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Los días sin orillas

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La gente está cansada.

Cansada de hacer

lo que no le gusta.

Cansada de vivir

haciendo como que vive,

simulando que le interesa

lo que no soporta.

Cansada de esperar,

de fingir,

de sonreír con un rictus,

de emputarse con un mutis,

de lamentarse secretamente

y resignarse en público;

de no poder decir que no,

de quererlo todo

y de no poder nada.

Cansada

de sentir

que el tiempo

vale más

que el dinero

que le pagan

por estar cansada.

Cansada del aire

y de los días sin orillas,

y de la gente

que siempre

está cansada.

De la riqueza y la pobreza,

de la salud y la enfermedad

y de todos los sacramentos.

Cansada de respirar miedo,

y de sentir ese pegamento

espeso y blanco

arrastrándose por sus venas.

Harta de caminar

arrastrando las piernas

como a dos cadáveres

y de recorrer la misma ruta

una y otra vez

hasta crear un surco,

una pequeña arruga que marca

nuestro incipiente paso

por la piel del mundo.

La gente está cansada

de estar cansada,

de sentir los párpados

pesados como cruces,

y la mirada infame

del que cree

haberlo visto todo.

Del insomnio

y su inquietante monólogo

como un lastre sobre el pecho,

de no poder soñar,

de no sentir

ni con drogas ni antidepresivos

ni con dinero ni fama.

Cansada

de mirar a un niño muerto

como quien ve una fruta podrida

en el supermercado,

y de pensar que hacen falta cebollas

para poder llorar

humanamente.

La gente quiere cerrar temprano,

Llegamos tarde a todo

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