Читать книгу Santander - Fernando Gonzáles - Страница 9
ОглавлениеUN HISTORIADOR debe comenzar por mucho antes del nacimiento de su héroe y por los augurios, como Plutarco lo practicara. Así, yéndonos lejos en la prehistoria o historia racial de Santander, encontraremos, no que descendiera de Mercurio o Marte, sino algo mejor: ¡era antioqueño…! Por allá en mil setecientos y tantos, en la ciudad de Antioquia hallamos a un tal Rodrigo de Santander, perteneciente al grupo que entró por el sur con Belalcázar. Rodrigo dizque engendró un hijo, que fue cura, y también otro que no se sabe qué se hizo… Aparecen los Santanderes en la costa atlántica y después en la Villa del Rosario de Cúcuta: la sangre antioqueña es como mancha de aceite que va cubriendo toda la nacionalidad.
Meditemos bien en esta correría y en esta antioqueñada y tendremos augurios: las andanzas fueron desde el sur, circulando por las fronteras actuales de Colombia, deteniéndose en Antioquia, y el muchacho vino a nacer en el punto neurálgico de la frontera con Venezuela: “hombre representativo”, “héroe nacional”, “hombre de las leyes”. ¿Entienden los augurios?
¡Y qué bella es la psico-biología! ¿Cómo explicar, sino por antioqueño, por los recuerdos prehistóricos del feto, el que Santander amara tanto el dinero, y el que fuera tan astuto para manejarlo? “Organizador de la victoria”. Dejó bellas haciendas, casonas en la Calle Real, becerros, morrocotas y sobre todo créditos… Daba en mutuo, a interés. Todo eso es antioqueño. Apuntaba para publicarlas las limosnas que daba, como los antioqueños. En la agonía pretendió contrato leonino con Dios: la mangada del cielo a cambio de remordimientos. En todo es héroe nacional.
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Abril 2 de 1792 Mayo 6 de 1840: cuarenta y ocho años, un mes y tres días, contando por uno los del nacimiento y la muerte.
Descontando dieciocho de niñez y primera juventud, tenemos treinta años, un mes y tres días de vida pública, durante los cuales imprimió su carácter, o mejor, fue el núcleo activo humano en la formación psíquica, política y social de lo que se llama hoy Colombia. Hijo y padre a un mismo tiempo de esta república. Padre de conservatismo y liberalismo, los cuales apenas se diferencian en que éste tiene remordimientos en la hora de la muerte y, por eso, es el hijo predilecto de Santander.
Y anotamos el mes y los tres días, porque durante ellos fueron atroces sus remordimientos, y el colombiano es antes que todo hombre de remordimientos en la hora de la muerte; en esto, principalmente, es héroe nacional.
En todo caso, Juan Agustín Santander Colmenares y Manuela Omaña Rodríguez estaban muy contentos porque su primo Fortoul había dejado la gobernación de San Faustino de los Ríos, y el cura Nicolás Mauricio Omaña, hermano de Manuela, estaba intrigando en Santafé ante el virrey Ezpeleta para que nombraran a Juan Agustín. ¡La única y gran esperanza en esa pobreza en que estaban!
Por allá el 15 de julio de 1791 doña Manuela quedó preñada, por la noche, pues ese mismo día Juan Agustín se había posesionado de alcalde de San Faustino de los Ríos y estaba eufórico.
De esta gravidez y gestación en tales circunstancias, induciremos que el feto se nutrió de emociones de gobierno y que sería gobernante, como efectivamente lo fue. Y como todo esto acaecía en la Villa del Rosario de Cúcuta, precisamente en los linderos de la Nueva Granada con la Capitanía General de Venezuela, mojón de encuentros y contiendas entre vecinos, en los que tenía que intervenir el gobernador, con preocupaciones de Manuela, induciremos también que el feto se nutrió de emociones de frontera. Y efectivamente eso fue lo que nació: el hombre de las fronteras, el que odiaba a los venezolanos, el que deshilachó la Gran Colombia y alinderó la Nueva Granada material y psíquicamente.
Tenemos, pues, que el bulto que llevaba Manuela Omaña Rodríguez era nada menos que la conspiración de septiembre contra el Libertador, y la actual República de Colombia, partidos conservador y liberal, Ospinas, Obandos, López, Olayas y Santos: era un bulto de dinamita. Manuela gestaba al hombre de las leyes…
Francisco de Paula Santander nació el dos de abril de 1792. Un cura, su tío Nicolás Mauricio, vigiló la cuna y sus estudios, y como diez clérigos le rodearon en su cama mortuoria. Representativo: el niño colombiano es hijo de cura y aquí el cura es el comadrón de los espíritus: en esto Santander también es héroe nacional.
No hay más documentos acerca de sus padres. Sus nombres no aparecen sino en el decreto que dijimos de nombramiento de gobernador de aldeas fronterizas y en la partida de bautismo del hijo Francisco. Este nunca habló de sus progenitores sino en el testamento, y eso para decir que era su hijo y que eran de familias nobles: es decir, para cubrirse de nobleza. Utilitarista. No hay cartas suyas en que se refiera a su madre; suyas no hay cartas amorosas. Vivió para alindar la Nueva Granada. No tenía intimidad. Porte grave, repelía el acercamiento como el tronco erizado de la palma de corozos; encarnación de la noción de frontera.
El hijo del alcalde de San Faustino no se entregará a nadie; no lo cogeremos en momento de abandono. Cuando escriba cartas a sus conmilitones, en confianza, será siempre grosero, jamás sentimental. Cuando hable de mujeres, por ahí en postdatas, sus frases serán las del hombre de encontrones de mesón y nunca las del enamorado. No amó; usó del sexo en oportunidades al azar. Era tan hombre de frontera interior, que es quizás el único que nunca haya padecido el sentimiento filial. Jamás lo cogeremos, ni en la agonía, refugiándose en el ángel divino que siempre es la madre.
Se casó viejo, cuatro años antes de morir, por conveniencias políticas, porque le acababa de nacer un hijo natural y la gente comentaba; porque tenía ya remordimientos y se estaba acercando al clero. El día de su matrimonio dijo en alocución que publicó:
“El matrimonio, que es el contrato más conforme a nuestra naturaleza y a la razón, ha merecido ser elevado a la dignidad de sacramento, desde la publicación del Evangelio. Hoy he pagado con toda mi voluntad este obsequio a la naturaleza y un homenaje a la religión católica y a la moral pública”.
Contrato es lindero: las mutuas obligaciones alindan. Se casó para pagar a la naturaleza y a la moral, no por amor. Sixta Pontón Piedrahíta, también antioqueña, celebra contrato con Francisco de Paula Santander; no se confunden en una sola carne y alma. Este hombre no se confunde con nadie, es encarnación de frontera.
En todo caso, de su niñez lejana no quedaron documentos. Debieron existir, pero él arregló su historia, rompió comprobantes, pidió certificados, reunió cartas y boletas; todo para alindarse voluntariamente, para alindar su historia. Nos encontramos ante caso único, el de un hombre que tenía el sentimiento hiperestesiado de su figura histórica y que hizo todo lo posible para imponerla, tal como él la ambicionaba, a la posteridad. Hombre siempre en guardia, en perenne posición histórica, sin admitir nunca familiaridad, hasta el extremo que hizo decir a Pedro Bonaparte, quien lo conoció cuando culminaba su personalidad erizada:
“He conocido todas las majestades de Europa y puedo asegurar que no he visto a nadie en quien la naturaleza haya impreso con caracteres más fuertes el don de mando que en el general Santander”.
Pedro Bonaparte no acertó en la expresión, lo cual es muy difícil. Nadie repelía como Santander la confianza, la familiaridad, la confusión de las almas, el sentimentalismo. Los que lo conocieron le aplicaron estos adjetivos: serio, grave y austero en lo exterior; caminar lento y acompasado; ligero y constante asomo de sonrisa en los labios delgados y comprimidos; asistía a reuniones y fiestas de populacho, pero sin inspirar confianza.
¡Era muy duro, muy frío, muy cubierto, el hijo del alcalde de San Faustino de los Ríos! Podemos inducir su lejana niñez: desde que principió a gatear, sus padres admiraban la limpieza: cagaba, pero se comía la caca. No dejaba rastros. Hombre cubierto. Siempre se comió la caca; nunca dejó las pruebas.
Por eso, por pudoroso, pues desde la cuna lloriqueaba cuando, para bañarle, lo desvestía mamá Manuela, por eso lo bautizaron José, es decir, Francisco José de Paula. Acierto profético, pues él nunca se desnudará y bregará siempre porque la historia no pueda desnudarlo: tal es el origen del Archivo Santander.
En ese hogar también nació una niña, a quien cristianaron con el nombre de Josefa, y la cual vivió con el héroe nacional, no propiamente en el mismo hogar, sino en la casa colindante, como veremos después. Con Santander nadie convivió.
Compañeros de su niñez fueron sus primos hermanos Pedro Fortoul y José Concha, quienes al escribirle lo llamarán don Pacho. Su alma disimulada y simuladora adquirió desde la niñez cierto respeto entre los suyos, el cual se tradujo con el título de don Pacho. Todos sus parientes, en presencia de este niño de labios delgados y comprimidos con un amago de sonrisa helada en las comisuras, y de ojillos grises y fríos, sentían que era un abismo, pero reconocían que era una cima. A su lado se experimentaba (y experimenta la historia al resucitarlo) ese cierto terror de un mal desconocido. Pero al mirarlo y estudiarlo había y hay que reconocer que era muy bueno. De ahí el sobrenombre de don Pacho.
Nadie lo amó, ni siquiera su madre. Ninguno podía presentar pruebas nuncupativas contra él. Sus tías carnales, Concha y las Colmenares, vivían admiradas y repetían: “Es muy aseado”; y les hacía coro el padre Manuel de Lara, quien lo bautizó.
Igual sucede a quienes han leído su historia, que sienten que él fue el autor de la conspiración de septiembre contra el Libertador, del odio a los venezolanos en 1826, de la muerte de Infante, acusación de Páez, muerte de Bolívar y de la Gran Colombia, asesinatos de Sardá y Mariano París, etc. Pero tartamudean, no encuentran las pruebas. Donde éstas deberían estar, aparece un documento suyo de expresiones morales rimbombantes: respeto a la ley; obediencia a la voluntad soberana; mi corazón sangrante de dolor por cumplir el deber; respeto a la constitución, etc.…
No se preocupe, misiá Manuela –decía el padre Lara–, que el muchachito no es que esté atrancado, sino que se come el bollo.
Francisco de Paula será un grande hombre: el Gran Hipócrita. El 20 de mayo de 1820 le escribe Bolívar (y nótese que estamos en los días de su gran amistad con el Libertador):
“Usted me parece que es como algunos otros que yo conozco en el mundo, que les gusta hacer lo que no quieren que les hagan, sin duda por ser enemigo de las chocherías de Jesucristo, que se empeñaba en lo contrario, en contravención de la ley natural, que exige todo para sí y nada para los otros. Usted gusta de la franqueza sin rebozo, de la amistad ingenua y de decir verdad; y después se pone bravo cuando le siguen sus pasos, como la vieja coqueta que no quiere dejar hacer baza a su hija, que no hace más que imitarla. Voy a decirle a usted no más que dos cositas: ¿le gustaría a usted mucho que le contestasen de oficio: ‘He recibido el decreto tal y no me ha parecido irregular’? ¿Y en una carta particular aquello de ‘la responsabilidad que algún día llegará a ser efectiva’? Por poca cavilosidad que tenga uno, esto quiere decir que se esperaba que el decreto fuese irregular y que ya no hay otro modo de contener a uno sino por el temor de la responsabili-. dad. Esto es sin hacer caso de lo que llama Tolrá estilo irrespetuoso, porque éstas son bagatelas que pasan entre amigos. Digo, mi amigo, estas cosas, para justificarme contra los propósitos que usted ha quebrantado: si usted no me cucara yo no me defendería”.
Desde que lo conoció fue desnudado por el Libertador. En esta carta le llama egoísta y de intenciones subterráneas. No hay escrito de Santander que no sea venenoso, pero como las píldoras, que tienen el veneno envuelto en miel. Huía de lo nuncupativo.
¡Qué psicólogo era el Libertador! En esa carta del tiempo de la luna de miel, Bolívar enrostra al hijo de la alcaldesa Omaña Rodríguez su espíritu torcido, de sofista de seminario, encubridor de intenciones.
En todo caso, el niño aprendió a leer y escribir y las declinaciones latinas. Su rúbrica parece una serpiente. En su firma la a es abierta como una u; la n cae en el segundo brazo; la d se prolonga hacia arriba, hacia la derecha, como un puñal. Rasgos venenosos, enfermizos. Inteligencia subterránea y aguda. Rápido en la adaptación; poder genial mimético; recogimiento sobre sí mismo de felino, para el brinco. Frialdad de cocodrilo en la espera y ante los efectos de su reacción cruel.