Читать книгу Maduro para el asesinato - Fiona Grace, Фиона Грейс - Страница 4

CAPÍTULO UNO

Оглавление

Olivia Glass tenía exactamente cinco minutos y medio para gestionar un desastre inesperado. Eran las siete y media de un jueves por la tarde y ella se encontraba en la parte trasera de un Uber, de camino para reunirse con su novio, Matthew, para cenar en uno de los nuevos restaurantes más de moda de Chicago. Él había estado fuera de la ciudad toda la semana y esa mañana le había escrito un mensaje para invitarla.

Ahora se había descubierto una carrera en las medias, justo por encima de la rodilla.

Olivia la miraba horrorizada.

El agujero en el nailon negro era enorme. Por lo menos hacía cinco centímetros de ancho y empezaba a subir por la pierna.

No tenía ni idea de cuándo podía haber pasado esto. Las medias estaban perfectas por la mañana cuando se las había puesto. Desde las siete de la mañana había estado en su despacho en JCreative, la agencia de publicidad donde trabajaba como Gerente de Administración, y había pasado la mayor parte del día en reuniones y teleconferencias.

Después de recibir la invitación sorpresa de Matt al moderno Villa 49, cayó en la cuenta de que no tendría tiempo de ir a casa a cambiarse y se había apresurado a ir a las tiendas durante la única media hora libre que tenía.

Aterrorizada porque se estaba quedando sin tiempo, había cogido algo del estante que era más corto y más ceñido de lo que ella normalmente llevaba.

Ya en el despacho, el remordimiento del comprador había disminuido y ella había empezado a preguntarse si el vestido no era demasiado atrevido para llevarlo una mujer de treinta y cuatro años.

–La edad solo es un número —se había dicho a sí misma con valor. ¿Y qué pasaba si el vestido había sido diseñado para una de dieciocho? A pesar de que ahora estaba un poco más gordita, tampoco había sido una extraña en el gimnasio desde entonces.

En cuanto su jefe, James Clark, el dueño de JCreative, había abandonado el edificio, Olivia se había cambiado en el baño en el trabajo. Se había pasado los dedos por su pelo rubio a la altura de los hombros, se había retocado el pintalabios, se había puesto perfume y había bajado corriendo las escaleras para buscar su transporte.

Hasta que no vio lo estropeadas que estaban las medias, no se dio cuenta de lo blancas que tenía las piernas. Aunque estaban a mediados de junio, había estado trabajando tanto que no había tenido ocasión de ver el sol del verano. A través de la carrera, que Olivia ahora calculaba que debía ser del tamaño de un plato llano, su piel era de un blanco cegador.

Olivia sabía seguro que Matt se daría cuenta. Vería la carrera de inmediato. Se fijaba mucho en los detalles, que era lo que hacía de él un agente de fondos de inversión rico y de gran éxito. A pesar de que llevaban cuatro años juntos, Olivia siempre intentaba tener la mejor apariencia para él y hacer que se sintiera orgulloso. El desastre de las medias sería un momento bochornoso en público para ambos; del que están hechas las pesadillas.

Durante esta comida, tenía que confesarle cosas difíciles a Matt. Un error de armario complicaría la situación.

Por un momento, pensó en quitarse las medias y llegar sin nada en las piernas. Podía quitárselas haciendo malabarismos en la parte trasera del Uber y esperar que el conductor no se diera cuenta de lo que estaba pasando y le diera una puntuación de una estrella por usar su vehículo como vestuario.

Negó con la cabeza. Quitarse las medias no era una opción. Sus piernas eran de un blanco azulado extremo y ya se sentía cohibida de que este vestido fuera más corto que su vestimenta habitual. Necesitaba toda la ayuda que le pudieran dar las medias de nailon negras.

Brevemente, Olivia consideró hacer un agujero idéntico en la otra pierna, antes de decidir que era poco práctico. No existía ninguna garantía de que se rompiera de la misma manera y, en cualquier caso, ella no sabría llevar eso. Ni tan solo se sentía cómoda llevando unos vaqueros rotos.

¿Qué podía hacer? El agujero tenía aproximadamente el tamaño de un cochecito de juguete, ahora su destino estaba a tres minutos y no tenía ninguna solución en absoluto para su crisis.

Entonces Olivia vio su salvación más adelante.

Después del siguiente cruce, divisó un panel publicitario de una boutique de lencería y medias que parecía estar abierta.

Le pediría al conductor que la dejara allí, entraría rápido, se pondría un par nuevo tan rápido como pudiera y llamaría a otro Uber para que acabar de hacer el viaje. Llegaría unos minutos tarde pero por lo menos llegaría con un conjunto completo y entero.

–Por favor, ¿podría…? —empezó a decir Olivia.

Entonces sonó su teléfono móvil.

Sin pensar, cogió la llamada y se encontró hablando con James.

–Olivia. ¿Todavía estás en el despacho?

–Acabo de irme. ¿Es urgente? Puedo mirar mi correo enseguida.

Olivia se sentó más erguida y oyó el tono vivo, enérgico y profesional que, por instinto, adoptaba cuando conversaba con su jefe.

–Urgente no, pero importante. Mañana tenemos que reunirnos a primera hora. Mientras tanto, he recibido más comentarios fantásticos sobre la campaña de Valley Wines.

Notó que se le encogía el corazón cuando el Uber aceleró y pasó de largo de la boutique. Su única oportunidad había desaparecido. Ahora se dirigían hacia West Loop, el área que se caracteriza por su yuxtaposición de lo viejo y lo nuevo —edificios bajos de ladrillo y rascacielos cubiertos de cristal, calles llenas de buenos restaurantes y una notable ausencia de tiendas de ropa interior.

Iba a llegar a Villa 49 en exactamente dos minutos con un agujero en las medias del tamaño de la Estación Espacial Internacional y no podía hacer nada al respecto.

–Me alegro de que la campaña esté yendo bien —dijo.

–Más tarde te enviaré un correo, con los detalles de tu bonificación. Te va a ir increíblemente bien todo esto.

El taxi giró bruscamente para pasar a un autobús y el bolso de Olivia cayó de lado. Los contenidos cayeron y se desparramaron por el asiento.

–¿Sabes quién es Des Whiteley? —continuó James.

–Creo que lo he visto en copia en los correos —dijo Olivia, haciendo un intento desesperado por coger su vaporizador de perfume mientras el taxi volvía a zigzaguear.

–Es el CEO. El director ejecutivo.

–¿De Valley Wines? —preguntó ella.

–No, no. De su sociedad de cartera, Kansas Foods. Me pidió que te hiciera llegar sus felicitaciones personales. Las ventas se han disparado.

–Eso es increíble. —Olivia se estiró para coger su cartera, su pintalabios y un clínex solitario.

Su sombra de ojos, la pequeña polvera que siempre llevaba encima, estaba debajo del clínex.

El color era Carbón brillante.

Eso le dio una idea a Olivia.

Abrió la cajita y frotó un dedo en la sombra de ojos. Después lo frotó sobre la pierna que estaba al descubierto.

Un éxito. El Carbón brillante volvió su pierna del color de las medias. Camufló el daño de manera que era casi indetectable.

–Yo le dije que tu enfoque para esta campaña representaba los valores de nuestra empresa —continuó James—. Metódico y organizado.

–Organizado —repitió Olivia, llenándose otro dedo de sombra de ojos.

–Creativamente disciplinado y centrado en los resultados.

–Centrado en los resultados —repitió conforme Olivia, frotando el polvo de carbón en el agujero.

–Planificado para cualquier eventualidad —dijo James.

–Claro. Planificado.

Olivia decidió que debería colorear una zona más amplia, ya que las medias podían moverse cuando anduviera, o la carrera podría subir más. Con cuidado, metió el dedo debajo del nailon.

–Mañana hablamos. Estaré en el despacho a las siete de la mañana, así que empezaremos entonces. Necesitaremos por lo menos dos horas aparte. Tendremos una breve sesión informativa a solas y después una reunión de grupo en la sala de juntas.

¿De qué puede tratarse?, se preguntaba Olivia.

–Nos vemos allí —dijo ella y él cortó la conexión.

Olivia cerró la polvera y la puso de nuevo en su bolso.

El éxito de la campaña los había sorprendido a todos, ella incluida. Como la única mujer en el equipo ejecutivo experimentado, a pesar de sus años de duro trabajo, se había acostumbrado a aplaudir mientras se alababan los logros de los demás. Nunca había pensado que le llegaría el turno de estar al frente de un éxito arrollador. En cierto sentido, esta campaña había dado mucho la sensación de camuflar el daño de sus medias.

Se sentía como si hubiera tenido suerte al lanzarla y realmente no lo mereciera o incluso no lo deseara para nada.

–¿Me decía algo? —El conductor del Uber interrumpió sus pensamientos, mirando hacia atrás hacia ella—. Me iba a preguntar una cosa cuando sonó su teléfono.

–Ah. No, ahora ya está. Pensaba que tendría que parar antes, pero al final resultó que no.

Él asintió.

–Mencionó Valley Wines. ¿Trabaja para ellos?

–Directamente no —dijo Olivia—. Trabajo para una agencia que les lleva la contabilidad.

–¿Y son buenos? A mi mujer le gusta una de las marcas de California. Nunca me acuerdo del nombre, pero tiene una etiqueta bonita. Últimamente no lo hemos podido encontrar, así que le dije que deberíamos probar otro.

Olivia sintió una puñalada de culpa. El espacio en las estanterías era limitado y las ganancias hechas por Valley Wines significaban que otras marcas habían salido perdiendo.

Por un momento, consideró dar una respuesta estándar de que los vinos eran excelentes y que, sin duda, su mujer debía probarlos. Después decidió no hacerlo. Al fin y al cabo, el conductor de Uber y ella eran extraño y siempre era más fácil ser sincera con los extraños.

–¿Mi opinión personal? —dijo—. Valley Wines ni tocarlos. Son horribles, están fabricados a precio bajo y no valen lo que se paga por ellos.

Habían llegado. El taxi paró fuera de Villa 49.

–Gracias por el consejo —dijo el conductor—. Buscaremos un vino diferente.

–De nada. Gracias por el viaje. —Olivia bajó.

Con el desastre de vestuario bajo control, era el momento de pensar qué quería decirle a Matt.

–Estoy segura de que te sorprenderá, pero soy realmente infeliz.

Ese iba a ser el punto de partida.

Dando vueltas a lo que debería decir a continuación, Olivia entró en el restaurante.

Maduro para el asesinato

Подняться наверх