Читать книгу Filosofía de la imagen: lenguaje, imagen y representación - Fernando Zamora Águila - Страница 27
§ 14. Trascendentalismo
ОглавлениеLa concepción kantiana del conocimiento es equidistante de la racionalista y de la empirista. En un sentido trascendentalista, dice que el conocimiento no es posible antes de la experiencia, pero agrega que no se origina en ella: «Todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso origínase todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer (con ocasión tan sólo de las impresiones sensibles) proporciona por sí misma».[68]
El estudio de las condiciones de posibilidad del conocimiento permite a Kant superar tanto la estrecha concepción empirista de que la mente es un “recipiente” que guarda “en su interior” los “reflejos” de las cosas externas, como la concepción racionalista según la cual los conocimientos se originan en el “espíritu”, con independencia de las cosas externas. En cuanto a las relaciones entre lenguaje, pensamiento y conocimiento según Kant, en realidad ya fueron tratadas en el Capítulo 1. Ahí mismo se aprovechó la aportación de Karl-Otto Apel: el trascendentalismo lingüístico.[69]
Pero el propio Kant fue en cierto modo más allá de sí mismo. Inicialmente propuso (en la primera Crítica) a la imaginación como la facultad principal en el conocimiento; luego (en la segunda edición de esta misma obra) marginó a la imaginación y puso en su lugar al entendimiento. Finalmente (en la Crítica de la capacidad de juzgar), volvió al planteamiento original, cuando moderó el papel que otorgara antes al discurso como condición de posibilidad del conocimiento; en su lugar, la imaginación asumió de nuevo algunas funciones trascendentales.[70]
Al parecer este filósofo nunca superó la separación dicotómica de lo material y formal (lo sensible) con respecto a lo conceptual (lo suprasensible). Al decir que lo primero «simboliza» a lo segundo, los mantuvo separados:
Todas las intuiciones que se ponen bajo conceptos a priori son esquemas o símbolos, encerrando los primeros representaciones [Darstellungen] directas de conceptos, y los segundos, indirectas. […] Así, un estado monárquico que esté regido por leyes populares internas, es representado por un cuerpo animado [o] por una simple máquina (como v. gr. un molinillo), cuando es regido por una voluntad única absoluta; pero en ambos casos sólo simbólicamente, pues entre un estado despótico y un molinillo no hay ningún parecido. […] Nuestra lengua está llena de semejantes exposiciones indirectas, según una analogía, en las cuales la expresión no encierra propiamente el esquema para el concepto, sino sólo un símbolo para la reflexión.[71]
Los esquemas representan directamente los conceptos, mientras que los símbolos lo hacen indirectamente. Y aquí Kant está refiriéndose sobre todo a los segundos, es decir, a las imágenes con que simbolizamos las cosas, e incluso a las palabras cuando tienen el mismo sentido simbólico. Le interesa dejar en claro que en esa simbolización hay como un desprendimiento de la razón humana con respecto a lo sensible: «Ahora bien, digo: lo bello es el símbolo del bien moral […] el espíritu, al mismo tiempo, tiene consciencia de un cierto ennoblecimiento y de una cierta elevación por encima de la mera receptividad de un placer por medio de impresiones sensibles». [Ibíd.] ¿No recuerda esto la identificación platónica entre lo bello y lo bueno, con su implicación de que para acceder a esto hay que desprenderse de la materia y de las formas físicas?[72]
En relación con esto, es necesario (y también posible) recuperar de la estética su posibilidad de mantener la cooperación entre lo material-formal y lo espiritual-intelectual, superando su exclusión mutua. Además, porque de esa manera se reconocerá a la imagen como una forma legítima de pensamiento, y no sólo como una “simbolización”, que es como decir una «ilustración visual» de los conceptos. En suma, esta pequeña desviación por los terrenos de lo estético permite rescatar de Kant (y en cierto modo contra el propio Kant) una superación del asociacionismo, que separa con nitidez el ámbito de lo físico-exterior y el de lo intelectual-interior al afirmar que lo primero es sólo un «símbolo» o «representación material» de lo segundo. En mi concepción, esta separación es sólo teórica: de un ámbito al otro hay continuidad, no separación.