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Capítulo segundo

EL SEMINARIO.—AMBIENTE CLERICAL.—LA CONFESIÓN.—CURAS Y RÁBULAS.—CAMILO TORRES.—EMIGDIO BENÍTEZ.—FRUTOS GUTIÉRREZ.—CUSTODIO GARCÍA ROVIRA.—EXAMEN DE PRÁCTICA FORENSE.—EL CARAQUEÑO.—PARALELO ENTRE LOS DOS NIÑOS, SIMÓN Y DON PACHO.—ROUSSEAU.—SIMÓN RODRÍGUEZ.—EL EMILIO Y SU INFLUENCIA.

SANTANDER tiene trece años. Su tío vela por él desde la catedral de Santafé, en donde ejerce el sacerdocio. Así como le consiguió la alcaldía a Juan Agustín, hace tiempo que está intrigando por una beca en el seminario de San Bartolomé. La obtiene al fin, y en 1805 se lleva al muchacho.

Allá, en la ciudad fría y teologal, semillero de jurisconsultos, tenemos a Santander de trece años, becado interno, destinado para cura. Estudia bien, pero su lucha terrible, la que va formando y desarrollando su carácter, es la de tener contento y sacarle dinero al tío cura. Su trato social ahora se reduce al tío; de él depende.

¿Qué se hace la plata que consiguen los curas? ¿Alguien ha visto a uno que dé limosnas o que gaste en algo? Todos huelen a resinas, olor pegajoso, y sus bolsillos en las sotanas son profundos, difíciles, escolásticos y con subfondos. De los de Nicolás Mauricio salían los chimbos para Santander, pero después de mil representaciones psicológicas en que su espíritu de hábil simulador quedaba torcido: educación de seminario. Solamente los que hayan dependido de un tío sacerdote, o hayan sido gentes de sacristía, monaguillos, sacristanes, podrán saber lo astuta que se vuelve el alma del niño que convive con un clérigo. Hay que fingir vocación, actitudes compungidas, devotas. El cura hunde mano, brazo y parte del antebrazo en el bolsillo abismo, lentamente; habla y habla, monologa, saca la punta de la lengua y se relame; sonríe, rezonga, y, por fin, va retirando el brazo y en la extremidad de la mano aparece el chimbo: la centésima parte de lo esperado, codiciado y perseguido durante meses.

Durante cinco años Francisco de Paula simula y obtiene. Se confiesa…

La confesión, como práctica rutinaria que nos conquista el aprecio social, convierte al hombre en simulador: aprende a ejecutar y a tapar el acto con la actitud. Pervierte la conciencia. El sacristán, por ejemplo, es gran ladrón, depravado sexual, y adquiere cara y modales de santo: queremos decir de santo de palo, de esos iconos pálidos, llorosos, compungidos y ojibajos que sacan en las procesiones. ¿Por qué el sacristán no mira de frente? Éste es el ambiente de seminario.

La confesión nace de necesidad psíquica y tiene profundo significado: desnudarse, anhelar ser bello, deshacer, reparar. Ahí tenemos la literatura confesional, tan profunda, hermosa y rica. Pero el confesionario católico, la casilla olorosa a rapé, la confesión como rutina social (y mucho más en las sociedades clericales de las colonias, en donde sirve para obtener éxitos, como trampolín político), es el taller en donde se manufacturan las almas hipócritas y torcidas.

Santander era de suyo de inteligencia hábil y mimética, y en ese seminario aprendió que el pecado se tapa con una actitud y que ésta produce éxito social. Aprendió a reprimirse en público, a ejecutar en la soledad y a tapar con actitudes: el gran cómico.

Así iba formándose nuestro héroe. Estudió algo de latín, historia romana, francés y gramática española (en una carta de 1809 escribe: “No me force”).

… y en 1809 principió a estudiar Derecho.

En la Nueva Granada todos eran hijos de seminario y rábulas. El cura y el rábula son primos hermanos. Es evidente que los conventos y las leyes florecen en las tierras altas y frías de los Andes. La región poblada de la Nueva Granada era el lomo andino: ciudades aisladas y frías; frailejón, lana, hábitos talares, clérigos de visita en las casas, vírgenes coloradotas y arropadas, señorones de mucho ropaje y leyes, escasa luz, iglesias sombrías, confesionarios en rincones… ¿No seremos todos descendientes de curas? Por lo menos todos somos doctores utroque, mitad canónicos y mitad civiles, confesionario y congreso. Voltaire un día y el Reverendo Padre al otro. La Nueva Granada olía toda ella a hijo de dañado y punible ayuntamiento.

Ambos, el cura y el rábula, distinguen, tapan y simulan.

Santander, durante un año estudió derecho romano y práctica forense.

Camilo Torres, Emigdio Benítez, Frutos Gutiérrez, Custodio García Rovira… Había mucho viejo bondadoso, jurisperito y pendejo en Santafé y en Popayán, que eran las ciudades universitarias. Viejitos embobados de tanto estudiar en libros, acerca de jurisdicciones, competencias, derechos, deslindes y deberes. Mientras tanto, los del otro Derecho, del canónico, dirigían las conciencias de las señoras tomando chocolate, aquel divino y colonial chocolate santafereño que era un afrodisíaco. Los jesuitas, preocupados por ciertos deslices de los suyos en el Paraguay, enviaron un visitador, quien informó que “todo se debe a una bebida preparada con cierta frutilla muy grasosa”: el cacao. Por eso los jesuitas se desayunan con café.

En julio de 1810, Francisco Santander Omaña estaba muy atareado preparando un examen acerca de juicios ejecutivos y ordinarios, cuando en ésas, el día 20, comenzó la Patria Boba (1810-1816), que fue otro seminario de rábulas en donde terminó su educación.

Apenas fundaron en España Junta Suprema para defender los derechos de Fernando VII contra Napoleón, a los viejitos jurisconsultos de Santafé se les alborotó la jurisdicción y cada uno quiso formar una Junta Suprema. Las disputas entre ellos, entre aldeas y regiones, acerca de jurisdicción, hasta que llegó Morillo y los mató, es lo que se llama grito de independencia, años heroicos y Patria Boba. Allí perfeccionó Santander su educación.

Copiamos del Archivo Santander:

“Certamen de práctica forense, así: La forma, el método y los términos propios con que se han de proseguir, definir y terminar los juicios ejecutivos y ordinarios, tanto civiles como criminales, constituye la materia del certamen público que sostendrá don Francisco de Paula Santander de Omaña, bajo la dirección del doctor Emigdio Benítez, catedrático de Derecho Real en este Colegio mayor y seminario de San Bartolomé el 11 de julio de 1810”.

Este formulismo era lo que estaba aprendiendo nuestro hombre. Observemos los distingos formalistas: proseguir, definir y terminar. Si no ponen los tres verbos, el alumno podrá limitarse, por ejemplo, a definir. Ésa es la mentalidad de la Nueva Granada. Ahora, en la plaza pública, en los campamentos de la guerra civil, estos caballeros discutirán acerca de centralismo y federalismo, jurisdicción de Santafé, Tunja y Cartagena. Aquí termina su aprendizaje, y en 1816 no quedará sino él, Francisco de Paula, que huye a los llanos de Casanare. A los otros, a los jurisperitos, llega Morillo y los fusila o los ahorca.

Afortunadamente para la independencia americana, nueve años antes que Santander habían parido en Caracas un niño seco, desnudo y ojinegro.

Nueve años antes que Santander había nacido en Caracas Simón Bolívar, hijo de criollos ricos, reclamantes de un marquesado. Niño huérfano, enjuto e impetuoso, mal educado, términos que el lenguaje de viejas beatas aplica a las almas desnudas.

Quedaban así reunidos los elementos para lo que podríamos llamar momento estelar de la humanidad. Así:

a) Poco antes que Bolívar había nacido Simón Rodríguez, niño expósito, a quien las circunstancias impulsaron a buscar sus padres dentro de sí mismo; vocación de pedagogo, pero de una pedagogía nueva, pues

b) Antes que Simón Rodríguez había nacido en Ginebra Juan Jacobo Rousseau, cuya madre murió al darle a luz.

c) En 1760 aparece el Emilio, o arte nuevo de formar hombres. ¿Qué novedad trae?

Hay que principiar por desnudar al niño en medio de la naturaleza. Lo que llaman hombre civilizado es el que está cubierto por los prejuicios. Apenas se despoja de opiniones recibidas y de literatura, oye dentro de sí mismo un grito: pienso, luego soy. Tiene su origen en Descartes. El niño encuentra su yo. Ésa es la madre, la que no conocieron Juan Jacobo, ni Simón Rodríguez, ni Simón Bolívar. Estos hombres, que no tuvieron el refugio maternal, apasionadamente se hundieron dentro de ellos mismos, buscando el origen, la fuerza original que hace a los fuertes.

Lo que llaman sabiduría son prejuicios serviles. Lo que llaman hombre civilizado, nace, vive y muere en la esclavitud: al nacer le cosen en pañales; cuando muere, le envuelven en absoluciones y le clavan en ataúd, y mientras respira lo encadenan y ahogan las instituciones y conveniencias sociales, como las serpientes a Laocoonte.

La palabra obedecer se proscribirá del diccionario del niño, así como la de obligación y deber. Pero estarán las de fuerza, necesidad y precisión.

La primera educación será negativa: quitar los prejuicios, olvidar. La segunda será así:

Siempre son rectos los movimientos originales. El niño sólo aprenderá de la naturaleza que le rodea. No leerá sino en la naturaleza. El niño que no se encuentra a sí mismo no hace más que leer. Vuestro hijo nada debe conseguir porque lo pida sino porque lo necesita. No debe hacer nada por obediencia sino por necesidad. De ese modo estará como en su ambiente dentro de las fuerzas de la naturaleza; será resignado, apacible, aunque no haya conseguido lo que pretendía, pues es natural en el hombre sufrir con paciencia la necesidad de las cosas, mas no la mala voluntad ajena. Una vez desnudos y descubierta la fuerza original, ejercitad a los niños en la naturaleza: obrar, correr, nadar, crear aquello que su fuerza original indique: Vocación.

Mantener al niño en la única dependencia de las cosas: cesa la conciencia de pecado. El origen de las instituciones es un contrato y nada más. Vivir no es respirar: es obrar, usar de órganos, sentidos, facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el íntimo conocimiento de nuestra existencia. La vejez no se cuenta por los años sino por la acción.

En cuanto a la muerte, acostumbrado el niño a aceptar la necesidad, cuando aquélla venga, morirá sin lucha ni sollozos, que es todo lo que permite la naturaleza en ese instante abominado por todos.

Es loco el que pretende estorbar que nazcan las pasiones.

A los veintitrés años Rousseau escribía a su padre que,

“de todos los estados a que puedo aspirar, el único por el que siento alguna predilección es el de preceptor de jóvenes pertenecientes a familias de calidad”.

Pero el Emilio o arte de formar hombres no ha sido aplicado pedagógicamente sino una vez, en Caracas, por el maestro más propio y el niño más apropiado.

Caracas es ciudad divina. El Calvario, en Caracas, es el ombligo espiritual de Suramérica.

El Emilio fue como dinamita; su influencia dura aún y su altura no ha sido alcanzada. Momento estelar de la humanidad: Rousseau, Rodríguez y Bolívar aparecen en las circunstancias precisas para que resulte la forma que tuvo la revolución de independencia suramericana.

Simón Rodríguez no tiene padres. Recogido por una familia como expósito, solamente conoce a un cura que visitaba la casa. Lo estudia todo en busca de sí mismo. Deslumbra con su atrevida inteligencia. Sus amigos, los funcionarios de España, le permiten recibir libros prohibidos; se encuentra a sí mismo y siente vocación por mostrar el camino. Cae en sus manos la obra de Rousseau.

El niño Simón es rico; dueño de cacaotales, cañamelares, minas y dehesas; desnudo de nacimiento, no sujeto a nadie, mal educado. Lo que más desean los Bolívares es librarse de la responsabilidad de ese muchacho difícil. Tierras tibias, naturaleza espléndida; aire libre, casas solariegas; lago y mar; ríos resplandecientes; caballos y sociedad complicada. Funcionarios españoles petulantes; criollos sensuales y susceptibles; tercerones, mulatos, zambos, mestizos, esclavos. ¡Si Juan Jacobo hubiera tenido esta oportunidad!, repítese constantemente Simón Rodríguez: Bolívar no tiene mamá que se oponga a la desnudez y los parientes no saben qué hacer con el niño inquieto.

Nadie ha valorado la importancia de este acontecimiento en la historia de la humanidad. Simón Bolívar es hijo de Rousseau. Cada proposición del Emilio parece haber sido escrita para indicar el modo como debían educar al libertador de Suramérica.

Cuando Maquiavelo encontró a Leonardo de Vinci en una fonda, durante el viaje de éste a entrevistarse con César Borgia, sintió y anotó que el encuentro parecía determinado por el acercamiento rarísimo de dos estrellas. Efectivamente, cuando penetramos con la meditación en las cosas del mundo, el universo se unifica, cesa la visión atómica e intuimos que en el más mínimo suceso (y no los hay mínimos sino en apariencia) estaba latente todo el universo, el futuro, así como en la semilla estaban aquel samán de Güere, gigante bolivariano que tiene mil años, y los innumerables samanes que lo rodean y que son sus hijos. Así, no hay que admirarse de que parezca que un dios hubiera hecho coincidir los fenómenos llamados Rousseau, Rodríguez, Bolívar, independencia suramericana. No es apariencia: el presente es hijo del pasado y padre del futuro. El mundo como voluntad y representación. No hay sino una sustancia…

Como a Santander podemos compararle a una sierpe que se eleva enroscándose en espiral al tronco y ramas de una ceiba, que es Bolívar, hasta que la envenena y derriba, perdiendo la altura, la cual era robada a la ceiba, es bueno confrontar ya a los dos niños:

Bolívar, seco, requemado, ojinegro, en llamas. Santander, adiposo, lanudo, ojillos grises y fríos. Aquél, en las vecindades del mar, tibios valles de Aragua, entre negros esclavos, a caballo, dominante; primas hermanas ardorosas, consumidas por el fuego, de ésas de Caracas. Santander habita sobre el lomo andino, tierra de lana, cubierta; viejas beatas Colmenares, Conchas, Fourtoules, Santanderes; y le educan curas, entre el seminario, lejos del mar, confesándose. Bolívar, rico, libérrimo, buscándose a sí mismo en compañía del maestro casi de su misma edad. Éste, sobrino del clérigo, pobre, pedigüeño, monago compungido y penitente, simulador. Al uno le repiten que todo el mundo lo tiene dentro de sí, que todo lo puede extraer de sí mismo. Al otro le enseñan la forma de proseguir, definir y terminar los juicios ejecutivos y ordinarios, tanto civiles como criminales. Bolívar, loco de libertad: el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; la libertad es para manifestarse. Santander, viejos jurisconsultos, teólogos; el hombre se hizo para la forma. Al uno: loco es el que pretenda estorbar que nazcan las pasiones. Al otro: peca, pero confiésate. A Bolívar: acepta la muerte porque es necesidad. Al otro: Dios te juzgará.

La montaña fría y aislada; el mar; viaje a México; vida en Madrid; Napoleón coronado; ruinas de Roma.

Al uno los códigos. Al otro el libro del universo.

Santander, pedirlo todo con astucia; Bolívar, obtenerlo todo y darlo todo, libertar a América y dar la representación americana original. El otro, independizar la Nueva Granada y… el que tenga más votos será el presidente. Muere el uno rico, llorando, gritando, refregándose cordones de frailes. El Libertador se apaga desnudo y como un sonido.

Santander

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