a Joann que inmediatamente se encontró perdida en su mirada–. Te amo… –Podía verse el fervor del deseo en la oscuridad de sus ojos, mordía sus labios tratando de esconderlos. Esas palabras le dibujaron una sonrisa tímida a la novia, en un segundo Manuel la tenía entre sus labios, pero Joann se negó a besarlo.

–Joann…

–Lo lamento, Manuel, no puedo, es demasiado pronto para eso, no lo olvidés.

–Otra vez con lo mismo, amor mío, es solo un piquito, por favor, dejame comprobar la calidez de esos labios, al menos esta oportunidad.

–No esperes nada de ellos más allá de un te amo, al menos no por ahora.

–Pero un beso es necesario, sin él esas dulces palabras no significan nada.

–Yo te di mi voto, creo eso suficiente.

–Claro que no, lo único que me diste fueron ilusiones, ¿o acaso voy a tener que esperar una eternidad?

–Solo hasta que la ceremonia haya acabado con un beso real, así fue nuestra promesa.

–¿Y acaso este no es un beso de verdad?

–No es nuestra celebración, tené consideración por los novios divinos por favor.

–Me conocés como si hubiésemos salido del mismo molde, el único momento en que me contengo es para ir a ver a los creadores… –Cabizbajo, ahora remordido de culpa– y a estas alturas vos parecés comportarte como uno.

–Amor, acordate bien por qué existimos, para celebrar el compromiso de dos almas, que a ojos de todos se sella con un beso.

Joann se inclinó a darle uno en su mejilla, volvió a encontrarlo en su mirada y trataba de contenerlo con sus caricias. Aun así, era necio con ella, le parecía muy apegada a sus principios y él un rebelde con el deseo egoísta de conquistar sus labios mucho antes de sus bendiciones.

–Sé que a ambos nos resulta un castigo la abstinencia, pero no dejes que eso te domine, ¿está bien?

–No te acerques demasiado, o puede que por ansiedad olvide lo que me acabás de decir. –Apenas lograba contenerse, ella se puso risueña y extendió sus brazos, a lo que el novio se acercó a recibir su abrazo.

–Al menos sé de lo cálidos que son tus abrazos. Se sintió acogido en su pecho, le había devuelto su felicidad, una que podían envidiarle incluso desde el cielo, en el hielo coloso se avistaba una mirada llena de celo, la que había estado atenta desde lo más alto, a partir de ella una nube de humo negro se abría paso encubriendo aquella luz que caía sobre la pareja. De repente sus ojos se tornaron rojo sangre, ahora como si emanaran un fuego vivo que dejaba la capa de hielo vulnerable, de a poco se quebrantaba como un corazón roto, las gotas parecían de sudor y todas desembocaban en el carámbano más bajo, justo arriba de los novios que inocentemente continuaban con sus mimitos. Luego se separaron conectados por una sonrisa, la última de todas, de repente una de las gotas que ya había alcanzado el peso suficiente para viajar por encima de ellos impactó como una bomba sobre Manuel empujándolo al vacío.

–¡¡Manuel!! –alcanzó a escuchar el alarido de la novia.

Su inocencia se diluyó en tragedia con tan solo una gota de crueldad y se iban consigo grabadas sus últimas palabras antes de desaparecer en la triste oscuridad.

El novio de porcelana

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