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Selva negra

Cazador salió arrasando con las virutas de chocolate, Monigote llegó por detrás lamiendo de su mano bañada en dulce. Habían despertado de un estruendo, poco alcanzaron a ver, pequeñas porciones de la inmensa selva de chocolate se habían vuelto oscuras de un momento a otro y la vegetación exuberante los obligaba a seguir el sentido de orientación de Cazador, cuando algo percibía ordenaba a Monigote a utilizar su olfato. En esa temporada se dedicaban a la caza, acostumbraban a perderse entre las matas de chocolate para buscar las frutillas atrapadas en los pozos de crema, cuando sus panzas estaban llenas Monigote sacaba de su bolsillo un poco de dulce fresco con el que dejaba una marca en el suelo para así recordar el sitio la próxima vez que sintieran hambre. Lo mismo hacían para volver a casa, iban trazando un camino con su lengua y cada tanto se paraban a hacerles alguna cruz a una palmera o algún otro árbol de chocolate. Subían a la copa de uno para observar cuán lejos estaban del cinturón de montañas de crema que envolvía la chocolatada selva, cada vez que las avistaban allá por lo lejos libraban a la imaginación lo que podía haber del otro lado, pues las veces que habían tomado el coraje de sobrepasarlas terminaban hundiéndose casi hasta el punto de ahogarse. La idea de que una inimaginable cantidad de monstruos aceche al borde del final les sonaba tan terrible que su razón de existir entraba en duda únicamente cada vez que se aparecía el viento cálido que soplaba con fuerza la vegetación. Generalmente ese cambio de temperatura venía acompañado de un resplandor que iluminaba el cielo más que un rayo al viajar y se alcanzaban a oír las quejas de aquellos seres misteriosos, terminaba. Todo en un estruendo que estremecía hasta el chocolate más pesado, pero por lo pronto habían conseguido hacerse de un techo; unos días atrás escucharon otro de los inusitados ruidos cuando descansaban cerca de una cascada derretida, habían descubierto que una enorme fruta redonda de color rojo vino rodando desde lo más alto de la montaña arrasando con todo a su paso, con un poco de limpieza, masticando y masticando la corteza bañada en almíbar hasta crear un hueco en el que ambos pasaron protegidos las noches siguientes. Pero ese poderoso sonido no se comparaba con ningún otro, tampoco el calor del viento los acariciaba esta vez, ni una ráfaga de luz se apareció en el cielo, solo aquel ruido –¿y si quizás fuese uno de esos monstruos que usted mencionó?, uno no muy amigable–. Monigote intentaba convencerlo de suspender la búsqueda, pero Cazador como de costumbre lo callaba y lo trataba como saco de harina. Ambos eran personajes de azúcar muy aventurados, a simple vista parecían la dupla perfecta, pues uno necesitaba del otro para sobrevivir en aquella inmensa enredadera. Sin embargo, por fuera lucían muy diferentes, Monigote se veía igual de tierno, tan grande y fuerte, con la apariencia como la de un león de peluche con la diferencia de que su melena era de fideos celestes, con una nariz de payaso, aún más llamativo era su pantalón verde de tirantes que llevaba colgando y un sombrero de lunares con una flor como detalle que lo hacían ver aún más adorable. Cazador, por el contrario, conservaba rasgos humanos, su cabeza era como la de un bebé, pero orgulloso lucía una sombra característica de un hombre maduro, con un uniforme amarronado de caza, un sombrero tan largo que cubría sus ojos y una pipa en su boca, mantenía un porte más serio, y siempre con la escopeta amarrada a su espalda que llevaba a todos lados y desfundaba las veces que se estremecía por aquel ruido. Él fue el primer testigo del objeto que cayó del cielo minutos antes, convencido por su sentido especial, guio a Monigote sobre su lomo hasta descubrir el inmenso cráter, en el ojo lo habían encontrado al novio inconsciente con la mitad de su cuerpo enterrado en el bizcocho hasta la altura de su brazo en forma de L que por mera casualidad lo salvó de haberse hundido por completo.

–¡Por acá!, ¡acá es donde aterrizó!, ¡mirá, Monigote! – Cazador saltaba del orgullo.

–Shhh… hay que estar alertas –lo contuvo en silencio, ambos mantenían a una distancia segura.

–Estamos muy lejos. ¡Ya sé! ¿Por qué no hechas un vistazo? –señaló a Monigote.

–¿Yo?

–¡Sí, vos!, ¡andá! Después de todo parece inmóvil, como si se tratase de un trozo de chocolate tan duro como una piedra, andá y decime de qué se trata.

–¿Pero si quiere hacerme daño?

–Tengo a mis espaldas una escopeta, ¿te acordás? Esta es la distancia perfecta para un disparo sorpresivo.

–¿Y no sería tan amable de prestármela?

–¿Estás chiflado?, ¿desde cuándo sabés manejarla? Solo a mí me hace caso, por eso andá vos, no tengas miedo, tenés la espalda cubierta.

–Está bien… –Poco convencido dio los primeros pasos y se deslizó boca abajo hasta llegar de nuevo a tierra firme, sus pies temblaban, con cuidado fue avanzando lento hasta lograr ver con más claridad de lo que se trataba.

–¡Se parece a usted! ¡Podría tratarse de su hermano! – exclamó el león seguro.

–Pero qué decís, yo soy único en mi especie.

–Veo una nariz, una boca, y unos ojos, ¡también lleva un moño como el mío!

–Y decime, ¿también es de azúcar?

–¡Descúbralo usted mismo!, ¡no tema!

–¿Miedo yo? Como rey de esta selva, es mi deber protegerla de cualquier intruso. –Siguió los pasos hasta donde se encontraba su compañero, levantó su sombrero por un momento para observarlo en detalle.

–¡Esta piedra no se parece en nada a mí!... Me pregunto cómo obtuvo esa forma. –A simple vista se dejaba llevar por el porte de su vestimenta.

Cazador empuñó su escopeta y comenzó a tomar distancia de ambos.

–¡Monigote! Haceme el favor de desenterrarla para apreciarla mejor.

Daba inicio a su ritual con el que establecía una conexión con su arma, apuntaba en todas las direcciones ajustando su agarre e investigaba qué ángulo era el más favorable.

–¿Y si en el mientras tanto llegase a recobrar la razón?

–A simple vista parece chocolate duro, y si así fuera, su cuerpo sigue enterrado en el bizcocho.

–Quizás una mordedura, por algo dicen que sabemos tan bien.

–Me pregunto cómo en un cuerpo tan grande puede caber tanta inseguridad, andá, no seas cobarde.

Monigote, temeroso, avanzó un pequeño tramo y se detuvo.

–Más rápido, Monigote, la noche se acaba.

Ante la insistencia de Cazador, continuó sus pasos hasta detenerse a ver la figura, ahora con más detalle, incluso llegaba a distinguir su reflejo. La cabeza era su único agarre, tapó su vista y jaló con fuerza, sin embargo, no llegó a despegarlo del suelo ni un poco.

–Uf, lo lamento, Cazador, es bastante pesado para mí... –Observó cómo luchaba por desenterrarlo.

–Ha de ser la cantidad de crema, a ver, dejame intentarlo.

Cazador le dejó su gorro en sus manos y se acercó a hacer el intento, pero de igual manera no pudo con el muñeco que por su peso se resistía a salir. Cazador entró en duda y volvió a sentir su piel.

–Mirá su brillo, parece estar hecho de un material que nunca he tenido entre mis manos... ¡Por supuesto, Monigote! ¡Esto no es azúcar, es porcelana!

–¡¿Porcelana?!

–¡Sí! ¡Un muñeco de porcelana!

–¡Qué disparate! No se parece en nada a lo que me has descrito.

–Lo sé, Monigote, pero si vino del cielo, debe tener relación con aquel estruendo…

–¡Ha de ser quien los esté causando!

–Solo una fuerza mayor es capaz de tal acción descomunal, ¿y sabés lo que eso significa?

–¿Que habrá más estruendos?

–¡No, cerebro de nuez! ¡Que es un humano!

–¿Y dice que ellos vienen del cielo como él lo hizo?

–De lo más alto, justo para la época de caza, ¡es una revelación!

–Este sí que es nuestro año, ¿a que sí, Cazador?

–Vos lo dijiste, y mirá, se ve como si valiera un kilo de frutillas... Estaba pensando, ¿acaso un humano hecho de porcelana es dueño de tanto poder?

Cazador no le dio tiempo de responder, alzó su arma y le apuntó directo a la cabeza.

–¡Pero qué hace! ¿No vamos a ayudarlo?

–No voy a dejar que se convierta en una amenaza para mi reino, podemos colgar su cabeza si tanto insistís–. ¡Mirá su brillo! –Su rostro herido reflejaba la boca de su escopeta como la luz lo hacía sobre la calva de Cazador.

–Sienta su piel, si esa enorme caída no le dejó ni una grieta, sus balas le harán cosquillas.

–Ya veremos si conserva su cabecita de novio, solo esperá a que tome distancia.

Cazador retrocedió sin perder el pulso con su mirada pegada a la mirilla de su arma en la que el enorme león de azúcar se asomó.

–¡Monigote! Hacete a un lado, estoy seguro de que la porcelana de vidrio es capaz de atravesar el chocolate.

Comenzó a rodearlo con su nariz inquieta.

–Sabe, Cazador, esto huele tan dulce como el chocolate.

–¿No lo ves? Brilla mucho más que el chocolate, esto es porcelana cien por ciento, o acaso dudás de mí.

–¿Acaso es usted quien pone en tela de juicio mi sentido del olfato? Recuerde que mi nariz es cinco veces más sensible que la suya.

–En eso tenés razón, por eso se ve como una frutilla con forma de trufa… ¡pero debo comprobarlo!

–No desperdicie sus municiones, podríamos llevarlo a nuestra cueva y encender un fuego, si este se encuentra derretido para el siguiente amanecer entonces definitivamente es de chocolate.

–Y de lo contrario, será un brillante adorno de pared.

Ambos sujetaron al muñeco de sus hombros e intentaron sacarlo con todas sus fuerzas, pero fue en vano.

–Tengo una idea, usá tu dulce para lubricar la superficie alrededor, en tanto yo hago la fuerza.

Monigote había sacado el almibar de su bolsillo almacenero y lo colocó a su alrededor, el novio comenzaba a ceder como lo había imaginado, de a empujones lograron sacarlo sin que en ningún momento diera señales de vida. Monigote lo subió a su hombro como si nada y partieron camino hacia su morada entre la espesa jungla al borde de las altas cumbres. Les había llevado años construir un hueco del tamaño de una cueva a través de esa cereza abismal, en lo más profundo descansaban junto a la reserva de frutillas que habían pasado recolectando durante la temporada. Con el hombro cansado Monigote terminó arrastrándolo hasta su dormitorio, con ayuda del Cazador lo pusieron de pie y tomaron distancia. Cazador se encargó de encender un fuego lo más cerca del novio, mientras la bestia se estiró de brazos acompañado de un bostezo interminable, el tramo que había estado cargando al muñeco lo había dejado exhausto.

–Mejor descansemos –suspiró el león.

–De ninguna manera, ¿en caso de que llegase a retomar su conciencia? ¡Vos te vas a hacer cargo de tu decisión! Si intenta algo no dudarás en usar tu fuerza, si no, yo voy a usar la mía... avisame si otro humano se aparece.

Ya le había puesto los puntos, así como el león tenía un sentido desarrollado del olfato, Cazador lo tenía con su oído, fue capaz de percibir el impacto a una gran distancia, más aún se alertaría ante cualquier movimiento. Sin embargo, estaba exhausto, apoyó la cabeza sobre una de las rocas de chocolate y no le costó mucho tiempo entrar en un estado de somnolencia. Monigote intentaba mantener los ojos abiertos, no iba a rendirse a la promesa que había hecho a su compañero, se puso cómodo a un lado de la estatuilla acogido por el calor abrumador de la fogata.

–Espero que no sea en vano salvar tu vida, quizás sea osado de mi parte ir en contra de las reglas de Cazador, podría tratarse de otro abuso de su poder, o por el contrario, estaría intentando proteger a su subordinado, porque es un buen compañero… porque es un buen…

Su tararear se había hecho susurro, sus ojos parpadearon por última vez antes de entregarse al sueño, su cuerpo cayó como plomo sobre sus zapatos de porcelana cuando sus palabras ya se habían convertido en grandes ronquidos. En ese momento reaccionó al peso del león, una pequeña gota iba en picada desde su frente, era del almíbar que se desprendía del techo por encima de él y goteaba con la poca corriente de aire que llegaba de afuera, se deslizó hasta su boca, lo invadía un sabor dulce pero agradable. Sus ojos comenzaron a abrirse lentamente, el novio de a poco recuperaba la vista.

–¿Dónde estoy?

Confundido, se llevó un pequeño susto al ver al enorme león durmiendo como un bebé entre sus piernas. Maniobró con cuidado sus pasos y a la primera vez que dio la vuelta, tomó un pequeño envión para zafarse. Caminó perdido entre la oscuridad hasta escuchar los ronquidos que provenían de uno de los ambientes, llegó a la entrada, Cazador ya se había perdido en el sueño sobre una cama de piedras.

–Voy a sorprenderte… –balbuceó acompañado de un fuerte soplido.

Observó su escopeta de pie contra la pared encandilado por la luz que provenía de afuera, se dio cuenta de que aún era de día y pudo imaginar que su oportunidad de salir de ese lugar era más segura con el arma en sus manos. En ese momento otra voz lo detuvo.

–¡Está vivo! ¡Está vivo! –La bestia se había despertado de una pesadilla y con la gran sorpresa de que el hombre ya no estaba ahí. Comenzó a correr buscando la luz mientras se perseguía por la voz del gigante que se hacía eco por todas partes y lo desorientaba, se vio obligado a adelantar sus pasos en cualquier dirección hasta impactar con la espalda del león que estaba igual de perdido con la misma desesperación. Ambos terminaron en el suelo y no tardaron en reconocerse.

–¡Teneme piedad! ¡Soy de porcelana, tus dientes han de ser fuertes si querés devorarme! –suplicó el novio que intentó resguardarse de todos lados.

–Shh... tranquilo, los míos son de azúcar, tampoco podría lastimarte, por poco perdés la cabeza de novio, pero acá estás a salvo conmigo, mi nombre es Monigote y esta es mi dulce morada. –El animal se puso de pie, era cinco cabezas más grande que él, de enorme contextura y apariencia de un león de circo, pero a pesar de lo intimidante que era su cuerpo llevaba el rostro de un niño, unos cachetes ruborizados y unos pequeños ojos verde agua que brillaban por sí solos, su impresión le inspiraba inocencia.

–Soy Manuel, y esta es mi casi esposa Jo... –Señaló a su lado y se detuvo en pánico al recordarla en su ausencia–. ¡JOANN! –La buscó con su mirada, pero no lograba verla por ningún lado–. Decime ¿viste a Joann? Es una muñeca un tanto más pequeña, de piel suave, con un pelo miel brillante y vestido de novia.

–Temo que no he visto ninguna novia perdida en la espesa jungla de chocolate.

–¿Jungla de chocolate dijiste? Debió haber sido una caída muy larga…

–¿Por qué Joann es tan importante para vos?

–Ella es mi mejor compañía, mi impulso, nuestros destinos están unidos por un lazo de amor.

–¿Amor? ¿Qué es eso?

–Ya sabés, un beso es una muestra de amor.

–¿Y decís que se necesita de un beso?

–Es mucho más que un beso, es mi razón de existir.

–Ahora entiendo tu preocupación, ojalá Cazador fuera tan buen compañero como decís.

–¿Cazador?

Ambos alcanzaron a oír el estruendo, esta vez provenía de la alcoba de Cazador.

Monigote lo cargó en sus hombros sin previo aviso, la figura comenzó a resistirse.

–¡Esperá! ¡¿Por qué la prisa?!

–Tus pasos son pesados, acá el más rápido se salva, ¡y él quiere convertirte en un adorno de pared! No hay tiempo que perder.

–¿Vos sos su subordinado?

–Algo así, su arma lo convierte en el rey de esta selva, lo convencí de dejarte un día más con vida para demostrarle si eras una figura con algún valor.

–Gracias, sé muy bien lo que valgo... Entonces. ¿acabás de salvarme de convertirme en pedacitos?

Se detuvo, habían llegado a la boca de la cueva, ahí lo puso de pie y lo miró a los ojos, podía ver en el león un sentimiento de culpa y temor de lo que su amigo era capaz.

–Por eso apurate en encontrar a tu novia si no querés que él lo haga, tu valor ha de ser insuperable para ella, andá, yo mismo me ocupo de contarle la verdad a Cazador.

–No te molestes, está delante de mí –dijo Cazador, que ya se encontraba desvelado y con su escopeta en alto les daba la sorpresa.

–¡Cazador! Olvidé hablarte de su oído despierto.

–Hacete a un lado, Monigote, voy a volar en mil pedazos a esa cabeza de novio.

–Mi nombre es Manuel, señor.

–¡Silencio, impostor! No voy a tardar en convertirte en una joya de porcelana. –Volvió a alzar su arma contra él–. ¡La vista en alto, muñeco!

–¡No dispare todavía! –se interpuso la bestia–, dele un gramo de tiempo para recuperarse, fue una caída bruta.

–Va a ser menos doloroso para él aún perplejo. ¡Monigote!, sujetalo por mí, ¿querés?.

–Detenelo, por qué insiste en hacerme daño –contradijo el novio.

–Cazador está jugando, se le da por dispararle a todo lo que se encuentra en su camino, pero no te preocupes, su visión no es igual de buena que su oído.

–¿Acaso estás poniendo a prueba mi puntería? –Cazador exclamó desafiante.

–Cazador, entienda, él debe encontrar a su mejor compañía, su impulso, al amor de su vida.

–Silencio, Monigote, ya escuché suficiente en su defensa. ¡Yo soy el rey de esta selva! ¡No voy a dejar que su palabra esté por sobre la mía! ¡Ahora obedecé!

–No te dejes manipular por este charlatán carente de amor.

–¡Monigote, bien seco en la cabeza! –Ya no mostraba nada de compasión por el novio.

–Monigote, por favor, vos tenés un corazón más grande que el suyo.

–¡Tik, tok!, ¡mi paciencia se acaba, Monigote!

–Perdone, Cazador, no pienso entrometerme en su amor, él tiene que encontrar a su amada.

–Bien, entonces tendré más cuidado, cuando acabe con este novio, vas a tener tiempo para pensar en tonterías, a la cuenta de tres.

Desesperanzado, Monigote lo miró a los ojos con su peor cara de dolor.

–Perdón, Manuel, lo intenté –dijo apenado y luego lo sujetó de la espalda.

–Monigote, ya estoy roto por dentro.

–Está bien.

No opuso resistencia, procedió a cubrirle los ojos.

–¡Adelante Cazador! –El león dio la señal.

–¡Uno!

–Perdón, Joann… –suspiró entre lágrimas al viento, un llanto que llegaba a oídos del piadoso león que se sensibilizaba con el novio al imaginarse que no sería capaz de volver a ver a su amada.

–¡Dos!

–Vos valés mucho para ella, en cambio yo no valgo nada para él –le susurró Monigote al oído y con su fuerza sobrehumana disparó a Manuel por los aires, haciéndolo perderse en la luz destellante del cielo.

–¡Tres!

Para cuando quiso apiadarse ya era demasiado tarde, en consecuencia, su amigo había recibido el disparo y con él se fue su último aliento.

El novio de porcelana

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