Читать книгу Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús - Fernández Juan Patricio - Страница 2

VOLUMEN I
AL SERENÍSIMO
SEÑOR DON FERNANDO
PRÍNCIPE DE ASTURIAS

Оглавление

Señor:

La pequeñez del don desalienta mucho á quien ofrece; esto es común; pero en quien ofrece (como yo) á aquel respeto, de cuya magnitud nada queda capaz de llamarse grande, falta desde luego este motivo al temor reverente y se excitan todos los que hay para el cariño respetoso. Entre los astros, unos nos parecen grandes y otros pequeños, cuando precisamente ponemos en ellos los ojos; lo mismo sucede entre los montes; y entre éstos, algunos, por su agigantada elevación, se han grangeado sin disputa el título de altísimos; pero en dejándose ver la luciente majestad del sol, y en poniendo la atención en la desmedida altura del cielo, los astros todos son pequeños y los montes dejan de ser gigantes. El sol, sólo en la Escritura Sagrada, tiene el renombre de grande, luminaré mains y sólo el cielo es alto, entre los que saben que respecto de él todo el orbe de la tierra se debe considerar como un punto.

¿Quién puede dudar que hay estimables preciosidades en la naturaleza, curiosas máquinas en el arte, sutilísimas invenciones del ingenio, eruditas y profundas operaciones de la ciencia, y hermosas y floridas composiciones de la retórica y de la poesía? Entre todas estas cosas, se hallarían muchas muy grandes, consideradas en sí; pero al elegir entre ellas alguna que ofrecer á V. A., nada se hallaría, no sólo grande, pero ni aún digno de emplear vuestro Real ánimo, mayor que todo. Entonces lo más precioso parecería despreciable, la curiosidad, desaliño, la sutileza, tosquedad y barbaridad la erudición. Se hallaría la ciencia ruda é ignorante, muda la retórica y la poesía balbuciente. Tanto minora siempre, aun á lo más excelso, la comparación con lo sumo.

Y no obstante la innegable verdad de este principio, yo me atrevo, señor, á llamar grande lo que os ofrezco. Hoy pongo yo en vuestra alta comprehensión los trabajos de los Jesuitas, en la espiritual conquista de las desconocidas, incultas y bárbaras provincias del Paraguay, en el país que llaman de los Chiquitos. Ved aquí ya, señor, lo que con toda verdad puede llamarse grande, aun puesto á los Reales piés de V. A. y á vuestra vista; para lo que les bastaba al saberse mantener con el nombre de trabajos y fatigas, contra todo el golpe de la dicha, que les ocasiona el haber llegado á vuestra noticia y merecer vuestra atención piadosa. Prueba es esta que no necesitaba de otra alguna, y más cuando en nombre de los demás Jesuitas puedo confiadamente decir yo que fuera de la gloria de Dios, que debe ser en ellos (como hijos de Ignacio), el primer timbre de sus empresas, esta sola felicidad los hace y los hará arrojarse gustosos al casi inevitable tropel de los riesgos, y á la fatiga inmensa de tan continuados afanes. Mucho padecen, señor, como en esa sucinta relación se puede ver brevemente; pero les llena de un gozo indencible y de un consuelo inexplicable, el ver á costa de sus sudores, hijos de Dios, los que eran esclavos del demonio, y felices vasallos de un Príncipe como V. A. los que padecían una miserable libertad en la indómita servidumbre de su desdicha. Ya son deliciosos jardines del Rey del cielo, las enmarañadas selvas de la idolatría, y ya delicadas flores y tiernas plantas que produce y adelanta el riego evangélico, se atreven á recrear divertidamente vuestros primeros años, si antes pudieran asustar y asustaban temerosamente los años más endurecidos.

No habrá quien niegue (si ha tenido alguna vez la dicha de veros) que les quita lo más de la realidad á los afanes y fatigas la fortuna apetecible de llegar á vuestra presencia, que aunque por lo común son descorteses los males y poco atentos los trabajos, hay dichas de tan superior esfera, á quien no se atreve su osadía, y se deja vencer, aunque precisada su obstinación, de su grandeza. En la realidad, ya desde hoy, somos los Jesuitas del Paraguay dichosos, aunque en esa relación que os presento, fuesen todavía como fatigados. Y no ellos solos, que también los que al nacer hijos de la predicación evangélica, se cuentan al mismo tiempo hijos vuestros, por sujetos á vuestro apetecible imperio, ni les queda más á que aspirar, ni harán nueva felicidad que apetecer. Por las puertas de la gracia de Dios verdadero entraron dichosamente á la del Príncipe más poderoso y más amable (que de otro modo no fuera posible) y ya que no tuvieron la dicha de nacer españoles para nacer vasallos de tanto Príncipe, tuvieron la inestimable fortuna de que los españoles Jesuitas (que creo que lo son dos veces) los hiciesen renacer para hacerlos lograr en una muchas felicidades.

Vuelvo á decir, señor, que es grande lo que os ofrezco, aun ofrecido á V. A., á cuya vista sólo los trabajos, afanes y fatigas de los Jesuitas en cualquiera línea, pueden ser grandes, y en esta, del mayor aprecio de vuestra alta estimación. Y vuelvo á decir que basta esta sola prueba para desempeño de mi proposición que en otro sentido debiera con razón juzgarse osadía. Pero además de esta, tengo otra, no menor, que dar en el sublime juicio del generoso padre de V. A., nuestro amabilísimo Monarca. También su elevado dictamen ha juzgado grandes los afanes de los Jesuitas, y los frutos de ellos han merecido su aprobación, su patrocinio, sus influjos y sus liberalidades, y no puede ser pequeño lo que ha podido merecer tanto. Así lo publica nuestro reconocido agradecimiento, pues aunque en su católico celo nada hay en esta especie, que su generosidad lo juzgue exceso, verdaderamente que los favores y expresiones hechas á los Jesuitas del Paraguay, pudieran parecer exceso en otro amor y en otro Rey.

Esto hace, señor, que V. A. haya de mirar como estimables efectos de la generosa piedad de vuestro padre, lo que se os ofrece como á tan amado y tan amante hijo, y este título lo hace crecer tanto, que fué en mí lo que últimamente resolvió mi respetuosa timidez, para ofrecer á un Fernando, Príncipe de Asturias, aquello que se dignó mirar como suyo un Philipo, Rey de las Españas. Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias. Y asegurados los Jesuitas (no digo envanecidos, aunque lícitamente pudiera), asegurados digo, en tanto patrocinio, no nos quedará más que desear, sino es el que aquel Dios, para cuya gloria y servicio contribuye vuestra feliz vida tanto, dilate por siglos vuestros años, os colme de felicidades y de triunfos, hasta que se vea la España envidiada de todas las demás naciones, sólo por la dicha de lograr en vuestra alteza tan singular Príncipe.

Muy rendido vasallo de V. A.,

Jerónimo Herrán.

Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

Подняться наверх