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Llegamos tarde a todo

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Llegamos tarde a todo.

Nadie nos esperó.

Todo era viejo

(hasta lo nuevo era viejo).

Todos ya habían nacido

o habían muerto,

y las cosas del mundo

tenían una sábana blanca encima,

como los muebles de una casa abandonada.

Se escuchaban

rumores de otros tiempos,

aparentemente mejores.

Y ya no había dinosaurios

ni unicornios

ni ornitorrincos.

Llegamos tarde a todo

y nadie nos esperó

para ser expulsados del paraíso

ni para subir al arca de Noé.

Llegamos tarde;

cuando las sirenas ya habían cantado,

cuando los peces se habían multiplicado

y la cruz de Cristo era una silla.


Llegamos

después de una fiesta de siglos,

entre botellas rotas

y colillas de cigarro,

para beber de vasos en ruinas,

como ángeles después del juicio.

Y ya había muerto Lennon

y Dios y Nietzsche,

y no hubo asesino que sobreviviera a su víctima.

Y eso lo supimos

porque llegamos tarde.

Ya conversaban

Alonso Quijano e Ignatius Reilly

en el pasillo de ofertas de la tienda de libros.

Ya se habían escrito El Aleph y la quinta de

Beethoven.

Ya el polvo enamorado de Quevedo había sido

barrido

bajo la alfombra.

Llegamos

a la cama destendida

donde los amantes

se extinguieron.

A la hoguera en cenizas

que calentó otro sueño,

y a esa piedra negra que un día fue lava roja,


y al desierto de arena,

antiguo mar

donde nadaban ballenas fantasmas

y anémonas retrógradas.

Llegamos tarde.

Pero…

…todavía

alcanzamos a escuchar

el aplauso

de lejos,

el último estertor

del espectáculo

que nunca vimos,

en el momento

en que prendieron las luces

y terminó la magia,

y se abrieron las salidas de emergencia,

por donde se fue el mundo que era.

Pero nosotros veníamos llegando

apenas,

tarde a todo,

justo

cuando comenzaron

los créditos finales

de la película,

que alguien dijo


–mientras salía del cine–

que era de amor,

cuando el amor

no sólo era una reacción

de compuestos indecibles

e irritantes secreciones.

Llegamos tarde al bautizo,

a la boda y al sepelio;

y no fue un asunto de impuntualidad:

no estábamos aquí para llegar antes

ni mucho menos a tiempo,

pero evidentemente

llegamo starde:

El mundo en pedazos,

el silencio atómico,

la llama helada,

la celda sin rejas,

la buganvilia negra,

El odio a la primavera,

una serie

de luces

navideñas

sobre

una

calavera.


La leche deslactosada,

la utopía desutopizada,

la llama que llama

y no contesta,

y el fuego que se seca,

y el río que se apaga,

y la madre desahuciada

y hueca.

Llegamos tarde a todo.

Nadie nos esperó

para subir al Caballo de Troya

ni para ahogarnos en el Titanic

ni para pegar nuestras alas con cera

ni para aprender de la muerte

ni del Minotauro

ni de la guerra.

Llegamos tarde

a la repartición del cielo

y de la tierra,

cuando la tierra

ya sólo era

el gran cementerio.

Un hermoso jardín

de huesos molidos

y gusanos

hambrientos.


Es

difícil

llegar

a

un

momento

del

Tiempo

en

el

que

todo

ha

pasado

ya.

Y se ven las brasas

de lo que fue,

y se ve la hoguera,

pasajera;

y se ve

el silencio

dermatológico,

capitalista, comunista,

extremista,

taxidermista,

de lo que era,


cuando pudo ser,

o fue,

pero

sólo quedó

la estela,

el reducto,

el siempre incipiente,

remanente.

Llegamos tarde a todo.

Hay evidencias

de que ya habían sido revelados

los secretos milenarios

de la existencia,

y se había demostrado

científicamente

que había preguntas

que no podían responderse,

porque habían cambiado

las preguntas

y habían cambiado

las respuestas,

y habían cambiado

aquellos que preguntaban

y aquellos que respondían.

La duda

había sido extirpada


para cuando llegamos.

Ya para entonces

se había cuestionado todo:

el poder,

la razón,

el sexo,

el poder,

la razón,

las moscas,

el sexo,

el poder,

la razón,

la muerte,

el sexo.

Llegamos tarde

al sexo.

Usábamos condón

pero no moríamos de sida.

Nos cuidábamos de todo

y siempre alguien

se moría de otra cosa.

De hecho,

primero se morían los que más se cuidaban.

El descuido,

finalmente,

fue visto


como un signo

de adaptación.

El Universo está descuidado.

¿No es todo lo que existe

la evidencia

de un descuido

interminable?

Pero hubo un momento

en que intentamos seguir

las instrucciones.

Apegarnos al manual.

Que nadie diga

que no intentamos hacer bien las cosas,

pero llegamos tarde.

No había nada nuevo bajo el sol,

sólo colchones,

tambores,

estufas

y fierro viejo que vendan.

Todo era seminuevo

cuando llegamos:

nos dieron una vida

de medio uso.

Saldos

de instantes

que otros vivieron,


palabras

con las que otros

hablaron.

Silencios

que ya habían sido guardados,

piezas

de distintos rompecabezas,

calcetines extraviados,

monedas sin cara ni cruz,

animales extintos,

lenguas muertas.

reflujos de humedad

bajo el salitre del tiempo.

Llegamos tarde

a todo.

Todo ya en ruinas,

en raros escombros;

hasta los recién nacidos

nacían

arruinados,

envejecidos

prematuramente.

El mundo entero

convertido

en la atracción

arqueológica


de un turista

de otro

tiempo,

que captura imágenes

sin entender

que camina

sobre un eterno después;

que es un turista

en el peor de los destinos posibles:

la república democrática del futuro,

donde siempre,

siempre,

siempre,

llegamos tarde

a todo.

Llegamos tarde a todo

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