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ОглавлениеEl problema del decir lo que no es
Platón presenta claramente la dificultad en su diálogo Teeteto (189a). Tras aludir al carácter factivo de verbos como “ver” y “tocar”, Sócrates traslada esa idea al juicio y pregunta: “Pero el que opina sobre una cosa, ¿no opina sobre algo que es?”. De aquí parece seguirse que juzgar sobre lo que no es no es siquiera juzgar, y de allí la conclusión inmediata y problemática es: “No es posible opinar lo que no es”.
El problema de cómo es posible hablar con sentido acerca de entidades que no existen, y aseverar con verdad la no existencia de lo inexistente, es una de las principales dificultades de toda teoría semántica, y la teoría pictórica del Tractatus ofrece una respuesta con una fuerte carga metafísica. (60)
La aproximación wittgensteiniana se inserta en la tradición de discusión que incluye a Frege, Russell, Alexis von Meinong. (61) En todos los casos, la solución asumía que no hay significatividad sin algún tipo de entidad que sirva sustento. Así, el dictum “no es posible opinar lo que no es” devenido “no es posible el lenguaje significativo sino en presencia de algún tipo de entidad” se mantenía incólume. Llamemos “presencialistas” a ese tipo de aproximaciones al dilema teórico. En el caso de Frege, la significatividad estaba garantizada por la presencia atemporal e inmutable de los sentidos, entidades platónicas que servían de garantía de la significatividad de nuestro hablar con sentido de entidades ficticias. Los nombres y descripciones definidas de nuestro lenguaje podían no referir a nada en el mundo, pero eso no les hacía perder significatividad en virtud de que expresaban sentidos cuya captación era condición de la comprensión lingüística. En el caso de Russell lo que suponía su teoría de las descripciones definidas era un rechazo a una versión extrema de presencialismo, la de Meinong (que él mismo había defendido en 1903 en The Principles of Mathematics, (62) y que finalmente descartó en 1905 en “Sobre el denotar”). Según Meinong, (63) el terreno del ser no es homogéneo: hay entidades subsistentes y entidades existentes. Nuestro hablar de lo no existente, nuestro hablar ficticio, o nuestro hablar con verdad del mundo concreto al negar existencias, es posible porque los significados de nuestras expresiones en ese tipo de aserciones son, o se vinculan a, entidades cuya presencia se daba bajo el modo de la subsistencia. La teoría de las descripciones de Russell presentaba una solución que se pretendía más fiel a la navaja de Ockham, esto es, al desideratum metafilosófico de reducir al mínimo los compromisos teóricos con diversos tipos de entidades. La clave estaba en lo que mencionamos más arriba, el tercer paso de su semántica atomista, que involucraba la idea de análisis, de reducción de oraciones con expresiones no atómicas a oraciones conformadas solamente por expresiones atómicas, siendo estas, únicamente, los nombres propios en sentido lógico (cuyo significado eran datos sensoriales presentes durante un presente especioso) y los predicados (cuyo significado eran los universales, tan ineludiblemente presentes como los sentidos de Frege). Así, la virtud de la posición de Russell era poder dar cuenta de que toda oración con apariencia de ser acerca de alguna entidad no existente (“El actual rey de Francia es calvo” era la oración con que ejemplificaba Russell) expresaba, en realidad, lo expresado por una oración donde todos las expresiones eran atómicas, esto es, significativas en virtud de referir a entidades presentes.
La solución de Wittgenstein en el Tractatus será diferente a las de sus tres antecesores, aunque no se saldrá del paradigma presencialista. La posibilidad misma de la significación estará dada, según Wittgenstein, por la existencia necesaria de objetos simples, los cuales determinan, en virtud de su forma, la totalidad del espacio lógico, la realidad, siendo el mundo meramente la totalidad de los hechos, es decir, de estados de cosas acaecidos. Los objetos simples forman lo que Wittgenstein denomina “la sustancia del mundo”, y es la presencia necesaria de dicha sustancia la garantía de la significatividad.
Podría decirse que, en el contexto de la presentación apolínea y sintética que realiza Wittgenstein en el Tractatus de sus ideas, si se procura encontrar algo así como un argumento explícito, probablemente la defensa de la idea de la “existencia” de objetos simples sea lo único que pueda satisfacer esa búsqueda. La misma se despliega en la secuencia de parágrafos 2.02-2.0212. (64) La idea sintetizada de Wittgenstein es que, dado que toda oración compleja puede ser analizada en sus partes componentes a través de oraciones que describan completamente a los complejos, no puede no haber un fin del análisis. El análisis debe tener un punto final en nombres que refieran a simples, es decir, un punto de llegada donde solo hay presentación sin descripción de lo simple. La razón de ello es que de no ser así la significatividad dependería de la verdad y no habría figuración posible.
Scott Soammes hizo una adecuada presentación del argumento de Wittgenstein bajo la forma de una reducción al absurdo. Podemos resumir así la presentación de Soammes:
a) Supongamos que no hay objetos simples y, así, los nombres más elementales del lenguaje refieren a entidades complejas.
b) Así, para que un nombre elemental refiera a una entidad, debe ser verdad que la misma esté compuesta de determinada manera.
c) Pero entonces para que un nombre, cuyo significado está dado por referir a una entidad, tenga de hecho significado (y consecuentemente lo tengan las oraciones del que dicho nombre forma parte), debe ser verdadera la oración que exprese el modo en que se compone la entidad referida por el nombre en cuestión.
d) Esta dependencia de la significatividad de expresiones en la verdad de otras oraciones no tiene límite, pues vale para cada uno de los nombres que aparezcan en la oración que describa la composición de la entidad compleja inicial (dado que los componentes referidos no pueden ser simples, dada la suposición inicial).
e) Este regreso infinito torna carentes de significado a todas las oraciones posibles del lenguaje.
Por lo tanto
f) La significatividad del lenguaje depende de que haya simples. (65)
Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de los simples tractarianos? Responder a esta pregunta es complejo y ha sido fruto de diversas interpretaciones. La fuente de la dificultad estriba en que el mismo Wittgenstein no da ejemplos de nombres, con lo cual no hay indicios claros de cuáles serían sus referentes. La principal disputa se da entre los “fenomenalistas” y aquellos a quienes podríamos denominar “nihilistas”. Los primeros señalan que la posición de Wittgenstein en el Tractatus es una versión no platónica del atomismo de Russell, siendo los simples aquello que le es dado a la experiencia del sujeto (aunque no los universales). Los segundos defienden la idea de que los datos sensoriales son entidades demasiado cargadas de propiedades como para constituir la sustancia del mundo, y que no hay nada (de ahí la denominación sugerida), ninguna propiedad, que constituya su naturaleza. Los primeros se apoyan en un aspecto del Tractatus al que aludiremos más adelante: el solipsismo, el cual cuadra bien con la idea de que el sujeto que nombra lo que nombra son datos sensoriales. Los segundos, tomando como paradigma de los datos sensoriales a las impresiones de color, remachan con el enigmático parágrafo: “Dicho sea incidentalmente, los objetos son incoloros”. (66)
Hay una tercera posición a la podríamos denominar “abstractista”:
A diferencia de los metafísicos tradicionales, Wittgenstein no pretende hablar de hechos particulares ni de ninguna clase especial de objetos. Lo que realmente está diciendo es: desde la perspectiva de la lógica, el mundo se divide en hechos y los hechos se componen de objetos y así tiene que ser independientemente de cómo concibamos el mundo y sus objetos. […] Lo que Wittgenstein ofrece en el Tractatus no es una ontología, sino más bien el esquema general que vale para cualquier ontología. (67)
Sea cual sea la posición a defender, lo cierto es que Wittgenstein es claro en afirmar que los simples no tienen más rasgos que su forma, esto es, sus posibilidades de combinación a la hora de conformar estados de cosas. Las propiedades materiales (donde “materia” se opone a “forma”) no son predicables de los objetos, sino que su predicabilidad “surge” en las proposiciones. Los objetos simples no tienen propiedades pero, en virtud de su forma, conforman estados de cosas atómicos que pueden ser expresados a través de proposiciones en las que emerge la predicabilidad de propiedades. Si a este grado sumo de simpleza (68) se le agrega que los simples son inalterables, entonces “podemos concluir que lo mutable en la estructura del mundo es lo relativo al modo de configuración de los objetos (determinando de esta manera diversos estados de cosas atómicos) y lo fijo son los objetos”. (69)
Por lo dicho, según el Tractatus, podemos representar lo que no existe en la medida en que una oración es reducible vía análisis a diversas oraciones atómicas que tienen como sentidos diversos estados de cosas que, acaecidos o no, están constituidos por objetos simples cuya presencia es necesaria. Uso la expresión “presencia” en lugar de “existencia” no solo para remarcar el apego del Tractatus a la tradición presencialista, sino también porque el Wittgenstein maduro, el de las Investigaciones filosóficas, le hace decir a su pasado tractariano: “Quiero llamar ‘nombre’ solo a lo que no puede estar en la combinación ‘X existe’”. (70) La afirmación no debe sorprender, pues si los simples son necesarios, no puede decirse una proposición con sentido que predique existencia, dado que no cumpliría con el requisito del decir, el de la bipolaridad. “Lo que alguna vez llamé ‘objetos’ era simplemente aquello de lo que podemos hablar independientemente de lo que sea el caso”, (71) señaló Wittgenstein en los años 30, también en plan revisionista; y al señalarlo nos recordaba que, en el Tractatus, los simples son aquello para lo que no hay ni existencia ni no existencia. (72)
Estas afirmaciones de apariencia paradojal tienen, sin embargo, su raigambre filosófica. Por ejemplo, si se asume una interpretación “nihilista” de la concepción tractariana de los objetos simples, estas características de los mismos, cuyo conjunto conforma la sustancia fija del mundo, podrían conducir a acercar la metafísica del joven Wittgenstein al extraordinario salto conceptual dado por Anaximandro a la hora de pensar el principio (arché) constitutivo de lo real en términos de tò ápeiron. Hay diversas versiones acerca de cómo interpretar dicho concepto en la filosofía de Anaximandro, aunque pueden dividirse en dos tipos: las que lo presentan en términos de lo cualitativamente indeterminado, y las que lo hacen en términos de lo cuantitativamente espacial infinito. (73) Por su parte, los representantes del primer grupo “se dividen a su vez en dos subgrupos: I) los que hallan la nota distintiva de lo ápeiron en una ausencia de limites internos, en tanto origen primordial de las cosas; II) los que conciben lo ápeiron como lo que es susceptible de cobrar toda suerte de determinaciones”. (74) Dado que es factible interpretar el Tractatus como señalando que la sustancia del mundo en tanto constituida de simples es lo que garantiza la significatividad de las oraciones en las que irrumpe la predicación (con su correspondiente correlato ontológico, esto es, que las propiedades “irrumpen” a partir de las combinaciones que se dan en los estados de cosas), pareciera que son las interpretaciones del tipo (II) las que permiten con mayor perspicuidad trazar la analogía con el Tractatus bajo la lectura nihilista. Por otra parte, la negación tanto de la existencia como de la inexistencia, mencionada más arriba en tanto constitutiva de los simples, cuadra muy bien con lo ápeiron de Anaximandro, ahora bajo la interpretación según la cual “la oposición que la palabra misma trae consigo: péras: á-peiron” da cuenta de que “la negatividad es el […] modo de manifestarse del ápeiron”. (75)
La metafísica atomista del Tractatus se presenta, así, como heredera de los orígenes mismos del pensamiento filosófico.
60- El problema es especialmente serio para algunas teorías semánticas, pues conduce a la asignificatividad de toda oración falsa (como se denuncia en el Teeteto).
61- Para un excelente aproximación al problema de la denotación y su raigambre en una tradición de discusión que incluye también, y esencialmente, a la línea Franz Brentano – Edmund Husserl, véase Coffa (2005: 171-193).
62- Véase Russell (1948: 549).
63- Sigo el modo en que Simpson presenta, deliberadamente simplificadas, las ideas de Meinong, en Simpson (1975: 58; 61-63). Para una discusión notable, sostenida y célebre entre los filósofos argentinos Raúl Orayen y Alberto Moretti en torno a las ideas de Meinong, véase Orayen (1970, 1989, 1993), Moretti (1989, 1993). Para el problema general del discurso sobre inexistentes, véase Moretti (2008).
64- Véase SELECCIÓN DE TEXTOS, sección “La sustancia del mundo”.
65- Véase Soammes (2003: 199-203).
66- TLP, 2.0232.
67- Tomasini Bassols (2017: 38).
68- Los abstractistas defenderán que la noción de “simpleza” no puede ser sino dependiente de consideraciones lingüísticas, de la estipulación de cuáles son los nombres del lenguaje y, en consecuencia, cuáles son los términos lingüísticos donde se detiene el análisis: “El desiderátum de lo que es simple lo determinan los nombres puesto que, sean lo que sean, los objetos son lógicamente sus significados (referencias), a más de que no estamos efectuando ninguna clase de investigación empírica” (Tomasini Bassols, 2017: 42).
69- Laufer (2013: 28).
70- IF, § 58.
71- OF, § 36.
72- Véase más adelante, en la sección “Mostrar y señalar lo indecible que importa”, el vínculo entre la concepción de los simples, la función proposicional “ni… ni…”, y el misticismo.
73- Véase Mondolfo (1971), donde la infinitud está más bien ligada a la dimensión temporal.
74- Soares (2002: 73).
75- Guariglia (1964-1965: 86).