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8 de marzo

El poder de las promesas

“¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, para que yo lo favorezca con la misericordia de Dios? Respondió Siba al rey: ‘Aún queda un hijo de Jonatán, lisiado de los pies’ ” (2 Samuel 9:3).

En opinión de Lewis Smedes, el ser humano posee dos singulares poderes con los que puede crear un futuro mejor. Uno, el poder de perdonar, nos capacita para librarnos de un pasado que no podemos cambiar. El otro, el poder para cumplir nuestras promesas, nos ayuda a establecer relaciones estables en un mundo cambiante (Caring & Commitment, p. 147).

De estos dos poderes echó mano el rey David cuando, ya consolidado como rey de Israel, preguntó si había quedado algún descendiente de Saúl a quien él pudiera mostrar misericordia (2 Sam. 9:1-3). La práctica usual en aquellos tiempos de monarquías y dinastías era eliminar todo vestigio de la familia real depuesta. Pero David quiere hacer todo lo contrario.¿Por qué? Pues, ¡porque a él Dios lo había tratado con misericordia! Y porque, además, David nunca olvidó las promesas que había hecho, no solo a Jonatán, sino también a Saúl, en el sentido de no destruir su descendencia una vez que llegara al trono (ver 1 Sam. 20:12-15; 24:20-22).

¿Había algún descendiente de la casa de Saúl? Según el relato, sí: Mefi-boset, “un hijo de Jonatán, lisiado de los pies” (2 Sam. 9:3). Sin pérdida de tiempo, el rey envió a traerlo a su presencia. Temiendo por su vida, Mefi-boset se presenta en el palacio listo para escuchar su sentencia de muerte. Pero en lugar de su condena, escuchó: “No tengas temor”, le dijo David, “porque a la verdad yo tendré misericordia contigo por amor de Jonatán tu padre. Te devolveré todas las tierras de tu padre Saúl, y tú comerás siempre a mi mesa” (vers. 7). ¡Mejor, imposible! Viviría en la casa del rey y comería a su mesa, “como uno de los hijos del rey” (vers. 11); aunque era lisiado de los pies.

¿Algún parecido con lo que Dios ha hecho contigo y conmigo? Por nuestra rebelión perdimos todo derecho a estar en el palacio real, pero gracias a que Dios es “misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxo. 34:6), ¡hemos sido invitados a vivir en la casa del Rey, y a comer a la mesa del Rey!

¿Se puede pedir más?

Te alabo, Padre, porque, fiel a tus promesas, me has tratado con misericordia; y porque a pesar de no merecerlo, me has invitado a comer a la mesa del Rey. ¿Cómo puedo expresarte, oh Padre, lo mucho que agradezco este honor?

Nuestro maravilloso Dios

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