Читать книгу En Búsqueda de las Sombras - Federico Sanna Baroli - Страница 8

Los Algarrobos, 6 de febrero de 2010

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Aquel día había bajado de la mina, a las cinco de la tarde ya estaba en mi casa, mis tías siempre me esperaban con abundante comida en la heladera. Les había explicado que arriba no nos faltaban alimentos, e igual ellas se esmeraban en hacer todo tipo de platos. Don Vicente nos dio un día de descanso extra, era un inspector bastante generoso y tenía años de experiencia en el trabajo. Él había sido el único empleado que resistió luego de que cerrasen la mina, e incluso persistió al cambio de compañía.

Don Vicente solía presumir que todos los secretos de Santa Julia habían pasado por sus ojos, desde que trabajaba allí en el año 76, ningún detalle se le había escapado. Era un hombre muy educado, tendría unos sesenta años en aquel entonces, pero con más vitalidad que alguien de veinte. En lo único que yo le ganaba, era en levantarme más temprano para ver el amanecer, me encantaba poder ver el sol asomando tras los picos de la cordillera, siempre decía que algún día subiría esos cerros, aunque Mariana no me creía demasiado.

La tía Rosa me sirvió la comida, la llevé rápidamente a la boca, ganas no me faltaban. Es cierto, si bien en la mina nos alimentaban bien, la calidad no era la misma, además la tía Rosa tenía una mano especial para la cocina. Siempre decía que hubiera ganado más como gastronómica que como médica, pero realmente el pueblo no tenía demasiado lugar para comida gourmet. La tía Carmen no se quedaba atrás, solía preparar un estofado y una carne rellena que eran platos exquisitos. En aquel tiempo vivían alrededor de dos mil personas en Los Algarrobos, estaban dispersas en varios kilómetros, el casco céntrico solo tenía la iglesia, la municipalidad, la policía y un único restaurante que ofrecía siempre los mismos cuatro platos.

Nunca había sido un pueblo turístico, aunque decían que antes de los 90 la situación agrícola les permitía vivir mucho mejor, incluso muchas personas vivían de sus propias hectáreas de tierra (no más de tres o cuatro por familia). Todo cambió cuando el ferrocarril dejó de llegar, la distancia con la ciudad y los caminos de montaña implicaban una barrera natural para los productos del pueblo. El costo de transportarlos se volvió elevadamente alto y ninguno de los productores pudo hacerle frente. Hubo intentos de fundar cooperativas, pero no estaban preparados para eso, cada cual se había acostumbrado a disponer por sí solo de su propia producción y no era sencillo que cambiaran de opinión.

Todavía recuerdo cómo era el pueblo hasta mediados de los 90. En la entrada, a ambos lados de la ruta se extendían las plantaciones de manzanos, con la tía Carmen íbamos siempre a buscar los cajones de manzana para preparar orejones, luego ella los vendía en la feria de la plaza.

Las calles internas del pueblo con sus grandes sauces y las veredas levantadas por sus raíces, esos árboles le dan un encanto singular al lugar. Solo que antes había mucha más gente en sus calles, Don Vicente dice que vivían alrededor de cinco mil personas. Contrariamente a lo que pasa en la mayoría de los lugares de nuestro país, aquí la población se fue reduciendo. La gran mayoría partió cuando cerró el ferrocarril, recuerdo la imagen de los frutales secándose, las grandes plantaciones de aromáticas abandonadas, y muchos amigos de la primaria que jamás volví a ver.

Para fines de los 90, el pueblo se había convertido en una sombra de lo que fue, de las grandes plantaciones de frutales solo quedaban sus esqueletos, las aromáticas no eran más que una leyenda y la población se había reducido enormemente. Con mis tías estuvimos a punto de irnos, a la tía Rosa le salió una oportunidad para ir a trabajar como médica en la ciudad, pero al final desistió de esa opción. Las formas de contratación también habían cambiado. En el pueblo, Rosa era una médica empleada por el Estado, sin embargo, para el traspaso a la ciudad debía renunciar a su cargo y transformarse en una prestadora de servicios del sistema de salud. Es decir, pasaría a ser una monotributista que trabajase en forma “independiente” para uno de los hospitales privados más importantes. Ella finalmente no aceptó porque, si bien le ofrecían mayor dinero mensual, no tenía estabilidad alguna. Carmen ya no tenía ingresos de sus productos ni artesanías, Rosa se había transformado en el único sustento del hogar.

Luego de comer, largo y tendido, charla de por medio con mis tías, me di un baño y salí para encontrarme con Mariana, habíamos quedado en juntarnos en el río. Ella llegó puntual, como siempre. Desde que había empezado a trabajar en la mina, hacía ya cuatro meses, en muchas ocasiones se había enojado por mi trabajo para Esumen y mi relación con Don Vicente, quien no le era de mucha simpatía. Antes de que dijera una sola palabra, ya percibía su ánimo, me daba cuenta por su mirada. Por más que las palabras lo negaran, las miradas son más elocuentes que cualquier frase.

Esa tarde nos pusimos a tomar mate a la orilla del río, ambos nos despejábamos haciéndolo. El río era nuestro lugar de encuentro preferido. En esa época del año sus aguas empezaban a limpiarse luego de los deshielos de diciembre y enero, tomando un color verde que, con el reflejo de los rayos sol, adquiría un encanto especial. Yo había aprendido a disfrutar del río desde chico, apreciar sus meandros, verlo cambiar su cauce, jugar en sus brazos, observar sus aguas aclararse, disfrutarlo cuando en noviembre comenzaba a crecer y abrir nuevos caminos. Nos quedamos allí a ver el atardecer, los últimos rayos de luz se ocultaron tras los picos de los Andes, dejando una estela de nubes naranjas en el cielo. La noche se apoderó de nosotros, los ruidos del pueblo se terminaron de acallar; pasadas unas horas, solo se escuchaba el sonido del agua.

Charlamos de varios temas, pero habíamos evitado tocar el problema del embalse, Mariana estaba muy mal por ello, yo no estaba seguro de que el accionar de su grupo pudiera tener algún resultado. Finalmente, le propuse que nos fuésemos a vivir juntos a partir del siguiente mes. Había un par de viviendas que estaban desocupadas, los propietarios las alquilaban desde la ciudad por temporada, podíamos hablar con ellos y tratar de que el alquiler fuera anual. Mariana me dijo que antes debía saber algo importante:

–Es posible que en estos meses comience la construcción de Los Piuquenes. ¿Vos sabés lo que eso significa?

–Sí, más o menos, de igual manera este pueblo no tiene mucho futuro.

–Con el grupo hemos decidido que haremos un bloqueo al campamento de la empresa, no la dejaremos ingresar. Estamos dispuestos a llegar a las últimas consecuencias con tal de que nos escuche el Gobernador. Además, nunca hicieron la audiencia pública ni nos dejaron opinar sobre la obra, de eso se está encargando el abogado.

–Igual me parece un poco arriesgado, van a terminar todos presos.

–A estas alturas no nos queda más opción, no hemos podido resolver esto de otra manera.

–Vos sabés que yo prefiero mantenerme neutro en estos temas.

–Neutros son los detergentes, Juan.

–No sé si yo pueda bancarte en esto, me parece un exceso. No quiero dramatizar, pero si en la empresa se enteran de que convivo con una persona que participa en el corte, es posible que tampoco me extiendan el contrato para la próxima temporada.

–Estoy un poco cansada de tus idas y vueltas. Si tanto te preocupa la situación, entonces no convivas con una persona que participa en el corte.

Mariana se levantó, me miró apesadumbrada, acercó su cara para darme un beso, casi imperceptible, y se retiró. Fue la última charla que tuvimos por bastante tiempo. El plan de irnos a vivir juntos quedó postergado por completo, o más bien nunca vio la luz. A decir verdad, yo también tenía muchas dudas sobre si realmente podríamos convivir siendo personas tan distintas, ni que hablar de compartir toda una vida. Mariana era una militante política desde que tenía uso de razón, algo que debo reconocer no me agradaba demasiado, menos aun cuando se ponían en juego temas delicados. Nuestro pueblo estaba en franco retroceso y la construcción de Los Piuquenes iba a permitirles a todas las familias salir de esa condena eterna, del olvido y de la falta de oportunidades. ¿Quién quería quedarse en un lugar olvidado por el mundo? Ni siquiera turistas llegaban a Los Algarrobos, con suerte aún figurábamos en los mapas.

Las familias que quedábamos viviendo allí no teníamos opción de salir, sin dudas que la gran mayoría se hubiese ido con la primera oportunidad que surgiere. Mariana era un caso especial, su familia era dueña del único supermercado del pueblo, eso les daba un capital bastante importante y eran de los pocos que podían decidir sobre su futuro. Sus padres nunca quisieron irse, todavía esperaban ingenuamente el día que retornase el ferrocarril, creían que Los Algarrobos volvería a tener grandes plantaciones de frutales y aromáticas. ¡Nada más ingenuo! Ellos podían darse el lujo de soñar con ese mundo, sabiendo que tenían un plato de comida asegurado y mucho más que eso. Habían podido enviar a sus dos hijos a estudiar a la ciudad, Mariana y Fausto, ella había optado por la Biología, mientras que él se había inclinado por la Administración de Empresas.

La hija mayor del matrimonio era la única que había logrado recibirse, su hermano aún luchaba contra las exigencias del sistema universitario, no pocas veces había pensado en colgar la toalla. Sin embargo, el temor de volver al pueblo siempre le ayudaba para intentar una y otra vez progresar en la ciudad.

Mariana volvió, convencida de que tenía un deber que cumplir, sus conocimientos ayudarían a cuidar lo poco que iba quedando en un pueblo fantasmal. Al principio su compromiso me pareció admirable, diría que hasta fue una de las cosas que hicieron que me enamorara de ella. No su militancia política, pero sí su amor por la tierra que la vio crecer, el hecho de volver, pese a que tuvo todas las posibilidades de hacer una vida distinta en la ciudad. Ella se comportaba como una más y nunca hizo gala de las claras diferencias económicas de su familia con el resto. Incluso en mi casa, donde teníamos el ingreso mensual de la tía Rosa, nuestra situación era bastante mala. Desde que cayó la venta de artesanías de la tía Carmen y la economía del pueblo se fue a pique, Rosa nos había mantenido a ambos con su salario. Ello fue así hasta que al fin alcancé la mayoría de edad y comencé a trabajar.

Mis primeros empleos fueron en las pocas plantaciones que quedaban en pie, la paga era realmente muy mala. El salario de Rosa no alcanzaba para que fuese a estudiar a la ciudad, no me quedaba otra opción que intentar progresar por mi cuenta.

Eso puede parecer muy romántico si se lo plantea como una idea abstracta. Por supuesto, está lleno de personas que creen que si se levantan más temprano cada día tendrán más oportunidades, y están los otros, esos que son aún peores. Los que creen que los que no hemos tenido oportunidad es porque no nos hemos esforzado lo suficiente, que nos falta dedicación, esmero, creatividad, ingenio o cualquiera de esos tips de autoayuda. No entienden que hay quienes hemos nacido condenados, no tenemos más opciones sobre la mesa, es posible que a Dios se le hayan agotado las ideas en algún momento. No se le ocurrió para qué podíamos ser buenos, simplemente terminamos siendo depositados en pueblos aislados que se derrumban un poquito cada día.

Mariana siempre me retaba por algunas de estas reflexiones, ella decía que no se trataba de designios divinos sino de decisiones humanas que nos habían condenado. En fin, yo siempre creí que era fácil hablar y hacer bellos análisis cuando hay un plato de comida asegurado por la eternidad de los días. Por eso, si bien al principio admiré su amor por el pueblo, me costó estar de acuerdo con su lucha contra Los Piuquenes. Aunque hubo momentos en que creí haberme equivocado, instantes en los que el manto del olvido pareció levantarse de estas tierras.

¿Qué otra oportunidad tendría la gente de Los Algarrobos de salir de esta situación? Con la construcción de la obra se otorgarían nuevas viviendas en sitios cercanos a la ciudad, una para cada familia. Además de eso, a las poquísimas producciones que seguían en pie se las compensaría otorgándoles la misma cantidad de hectáreas y una indemnización por la expropiación de las tierras.

Es cierto que el pueblo quedaría totalmente sumergido, nunca volveríamos a sentarnos a orillas del río, eso me generaba un poco de tristeza. Más que tristeza era nostalgia. Y nadie puede vivir de la nostalgia, creemos que podemos idealizar un recuerdo una y otra vez, que ese recuerdo puede alimentarnos, pero llega un punto en que no hay recuerdo que alcance si no tenemos un futuro por delante. Mariana y su familia vivían idealizando recuerdos, creían que el pueblo podría volver a ser el oasis de plantaciones que fuera hace antaño, aunque no había nada en el futuro que lo hiciera probable.

Volví caminando a casa, era una noche fresca, la brisa suave mecía las ramas de los sauzales de un lado al otro. Mis pies se movían lentamente por una larga calle de tierra, entre el túnel de árboles y la luz tenue de las pocas farolas que seguían en pie. Eran alrededor de las dos de la mañana, nadie quedaba en las calles del pueblo, pasé por la plaza y pude ver un par de niños rayando la estatua central, ya bastante maltrecha, por cierto. Entré a casa con sigilo para no despertar a mis tías, Rosa tenía el sueño bastante ligero y había tenido una larga etapa de insomnio. La vida para ella no había sido nada fácil, la mente le pasaba factura.

Su historia era un sinfín de malos momentos combinados con discriminación y prejuicios. Carmen había sido muy distinta, yo todavía conservaba sus recuerdos de cuando era una mujer alegre que despertaba cada día con una idea nueva y daba lugar a toda su creatividad. Desde que su actividad como artesana había caído en la ruina, lentamente se fue apagando. Primero intentó disimularlo y siguió haciendo todo tipo de artesanías, pero no tenía a quien venderlas. Los habitantes del pueblo eran cada vez menos, sus paupérrimos ingresos no les permitían comprar los productos, que tampoco eran valorados lo suficiente, ya no llegaban los viajeros del ferrocarril ni los turistas. Lentamente, la menor de mis tías comenzó a ser completamente dependiente de los ingresos de su hermana, así se transformó en una desocupada más. Su autoestima fue disminuyendo, ella se fue apagando, un poquito cada día, de manera casi imperceptible, hasta que me di cuenta de que la imagen que tenía de ella no era más que un recuerdo, casi nada se parecía a la señora con gesto amargado y poco expresivo que convivía conmigo. Carmen fue muriendo en vida, pareció condenada por el destino, para mí a Dios se le acabó toda la creatividad y se olvidó de nosotros, yo no encuentro otra explicación.

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