Читать книгу mis humores - Fernanda del Monte - Страница 23

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La sangre duele. Cuando sale y cuando entra. Porque implica una herida, o una vida, pero también una muerte. Cuando se ven las fotografías de los cuerpos mutilados, o los cuerpos ensangrentados, sabemos que están muertos. Lo que se limpia después de una masacre es la sangre. Se relaciona por contraste con el blanco, un color vinculado con la salud; lo rojo, en cambio, con la enfermedad, lo monstruoso. Generalmente los monstruos chupan sangre o son caníbales. Nosotros también, de alguna manera. Chupamos sangre y de varios animales. Arrancamos con los dientes pedazos enteros de carne con sangre, aunque la cocinemos para no sentir el olor. El olor es lo que más penetra de la sangre. De hecho, es difícil de lavar, de desmanchar. El olor a menstruación es desagradable y penetrante. Entra a las fosas nasales y se queda ahí por mucho tiempo. Cuando sale un támpax o se cambia una toalla sanitaria el color es oscuro y el olor invade los baños y los basureros. La sangre siempre intenta ocultarse y paradójicamente es lo que nos mantiene con vida. Podemos vivir sin un riñón pero no podemos vivir sin sangre. Es vital. Cuando hablamos de vitalidad, hablamos de la sangre. Cuando nos emocionamos, se dice: se le subió la sangre a la cara; si se sube la sangre al cerebro, ahí comienzan los problemas. No debemos dejar que la sangre nos nuble la razón. Eso es lo que se busca. No perder la razón. Como si esta estuviera en el cerebro.

La sangre es lo primero que los doctores tratan y lo último que se saca de un cuerpo cuando muere. Nadie quiere enterrar a un muerto lleno de sangre. Eso hace que se descomponga más rápido. ¿Entonces, la sangre de los miles de muertos, dónde está? Alimenta a los recién nacidos.

De la sangre viene también la descendencia. Se han hecho largos textos argumentando la línea de sangre de las familias. Se dice que se comparten y se mezclan, algunas son afortunadas y otras mezclas envenenan. Qué paradoja. La propia descendencia puede envenenar la vida. Otras veces la puede salvar. Un hermano puede darte un riñón u otro pedazo de órgano. Compartimos la conformación de la sangre y los pedazos de carne comidos en la infancia.

Antes de la aparición de la genética era la sangre la que determinaba mucho de nuestro destino filiar y familiar. La sangre sigue siendo lo que une la vida con la muerte y lo que une a un hermano con otro. Somos sistemas familiares unidos por el rojo de la sangre y su derramamiento. A eso le llaman venganza. Las familias se han matado unas a otras desde el principio de los tiempos. Pero también se enferman, dentro de ellas, entre ellas, y con otros. /

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