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§ 8. Lenguaje verbal y hermenéutica trascendental

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Cuando ubico al trascendentalismo lingüístico entre las variantes del logocentrismo soy consciente de los riesgos que corro. El principal es la simplificación de la filosofía trascendental, su reducción a una mera exaltación del lenguaje articulado como “requisito” del pensar o del conocer. Para afrontar este peligro, una estrategia es recurrir a ciertas elaboraciones filosóficas contemporáneas que examinan las implicaciones de lo dicho por Kant con respecto al papel del discurso en el conocimiento. En las reflexiones de Karl-Otto Apel se encuentra un conjunto de propuestas sumamente estimulantes, relativas a una hermenéutica trascendental, o transformación de la filosofía trascendental en una filosofía del lenguaje. Uno de los aspectos más interesantes de esta empresa es que Apel no duda en confrontar los resultados de la hermenéutica heideggeriana y gadameriana con los de la filosofía analítica (incluyendo al joven Wittgenstein), ni en conjuntarlos con los hallazgos del Wittgenstein maduro. Esta apertura le permite romper con la típica separación entre filosofía inglesa y filosofía “continental”, con muy buenos resultados.

Vayamos a Apel, de quien utilizaré un par de artículos. En el primero de ellos,[34] abre preguntando si la filosofía del lenguaje puede desempeñar la función de una filosofía trascendental en sentido kantiano, es decir, fungir como una prima philosophia. Y responde en sentido positivo al afirmar que «La filosofía del lenguaje […] como reflexión sobre las condiciones de posibilidad lingüísticas del conocimiento, ocupó el lugar de la tradicional teoría del conocimiento». [Ibíd., p. 310] La cuestión del conocimiento del mundo ya no se plantea en términos de evidencia, certidumbre o verdad, tal como se darían éstas en relación a una conciencia subjetiva, sino que ahora se trata en relación con la «formación de un consenso intersubjetivo basado en la comprensión lingüística (argumentativa)». [Ibíd.] El interés se ha desplazado de la privacidad o la subjetividad a la comunicabilidad o la intersubjetividad. Pierden su sentido preguntas de corte solipsista como «¿todo lo que puedo concebir está en mi conciencia?» (Wittgenstein I), pues ahora lo importante es preguntarse cómo funciona el «juego de lenguaje» (Wittgenstein II) que se utiliza cuando se habla de «conciencia». [Ibíd., p. 315]

Para Apel, la semiótica de Peirce o los análisis de los «juegos de lenguaje» de Wittgenstein podrían ayudar a tratar «el problema de la reflexión sobre el lenguaje mediante el lenguaje». Aquí se percibe la relación de estas cuestiones con lo apuntado en la sección anterior: el relativismo implica que cada lengua es una concepción del mundo cerrada o separada de las otras, por lo tanto, una especie de “cárcel” conceptual. Como salida a esta problemática, Apel recurre a la noción wittgensteiniana de “juegos de lenguaje”.[35] «Las más distintas formas de vida socioculturales se pueden encontrar qua juegos de lenguaje». [Ibíd., p. 321]

A partir de estos planteamientos aflora a su vez una problemática hermenéutica: ¿cómo logran comprenderse entre sí los hablantes dentro de un mismo juego de lenguaje, o incluso a través de distintas tradiciones lingüísticas? ¿Cómo puede lograrse que una lengua deje de ser una “cárcel” que encierra al hablante y le impide comprender lo que se piensa o se dice en otras lenguas? Identificar esta problemática prepara el terreno para la construcción de una filosofía hermenéutica del lenguaje. Y aquí Apel se remite directamente a Heidegger al afirmar que, en contraste con la filosofía analítica del lenguaje, el enfoque hermenéutico es capaz de explicar cómo la «apertura del mundo» se realiza con base en la intervención del lenguaje. Así, «si las personas no pudieran construir mediante el lenguaje un entendimiento mutuo sobre el mundo, entonces no podrían encontrarse con “algo como algo”». [Ibíd., p. 322] Esta cuestión implica que el lenguaje articulado es la condición de posibilidad de la comprensión del mundo. E insiste Apel en que el Wittgenstein de la madurez y el enfoque hermenéutico de raíz heideggeriana confluyen:

La teoría del lenguaje de Wittgenstein, que otorga al entretejido de trabajo, interacción y comunicación un valor trascendental-pragmático, confluye aquí muy bien con el enfoque lingüístico-hermenéutico. [...] Cada niño [...] al aprender una lengua aprende también la comprensión de un uso lingüístico, lo cual lo habilita para aprender lenguas extranjeras y para traducir de una a otra, es decir, para comprender formas de vida extrañas.

El artículo se cierra refiriéndose al estatuto de la filosofía misma. [Cfr. Ibíd., pp. 325-326] Ésta es, como todos sabemos, una actividad basada en la palabra (escrita, hablada o ambas), y estoy convencido de que es necesario reflexionar a fondo sobre esa circunstancia. El que los filósofos utilicen exclusivamente el lenguaje verbal tiene profundas implicaciones y explicaciones, así como muchos efectos y causas. Todo esto debe ser explorado con seriedad, si queremos comprender qué hacemos cuando filosofamos en Occidente o a la manera occidental. No se trata ya, entonces, de las condiciones de posibilidad del conocimiento, sino de las condiciones que hacen posible a la filosofía misma. [Ibíd., p. 326]

En el segundo artículo[36] Apel desarrolla con más detalle su propuesta de una hermenéutica lingüístico-trascendental; o, en otros términos, de realizar una transformación de la filosofía trascendental hacia una filosofía del lenguaje. Puntualiza para empezar que casi todas las disciplinas y corrientes de pensamiento han puesto en el centro de sus preocupaciones al lenguaje. En conjunto, estos enfoques han conducido a que se supere la concepción del lenguaje como un mero instrumento o medio de comunicación y a que, en cambio, se lo conciba en sus dimensiones míticas y metafísicas. Antecedentes de esto se encuentran en la doctrina heracliteana del logos (que identificaba razón y lenguaje), en la afirmación de Hölderlin según la cual «somos desde que hay un discurso», y en el concepto heideggeriano del lenguaje como «la casa del ser». Con ese cambio, la filosofía del lenguaje logró diferenciarse a fondo de las «ciencias del lenguaje». [Ibíd., p. 332] Por tanto,

con el lenguaje se trata de una dimensión trascendental en el sentido kantiano, esto es, de una condición de posibilidad y validez del entendimiento y el autoentendimiento, y con ello del pensamiento conceptual, del conocimiento de los objetos y de la acción con un sentido. Preferimos por tanto hablar de una concepción trascendental-hermenéutica del lenguaje. [Ibíd.]

La «transformación de la filosofía trascendental» que propone Apel debe realizar dos tareas en relación con el pensamiento anterior:

a) Una «destrucción crítica y una reconstrucción de la historia de la filosofía del lenguaje» que demuestre que los enfoques del lenguaje como medio de comunicación o de designación son «filosóficamente insuficientes».

b) Una «reconstrucción crítica de la idea de la filosofía trascendental», una «corrección de ésta» de modo que se «concretice el concepto de “razón” en el sentido del concepto de “lenguaje”». [Ibíd., pp. 333-334]

En la primera tarea está contemplado destruir el tradicional concepto del lenguaje que lo explica como parte del Commonsense (esto es, un instrumento de comunicación entre seres que tienen en común la razón). Según este concepto, en la comunicación se dan varios pasos:

Primeramente reconocemos —cada quien en su fuero interno y con independencia de los demás— los elementos del mundo dado sensible (después llamados «datos de los sentidos»); luego captamos, mediante la abstracción y con ayuda de los instrumentos de la lógica humana universal, la estructura ontológica del mundo; después describimos —de modo convencional— los elementos del mundo ya ordenado mediante dichos intrumentos y representamos los hechos mediante signos concatenados; finalmente comunicamos a los demás, con ayuda de dichas concatenaciones de signos, los hechos que hemos descubierto. [Ibíd., pp. 338-339]

Para Apel este modelo se remite hasta Aristóteles y todos los teóricos antiguos y medievales de la expresión verbal, quienes veían en cada encuentro entre hablantes un doble proceso: por un lado, una relación de las palabras con las cosas, y por otro lado, una relación de las palabras de un hablante con su oyente. De acuerdo con ello, las palabras eran únicamente un conjunto de sonidos que, por convención, se relacionaban con determinados objetos, ideas “internas” o acciones: eran signos referidos a las cosas, y ajenos a ellas. Y, en otro sentido, eran formas de influir sobre los demás, provocando en ellos ciertos efectos previstos por el emisor. [Ibíd., pp. 334-337]

Derivada de ese modelo, se encuentra una variante del solipsismo. Por ejemplo, Locke dice: «las palabras, en su significado primario o inmediato, están en lugar de las ideas en la mente de quien las usa, por muy imperfectamente o sin cuidado que estas ideas se formen a partir de las cosas que se supone representan…» [Essay... II, 2, 2] Pero tal explicación genera más problemas de los que resuelve, el principal de los cuales es: «¿cómo puede el individuo […] estar seguro de que los demás […] relacionan con sus palabras los mismos significados inmediatos, o sea, las mismas representaciones intramentales?». [Ibíd., pp. 340-341]

Apel propone como salida real al problema del solipsismo la seguida por el Wittgenstein maduro al distanciarse de sus propias concepciones en el Tractatus, proponiendo «el modelo de los “juegos de lenguaje”, y […] la tesis de la imposibilidad de un “lenguaje privado”». [Ibíd., p. 346] Wittgenstein, en su época de madurez, señaló que nadie puede utilizar el lenguaje sin quedar envuelto en una red de reglamentaciones: todos los que hablan son participantes en un juego público, sin importar lo que ocurra en su “privacidad”. Ni siquiera los filósofos están exentos de esta situación: ellos son unos integrantes más, puntualiza Apel, de una comunidad de comunicación.

Y aquí es donde el autor da el gran salto que le interesa: postula que esos «juegos de lenguaje» pueden ser entendidos idealmente como la condición de posibilidad de la comunicación: «ese juego de lenguaje ideal es anticipado por cada persona que sigue una regla […] como una posibilidad del juego de lenguaje en que participa, es decir, es presupuesto como condición de posibilidad y validez de su acción en tanto ésta es una acción con sentido. Por ello, me gustaría llamar “juego de lenguaje trascendental” […] a ese juego de lenguaje». [Ibíd., p. 348] Con ello, está tendiendo un puente entre Kant y Wittgenstein, apoyándose en Heidegger. La filosofía trascendental de Kant, así como la filosofía del lenguaje de Wittgenstein e incluso la hermenéutica heideggeriana han sido «transformadas». Pero no sólo éstas. También, yendo hacia atrás, se remite Apel al relativismo lingüístico postulado por Humboldt, y lo relaciona con su propuesta. El principal problema que plantea el relativismo es (como acabamos de ver) que cada lengua puede quedar reducida a una especie de “cárcel” dentro de la cual vive el hablante, y de la que no puede salir, a menos que aprenda a hablar otra lengua, en cuyo caso se meterá en otra “cárcel” que lo encerrará igualmente. Pero Apel encuentra que este problema puede ser resuelto cuando se apela a la noción de “juegos de lenguaje”, concepto en el que basa su idea de una transformación de la filosofía trascendental en una filosofía del lenguaje:

Mientras es posible concebir los sistemas lingüísticos […] como condiciones inconmensurables (espacios, perspectivas) de las formaciones conceptuales posibles, eso no es procedente […] en los juegos de lenguaje. […] Así, es razonable esperar una comprensión lingüística del sentido entre personas pertenecientes a distintas comunidades de lenguaje, en el nivel de una competencia comunicativa (que no depende sólo de las preformaciones lingüísticas específicas, sino —como muestra la traducción— también de los universales pragmáticos). [Ibíd., pp. 351-352]

Los juegos de lenguaje son el suelo común en el cual se desenvuelven los hablantes, y gracias al cual es posible que se transite, no sólo de una individualidad a otra, sino de una lengua a otra (esto es, de una Weltanschauung a otra). Es posible, pues, esperar una comunicación efectiva entre las personas, así como la construcción de consensos dentro de las comunidades o entre distintas comunidades. Pero el punto de unión no se da en una “interioridad” o “privacidad” solipsista, sino en la operación efectiva de los «juegos de lenguaje». Este es el fundamento de la «transformación lingüísticamente orientada de la filosofía trascendental». [Ibíd., p. 353] Y la aplicación del concepto de “juegos de lenguaje” en un sentido hermenéutico consolida no sólo la «transformación», sino la «reconstrucción» de la filosofía trascendental: «En lugar de la “conciencia sin más” supuesta por la metafísica kantiana […] aparece el principio regulativo de la formación crítica de consensos en una comunidad de comunicación ideal establecida en una comunidad de comunicación real». [Ibíd., pp. 354-355]

Por último, es necesario apuntar que el concepto hermenéutico-trascendental de una «comunidad de comunicación» será retomado mucho más adelante,[37] a propósito de cómo las comunidades aplican criterios comunes en cuanto a las imágenes visuales mediante las cuales se representa el mundo. No debe olvidarse que todo el Capítulo 1 tiene entre sus funciones establecer los conceptos sobre el lenguaje verbal que serán confrontados con los conceptos sobre el lenguaje no verbal en los Capítulos 2 a 7. Pero con esto, como puede verse, estoy planteando ya que el enfoque de Apel puede ser a su vez «transformado» al aplicarlo al lenguaje de las imágenes. Algo que, ciertamente, no es considerado en absoluto por este filósofo y que implicaría una «destrucción» del logocentrismo.

Filosofía de la imagen: lenguaje, imagen y representación

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