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PRÓLOGO

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por

FERNANDO MARTÍN ADURIZ

Este libro, querido lector, es el resultado del trabajo de psicoanalistas atravesados por la pregunta de cómo serán las adolescencias por venir. Psicoanalistas que conversamos con adolescentes, a diario, y desde hace un tiempo. Es un libro fruto de muchos años escuchando a adolescentes en nuestras consultas, en nuestros puestos de trabajo en centros de salud y en hospitales. Tiempo transcurrido que no ha impedido, por lo que el lector va a ver enseguida, la búsqueda en cada nuevo adolescente de esa fórmula propia, de ese despliegue único y original de sus soluciones, y por ello no aplicamos idénticas recetas, métodos en serie, ni cuestionarios ni protocolos estandarizados. Nos guiamos por la práctica clínica del uno por uno.

Es un libro que resume el sueño de quienes desde nuestros inicios nos hicimos forofos de los inventos, más que fieles de las fotocopias. De las preguntas más que de las respuestas. De los que se rebelan más que de los que se acomodan.

Poner la carne, poner el deseo. Es lo que se pide a un psicoanalista. Es también lo que se pide al educador que se presenta ante un adolescente. Este enunciado, poner la carne, lo he escuchado con muchas declinaciones: hablar con las vísceras, transmitir entusiasmo, echar el resto, se suele decir. Un educador, sea un profesor, sea un padre en su tarea, es evocado en un momento dado en este libro1 como un posible analizante experimentado. Analizantes experimentados es tanto como decir sujetos en análisis que se plantean preguntas y no reclaman respuestas, que saben que no hay que confundir sujeto y persona, sujeto y yo, que han comprobado el peligro que supone dejarse engatusar por el pedido de pautas concretas, de fórmulas generales aplicadas indiscriminadamente, o por las cansinas fórmulas de premios y castigos que nunca funcionarán. Si algo he aprendido en mi práctica como pedagogo o como psicoanalista es que el castigo solo castiga al castigador, y que el premio no sirve de nada sino como signo de amor, a falta del cual se torna en una imposición forzada.

Cuando recibimos a un adolescente, los psicoanalistas lacanianos sabemos que entramos en una aventura imprevisible. Ese riesgo, la búsqueda del acontecimiento imprevisto, la sorpresa, es lo que buscamos ahora con el guiño que hacemos al lector de Adolescencias por venir.

Este libro va destinado al analizante experimentado, de acuerdo, pero también al educador, y a los padres lectores con interés por las adolescencias. Esta expresión, usada por autores de este libro, y que le ha dado su título, adolescencias, en plural, es una apuesta por remarcar que existen diversidad de formas de vivir la adolescencia, y pluralidad de adolescentes encontrando sus salidas.

También va destinado a la opinión pública ilustrada, sobre todo si piensa a las adolescencias actuales y por venir, como un símbolo, como un idóneo representante de las encrucijadas de cada momento histórico.

En este libro, el lector lo va a advertir paso a paso, se cuestiona el papel que de brújula cumple la institución escolar, hoy y siempre. Un autor moderno, el japonés Murakami, lo ha expresado mejor que nadie en una de sus novelas: «Así es la escuela. Lo más importante que aprendemos en ella es que las cosas más importantes no se pueden aprender allí».2 El autor entronca así con toda la historia de la crítica a la institución escolar. Desde el gran Summerhill de Neill, a La escuela moderna de Ferrer Guardia, desde movimientos de renovación pedagógica, como la Escuela Rosa Sensat, o las Escuelas de Verano, hasta el movimiento cooperativo de Célestine Freinet, los emancipadores de Paulo Freire, los seguidores del movimiento de Escuela Abierta y todos aquellos pedagogos que han soñado con una escuela adaptada a los tiempos cambiantes, cercana al niño y al adolescente, cooperativa, que atienda a todos sin diferencias, que nunca sea un muro cerrado, muerto, repetitivo, arcaico.3

Alberto Moncada, autor de El aburrimiento en la escuela,4 lo pescó al vuelo: todo ha cambiado menos la escuela, vino a decir, pues un maestro del Madrid de los Austrias se asombraría al ver un aeropuerto o cualquier otro rincón de nuestra época, pero se sentiría como pez en el agua en un recinto escolar lleno de pupitres, silencio, tarima y pizarra.

Una peculiaridad reciente, que me llamó la atención sobremanera, fue que algunos adolescentes extremeños, al comienzo de la explosión de las nuevas tecnologías, habían organizado clases especiales para enseñar a sus profesores los rudimentos y los avances de la informática. El mundo al revés. Pero es la demostración palpable de que los adolescentes están históricamente más atentos a lo nuevo y al cambio que sus propios educadores, clásicamente más atentos al pasado.

Quienes nunca confundieron enseñanza y educación, los más proclives al profundo cambio educativo necesario para un salto cualitativo de la humanidad, sabrán leer en este simple enunciado freudiano el intento del psicoanálisis, ya desde sus inicios, de entroncar con el sueño de los pedagogos y educadores más cercanos al adolescente: «La escuela secundaria... ha de infundirles el placer de vivir y ofrecerles apoyo y asidero en un periodo de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo los obligan a soltar sus vínculos con el hogar paterno y con la familia».5 Cada uno de estos términos es una carga de profundidad: placer de vivir, apoyo y asidero, soltar sus vínculos. Freud supo en esas pocas líneas resumir el programa de una escuela secundaria que estuviera más inclinada a la educación que a la enseñanza, o que al menos entendiera que la segunda no puede darse sin la primera.

Hablar de adolescentes sin tener en cuenta que viven horas y horas en instituciones educativas cerradas, impasibles al cambio, es olvidar este permanente obstáculo que han tenido las generaciones. Recientemente un libro se ha alzado a las cifras de superventas abordando este problema, y el de las consecuencias de la segregación de los malos alumnos, con un título muy significativo, Mal de escuela.6

Ocurre que en las épocas del mensaje único, del sentido único, las adolescencias podían navegar al unísono, pero en la época del Otro que no existe, en la época que observa cómo se han perforado todos los semblantes, y que la función del principio de autoridad ha sido volatilizada, las adolescencias viven un momento de especial oleaje. Y la agitación y el desconcierto han llegado a todos los hogares y a todos los educadores. El psicoanalista recibe todo este mar de fondo cuando escucha a un adolescente en dificultad. También cuando escucha a un profesor. Domenico Cosenza, psicoanalista en Milán, formula en su texto las buenas preguntas, esto es, ¿qué es, de hecho, de la adolescencia en la época del Otro que no existe?, ¿cómo los adolescentes de hoy gobiernan el encuentro con el real del sexo y de la muerte?

En el momento en que los saberes pertenecían al discurso del amo se tenían aseguradas las posiciones. Lo recuerda el texto de La Sagna evocando a un psicoanalista que estudió la adolescencia, Peter Blos. Ayer no era posible elegir el tipo de vida, eso venía dado de antemano, hoy el adolescente puede angustiarse ante las elecciones, ayer no se elegía, dado que la profesión, la ciudad en donde residir, los usos sociales y culturales ya estaban escritos desde generaciones anteriores. Hoy, elegir va de suyo. La Sagna —el lector lo descubrirá enseguida— afirma contundente: «El problema es entonces que el sujeto pasa su vida eligiendo y no viviendo».

¿Cómo serán las adolescencias por venir? Es la pregunta que indica cómo orientarnos con los adolescentes que tenemos delante y con los que vendrán. Estamos en otro tiempo pues. Ayer pasó. En El mundo de ayer, Zweig sentencia: «... aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes».7 Un mundo apacible, seguro, con una distribución de tareas, de clasificación cierta de estratos sociales y de desempeños vitales con perenne orden histórico. Hoy, ese mundo ya no está. Y los nostálgicos deben saber que no va a volver, y que sus lamentos y lloros, junto a sus intentos de resucitar ese orden de ayer, mediante reglamentos y respiración asistida del principio de autoridad vía decreto-ley, es muestra de su inadaptación a los cambios vertiginosos que vivimos y lo estarán ante los que aún están por venir.

La mudanza adolescente es similar a los cambios sociales. Puede prolongarse. Puede detenerse. Puede entrar y salir del túnel. Se trata de pasos, de un antes y un después, de fronteras. Zweig mencionará: «... Este arte de la adaptación, de las transiciones suaves...».8

Apoyándose en una expresión de Víctor Hugo, un coautor de este libro, Philippe Lacadée, psicoanalista en Burdeos, define esa mudanza como «la más delicada de las transiciones de la adolescencia»9 relacionando el comienzo de una mujer con el fin de una niña. Los tiempos cambian, y en ese vértigo se da también la mudanza adolescente.

Podemos definir, entonces, las adolescencias como la gran temporada de cambios. Pero el despertar adolescente a la vida, al encuentro con el sexo del otro, como enseña Lacan en el «Prefacio a El despertar de la primavera», de Wedekind, requiere antes el despertar de sus sueños.

Si Freud decía que cuesta despertar y que el secreto deseo universal del hombre es dormir y dormir, y si Lacan advertía de que había que unir la práctica del psicoanalista a la subjetividad de la época, entonces la tarea de los psicoanalistas consiste también, al margen de sus prácticas clínicas en la soledad de sus consultas, en participar en la ciudad con su discurso, el discurso del analista, tal y como Lacan lo mostró, un discurso que permite agujerear los otros discursos, el universitario especialmente, y esperar los despertares de quienes prefieren ora dormir, dormitar, sestear ora promover que todo cambie para que todo siga igual, a lo Lampedusa. Este libro es una muestra de ese deseo de los psicoanalistas lacanianos de participar en los debates de la ciudad.

Despertar a quienes pueden ver las adolescencias desde otro prisma es, desde luego, el aliento de este libro. En la calle nos encontramos con las preguntas, ¿qué futuro para los adolescentes?, ¿qué hacemos con los adolescentes? ¿qué hacer, hoy, ante las nuevas formas del despertar adolescente? En este libro esbozamos respuestas a esas preguntas que nos formulan casi a diario a los psicoanalistas en nuestro encuentro con educadores y padres, o también en los medios de comunicación.

Hay que decir que los textos de este libro proceden de autores que desarrollan su trabajo con adolescentes en cuatro países: Italia (2), Francia (5), Argentina (1) y España (10). En su momento, año 2009, diez de esos textos fueron publicados en el número 23 de Mental, Revue Internationale de Psychanalyse. El resto, los otros siete, han sido elaborados a partir de una petición del compilador expresamente para este libro, con la guía inestimable del director de la Colección Gredos-ELP, Vicente Palomera, quien, tras dictar una conferencia en la Universidad de León en mayo de 2010, nos propuso el proyecto de este libro, y la traducción de los textos ya publicados en Mental al castellano, tarea para la que se volcaron Antonio García Cenador, psicoanalista en León, y Ángela González, psicoanalista en Palencia.

Si bien el hilo conductor es la apuesta por leer los momentos actuales de las adolescencias y dar cuenta de los encuentros de los adolescentes actuales con un psicoanalista orientado por la enseñanza de Jacques Lacan, al ser un libro coral, cada autor explora una senda diferente. Ello da al conjunto del libro un aroma de puerta abierta a la investigación, de libro para debatir, para invitar a seguir leyendo, nunca para dar por zanjado un tema con axiomas absolutos.

El testigo de la enseñanza de Freud y de Lacan, y la permanente elucidación que realiza Jacques-Alain Miller desde el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII y desde el conjunto de las aportaciones de los miembros de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, encuentra en este libro un aporte más para el público. Un botón del deseo vivo que anima a los psicoanalistas.

Puede el lector penetrar en ese deseo a través de los siete textos especialmente escritos para este libro, que muestran lo que sucede cuando un adolescente se encuentra con un psicoanalista, los efectos que le supone poder resolver su fragilidad con prudencia a lo largo de los años, tal y como se ve en el texto de Luz Fernández, psicoanalista en Vigo; la actitud con profesores y alumnos de Dolores García de la Torre, profesora y analizante experimentada de La Coruña; el abordaje de los enigmas de la feminidad en una travesía en la que el adolescente femenino puede volcar sus secretos tal y como precisan Ana Castaño y Graciela Sobral, psicoanalistas madrileñas; el acompañamiento mientras el adolescente efectúa esa búsqueda subjetiva que es su errancia, su salir a las plazas, como verifica el texto de Josep Sanahuja, psicoanalista catalán; las maniobras de una psicoanalista cuando recibe adolescentes difíciles como demuestra el texto de la psicoanalista bonaerense Silvia Elena Tendarlz; o la idea de Mario Izcovich de orientación y acompañamiento en la singular tarea de un analista que sabe leer «entre líneas». Finalmente, en «Del adolescente derecho a detenerse», traté de seguir hasta sus últimas consecuencias una frase de Freud.

Hemos de proteger a los adolescentes. Daniel Roy, psicoanalista en Burdeos, define lo que entendemos por «protección del adolescente»: «Es la protección del momento crucial en el que el sujeto es confrontado a una situación radicalmente nueva». Pero cuidado con la protección al menor adolescente, tal y como en su texto nos advierte Luis Seguí —abogado madrileño y ejemplo de la presencia de un no analista en la Escuela, en este caso en la ELP—, con la «... atención de los aparatos institucionales que, con las mejores intenciones, intervienen para salvarlos de sí mismos», pues en nombre del cumplimiento de la ley, el menor adolescente ha sufrido históricamente la mayor de las desprotecciones, cuando no los abusos de sus supuestos «protectores».

Se va a poder percibir, asimismo, en el texto de La Sagna, psicoanalista en Marsella, todas las consecuencias que para la práctica clínica, y para la acción educativa, tienen la distinción entre acción y acto para separar adolescencia y madurez. Acción hay mucha en la adolescencia. Acto, menos, porque implica responder de ello desde una posición asentada. En su texto, «La adolescencia prolongada, ayer, hoy y mañana», podemos leer la equivocada práctica educativa —y de no pocos psicólogos— de insistir en la senda de saciar el apetito adolescente de identidad, cuando de lo que se trataría sería de ayudarle a buscar la causa de su deseo y encontrar en ella autorización, no una identidad por fuerte y «superautoestimada» y aún mucho menos que lo sea merced a técnicas de aumento de los niveles de autoestima o de coaching vario.

Causa del deseo, pues, frente a un menú de alimentos destinados a engordar la identidad adolescente.

El deseo de los psicoanalistas se confronta al deseo de los adolescentes que les visitan en sus consultas, en los centros de salud donde trabajan, en los institutos donde pueden encontrarse con un analista lacaniano o con educadores analizantes experimentados. El deseo de un psicoanalista lacaniano es fruto de largos años de análisis, y constituye una garantía para el gran público, en tanto es un deseo que se busca no contaminado de más sustancia que el deseo de provocar en sus analizantes la diferencia absoluta. No es el deseo de comprender, horrendo. No es el deseo de empatizar, peligroso. No es el deseo de amar, explosivo. No es el deseo de sermonear, aburrido. No es el deseo de controlar, miedoso. No es el deseo de dirigir, manipulador. No es el deseo de contemporizar, cobardica. Es el deseo de impedir que nadie se conforme con imitar al de al lado, sino que luche febrilmente por desplegar su propia singularidad, su diferencia respecto a todos los demás iguales a los que se confronta. Que luche por preservar su síntoma como la expresión de lo más singular que porta. Y que ayude y oriente a hacer de ese síntoma del analizante una buena brújula.

Hugo Freda define la crisis de la adolescencia como una crisis del padre. Su argumentación sigue paso a paso los textos freudianos, por lo cual, tal y como se despliega también en otros textos, no es tanto promover buenas identificaciones, tipo «haga usted como yo y le irá bien», no es publicitarse como modelo, como ejemplo a seguir, no, sino que se propone empujar al adolescente a que se deje guiar por su propio deseo. Para Marco Focchi, psicoanalista en Milán, son los recuerdos-pantalla, con su naturaleza compuesta, el umbral que el adolescente atraviesa. Pero no lo hace sin un Otro. Necesita un Otro, es decir, necesita de buenos profesores, de padres atentos a sus movimientos y de psicoanalistas capaces de acompañamiento, a veces durante años, o de permanecer a la espera, como se ve en el texto de Clara Bardón, psicoanalista en Barcelona, quien relata el caso de un adolescente de dieciséis años a quien ya había tratado a los seis, siendo sorprendentemente recordada por el muchacho, y no por su madre.

El adolescente dispone de adultos a su alrededor que le pueden decir sí. Y eso es clave. No dispone solo de su cerebro adolescente,10 tesis de los muy bien desorientados caminos cognitivistas y de las neurociencias. Finalmente sus síntomas conciernen a un Otro con quien conviven. Vilma Coccoz, psicoanalista madrileña, lo afirma muy rotundamente en su texto: «... no hay adolescente sin Otro», esto es, sin sus padres, profesores o tutores, la institución o el analista. Las respuestas, la posición de los adultos que vendrán a investirse o no con la función del Otro, adquieren una relevancia fundamental, decisiva...».

Seguir el deseo de cada adolescente, uno por uno, sin retroceder, es nuestra apuesta. Que un adolescente se detenga no quiere decir que mientras tanto el psicoanalista lo haga. Al contrario, no para de inventar para ayudar a encontrar la mejor salida del túnel. Y no siempre se sale de la adolescencia en el tiempo previsible culturalmente. Hélène Deltombe recuerda en su texto el nuevo término, adulescente, con el que se caracteriza a aquellos que no alcanzan a salir. La buena salida de las adolescencias es peculiar, original, de cada uno, y no depende del cerebro, sino, esa es la tesis de este libro, de que sus acompañantes sean analizantes experimentados.

Detenerse, no se olvide, es lo que hicieran los grandes de la informática cuando desde los garajes de sus casas perdían el tiempo, al decir de sus padres, pero hoy sabemos que se detenían para seguir su propio deseo, lo que nos ha posibilitado a todos dar un gran salto. A veces eso hace un adolescente, detenerse, suspender, repetir curso, perder un año dando vueltas. Pero aprender a bien perder el tiempo, o aceptar que el tiempo es quien acaba perdiéndonos a todos, es una tarea para la que se dispone de toda una vida.

Cómo perder el tiempo a la buena manera es la pregunta. Una fórmula la brindó Steve Jobs, fundador de Apple recientemente fallecido, en su discurso de 2005 a los universitarios que se graduaban ese día: «Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se dejen atrapar por dogmas —es decir, vivir con los resultados del pensamiento de otras personas—. No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencie su propia voz interior».11

Que la lectura de este libro sea una muy buena manera de perder el tiempo, el escaso tiempo del que disponen hoy día padres, educadores, psicólogos, pedagogos, psicoanalistas a quienes va dirigido este libro.

Confío en que atravesando las páginas de este libro no les entren más rayadas que las justas, y sí un simpático guiño al adolescente que fueron.

Les propongo, por tanto, que sean adolescentes mientras leen este libro, que recuerden y evoquen episodios de su propia adolescencia. Que aunque hayan logrado olvidar esos episodios, olvidarlos bien, a lo Gracián, puedan ahora activarlos mientras dura la lectura de este libro, y si acaso, que recuperen un poco el tiempo perdido, y que por todo ello vuelvan de nuevo a activar un poco más su deseo de conversar apasionadamente con adolescentes.

Adolescencias por venir

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