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LA ADOLESCENCIA PROLONGADA, AYER, HOY Y MAÑANA*

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PHILIPPE LA SAGNA

En el siglo XX, nuestra percepción de la vida y de la vida sexual en particular ha cambiado mucho respecto a la del siglo pasado. Ha sido modificada en varios planos y en primer lugar en el plano de lo real. Según un cierto número de autores, en particular Paul Yonnet,1 antropólogo, del que retomaré algunas tesis, hay una incidencia real de la ciencia en la sexualidad humana, fundamentalmente en la procreación y sobre la duración y repartición de las edades de la vida. Yonnet ha estudiado la incidencia de nuestra nueva relación con la muerte, a causa del progreso de la ciencia, sobre la vida de la familia. La esperanza de vida de la que disponemos nunca ha sido tan grande: nuestro tiempo de existencia casi se ha doblado en menos de un siglo.

ADOLESCENCIA Y EDAD DE LA VIDA

Es notable que este alargamiento de la vida no sea homogéneo. Así, la edad de la pequeña infancia y de la infancia parecen acortarse, se condensan siempre más. La edad de la madurez es al contrario cada vez más reducida. Eso significa que pasamos cada vez menos tiempo en ser «maduro». La adolescencia y la tercera edad no cesan de aumentar hasta el punto de llegar a ser edades hegemónicas. La salida de la adolescencia y la entrada en la edad adulta están ligadas a convenciones y parecen retrasarse cada vez más. Es esto lo que alarga de manera desmesurada el tiempo de la adolescencia. Por el contrario, los hombres entran en la tercera edad o se jubilan cada vez más pronto. En la actualidad se consideran jóvenes adolescentes a quienes tienen entre catorce y veinticinco años. Generalmente se piensa que la salida de la adolescencia es también una entrada en la vida activa. El hecho de que los jóvenes permanezcan mucho tiempo en casa de sus padres está ligado a diferentes factores, muy estudiados por los sociólogos y por los periodistas:

—Alargamiento de los estudios;

—Imposibilidad real de encontrar condiciones para establecerse, es decir, un alojamiento y un trabajo;

—La tercera razón, más interesante para nosotros, es la llamada ruptura de valores entre las generaciones.

Los jóvenes ya no plantean una ruptura con las ideologías y los modos de vida de sus padres. Desde 1968, hay una continuidad sin ruptura de valores entre hijos y padres. Para Yonnet, una de las razones de la «sociedad de los individuos» es que, a partir del momento en que la vida se alarga, la vida individual se convierte en un valor. Por el contrario, cuando la duración de la vida es corta, el valor es la familia, dado que es lo que para el individuo persiste después de su muerte. Durante mucho tiempo, en particular en el Siglo de las Luces y de la Revolución francesa, se quiso oponer al poder de las familias, un poder familiar sobre el individuo que era entonces efectivo. Hoy, es la familia la que se pone al servicio del individuo.

Por otra parte, el tiempo de la formación del individuo es cada vez más prolongado. La formación nunca es suficiente y el trabajo es escaso: se pasa la vida preparándose. Esta preparación pasa inevitablemente por la acción. La acción, para el psicoanálisis, se diferencia del acto. Los adolescentes son muy activos, pero, por el contrario, no hacen nada en el sentido de un acto concebido como una acción que tiene consecuencias. Entrenarse, hacer deporte, es con frecuencia una acción sin consecuencias. La oposición acción-acto es uno de los criterios que permiten distinguir la adolescencia de la madurez. Se reprocha a los adolescentes que hacen muchas cosas, es decir, se mueven mucho. Cuando no se sabe qué acto es necesario, es normal ensayar todas las acciones posibles.

El héroe adolescente es autoengendrado: no es alguien que dependa de los otros, como indica acertadamente Yonnet. Es aquel que utiliza a sus padres y a su entorno para engendrarse a sí mismo. El sujeto moderno es, pues, un autoengendrado. Es importante, porque el autoengendrado es siempre también un autodestruido. El envés del autoengendramiento es la autodestrucción. Esto aclara ciertas tendencias suicidas. Se empuja al adolescente a autoengendrarse, es decir, a formarse de manera autónoma y, por ello, sin saberlo, se lo empuja a autodestruirse.

Hoy se cultiva lo inacabado de sí, de su formación, de su identidad, de su deseo, incluso de la realidad. Este inacabamiento cultivado está ligado a cierta desesperanza: si eso nunca acaba, es interminable. Eso será siempre mejor mañana y el sujeto permanece suspendido de un futuro líquido en el sentido de Zygmunt Bauman.2 Lo inacabado de la Bildung, del ego en formación, produce también un ego débil in progress...

¿LA NOVEDAD DE LA EDAD DE LA ELECCIÓN?

Actualmente, uno no se compromete porque no se sabe muy bien en qué comprometerse. Se puede decir que hoy nada es «para siempre». Antiguamente, el «siempre» o el «para siempre» llegaba bastante rápido. Con mucha frecuencia, entre los dieciséis y los dieciocho años, el sujeto sabía con quién iba a estar «para siempre» en el amor y qué oficio iba a desempeñar «para siempre». Hoy, se considera que el sujeto tiene varias vidas, varios oficios, incluso varias familias, familias recompuestas. El problema es entonces que el sujeto pasa su vida eligiendo y no viviendo. La posibilidad de elección es lo más preservado. Y esta manera de preservar la elección, de estar ante varias hipótesis sin elegir ninguna y probándolas todas un poco, es exactamente la posición subjetiva del adolescente.

Además, la adolescencia no se prolonga solo en el tiempo, es valorizada socialmente como prolongamiento generalizado y adolescencia generalizada. La sociedad propone que seamos eternamente adolescentes, siempre dispuestos a algo que va a venir y que no llega, siempre a punto para entrenarse en algo que va a venir. Freud y todos los posfreudianos pensaban que el lazo social tenía efectos sobre el psicoanálisis y el psicoanálisis sobre el lazo social. Vale decir que aquello de lo que tratamos no tenía únicamente efectos de sujeto, sino también efectos de discurso.

LA ADOLESCENCIA CON FREUD

En el siglo XX, Freud tenía la idea de que era necesaria una acción exterior, una acción social, para separar al niño de la familia. Incluso la famosa inhibición, la barrera contra el incesto que podía reinar en el seno de la familia, estaba comandada por la sociedad. Para Freud, los lazos familiares eran muy fuertes. Era preciso, pues, oponerles otra fuerza, la de la cultura. Era bueno «establecer unidades sociales más elevadas»3 que la familia. La sociedad hacía uso de todos los medios a fin de que, en el adolescente, se relajaran los lazos familiares que existían durante la infancia. Lo que ha cambiado después de Freud es que la sociedad no hace gran cosa para cumplir esta tarea. En efecto, lo primero que habría que hacer es dar al adolescente los medios para separarse de la familia. Ahora bien, habitualmente, no es ese el caso.

Para Freud, la tarea que hay que cumplir en el momento de la pubertad es una constitución diferente de la relación con el objeto. La constitución de una relación con el objeto nuevo va a preparar el encuentro con un objeto exterior, es decir el encuentro con un partenaire sexual, lo que aquí quiere decir un partenaire/objeto en el exterior del propio cuerpo. Este partenaire no puede ser el propio cuerpo, lo que sería una solución narcisista y eso no puede ser solamente un encuentro en el fantasma. Si hay adolescencias prolongadas, hay también síndromes de Peter Pan, sujetos que permanecen en un amor no sexual, infantil y eterno, sujetos que también hoy se designan como «asexuales».

Si para Freud la tarea a llevar a cabo en la adolescencia es la «reconstitución» de un objeto sexual nuevo, hay un obstáculo. La corriente sensual puede quedar fijada a una satisfacción autoerótica, una satisfacción masturbatoria en la cual el sujeto se satisface con el propio cuerpo y con el fantasma. En la adolescencia, en efecto, las corrientes sensuales se descargan alimentándose de fantasmas. Freud subraya que una producción desenfrenada de fantasmas es lo que caracteriza la adolescencia. El fantasma no es, en efecto, algo que prepare el encuentro con el objeto exterior sino algo que se opone a ello creando un desvío.

Lo que va a estar en juego es producir un estatuto nuevo del objeto que permita al sujeto encontrar un objeto en el exterior, un objeto que no sea el objeto edípico del pasado. Los psicoanalistas lo han señalado muy pronto, la serie de los objetos del pasado surgían entonces y en particular los objetos pregenitales. Eso no quiere decir que la famosa regresión de los adolescentes los lleve a lo pregenital. Quiere decir que, para fabricar un objeto nuevo que les sirva de guía hacia un objeto exterior, van a utilizar en parte los objetos parciales pregenitales. En el camino de construir una sexualidad llamada madura, el adolescente estará sujeto a tormentas de goce «parcial» totalmente «inmaduro». Por ello, los adolescentes beben, fuman, vomitan, ensucian, gritan, exactamente ¡como si fueran bebés! Es así porque necesitan ir a buscar en el pasado los materiales para fabricar lo nuevo. El prolongamiento de la adolescencia implica la prolongación de sus manifestaciones. Por ejemplo la anorexia/bulimia, en tanto que epidemia, es algo que va a surgir en este punto.

LA ADOLESCENCIA DIFÍCIL DE LOS POSFREUDIANOS

Uno de los grandes debates en los posfreudianos de la IPA gira alrededor de la cuestión de saber si la etapa o la vía del narcisismo es un medio necesario para permitir el encuentro de un objeto exterior o si, al contrario, es un obstáculo. Para ciertos psicoanalistas, con Freud, es un obstáculo. Consideran que hay una oposición entre el narcisismo y el hecho de encontrar un objeto exterior, ya que el narcisismo es el amor a sí mismo y el objeto exterior se considera que es diferente de sí. Otros piensan que para alcanzar el objeto exterior es necesario un yo suficientemente fuerte. Es preciso reforzar el ego. El narcisismo no es el obstáculo, sino el medio de obtener el objeto exterior. Esto tiene consecuencias: ya sea que la adolescencia se considere fundamentalmente como un trabajo de reforzamiento del ego, de fabricación de un yo que debe ser un yo fuerte para asegurar la conquista del objeto, incluso soportar su encuentro. Ya sea la adolescencia un tiempo en el que no se trata de reforzar el yo, sino el deseo, deseo de ir a encontrar el objeto en el exterior despegándose del fantasma y del autoerotismo.

Hay dos maneras de enfocar la cura del adolescente: poniendo el acento sobre la identificación, siempre demasiado frágil, del adolescente o poniendo el acento sobre el deseo. En la actualidad, el discurso contemporáneo consiste sobre todo en decir: «Reforzad sobre todo vuestra identificación». Ser adulto es haber acabado la formación de este ego fuerte. A partir del momento en que el sujeto está siempre inacabado, presentará necesariamente un trastorno de la identidad. En efecto, el yo fuerte exigido por la sociedad es un yo susceptible de tener una identidad cambiante. En consecuencia, desde fuera se persuade al sujeto para que se adhiera a tal o cual identidad, lo que le desangustia tanto como el carácter inestable de esta identidad restaura la angustia.

O bien se elige la identificación o bien el valor de la desidentificación y del deseo. El valor de la desidentificación tiene consecuencias en el dominio sexual ya que puede poner en cuestión la identificación sexual que parecía antes una fuente de identificación fuerte. No se vestía igual, no se vivía igual, no se hablaba igual, no se iba a los mismos sitios si se era una chica o un chico. Los encuentros estaban reglados según un cálculo social. Se comprende que todo el discurso de Freud sobre la necesidad de la identificación surgió en una época donde la identificación era una idea fuerte en la sociedad.

En la actualidad, la identificación valorizada es aquella que es líquida,4 más que fijada: ¡es necesario estar dispuesto a todo! A veces se pide al adolescente que se identifique con empatía con el otro sexo. Es un efecto reciente que data de la Segunda Guerra Mundial. Es a partir de este momento cuando se ve a los muchachos con el pelo largo, cuando las identidades sexuales son problemáticas. Se comienza a hacer una doctrina que es la doctrina actual de la IPA en el terreno sexual: para tener una vida sexual completa, es preciso participar de la sexualidad del otro en el sentido de la identificación, al menos mental. Mientras que antes, participar de la sexualidad del otro significaba tener un partenaire del otro sexo, en el presente significa identificarse con los deseos, incluso con el goce supuesto del Otro. Se pide que se sea «bisexual», es lo que se ve en los fantasmas contemporáneos.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA ADOLESCENCIA PROLONGADA

El término de adolescencia prolongada data de 1923. Es Siegfried Bernfeld5 quien lo inventa en este momento y hace su retrato: el adolescente es idealista, deprimido. Este adolescente idealista tiene tendencia a abandonar la búsqueda del objeto exterior para prenderse, no en fantasmas, sino en algo que se le parezca, es decir, sublimaciones. Tenemos ahí la primera aparición de una tesis que tendrá éxito: ¿cómo impedir que el adolescente sublime?

Vemos la inversión de la tesis, pues hoy la idea es que es absolutamente necesario hacerlo sublimar. Lo que dijo Bernfeld es que esta sublimación participa de un temor narcisista de pérdida del falo. Señala justamente que esto explica lo que llama las regresiones arcaicas. Todos estos jóvenes que preparan la revolución pasan su tiempo, en efecto, en los bares donde fuman y beben.

Bernfeld deja Berlín en 1932 para ir a América y su tesis del adolescente idealista es retomada por su amiga Anna Freud.6 Esta última describe sobre todo un adolescente asceta e intelectual que es un retrato psíquico de la adolescencia de Anna Freud, con una discreta nota homosexual y masoquista. Para la doctrina psicoanalítica clásica, la adolescencia no era un periodo determinante al nivel de los síntomas. Clínicamente cuando se propone a los pacientes hablar espontánea y libremente, se señala que hablan de su infancia y raramente de su adolescencia. Es verdad si son neuróticos. Pero todos los psicoanalistas que, después de la guerra, han tratado psicóticos o border-line han remarcado, por el contrario, que estos hablan con frecuencia de la adolescencia. Anna Freud dirá que la adolescencia es quizá más determinante de lo que se cree. La determinación del deseo es el Edipo y la infancia, y la fabricación del ego es la adolescencia. Piensa que lo esencial en el psicoanálisis es la fabricación del yo. Es decir la egopsychology. La adolescencia es pues, para ella, casi tan determinante como la infancia.

En medio de los años sesenta, todo el mundo, y, en consecuencia, también los psicoanalistas, se apasionan por la adolescencia. Es el nacimiento de teen-agers. Es el nacimiento de la adolescencia como entidad definida, como grupo social. Winnicott lo señala: «Los adolescentes son solitarios reunidos [...] son una reunión de solitarios».7 Es exactamente lo que se constata en la sociedad moderna.

Winnicott8 retoma la cuestión de la adolescencia prolongada. «¿Es necesario precipitar las cosas?», «¿Es necesario precipitar el movimiento de la adolescencia?». Winnicott dice: «Ante todo, no». Y este «ante todo, no» pasará por cierto número de tesis, de entre las cuales hay que destacar la más célebre: no hay que tratar de comprender a los adolescentes. No hay que tratar de comprender a los adolescentes porque no quieren ser comprendidos.9 Se enfurecen cuando se les comprende. A partir del momento en que vuestro deseo es una incógnita para vosotros, que no sabéis lo que queréis, no hay nada más irritante que los que saben en vuestro lugar. Es lo que los padres hacen habitualmente. Lo que también dice Winnicott es que, si se interviene, nos arriesgamos a lo peor. Se corre el riesgo de destruir, de alterar un proceso natural y de llegar a la enfermedad mental.10 Para él, lo que más necesita el sujeto adolescente es «sentirse real».11 Se puede decir que el sujeto moderno tampoco se siente real. Para sentirse real, el adolescente tiende a crear antagonismos.12 Provoca al Otro para sentirse real a través de la respuesta que se le da. Winnicott explica así el acting out adolescente. Por ello define lo que sería un adulto: un adulto sería alguien que se siente real. Se prolonga, pues, un sujeto irreal.

En estos años, Peter Blos publica Les adolescents,13 obra en la que precisamente ha estudiado «la adolescencia prolongada»14 que, a veces, llama «la adolescencia retrasada». Para él, el tomar conciencia del fin irremediable de la infancia, de las presiones y del compromiso en el mundo, de la imposibilidad de escapar a los límites de la existencia individual, tomar conciencia de esto hace nacer un sentimiento de miedo, de opresión y de pánico. Así, numerosos adolescentes prefieren permanecer en una fase transitoria, la adolescencia retrasada.

Es el retrato de un adolescente angustiado que oscila entre la angustia y la desesperación. Señala que esto está ligado a la imposibilidad de elegir un tipo de vida. En los años sesenta, se vio la aparición de un hecho social nuevo: la posibilidad de elegir un tipo de vida. Antes no era posible, y según Blos, el riesgo de angustiarse no existía. Algunos añoran la época en la que el sujeto veía a su padre cultivar la tierra y estaba tranquilo porque, un día, también él cultivaría la tierra. La idea de elegir su vida ha perturbado la subjetividad contemporánea como el hecho moderno de tener sucesivamente varias vidas profesionales y amorosas.

Blos señala que, para llegar a ser un sujeto, lo esencial es separarse de las tendencias regresivas, es decir, hacer el duelo del objeto, a la vez edípico y preedípico. El objeto edípico es, por ejemplo, el Otro materno; el objeto preedípico son todos los objetos pregenitales que alimentan la tendencia regresiva como la tendencia a la intoxicación y a la satisfacción desordenada. No estar dominado por la necesidad imperiosa de la juerga es considerado como el acompañante de una salida de la adolescencia, mientras que en nuestra sociedad contemporánea se estima que ¡todo el mundo goza muy tarde! A partir del momento en que la sociedad líquida15 es valorizada, como la de hoy, que carece de estabilidad, ya no se sabe de qué estará hecho el mañana. Si el sujeto quiere un porvenir debe cambiar de identidad rápidamente. En este caso ¿dónde alojar la satisfacción? Solo puede situarse en la fiesta permanente; no hay distinción entre la fiesta y la sociedad. La una no es el reverso de la otra.

La idea de Blos es que, si uno escoge su vida, debe poder elegir su estructura psíquica y, en consecuencia, una de las angustias de la adolescencia depende del hecho de no saber qué estructura psíquica elegir. Es una perspectiva singular.

Para Lacan, al contrario, uno no escoge su estructura psíquica.

Los psicoanalistas de la IPA pensaban que la adolescencia era el tiempo en el cual uno se fabrica una estructura; ponían distancia respecto a Freud.

Para Blos, lo esencial es separarse de los objetos internos para producir una individuación. El peligro, según él, es que si esta individuación del sujeto es demasiado rápida, se va a producir un adulto «como si», un falso adulto. Es preciso evitar la prisa en la maduración del adolescente. Se inicia el fenómeno Tanguy: cuanto más tiempo permanezca el adolescente en el domicilio de sus padres, más llegará a ser un adulto formidable. Y Blos considera que todo lo que va en sentido opuesto a esta prolongación es forzosa y necesariamente un acting out.

Por ejemplo, el niño que se fuga de su casa, la joven que queda embarazada... todos estos fenómenos son acting out, es decir, un efecto de la precipitación y un rechazo de la lenta maduración. Considera, en particular, que el duelo del objeto no tiene la finalidad de permitir el acceso al objeto exterior sino que apunta a reforzar el yo y las identidades.

El objeto debe servir a la individuación, a la constitución de una identidad fuerte previa a la separación. Ha habido desacuerdos respecto a estas tesis en la IPA, la de Erik H. Erikson,16 por ejemplo, que dice que, en realidad, la adolescencia no es tanto un fenómeno psíquico como una moratoria social. Es un fenómeno que no tiene origen en el sujeto, sino en la modificación del lazo social a mediados del pasado siglo. Helen Deutsch subraya que lo esencial de la clínica del adolescente no es el síntoma, sino una clínica de las acciones, del acting out.17 Añade que es la razón por la cual los pacientes adultos no hablan con frecuencia de su adolescencia. ¿Por qué no la evocan? Porque los acting no dejan huella, dejan recuerdos, pero no huellas determinantes.18 El acting es una falsa separación, siempre repetida, que opera con la ayuda de un objeto que se muestra. El objeto en juego es este falso acto, sirve de pseudoseparación en el sentido de que sirve de punto de ruptura y de diferenciación. La adolescencia es algo que desencadena un cierto número de acting out que son, en efecto, el reverso de las separaciones efectivas.

Numerosos jóvenes pasan su tiempo estudiando y formándose. Helen Deutsch subraya que la sociedad contemporánea es una sociedad del entrenamiento, de la preparación, que exige una renuncia al objeto real, mucho más grande que en los siglos XVIII y XIX. Al contrario de los acting out, los síntomas nacidos de la infancia dejan huellas porque son una escritura que tiene una consistencia propia.

A finales del siglo XX, ¿dónde se sitúa la IPA respecto a este asunto? Richard C. Marohn,19 en un artículo de 1999, ataca la posición de Blos. Ataca la idea de que en un momento se accedería a un self acabado. Para él, el self no se acaba nunca, la transferencia tampoco, la construcción del sí mismo es infinita. No se trata de hablar de separación y de individuación, sino, más bien, en la adolescencia, de un «período significativo de transformación del yo» sin fin. Así, la construcción del sí mismo puede durar desde el nacimiento hasta la muerte. Las películas de Woody Allen lo presentifican: a pesar de que ya tiene una avanzada edad, el personaje de su película procede siempre a la construcción de su yo. El hecho de alejar hasta el infinito el reencuentro con el objeto sirve siempre al narcisismo.

LACAN Y LA SOLUCIÓN DEL OBJETO SEPARADOR

El punto de vista lacaniano exige ser freudiano: no es la identificación la que permite el acceso al objeto, sino que más bien es el encuentro con el objeto y su pérdida lo que produce una identificación. Es el encuentro lo que permite una identificación y no la identidad lo que permite el encuentro. En el horizonte del encuentro está la cuestión del acto sexual. No hay acto sexual que a un sujeto le permita asegurar que es hombre o mujer. Felizmente, está el amor que puede dar una suplencia a este defecto de certeza del acto sexual. El amor permite al sujeto pensar que él es hombre o mujer, de un modo con frecuencia un poco delirante que pasa por la imaginación y el discurso. La maduración que se debe operar a partir del encuentro sexual no es la del yo o la del narcisismo, sino la de la relación con el objeto mismo. En efecto, es el objeto el que servirá para la separación del sujeto y del Otro.

Para Freud, no se trata tanto de que el adolescente se separe del objeto, como de utilizar un objeto «exterior» para separarse del Otro, el objeto a, objeto que se debe distinguir de la exterioridad «realista del objeto». La utilización de este objeto pasa por un cierto duelo del objeto edípico, como del objeto parcial, es decir, objetos que ya existían para el sujeto.

En la perspectiva freudiana existe una exigencia social que permite la separación. En la perspectiva de Lacan, la sociedad es secundaria en relación al efecto de los modos de discurso que sirven para regular el goce. Uno de los modos en los que el goce contemporáneo se distribuye es el objeto plus-de-goce. La sociedad vende objetos plus-de-goce. La sociedad vende objetos plus-de-goce que consumen los adolescentes. Estos objetos de consumo entran en concurrencia con otros objetos y otras satisfacciones anudando fantasmas y usos regresivos del objeto y saturando —a veces— el lugar y el posible uso del objeto separador para el sujeto.

Para Lacan, la adolescencia es por excelencia el hecho por el que el sujeto pasa de la posición infantil de deseado a la posición de deseante. Como niño, el adolescente ha sido, ciertamente, deseado, o no; pero no se le ha pedido que sea deseante. A partir del momento en el que es adolescente, es convocado para ser deseante o más bien para «proponerse como deseante». En el seminario La angustia, Lacan precisa: «Proponerme como deseante, eron, es proponerme como falta de a».20 Se ve que el objeto separador no es el que da fortaleza al ego, sino que es el que causa el deseo, a partir del momento en que «me presento como deseante», como falta de objeto.

Por ejemplo, la joven que, en el deseo del muchacho, es un objeto a, podrá soportar este deseo sin demasiada angustia, si ha podido verificar que también ella no es más «que eso», es decir, que ella ha hecho un poco el duelo de ser este objeto. El muchacho podrá también encontrar una joven que es un objeto a, no tanto porque lo es, sino porque ella es el objeto a que le falta a él. Eso es para el muchacho presentarse como deseante, como «menos a».

Es necesaria una caída del goce del fantasma en el que el sujeto se percibe como objeto para que se cree un deseo eficaz. Lo que constituye un deseo es una sucesión de encuentros con el objeto, encuentros que producen un cierto número de duelos. Cada vez que el sujeto encuentra el objeto y que «eso no va», lo que es frecuente y bastante seguro, eso produce en el duelo un deseo. El deseo está ligado al hecho de haber perdido un objeto, en una experiencia de amor real y no en el fantasma, donde el objeto subsiste intocado. Las aventuras amorosas adolescentes son extremadamente formadoras del deseo. Los adolescentes tienen aventuras cortas y múltiples y es exactamente lo que necesitan. Siempre hay excepciones.

El amor produce algo. Es una gran idea del psicoanálisis: el amor es productor, productor de deseo y de un nuevo género de objeto. Así, la transferencia como amor produce una nueva relación de objeto que es, para Lacan, el objeto causa del deseo. Por ello plantea que «solo el amor permite al goce condescender al deseo».21 Lacan siempre se opuso a la idea ingenua de la maduración y la evolución.

A partir de aquí, nos damos cuenta de que los amores que valen son también, frecuentemente, amores que terminan. Es la opinión de Marguerite Duras. ¿Cómo se sabe que un amor termina? Se sabe que un amor termina cuando se comienza a amar a otro. En ese momento, entre un amor que se apaga y otro que nace, se toca el encuentro del objeto, de un objeto en posición de causa. También se puede cambiar de amor. Se pasa de un cierto tipo de amor a otro de otra clase. Es lo que pasa en la adolescencia. La adolescencia es cambiar de amor. Podemos decir, por esto, que la adolescencia es una clínica del amor; la cuestión es saber si hay amor adulto.

Al final del seminario La angustia, Lacan propone que el adulto es aquel que no ignora la causa de su deseo. Esto era entonces para Lacan el producto de un análisis. Quizás el psicoanálisis podría ayudar a que nuestra época salga de la adolescencia retrasada que es también la adolescencia generalizada, propuesta hoy a todos. Eso supone que se capte la lógica de un objeto a que participa de la erótica del tiempo, como lo ha mostrado Jacques-Alain Miller.22

Eso tendría el buen efecto de terminar con el apetito inextinguible de identidad, porque a partir del momento en que el sujeto conoce la causa de su deseo, es ella quien lo autoriza; no es su identidad, aunque fuera fuerte, quien le daría acceso a ello.

Adolescencias por venir

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