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Santa Julia, 5 de febrero de 2010

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Juan se levantaba todas las mañanas a las siete, era el primero de los trabajadores en hacerlo. No le gustaba tener que trabajar catorce días corridos, pero el sueldo era notoriamente más alto de lo que había ganado en toda su vida. Es más, con un par de meses de sueldo bien podía equiparar el total de sus ganancias en los cuatro años que trabajó como peón rural en la estancia “La Milagrosa”. Le gustaba levantarse temprano para ver asomar el sol tras los picos de la cordillera, un espectáculo que no se perdía. Eran los primeros días del mes de febrero, a las seis empezaba a aclarar, pero el sol demoraba una hora en dar en el campamento.

Santa Julia estaba ubicada a tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar, éramos alrededor de diez trabajadores explorando la vieja mina. Había sido una de las más importantes de su época, en la década del 60 llegó a ser la más grande del país en extracción de oro y plata. Algunas décadas después, fue abandonada por haberse agotado el mineral en las vetas del cerro. Sin embargo, los modernos métodos de explotación reavivaron el interés en la mina, los geólogos estaban convencidos de que la concentración del mineral era lo suficientemente buena para poder reactivar Santa Julia.

Juan se levantaba temprano, iba al baño, se limpiaba la cara, y se sentaba en el alto del campamento a esperar el sol. La Jornada para el resto comenzaba a las ocho, cada uno sabía muy bien cuáles eran las tareas asignadas. Un par de semanas atrás, antes de su última bajada al pueblo, Juan me había dicho que estaba pensando en irse a vivir con Mariana, llevaban tres años de novios y ambos estaban convencidos de que querían pasar juntos mucho más tiempo. La vida para un trabajador minero no era fácil, catorce días aislado entre la inmensidad de las montañas, lejos de la familia, de los amigos, de las diversiones. Juan sabía que Mariana no estaba de acuerdo con su decisión de trabajar para la nueva empresa “Esumen Gold S.A.”. Creía que, si se iban a vivir juntos, podría pasar más tiempo con ella y evitaría las recriminaciones por sus prolongadas ausencias.

Santa Julia se ubicaba a noventa kilómetros del pueblo más cercano. Por el estado del camino y sus dificultades, eran más de cuatro horas de viaje. Esumen lo había reparado, se encontraba mucho mejor que en los años de abandono, de igual manera siempre fue (y es) un camino que no permite distracciones.

Mariana era bióloga, se había recibido hacía poco más de un año, estaba trabajando en el área protegida El humedal; luego de terminar sus estudios, decidió volver al pueblo, rápidamente consiguió ser contratada. Era una aficionada por el montañismo, deporte que practicaba desde muy chica, en el que se había iniciado gracias a su padre, Héctor. Dos años antes había fundado una multisectorial que se oponía a la construcción de la represa “Los Piuquenes”, el embalse era un proyecto histórico de la provincia y parecía estar cada vez más cerca de su concreción. Los Piuquenes proyectaba una capacidad de almacenamiento que le permitiría al resto de la provincia sobrellevar sin problemas las temporadas de sequía. La represa tenía una superficie inundable de cinco mil hectáreas, pero lo más preocupante para los asambleístas era el lugar exacto que llenaría de agua ese embalse.

Juan no tenía ningún título universitario, tampoco había tenido la posibilidad de elegir, aunque siempre decía que el estudio nunca le atrajo demasiado, había sido criado por sus tías, Carmen y Rosa. Su vida siempre había transcurrido en el pueblo de Los Algarrobos, su historia familiar era conocida por todos y le había significado un peso difícil de superar. Era el único hijo de un matrimonio de ingenieros, Antonio y Teresita, que habían llegado a Los Algarrobos en los años 80 para trabajar en la mina de Santa Julia. Por aquellos años, ya estaba en la etapa final de su explotación, sin embargo, sus dueños anteriores no se resignaron con facilidad, buscaron exprimirle hasta el último gramo de oro. Por ello fue que contrataron a dos prestigiosos ingenieros, de igual manera el proyecto se vio trunco. Finalmente, Santa Julia cerró sus puertas un 24 de abril de 1988, cuando Juan tenía solo un año.

Carmen y Rosa se habían hecho cargo de él. Las dos vivían en la capital, a más de trescientos kilómetros de Los Algarrobos; cuando tuvieron que asumir los cuidados de Juan, no les quedó otra opción que usar la casa de su hermana, Teresita. Carmen era artesana, Rosa era médica, habían vivido juntas toda su vida, los cuidados de su sobrino parecieron condenarlas a seguir haciéndolo por la eternidad. En el centro de la ciudad alquilaban un pequeño departamento, nada lujoso, pero lo suficientemente amplio, la situación económica les estaba poniendo cada vez más complicado el pago de los alquileres. El día que recibieron la noticia, supieron perfectamente que, si tenían que hacerse cargo de los gastos que un niño implicaba, no podrían seguir afrontando el pago del alquiler. Estuvieron de acuerdo en que lo mejor era mudarse a la casa que había dejado su hermana.

Yo estaba agotado, a punto de irme a acostar, cuando Juan se acercó y me pidió que charláramos un rato:

–Che, muy pronto empezarán a construir Los Piuquenes–dijo Juan.

–La verdad que no tenía idea, pensé que la obra iba a estar más demorada por falta de fondos –le respondí sin darle demasiada importancia.

–Ya es casi seguro, Mariana estaba muy preocupada por ese tema y habían buscado un abogado porque decían no sé qué cosas, de la audiencia pública y unas giladas así.

–Bueno, igual viste cómo es esto, por más que le metan abogado o lo que sea, cuando algo se decide, se decide. No hay mucha vuelta que darle. ¿Cuál es el problema que tiene Mariana con esa obra?

–Sí, es como vos decís, pero Mariana está muy metida con esto, no acepta que nos tengamos que ir del pueblo. Yo ya le he dicho que es un hecho, este pueblo no tiene mucha vida, y cada vez queda menos gente. Igual ella no cede en su posición.

–Creo que quedaban dos mil personas no más, además ya no hay ni tierras cultivadas, se ha perdido gran parte de la producción, hace tiempo que acá no hay oportunidades.

–Sí, eso es lo que le digo a Mariana. Yo no sé bien que tienen en mente con su grupo, pero cuando no hay opciones, no hay opciones. Según dicen, la construcción va a llevar cinco años, en cuatro nos estarían reubicando.

–Eso había escuchado, van a otorgar una vivienda a cada familia, y a los productores les darán hectáreas cerca de la ciudad, o sea, nadie sale perdiendo.

–Es lo mismo que le digo a Mariana, y ella me viene con su discurso de la defensa de los territorios, de que el embalse tampoco es viable en esta zona para almacenar el agua, de que con los diques que hay aguas abajo es suficiente. En fin, tiene sus argumentos, no digo que no, pero cuando una decisión está tomada ya no hay vuelta atrás.

–Sí, no hay más vuelta que darle, llevo años acá y sé cómo es esto. Además, este pueblo ya no tiene futuro.

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