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§ 11. Conceptos discursivos y conceptos perceptivos. Patología del lenguaje

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Una de las más viejas discusiones filosóficas se refiere a la capacidad o incapacidad de un concepto para comprender las características de aquello a lo que se refiere. Éste era uno de los principales temas de discusión para Platón, y en casi todos sus diálogos vemos que, por boca de Sócrates, insta a sus interlocutores a definir, delimitar, caracterizar o conceptualizar las cosas. Prácticamente en todas estas ocasiones, Sócrates lucha contra la tendencia espontánea de los demás a ejemplificar, enumerar cualidades, comparar o mostrar. Él pide una generalización y siempre se le responde con series de casos particulares; quiere abstraer y se le responde con hechos concretos.

Paul Feyerabend explica este surgimiento de los conceptos abstractos en Grecia como un empobrecimiento de la representación. Contrasta el procedimiento de Sócrates con el de los sofistas, que no buscaban decir qué son las cosas en general, sino más bien cómo son, o qué variaciones presentan. Sabemos que las dos son maneras de pensar las cosas, pero se distinguen por su grado de abstracción o de concreción. Feyerabend, por su parte, afirma que las respuestas a las que Platón combate y quiere eliminar no provienen de la filosofía, sino de la épica, donde la virtud, el saber, la belleza, etc. son ilustrados, no definidos:

Las respuestas que Menon y Teeteto dan se orientan hacia las cosas. [...] Valiéndose de la ejemplificación explican la cambiante naturaleza de los objetos. [...] Con palabras no se puede agotar las cosas. […] Así proceden los sofistas [...] y ése es también el método de la épica, en donde la virtud y la sabiduría son ilustradas, pero no fijadas de una vez para siempre. Sócrates está completamente en desacuerdo con este método. [...] Las preguntas socráticas [...] son preguntas por conceptos relativamente vacíos, y «la vieja lucha entre filosofía y poesía», de la que Platón habla [...] es una lucha entre formas de representación ricas en detalles y otras carentes de detalles que se ocupan con esquematizaciones.[53]

Se tiene, pues, una lucha entre la representación rica en detalles y la representación sin detalles basada en esquematizaciones. Igualmente es de notarse, dice Feyerabend, que para los sofistas la imposibilidad de formar conceptos generales está directamente conectada con la imposibilidad de decir en palabras, y exhaustivamente, las cualidades de cualquier cosa o acción. Por ello es que se recurre a ejemplos, y no a definiciones. Pero el Sócrates platónico no quiere ilustraciones, sino abstracciones fijas. El surgimiento de los conceptos filosóficos en Grecia significó, pues, el descrédito y la desaparición como medio de conocimiento de las narraciones vivaces y de las descripciones detalladas sobre dioses, hombres y hechos cosmológicos. En su lugar se implantaron definiciones y descripciones de dioses carentes de forma y movimiento que controlan todo desde un sólo lugar: dioses sin cualidades concretas, inhumanos, monstruosos, y concebidos por un intelectual que ve el mundo desde su escritorio. [Ibíd., pp. 50-52]

Aunque no en los mismos términos, las críticas del segundo Wittgenstein al esencialismo apuntan en la misma dirección. Para él, preguntas como “¿Qué es el significado?, ¿qué es el tiempo?, ¿qué es el lenguaje? ¿qué es la proposición en general?” adolecen de una falla fundamental: presuponen que existe la “esencia” de aquello por lo cual preguntan. Pero las preguntas pertinentes serían más bien “¿Cómo se usa la palabra “significado”?, ¿qué es para nosotros una proposición?” Apoyándose en Russell, pregunta: «¿Tiene entonces el nombre “Moisés” un uso fijo y unívocamente determinado para mí en todos los casos posibles?»[54] Y la respuesta es: no. Pues a ese nombre pueden ir asociadas una cantidad indeterminada de descripciones: «el hombre que de niño fue sacado del Nilo por la hija del Faraón», «el hombre que condujo a los israelitas a través del desierto», etc. Más adelante continúa con esta argumentación: «Si le digo a alguien “¡Detente aproximadamente aquí!” —¿no puede funcionar perfectamente esta explicación? ¿Y no puede también fallar cualquier otra? [...] ¡Pero entendamos qué significa “inexacta”! Pues no significa “inusable”». [Ibíd., § 88]

He aquí una crítica a las intenciones de crear un sistema para escribir o expresar “exactamente” los conceptos. A fin de cuentas, el uso determina si un término ha sido correctamente aplicado o no, con independencia de su definición.

Trasladémonos a un terreno teórico muy distinto, el de la teoría de la forma (Gestaltheorie). Rudolf Arnheim realiza una crítica de la noción tradicional de concepto, que es muy similar a las de Feyerabend y Wittgenstein. Para él, ese enfoque tradicional entiende la formación del concepto como un proceso basado en datos sensoriales pero alejado de ellos y como una suma generalizadora de propiedades comunes:

Una abstracción se define tradicionalmente como la suma de las propiedades que tienen en común varias entidades particulares. […] Así se supone que la abstracción está basada en la generalización. […] La generalización existe […] pero es difícil ver cómo podría ser el primer paso hacia el conocimiento. […] Podemos decir que un gato es miembro de las cosas materiales, de las cosas orgánicas, de los animales, de los mamíferos, de los felinos, y así sucesivamente. […] Y no sólo esto, pues nuestro gato podría pertenecer al grupo de las cosas negras […] a los temas del arte y de la poesía, a las divinidades egipcias […] y así indefinidamente.[55]

Arnheim está señalando que la generalización como primer paso hacia el conocimiento no es un instrumento confiable, debido a que la agrupación de rasgos comunes es muy relativa o incluso arbitraria. Para él, la generalización y la inducción presuponen la abstracción, y no al revés. Es decir, que la generalización no es el primer paso, sino que sigue al acto abstractivo. Agrupar rasgos comunes no es el modo de llegar a la abstracción, sino que más bien la abstracción es el modo de llegar a las clasificaciones:

Antes de generalizar, uno debe seleccionar las características que servirán para determinar qué cosas serán agrupadas bajo determinada categoría. Es decir: la generalización presupone la abstracción. […] Esta selección requiere un criterio, o sea, la abstracción previa de ciertas propiedades que deben estar presentes en los individuos a elegir. [Ibíd., pp. 161-165. Cursivas de F.Z.]

En suma, no se debe confundir generalización con abstracción. Esta última es la determinación de características pertinentes, no una mera suma de características comunes. Pero, además, a Arnheim le interesa especialmente reivindicar la percepción (sobre todo la visual) como una herramienta legítima para la formación de conceptos, no como un obstáculo que hay que salvar o como una mera proveedora de datos concretos que hay que abstraer. También percibir es abstraer.[56]

Ya vimos al inicio del Capítulo 1 los nexos tan estrechos que se ha establecido tradicionalmente entre palabra y razón. El estudio de las patologías que afectan el lenguaje ha atraído siempre a filósofos y lingüistas. Por ejemplo, John Locke, en una época en que las anormalidades no eran objeto de ningún tipo de atención seria, considera a quienes no son capaces de abstraer con corrección simplemente como enfermos mentales:

...quienes perciben con dificultad, o retengan mal las ideas que llegan a su mente. […] Quienes no puedan distinguir, comparar y abstraer, apenar podrán entender y hacer uso del lenguaje, o juzgar o razonar [...] y sólo acerca de cosas que tengan presentes y que sean muy familiares a sus sentidos. [...] Los locos juntan ideas que no deben unirse, de tal suerte que formulan proposiciones equivocadas […] los idiotas apenas formulan proposiciones y casi no razonan.[57]

Según Locke, un surrealista sería un loco...[58]

Más atrás (en § 3) hice una referencia a cómo para Cassirer el uso de la palabra en la formación de conceptos es un criterio de salud mental. Considera que en las patologías que él describe (apraxia, agnosia, afasia) se ha dañado la capacidad de simbolización (especialmente de la basada en el lenguaje discursivo), y por tanto de representación. Considera a esa falta de simbolización y representación demasiado «cercana a la vida».[59]

Estos estudios coinciden en señalar que los enfermos mentales o las personas con un bajo nivel intelectual son quienes tienen el más rudimentario manejo del lenguaje. Tal ha sido la concepción predominante durante siglos (o milenios) entre filósofos, lógicos, gramáticos y psicólogos, según la cual la manera “correcta” de razonar es criterio de salud mental, de inteligencia o de razón. Mas no todo es tan fácil de explicar en este terreno. Así sería si no se hubiesen levantado tantas críticas a la idea de que quien no sabe categorizar, abstraer o definir es un enfermo mental, un tonto, un salvaje o un niño...

Si aceptamos las críticas de Wittgenstein y Feyerabend a la exigencia de hacer sólo “definiciones exactas”, no podemos aceptar sin más que quien demuestra incapacidad verbal para formar estas definiciones es necesariamente un baldado intelectual. ¿No se debe ese tipo de valoraciones a que se ubica el pensamiento únicamente en el reino de lo abstracto, de lo discursivo y lo no sensorial? ¿No se puede “pensar” también sin lenguaje discursivo? Ésta es precisamente la postura de Arnheim, y a ella me adhiero. Se acaba de ver cómo para él la abstracción no implica desconexión de la experiencia directa, de la percepción, sino que es un lazo de unión entre percepción y pensamiento. Es más, la abstracción es un componente de la percepción misma. Si hay enfermos incapaces de desligarse de la situación presente concreta y real, incapaces de nombrar con palabras principios generales de ciertas situaciones, o de hacer clasificaciones “lógicas” subsuntivas, ello no significa que son incapaces de abstraer. Hay un hecho que ninguna teoría puede negar: estos enfermos pueden resolver problemas y fabricar objetos; abstraen y son creativos.[60] Pero se ha erigido lo “lógico” como criterio de “inteligencia” y como un parámetro para demostrar concluyentemente la superioridad de los adultos frente a niños y de los civilizados frente a los “primitivos”: «Si se afirma que los naturales, los niños y las personas incultas tienen problemas con los “símbolos”, es necesario cuestionar qué se quiere decir con ello. ¿Son incapaces de pensar abstractamente? ¿O bien son incapaces o reacios a efectuar operaciones mentales desligadas de tareas concretas?» [Ibíd., pp. 202-204]

Ciertamente, los niños, los primitivos, los enfermos mentales y los incultos tienen dificultades para manejar el lenguaje a la manera en que lo maneja un adulto civilizado sano y culto. Pero también es cierto que casi siempre pueden utilizar con enorme riqueza y creatividad otras formas de lenguaje: imágenes, sonidos, gestos; y que para ellos los silencios tienen un enorme significado y un gran valor. ¿Cómo debemos interpretar esto? Desde luego, con base en postulados no logocéntricos.

Filosofía de la imagen: lenguaje, imagen y representación

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