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CAPÍTULO SEIS

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El montón de ropa encima de la cama de Olivia iba creciendo.

Hasta ahora, incluía vaqueros, pantalones cortos, camisetas, tops informales y tops elegantes, y también algunas partes de arriba de manga larga y una chaqueta.

Se sentía emocionada ante la expectativa mientras miraba fijamente la ropa. En pocas horas se estaría subiendo a un avión. Mañana por la mañana, llegaría a la Toscana.

–Me voy. Me voy de verdad. No me lo creo —dijo.

Esta mañana se había levantado con resaca, estresada y odiando su trabajo. Solo dos horas más tarde, se había marchado, había reservado su vuelo y estaba haciendo la maleta para el viaje.

Vale, por lo menos esta mañana tenía un trabajo. Hoy señalaba la primera vez en doce años que era una mujer en el paro. Pero después de sus vacaciones de dos semanas en la Toscana, podía buscar otro trabajo. Dos semanas era mucho tiempo. Se extendía ante ella, lleno de emoción y posibilidades.

Hurgó en el fondo de su armario en busca de sus mallas de correr. Hacía mucho tiempo que no corría. De hecho, hacía años. Odiaba correr, pero estaba segura de que en Italia le encantaría. Y tenía que mantenerse en forma, especialmente porque cada noche estaría bebiendo vino y comiendo pasta con salsa cremosa. Y pizza deliciosa con queso y pan crujiente untado en aceite de oliva y vinagre balsámico.

Pensando en todo esto, Olivia añadió sus pantalones de yoga al montón. Nunca había sido una persona de yoga y solo se había comprado los pantalones porque una vez pensó en asistir a clase. Pero podía hacer yoga en la villa. Podía buscar en Google cómo hacerlo. Se imaginó a sí misma manteniendo el equilibrio con elegancia sobre sus manos mientras amanecía.

Al cabo de otros diez minutos, la maleta estaba terminada.

Mientras sacaba su pesada bolsa fuera y cerraba la puerta con llave tras ella, se dio cuenta de que no dejaba nada atrás. Ni tan solo una planta que se tuviera que regar. ¿Era esto una señal de lo vacía que estaba su vida?

–En la villa habrá plantas —se dijo Olivia a sí misma con optimismo.

*

Amore mio —susurró el hombre guapo, sus labios hacían cosquillas en el pelo a Olivia—. es maravillosos que hayas llegado. Déjame que te lleve la maleta.

Olivia lo miraba fijamente, con el corazón lleno de amor.

Amor y una sensación de confusión subyacente. ¿Por qué la recibía este hombre maravillosos, que hablaba con un marcado acento italiano? ¿Era su novio? ¿Cómo había sucedido esto y qué pensaría Matt de esto?

Aquel hombre alto sacó su maleta pesada del carro con facilidad y con el otro brazo rodeó la cintura de Olivia. Las dudas de Olivia se desvanecieron cuando él la cogió con más fuerza. Ella estaba segura de que todo saldría bien.

–Déjame acompañarte a casa ahora, hermosa —murmuró.

El chisporroteo del anuncio hizo volver bruscamente a Olivia a la vigilia.

–Vamos a empezar el descenso. Por favor, asegúrense de que sus sillas están en posición recta y recojan sus mesas.

Olivia se incorporó con dificultad, desorientada, sonriendo para pedir perdón a la mujer que había a su lado, sobre cuyo hombro había estado durmiendo. Durante un momento de confusión, pensó que estaba en un vuelo nacional, a punto de asistir a un lanzamiento. A continuación, cuando recordó dónde estaba, miró por la ventana emocionada.

Estaba a punto de aterrizar en Italia. Había dejado su trabajo y había roto con Matt y ahora se dirigía a unas vacaciones impulsivas en una villa de la Toscana.

Olivia cogió aire cuando el tapiz de campos, colinas y bosques apareció ante su vista. Vio pueblecitos, edificios de color arena, beige y ocre, enclavados en el paisaje. ¿Eso era un viñedo? Miró hacia abajo, intentando distinguir qué eran las filas verdes y perfectas, pero tuvo que echarse hacia atrás después de que su aliento empañara el cristal.

Su sueño había sido tan vívido que parecía realidad. Un hombre guapo la esperaba para recibirla. Bueno, ¿quién sabía lo que podría pasar en estas vacaciones impulsivas? Cuando el avión tocó el suelo, Olivia se preguntó si podría encontrar al amor de su vida en este romántico escenario.

Mientras caminaba por la abarrotada sala de Llegadas, arrastrando su pesada maleta tras ella, vio un cartel con su nombre.

«Olivia Glass».

Olivia lo miró fijamente con incredulidad.

Debe de haber magia en marcha. Tras el cartel había un hombre alto e impresionantemente guapo. Tenía los hombros anchos y estaba bronceado, una barba de diseñador oscura de pocos días realzaba sus fuertes rasgos.

Cuando él la vio, se le iluminó la cara y saludó con entusiasmo.

Olivia abrió mucho los ojos. Ella también saludó, obsequiándolo con una sonrisa encantada y se abrió paso con ganas hacia él.

Su sueño se había hecho realidad; sus vacaciones habían tenido un principio de cuento de hadas. ¿Quién podría haber imaginado que el sencillo hecho de alquilar un coche le permitiría conocer a este adonis italiano.

¿La había reconocido por la foto de su permiso de conducir internacional? Olivia especulaba sobre las posibilidades mientras iba a toda prisa hacia él.  decidió que debía ser por el permiso de conducir, pero podía preguntárselo a él. Esto proporcionaría un punto de partida a su conversación mientras él la acompañaba hasta su coche.

Mientras viraba para esquivar a un pasajero que avanzaba más lentamente, la pesada maleta de Olivia se inclinó hacia un lado.

–Ups —dijo, parándose para enderezarla.

Mientras lo hacía, una mujer menuda con un estiloso abrigo de color rojo vivo la pasó rozando.

El hombre guapo todavía seguía saludando, pero ahora Olivia vio con horror que no era a ella.

La mujer menuda llegó a él y este la envolvió en su brazos y la abrazó con fuerza.

Olivia se quedó sin aliento y se puso roja por la humillación al darse cuenta de que el cartel no era en absoluto suyo. Lo sostenía un hombre mayor y bajito que estaba a su izquierda, que lo había levantado en alto para asegurarse de que ella lo veía.

Olivia sabía que su cara se estaba poniendo tan roja como el abrigo de la mujer menuda.

Y lo peor de todo, era evidente que el adonis italiano se había percatado de su metedura de pata, pues ahora estaba moviendo la cabeza de un lado a otro de forma pesarosa y compasiva y otros mirones también la observaban con curiosidad.

Solo había una cosa que Olivia podía hacer para recuperar los fragmentos de su dignidad hecha jirones.

Ignorando al adonis como si nunca lo hubiera visto, miró directamente al hombre mayor. Forzó otra sonrisa, incluso más grande que antes, y volvió a saludar con todas sus fuerzas.

–¡Hola! ¡Me alegro mucho de verle!

Olivia se recordó a sí misma que no debía mirar alrededor. Si su intento desesperado por evitar una vergüenza de por vida tenía que salir bien, debía centrar toda su atención en el anciano sin mucho más que una mirada de reojo a nadie.

Mientras iba corriendo hasta el anciano y lo saludaba como a un amigo perdido hace mucho, esperaba que nadie se diera cuenta de lo pasmada que parecía.

*

Unos minutos más tarde, salía conduciendo del aeropuerto tras el volante de un Fiat compacto de color celeste perlado. Mientras dejaba atrás el edificio de la terminal rodeado de verde, Olivia se sentía como si verdaderamente se hubiera embarcado en su aventura. Durante años, Italia había estado arriba del todo de su lista de destinos, pero nunca había pensado que tendría la oportunidad de viajar aquí. Desde que había empezado a trabajar en JCreative, las vacaciones más largas que se había tomado habían sido de tres días y medio. En cualquier caso, Italia nunca había estado en la lista de cosas por hacer antes de morir de Matt.

Había asimilado el hecho de que su obsesión con la Toscana nunca sería más que una relación a distancia, pero ahora, aquí estaba.

Para su deleite, el campo era justo como ella lo había imaginado. Campos de todas las formas y tamaños, peinados por filas perfectas de vides, encontraban su lugar como las piezas de un rompecabezas entremedio de olivares y bosques. Entreveía granjas construidas con piedra color miel, rodeadas de grupitos de árboles. Mirando detrás de ellas, contemplaba con esperanza el horizonte, esperando que podría ver el mar Tirreno por el camino.

Su GPS funcionaba a la perfección, guiándola a través de este paisaje pintoresco.

Casi perfectamente, corrigió Olivia, mientras giraba a la derecha a una carretera que la llevaba en zigzag hacia arriba a las colinas.

¿Dónde estaba ahora? Bajó la mirada hacia el mapa y después la levantó y se dio cuenta con un sobresalto de que tenía pegado un elegante coche deportivo de color naranja y negro.

Vio con asombro que era un Bugatti Veyron, cuando el conductor la adelantó con un gruñido ronco de su motor, aceleró en la siguiente curva y desapareció. Nunca había visto uno, pero sabía que costaban millones de dólares y que, para un loco de los coches, su rendimiento valía cada céntimo. Suponía que no debía sorprenderse por ver uno en la carretera en un país donde la pasión por los coches rápidos y elegante era una parte fundamental de la cultura.

Volvió a inclinarse hacia su mapa, pero giró la cabeza bruscamente a toda prisa cuando vio que había otro coche tras ella.

Este era un coche de policía, con las luces destellando, evidentemente en una persecución. Este también la adelantó y se fue gritando hacia las colinas.

–Espero que lo cojan —gritó Olivia ofreciendo apoyo moral, a pesar de que no creía que la policía tuviera ninguna posibilidad. Aquel Bugatti había mostrado una aceleración importante.

El GPS la había llevado por la dirección equivocada, pero su ruta la había llevado hasta el pueblo más extraordinario de la ladera. Debía de haber sido un puesto fronterizo medieval, con unas torres altas y cuadradas y unos edificios estrechos con ventanas diminutas, amontonados en la ladera. El pueblo en sí era un desastroso laberinto de calles. No había espacio para dar la vuelta y Olivia se preguntaba si podría volver a salir.

Entrecerró los ojos para concentrarse mientras metía a presión el coche por una esquina que parecía demasiado justa incluso para el Fiat compacto. Entre medio de dos muros altos de piedra, no había en absoluto espacio para maniobrar. Olivia aguantó la respiración y rezó para que su parachoques sobreviviera a la experiencia. Soltó un largo suspiro de alivio cuando su coche y ella pasaron el espacio ilesos y vio la carretera principal más adelante.

Su GPS recalculó la ruta y la dirigió colina abajo.

Olivia disminuyó la velocidad y miró fascinada cuando divisó al Bugatti aparcado en el arcén, con el coche de la policía detrás. El estrecho agujero y las calles adoquinadas habían permitido a la ley alcanzarlo. «¿Cuál sería la penalización para el conductor?», se preguntaba ella. Al pasar por delante, soltó una risa de placer.

El conductor y el agente de policía estaban delante del Bugatti, absortos en una conversación animada y ardorosa. El agente había sacado su teléfono y estaba haciendo fotos del supercoche. Al parecer, esta había sido la única razón de su persecución.

«Esto solo puede pasar en Italia», pensó Olivia, emocionada por haber visto desarrollarse esta interacción.

Al reincorporarse a la carretera, vio el poste indicador de Collina más adelante. Ahora debía vigilar por si veía la villa.

Cogió aire cuando ante ella apareció la imponente entrada, flanqueada por postes de piedra altos. La verja de hierro forjado estaba abierta y ella se dirigió por el camino asfaltado hacia la elegante casa de piedra. Su porche delantero con columnas y sus altas ventanas arqueadas eran exactamente como se veían en la foto de Instagram, pero el estrecho ángulo de cámara no hacía justicia a la impresionante vista de colinas ligeramente ondulantes y valles con bosques, la claridad del cielo azul celeste y el aroma perfumado del aire cálido.

Aparcó bajo un aparcamiento con techo de madera con postes enredados por vides.

Olivia salió del estrecho asiento delantero, estiró los brazos por encima de la cabeza y respiró profundamente. Girando lentamente, se impregnó de la magnificencia que la rodeaba.

Suponía que sería hermoso pero no imaginaba que sentiría tal sensación de paz al llegar. De algún modo, el paisaje le resultaba conocido y reconfortante, a pesar de que nunca antes había pisado Italia.

Mientras levantaba la maleta para sacarla del maletero, Olivia decidió que era a causa de la obsesión a lo largo de su vida con el área. No era de extrañar que aquel lugar ya le pareciera su casa.

De repente, unas vacaciones de dos semanas parecían demasiado cortas.

Fue nadando hasta la puerta delantera de madera, flanqueada por unas grandes macetas de barro llenas de geranios de un rosa brillante.

–¿Hola? —gritó, tocando a la puerta—. Charlotte, ¿estás aquí?

Probó la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Olivia frunció el ceño, preguntándose si era la villa correcta. Tal vez había subido demasiado la colina.

Después un trozo de papel que se movía llamó su atención.

Olivia lo cogió y lo desdobló.

–¡Me he dormido! —decía la nota—. ¡He ido a buscarnos algo para comer! ¡La llave está en la maceta!

Al mirar más de cerca, Olivia vio la llave, medio escondida bajo una hoja.

Abrió la puerta y entró en el interior, agradablemente fresco. El suave suelo de azulejos hacía que quisiera quitarse los zapatos de inmediato y pisarlo descalza.

las plantas de interior colocadas cerca de las ventanas en voladizo de la entrada añadían un toque de verdor. «Las obras de arte de las paredes deben de ser de un artista local» , pensó, pues las vívidas pinturas rústicas capturaban la belleza en retales de los campos y los árboles que ella había visto fuera. La vista se le fue hacia el alto techo de madera, donde un ornamentado candelabro de techo centelleaba.

Olivia fue pasillo abajo, abrió la primera puerta a la derecha y se encontró en la habitación vacía que Charlotte había dicho que era suya. Dejó su maleta a los pies de la gran cama con dosel y miró hacia fuera por la ventana de arco alto.

Su vista viajó por encima del huerto vallado hacia el pasto cubierto de hierba salpicado de árboles frutales. ¿Eso eran perales? ¿Granados? Estaba impaciente por salir fuera a la luz del sol para comprobarlo.

Se apartó de la ventana y se dirigió hacia el baño privado. La bañera con patas la tentaba a estar un buen rato en remojo, pero sabiendo que Charlotte volvería pronto, se conformó con una ducha rápida y se puso ropa limpia. Se sentó por un momento, mirando fijamente al horizonte lejano. Tener esta vista interminable le hizo apreciar lo profundo que estaban en la campiña.

Sacó el teléfono e hizo una foto para su Instagram.

#Destinoromántico #vacacionesimpulsivas #regióndevino #lejos de casa, comentó.

Esperaba que Matt lo viera. Estaba segura de que tras la humillación al romper en el restaurante, estaría espiando sus redes sociales. Él la imaginaría sola en casa, lamentando su pérdida y arrepintiéndose de sus hábitos de desorganización. Cuando viera la foto de la Toscana, ella imaginaba que él apretaría los labios y pondría esa mirada extrañamente atenta.

Pensar en Matt le hizo recordar su último día en el trabajo y el atrevimiento de lo que había hecho.

De golpe, la realidad entró corriendo.

Apartando la mirada de la vista, Olivia respiró profundamente.

¿En qué estaba pensando?

Había dejado el trabajo sin tan solo avisar. Había reservado unas vacaciones impulsivas sin pensar en su futuro. Los altos cargos en el mundo de la publicidad eran escasos —era una industria competitiva y ese miedo siempre había estado pendiente cada vez que había trabajado horas extra y había invertido horas de más y sacrificado sus vacaciones y su vida social.

Con la cara enterrada en las manos, Olivia se dio cuenta de que lo había tirado todo por la borda. Ahora estaba en otro país, al otro lado del mundo, sin ninguna oportunidad de hacer control de daños o incluso de pedir que le devolvieran el trabajo.

Actuando como lo había hecho, en un momento de resaca y locura, podría haber puesto en peligro todo su futuro.

El clic en la puerta delantera interrumpió la agonía de Olivia. Charlotte había llegado.

Maduro para el asesinato

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